La semana pasada, el relato sobre mi reciente experiencia alemana me llevó hacia la enseñanza de la arquitectura, tema sobre el cual reincido hoy. Eso no quiere decir que tenga demasiada fe en que la formación de un arquitecto depende de la experiencia universitaria. Creo que de ella quedan algunas huellas que sin duda tienen significación, pero es lo que cada quien hace individualmente para profundizar en la disciplina una vez salido de la universidad lo que dice la última palabra. Uno se hace arquitecto progresivamente. Con lo cual vamos hacia lo que he recordado muchas veces, precisamente de Louis Kahn: la arquitectura es un arte de viejos. Una verdad a medias tal vez justificada porque las obras que lo hicieron famoso a él las construyó cuando tenía cerca de sesenta años o más; pero sea o no parcialmente cierta es una observación que recuerda que para ser arquitecto es fundamental la experiencia.
Y esa experiencia puede darse en muchas formas a lo largo de la vida. Puede darse sin que sea necesaria la estructura formal de una educación universitaria, como lo demuestra que dos de los arquitectos más importantes del siglo veinte, Frank Lloyd Wright y Le Corbusier, no pasaron por una escuela de arquitectura.
Y no quisieron relacionarse con ellas, habría que agregar. Wright creó su propia escuela en Taliesin (East y West), que no estoy seguro que en su momento tenía el reconocimiento oficial para conceder títulos de arquitecto; y Corbusier por su parte se mantuvo higiénicamente distante de las estructuras universitarias; y cuando se sintió impulsado a fijar posición sobre el tema escribió en 1957 su «Mensaje a los estudiantes de arquitectura». Un documento que no ha perdido el sentido original pese a los años transcurridos (fue escrito en 1957) porque más allá de particularidades pedagógicas hacía hincapié en principios que podíamos llamar éticos que tienen carácter permanente. Que no pueden pasarse por alto por más revisiones o intentos que se hagan para devaluar los principios de la modernidad. Ese documento esboza un marco ético para quien aspira a convertirse en arquitecto, lo cual me sigue pareciendo la condición más importante para persistir en el empeño de acercarse a la arquitectura.
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Mi referencia a la conversación con Jesús Tenreiro tiene mucho sentido porque Jesús fue (y de ello pueden dar fe muchos de quienes fueron sus estudiantes) un renovador de los principios pedagógicos que regían en nuestra Escuela. Por una parte, era capaz de utilizar cualquier recurso, guiado por su olfato acerca de los mecanismos de la psicología humana, para sembrar en el estudiante esa semilla que podía hacer germinar la pasión por la arquitectura. En segundo término, su diálogo a propósito de los ejercicios de Taller era cualquier cosa menos rutinario. Buscaba los ángulos más inusitados para el discurso, siempre para enriquecer la reflexión y estimular el diálogo entre estudiante y profesor.
Creo que en este terreno específico y muchos otros, lo que Jesús me dejó, tal vez sin proponérselo, tiene una dimensión invalorable como ampliación de mi modo de entender la docencia.
Y ahora, cuando quise extenderme un poco sobre lo de la semana anterior, vino a mí el recuerdo de esa conversación sostenida una tarde cualquiera en la que nos habló del «caldo». Nunca la olvidé y aquí la rememoro.
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Cuando hablo, como lo hago en la nota de hoy, de la idea del Museo Pedagógico de Mariano Picón Salas como Presidente designado del Inciba (Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes) a fines de 1964, no puedo evitar referirme a uno de los vicios más agudos de la muy imperfecta democracia venezolana nacida en Enero de 1958: el de la ausencia de continuidad en los proyectos de cualquier índole. A Picón Salas (1901-1965), muerto repentinamente el 1º de Enero de 1965, lo sucedió Simón Alberto Consalvi, y hasta donde se ha podido saber públicamente, Consalvi nunca se refirió a la necesidad de creación de ese Museo. Así que puede decirse, al igual que respecto a una enorme cantidad de iniciativas de ese tiempo venezolano, algunas muy interesantes, que el proyecto murió con la persona que lo concibió.
