Por Oscar Tenreiro
Caracas estuvo de aniversario y se escribió y habló sobre su futuro. Por mi parte hago votos por que se entienda de una vez por todas que una capital exige una política de Estado, que lo que ocurre en ella es un problema central en cualquier programa de acción pública y que, además de las intenciones de sus cinco alcaldías, coordinadas y apoyadas por la Alcaldía Mayor, debe darse un compromiso de largo alcance, apoyado sólidamente en el aspecto financiero, para desarrollar un plan de recuperación de la calidad de vida en esta ciudad a ratos terrible, a ratos grata, siempre problemática.
He visto fragmentos de las declaraciones que la Ing. Farías, encargada de esa figura inventada por el régimen para quitarle espacio a las Alcaldías de la oposición que es la Autoridad Única, y me impresiona entre otras cosas la confesión de fracaso que implica decir que el plan de rescate del río Guaire ha avanzado un 25% …cuatro años después que lo anunció como Ministro. Porque resume una gestión que se inició prometiendo mucho y de la cual nada «revolucionario» ha quedado. Tal vez no tiene dinero, pero podría decirle a su Jefe que no gastara 2000 millones de dólares en alimentos que se pudrieron. O mucho más en armas para sus guerras de papel.
Ni señales de una política amplia y coherente en relación a la Ciudad Informal, que debería conectarse con planes para la ciudad extendida, Guarenas-Guatire, El Tuy, los Altos Mirandinos y el Litoral. Muestra de que ella no es sino el brazo ejecutor de un régimen sin política urbana. Por mejores intenciones que tenga, tiene las manos parcialmente atadas…para desconcierto e irritación de los que aquí vivimos.
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No me entusiasman las fantasías arquitectónicas sobre el futuro caraqueño. Ese tipo de ejercicios son útiles si buscan despertar una inquietud hacia lugares y acciones concretas. Si no, se vuelven hojarasca. Poco me interesa especular en lo anecdótico (las pequeñas cosas gratas de vivir aquí) golpeado por la confiscación que impuso el crimen. Me interesa más lo que ayude a superar la parálisis actual. Aprender del Municipio Chacao lo fundamental de una relación favorable entre recursos financieros vía impuestos y número de habitantes, relación que tiene que lograrse mediante un compromiso Legislativo y Ejecutivo en todas las Alcaldías de la ciudad. Que la estrategia de ganar espacio público de calidad usando la arquitectura institucional como instrumento es la correcta. Como con el Mercado de Chacao del Arq. Alberto Manrique, o la reciente plaza de Los Palos Grandes del Arq. Edwin Otero y el Registro Civil del Arq. Alessandro Famiglietti. Y hace un par de años en el Municipio Baruta con la Plaza Alfredo Sadel de Jimmy Alcock y la Sede Municipal de Franco Micucci. Son referencias generalizables que definen una estrategia útil en el esfuerzo de mejorar la calidad de vida urbana. Que debe ser la prioridad de una democracia renovada. En Caracas y todas las ciudades venezolanas.
En ello nuestra visión de arquitectos debe ocupar su lugar. No hablo de la normativa aunque ella sea importante, ni de la «planificación», a menudo coartada para tejer un discurso con apariencia actual. Hablo de la necesidad de construir la ciudad, de armarla a partir del Proyecto Urbano, del lugar específico que generará cambios por irradiación, un concepto esencial para los Alcaldes, apoyados por un Estado consciente de la prioridad de lo urbano.
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Y no es que antes todo haya estado bien. Hubo errores de mucho bulto. Como en tiempos de Leoni, siendo ministro Leopoldo Sucre Figarella, cuando se abandonaron los planes de espacio cívico en la Avenida Bolívar para construir vivienda y se hizo el primer superbloque, que terminó siendo, cuando se rectificó la decisión en el período de gobierno siguiente, el primer cuerpo de habitaciones del Caracas Hilton. Se abrió así espacio a lo especulativo sin espacio público. lo que llevó en el próximo período a la construcción de Parque Central, sin debate público serio gracias a la falsa polarización política, experiencia con aciertos que deben reconocerse pero graves errores que se padecen hoy. O el abandono por el mismo Sucre de la expropiación de La Urbina, cancelando una oportunidad de hacer ciudad que luego la inversión privada aprovechó sólo para el lucro. O la permanente crisis del Centro Simón Bolívar cuya disolución se proponía en cada inicio administrativo, para luego usarlo como instrumento populista que hacía ”recuperaciones¨, o fungía de ejecutor sin dirección clara. O el inmovilismo respecto a la ciudad extendida (por eso hoy los Altos Mirandinos son un caos, El Tuy un basurero, Guarenas Guatire una no-ciudad, y el Litoral una oportunidad perdida). Y la negativa que a veces parecía sistemática a oír a quienes habían estudiado la ciudad, a favor del urbanismo de colores con ordenanzas que repetían el modo de concebir la ciudad de los años cincuenta.
Le oí una vez a Juan Andrés Vegas, arquitecto jefe en la Corporación de Guayana, prematuramente fallecido, que el día que se presentaban los planes de Ciudad Guayana, le insistió al presidente Leoni sobre la necesidad de que el Estado marcara la pauta en la construcción y promoción de la arquitectura pública que conformaría el centro de Alta Vista. No lo escucharon. ¿Y qué es hoy Alta Vista? Solo se hizo la brillante Sede de Edelca.
Y podríamos citar más, casi todos asociados, repito, a la ciega polarización política de ese tiempo. Aparte de que solo interesaba la infraestructura. Reinó una visión ingenieril, y se abrió ancha puerta al clientelismo de los contratistas (¡Oh, Comisión de Finanzas del Congreso!). De esos polvos salieron estos lodos, no hay duda. El Jefe no cayó en paracaídas.