Oscar Tenreiro / 24 de abril 2011
Escribo esto en Domingo de Resurrección. Como en Venezuela los periódicos tienen asuetos que escogen a voluntad, mi página en el diario TalCual no salió hoy y por ello no fue colgada en este blog gracias a la diligente ayuda, bienvenida en extremo, de Jordi Castro, arquitecto gallego que con una generosidad muy especial me ayuda en este mundo informático. Y «administra» este blog.
Sé muy bien, porque los tiempos lo favorecen y porque ser religioso es para muchos cosa del pasado, que evocar en este espacio la esperanza que la Resurrección despierta está un poco fuera de lugar. Pero lo hago porque esa idea específica de la esperanza es parte muy importante de mi modo de ver el mundo. No soy religioso en el sentido de la práctica o la ortodoxia, pero sí por mi modo de ver la vida y la razón de ser de nuestro tránsito. Y ese modo orienta mis juicios, los condiciona o los modela, sea lo que eso quiera decir. Le da un fondo, lo coloca en un escenario que puede llamarse ético.
Y me parece que en este momento los contenidos éticos de nuestro ejercicio necesitan ser recordados y puestos dentro del debate sobre lo que pensamos o queremos hacer y sobre lo que hacen los demás. He dicho en privado y tal vez lo he escrito, que si antes de entrar a estudiar arquitectura se me hubiese desplegado el modo actual más notorio de entender la arquitectura, hubiera escogido otra carrera, me hubiera repelido la idea de entrar en un mundo de iniciados, recargado de consideraciones y sobre todo ajeno al discurrir tan particular de la vida que conozco y conocía levemente de muy joven en estos lados del mundo. Abracé la tarea de buscar la arquitectura porque veía y veo en ella un compromiso muy amplio, duradero y significativo, con la gente y «la marcha general de las cosas» frase con la que designaba el acontecer del mundo Gianbattista Vico, pensador cuyas precisiones sobre lo que trasciende y lo inmediato me sugirieron el nombre de este blog. No me interesaba ni me ha interesado nunca el regodeo excluyente entre quienes se ven a sí mismos como parte de un mundillo que exige a los demás un nivel superior de comprensión.
Por otra parte está el espacio cultural en el que debemos movernos quienes nacimos aquí. Su dinámica a veces incomprensible, sus carencias, los riesgos con los que convivimos.
En este momento me ocupo de leer un libro que puso en mis manos mi hija Victoria, educadora en filosofía, se trata de «La Mirada Social», de Alain Touraine (1925), autor que también me sugirió leer una joven cubano-venezolana, con nombre de rey visigodo, Liuva, a través de un comentario que insertó en este Blog. Desde aquí le digo que algo me ha llegado del pensamiento de este interesante personaje; y en este libro en particular encuentro una definición resumida en una palabra del ambiente intelectual de tiempos de la inmediata posguerra en Francia que puede aplicarse a este momento venezolano: sórdido.
Y si manteniendo muy exigente el espíritu crítico vemos más allá, hacia el espacio latinoamericano por ejemplo, la palabra también tendría sentido, acaso más restringido. Sin mencionar la confusión del escenario más amplio, por una parte del que impone los usos, dirige el debate y señala los temas, el de la concentración económica; y por la otra del que lucha por establecerse, del que padece violencias, pobreza, el que es manipulado por los fanatismos religiosos y las siempre presentes propuestas de exclusión, el que busca voz en el debate para exponer su visión de las cosas. Si reconstruimos de estos fragmentos una idea general de la realidad que vivimos, tenemos que aceptar, tal vez con resignación, que la arquitectura que se prescribe como «útil para todos los efectos» no pasa de ser un espejismo. Por lo irreal, por lo engañosa, porque alimenta falsas expectativas.
Si eso se reconoce, podemos retomar la invitación que nos hicieron ciertos sueños de juventud, de dar un testimonio, de hacernos presentes en las controversias con una palabra que queríamos fuese personal, nuestra, aunque ahora la edad nos haya permitido entender que será siempre limitada, torpe e incompleta.
La idea de esperanza viene entonces a apoyarnos en el esfuerzo para que la discusión sobre arquitectura salga del ensimismamiento en el que parece encontrarse. Es un esfuerzo que al hacerlo desde este lugar del mundo al que acabo de aplicarle una palabra dura, carecerá casi totalmente de repercusión. Y menos aún la tendrá en los escenarios más universales. Nuestra perspectiva, nuestro «punto de vista», como decía Ortega, le interesa a muy pocos. Pero insistimos e insistiremos en él mientras tengamos la posibilidad de hacerlo.
Y la esperanza es lo que en este día conmemora una determinada visión religiosa. Tengamos o no esa visión, todos hemos tenido y tenemos esperanza.
(Ahora en Julio del 2021, releo este texto y me siento impulsado a insertar aquí al final un poema de Jorge Luis Borges que sirve de espléndido contrapunto a lo que aquí planteo, Aquí va:
RELIGIO MEDICI, 1643
Defiéndeme, Señor. (El vocativo / No implica a Nadie. Es sólo una palabra / De este ejercicio que el desgano labra / Y que en la tarde del temor escribo,) / Defiéndeme de mí. Ya lo dijeron / Montaigne y Browne y un español que ignoro; / Algo me queda aún de todo ese oro / Que mis ojos de sombra recogieron. / Defiéndeme, Señor, del impaciente / Apetito de ser mármol y olvido; / Defiéndeme de ser el que ya he sido, / El que ya he sido irreparablemente. / No de la espada o de la roja lanza / Defiéndeme, sino de la esperanza.