Oscar Tenreiro / 06 septiembre 2010
He hecho muchas veces referencia al sugestivo título del poemario de Heberto Padilla, el poeta cubano que abandonó la vida en el 2000, tiempo después de haber sido execrado y destruido por el oficialismo cubano. Mas sólo fue hoy cuando pude leer el poema con el mismo nombre. Tomo este fragmento:
«¡A ese tipo despídanlo! / Echen a un lado al aguafiestas, / a ese malhumorado / del verano, / con gafas negras / bajo el sol que nace.»
Así se sintió el poeta allá en su isla y así se puede sentir uno en general en momentos de ánimo sombrío. Pero muy en especial cuando compara la lucha permanente por construir aquí, con las cosas que se dicen de la arquitectura y su sentido en lugares impregnados de civilización. Guardando las distancias con el drama personal de Heberto, duro e inflexible, doloroso, leer tantas cosas irremediablemente ajenas a lo que debemos vivir nos ponen gafas negras en el alma, diría yo.
Y no es solamente porque los modelos, ya no sean hoy ejemplos de nuevos valores éticos (estéticos), sino porque se refieren a inaccesibles objetos para los mortales comunes y corrientes de esta parte del mundo. Apoyados por discursos que nos suenan vacíos. Estamos fuera del juego «…ese no tiene aquí nada que hacer..» decimos con Padilla.
Es lo que pienso al leer los comentarios de la joven vasca del blog de arquitectura de El País de Madrid sobre la edición actual de la Bienal de Venecia. Anatxu nos habla de la curadora japonesa Kazuyo Sejima, premio Pritzker, y su deseo de trasmitir el mensaje de que la arquitectura está en las pequeñas cosas. Asunto difícil de conciliar con que el destinatario del León de Oro de esta edición sea Rem Koolhas, y su arquitectura efectista y gigante, quien según la cronista «termina preguntando si China debe salvar a Venecia». Y la crónica también permite percibir en el prestigioso evento el inconfundible aroma de la moda, bien apoyado por las exquisitas fotografías de Walter Niedermayr fotógrafo de los edificios de la curadora, obras de arte penetrables (fuentes, nubes) de conocidos artistas, invitados famosos como el cineasta Wim Wenders, todo sobre el escenario de fondo de los pabellones nacionales. El de Venezuela vacío, por cierto, y por ello más grato según la cronista.
Éxito ante todo
Y es que pese a todos los esfuerzos por ir hacia lo que nos pertenece a todos, señalar hacia «las pequeñas cosas», o proponer un regreso desde el mundo del espectáculo, como en el reciente encuentro «Arquitectura, más por menos» en Pamplona, España, el debate sobre arquitectura en los países centrales sigue dependiendo de lo exitoso. Se acartona en brazos de los intereses museísticos, de lo refinado, de la inteligencia del ingenio. Como lo ilustra la llamada del presidente de la Bienal, Paolo Baratta «a recuperar una fe serena en la arquitectura», frase que no hace falta, salvo que a los arquitectos les venga bien hablar así, como a los filósofos del aforismo de Wittgenstein.
Y el razonamiento que la Sra. Sejima elabora para justificar el León de Oro a Koolhas tiene sabor de lugar común. Koolhas «va más allá de la arquitectura e inspira también a personas de las disciplinas más diversas que incorporan la libertad de su trabajo», y tiene capacidad para crear «edificios que estimulan la interacción entre las personas, cumpliendo así objetivos muy valiosos para la arquitectura». Frases aplicables a cualquier arquitecto serio, que sirven para no decir, simplemente, que Koolhas vende.
¿Otro ejemplo? Como Pamplona quería apuntar hacia lo modesto, leo que Renzo Piano, gran arquitecto sin duda, habló allí de los trabajos de su familia cuando niño e ilustró su amor a la naturaleza con fotos de sus paseos en velero. El australiano Glenn Murcutt, por su parte, se sintió obligado a despertarlo de su autoensueño para recordarle que él trabajaba en casa con su esposa, mientras Piano era, él mismo, una transnacional. Esa suave confrontación podría permitir alguna esperanza, pero se trata de premiados con el Pritzker y todo queda entre compañeros.
Contradicción
En Venecia, para hablar de las pequeñas cosas se enaltece a quien hace las más grandes; en Pamplona para hablar del menos se da lugar preferencial a los portavoces del más.
Es ese tipo de contradicción lo que me hizo decir hace dos semanas que estaba harto de los ídolos de la arquitectura actual. Y no es de ellos sino de lo que los rodea. La falta de profundidad, la victoria de lo aparente; y lo más grave, la ignorancia interesada del contexto. Porque la premisa para estar en Venecia o cualquiera de estos foros es calzar en los estereotipos en boga. Pamplona lo ilustró con los arquitectos jóvenes de paises «emergentes» que fueron invitados: gentes talentosas cuya principal virtud es que se acercan al modelo establecido sobre lo que debe hacerse. Y a la mierda con el inescapable vínculo de la arquitectura con el contexto, convertido por arte de las conveniencias en un concepto sin relevancia para el consumo masivo de arquitectura. Si el drama de Heberto Padilla, nublado ya por el tiempo, nada dice a los intelectuales que ven la América mestiza como un territorio donde los atropellos, o son endémicos o están justificados. Que China es sólo lugar para construir mamotretos costosos y pontificar sobre el rol de ese país en el mundo. Que buena parte de Asia es sobre todo espacio para buscar contratos ¿Cómo podría extrañarnos que la visión de la arquitectura se haya convertido en una estatua de sal?
¿No le dice nada a Anatxu que el pabellón de Venezuela esté vacío? A nosotros nos revela la realidad árida y sin futuro de la más perversa farsa política del presente latinoamericano. Bien vista por no pocos de los cultores de lugares comunes y recetas que juegan su juego en Venecia o en Pamplona.