Conocí de ese proyecto por boca del mismo Picón Salas antes de asumir formalmente la presidencia del Inciba, en tiempos de mi matrimonio con Delia Picón Cento, su hija. Fui testigo de su compromiso e incluso entusiasmo por la idea, de la cual hablaba explayándose en el comentario. Fui pues en este caso testigo de primera mano tal como lo fui respecto al proyecto del Museo de la Historia Nacional en tiempos del primer período Presidencial de Rafael Caldera (1916-2009).
Me llamaron en 1972 a participar en el proyecto de recuperación de la zona donde se encuentra el llamado Helicoide, edificio comercial cuya estructura estaba abandonada en una colina de Caracas desde 1959. Se pensaba albergar allí a la Biblioteca Nacional de Venezuela, y como parte del mismo conjunto al Museo de Ciencia y Tecnología y al Museo Nacional de la Historia, este último una institución que el Presidente Rafael Caldera concebía siguiendo el modelo del Museo Nacional de la Historia que funcionaba en Berlín, vecino a la Isla de los Museos en la Avenida Unter den Linden. Institución creada por la República Democrática Alemana con la intención de afirmar y soportar la versión que pudiéramos llamar marxista, de la historia alemana, con énfasis en el siglo veinte.
Fui parte de un grupo que viajó a Berlín en Septiembre de 1972 para conocer el museo alemán y establecer en qué medida podía ser una referencia para lo que se deseaba hacer aquí. Se inició allí un trayecto largo y problemático que me permitió experimentar como arquitecto, por primera vez, el absurdo en que se mueven las cuestiones públicas en nuestro país. Todo terminó en ese olvido que denuncio; y las incidencias que lo rodearon fueron tan incomprensibles entonces como lo son hoy al recordarlas.
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Digo en la nota publicada que nuestras instituciones se limitan a sobrevivir. Con el riesgo de que esa vida mínima termine por quitarles todo empuje.
Algo de eso está ocurriendo con la Escuela donde me formé. En ella da la impresión de que prevalece el deseo de orientar los esfuerzos docentes hacia adentro, hacia un ámbito más confortable, alejado de controversias, definido por vinculaciones personales o coincidencias «ideológicas» de corte profesional. Con lo cual se olvida que una de las condiciones que la educación universitaria debe cumplir, es la de la vinculación con la realidad en la cual se da. Es por eso que la «vida hacia adentro» termina por darle un toque ajeno, como si se tratara de un mundo que muy poco tiene que decir para los de afuera.
Por otro lado, la carencia de recursos para su funcionamiento no sólo ha hecho que la sede donde funciona, la Ciudad Universitaria de Villanueva, parezca un escenario en decadencia donde el tiempo ha dejado una marca de abandono en todos los rincones, sino que en lo que se refiere a la gente que trabaja en ella, se ha venido imponiendo un talante burocrático y rutinario que está demasiado lejos de siquiera imaginar cómo darle forma al «caldo». Las autoridades, si es verdad que mantienen una mínima dignidad aderezada con cordialidad conservando las mejores intenciones, parecen estar en la peor de las condiciones para aspirar al dinamismo.
Mucho, por supuesto tiene que ver con el asedio perverso del régimen, pero una buena parte, mayor de la que se reconoce, debe atribuirse a la necesidad de renovar las estructuras universitarias. Eso es una necesidad. Y si saldremos, como saldremos, de la perversa componenda política que domina hoy a Venezuela para alcanzar una situación que nos abra a un futuro positivo, se impone seriamente asumir la tarea de modificar las estructuras universitarias.
Y entre otras cosas muy importantes, habrá que empezar por revisar las modalidades de elección de las autoridades para facilitar el acceso a esos niveles a personas que más allá de la seguridad burocrática estén dispuestas a actuar con decisión para superar el atraso y el estancamiento.
