Oscar Tenreiro / 22 de octubre 2011
Voy una vez más hacia el tema ético. Pero no en términos generales sino más particulares, los que atañen a la responsabilidad personal. La que asumimos ante los demás, deteniéndome hoy en la que nos exigen nuestros pares, las personas que junto a uno se han comprometido con un oficio. Porque el conocimiento de una disciplina obliga a quien la ejerce a ser consecuente con el dominio que de ella tiene. El «ser profesional» exige una moral derivada del conocimiento.
Y hago esto movido por las recientes declaraciones del colega Ministro de la Cultura, Jefe de la Oficina de Proyectos especiales de la Presidencia, sobre obras a emprenderse en los terrenos del Aeropuerto de La Carlota. Sin olvidar lo que me ocupó la semana pasada, la construcción de la Sede del Museo Nacional de Arquitectura, y los planes de vivienda, también a cargo del Ministro, alimentados por la improvisación, alejados de todo diálogo disciplinario.
Destaqué la semana pasada el hecho de que el Proyecto del Museo se haya hecho a puertas cerradas sin que se conozca un Plan Maestro, alguna propuesta de espacio público para la Ave. Bolívar, sitio tan esencial. Se repite la historia del triste Museo Carlos Cruz Diez construido en tiempos políticos anteriores. Pero lo de La Carlota, evadiendo toda opción de participación colectiva en un lugar de tanta importancia, no revela más que arbitrariedad y arrogancia. Lo que en este caso se pretende hacer llega a unos niveles que no se han vivido en ningún país democrático del mundo en tiempos recientes: decidir en conciliábulo el destino del corazón de una capital.
Sé que ambos funcionarios hilarán discursos emparentados con aquello de que «dentro de la revolución todo, fuera de ella nada». Pero en la intimidad, en el recogimiento nocturno, se les despertarán dudas. Saben que esa frase es una defensa fútil que no elimina la pregunta personal. El Poder no ocultará el peso de saber que están traicionándose, que se acobardaron cuando debieron decir no. Su pasado los acusa y eso es difícil de manejar.
No hay regreso
Y no habrá rectificación, lo sabemos. Estamos acostumbrados a que así sea.
El mensaje tiene que ser entonces para quienes de buena fe contribuyen con su saber profesional en alguno de los niveles de ejecución de estos planes. Arquitectos que se han comprometido a hacer navegar ese barco. Sus jefes repiten la historia que a lo largo de sus vidas consideraron equivocada, y espero que los subordinados tengan la serenidad para rechazar la tentación que trae consigo el goce de sumergirse en los aspectos creativos de la disciplina, goce que no ocultará la carga negativa de contribuir a consolidar un error imperdonable.
Sabemos que en nuestro medio, los llamados de este tipo llevan a evocar a Villanueva y su servicio a una dictadura. Pero se olvida que se trataba de otro país, de otro mundo, y sobre todo, mejor no olvidarlo, de otra calidad profesional y humana. Hay distancias enormes y una que no puede olvidarse, porque resalta por encima de la ilusión de estar reeditando la experiencia de la Ciudad Universitaria o del Taller del Banco Obrero de los años cincuenta, es el pobrísimo panorama de los últimos doce años de acción del Estado en la ciudad. Pretender que en este momento se están abriendo expectativas que los hechos han refutado una y otra vez a lo largo de más de una década, es más bien tontería.
Y dejo claro lo evidente, el lugar común: el saber profesional es independiente de la calidad ética de quien lo pone a su servicio. Todos podemos ser útiles profesionalmente sin que eso implique aceptación del sistema de valores de quien demanda nuestro saber. Pero si se nos pide actuar a partir de decisiones que limitan abiertamente derechos de otros o en un contexto marcado por la intención de excluir todo debate, toda consideración abierta, se plantea un llamado a la conciencia personal. Ese es el límite final de lo que hoy planteo. Los ejecutores de un modo de hacer las cosas que sólo puede justificarse echando mano a simplezas ideológicas desde una posición de Poder no merecen ser ayudados.
Despedida provisional
Y culmino la página de hoy con una pequeña despedida. Así como inicialmente me dirigí al Director de este diario proponiéndole, pese a conocerlo poco, que me aceptara como colaborador semanal, del mismo modo hace un par de días le pedí que aceptara mi ausencia por un período mínimo de tres meses, tal vez extendible a seis. Y le pregunté si me recibiría de nuevo, a lo cual respondió positivamente, lo cual agradezco.
Me exigen este paréntesis varias cosas personales que vienen poco al caso. Estaré pues ausente un tiempo manteniéndome en mi blog www.oscartenreiro.com con la misma asiduidad, pero tal vez cubriendo un panorama un tanto diferente. Y volveré, así lo espero.
Y debo decir que me satisface que la última intervención de este período se dedique a señalar el tema de la responsabilidad personal. Desde mucho tiempo he pensado, y es una convicción que comparto con muchos, que todos los grandes temas colectivos nos terminan enfrentando a nuestra capacidad de respuesta individual, personal. Mi visión del movimiento de los Indignados, por ejemplo, al cual le he dedicado algunos comentarios, apunta a señalar que muy poco se va a lograr repitiendo consignas análogas a las de Mayo del 68. La indignación plantea sobre todo un llamado a cada quien, a cada persona. Pide ser exigente con lo que se consume, con el modo de proceder y apoyar, con lo que depende de nuestra aceptación. Pide una moral personal. Porque hay que indignarse con muchas cosas, no sólo con «los banqueros», «los políticos» o «los medios». Y eso requiere una visión profunda sobre lo que nos trasciende. El destino general depende de mi conducta. No de la de otros.