OTRA VEZ LA ENSEÑANZA
(Publicado en el diario TalCual de Caracas el 19 de Enero de 2013)
Oscar Tenreiro
Jesús Tenreiro (1936-2007), dijo una vez en mi presencia (y si mal no recuerdo en la del colega profesor Américo Faillace) que una de las cosas que más importaba en la docencia de nuestra disciplina era crear un ambiente donde la preocupación por la arquitectura, su presencia en ejemplos concretos, el debate sobre ella y sobre muchos otros aspectos de la cultura hasta crear un ambiente lleno de referencias capaces de disparar asociaciones en el estudiante, era la condición para que los ejercicios de prueba y error típicos del Taller (que como lo decía la semana pasada es el eje de la enseñanza en todas las escuelas del mundo) estuviesen informados, nutridos, con los mensajes derivados de las experiencias (en conversaciones, discusiones, exposiciones, oposiciones) que caracterizarían ese ambiente. Ayudaría a que los ejercicios dejaran de ser dardos lanzados a ciegas, para acercarse a un objetivo personal, a una imagen aunque fuese borrosa nacida de la capacidad individual para asimilar lo vivido. Usó Jesús esa vez la palabra «caldo». En ese «caldo» dinámico y rico en estímulos, transcurriría la vida del estudiante, ese seria el escenario de su formación.
Esa idea de que el estudiante se mueva en un ambiente en el que la arquitectura esté siempre como tema, me parece asunto fundamental que en nuestras Escuelas se da sólo parcialmente, o no se da en absoluto.
Y las razones son múltiples, casi todas asociadas a la crisis de identidad y el deterioro general de nuestras instituciones educativas. Crisis agravada en los últimos años por una especie de asalto por vías de presión y casi de extorsión, de parte del Régimen, que le niega todo a las instituciones más establecidas mientras hace patéticos esfuerzos muy mal dirigidos, por crear nuevas universidades controladas políticamente.
II
No está lejos el momento en el que esta actitud suicida con la educación de nivel superior, deba ser enfrentada y corregida, pero por lo pronto vale la pena ocuparnos del deber ser, de lo que podríamos esperar de nuestras Escuelas de Arquitectura de mayor tradición.
Me viene a la memoria la idea que tuvo Mariano Picón Salas como primer Director del Inciba (Instituto de Cultura y Bellas Artes) de crear un Museo Pedagógico que el definía como un lugar donde pese a no contar con obras originales, quien lo visitara podía tener acceso a información muy completa mediante reproducciones, grabaciones, material gráfico en general y cualquier otro recurso técnico de esos años (Picón Salas murió en 1965) respecto al Arte y la Cultura universales. Era una idea que hoy en día se revela como mucho más atractiva si pensamos en el desarrollo de los medios audiovisuales e informáticos. Análoga a la que unos años más tarde tuvo el Presidente Caldera cuando pensó en crear el Museo Nacional de la Historia, también básicamente apoyado por los recursos tecnológicos, siguiendo el modelo alemán (Museum für Deutsche Geschichte) de tiempos de la RDA, el cual continuó su función después de la caída del Muro en su sede en Berlín-Unter den Linden, remozada y ampliada según proyecto de I.M. Pei. Una continuidad (ahora se llama Deutsches Historisches Museum) que habla a favor de la estabilidad institucional frente a lo político.
III
En resumen, concibo esa Escuela de Arquitectura ideal como un lugar análogo al propuesto por Picón-Salas, un sitio en el cual el estudiante es objetivo de múltiples estímulos para impulsarlo a conocer la arquitectura universal, la presente y la del pasado, incluyendo referencias constantes al arte en general, mientras que de manera sistemática se lo confronta con eventos diversos en los que el tema fundamental es la ciudad y su arquitectura. La diferencia con un Museo sería sobre todo la presencia tutelar del cuerpo docente, constituido en lo posible por personas capaces de darle forma y contenido a ese espacio de confrontación e información (el caldo), cumpliendo el papel de promotores y animadores apasionados de la disciplina, porque, precisamente, pasión por la arquitectura era un requisito que Jesús Tenreiro exigía en profesores y estudiantes. Se daría así además una diferencia cualitativa importante porque la búsqueda de información del estudiante no estaría regida por impulsos o preferencias ocasionales como las que se dan en una típica navegación individual, sino que serían parte de un programa docente vinculado a los ejercicios de prueba y error del Taller.
Si en general es difícil acercarse a ese modelo, las Escuelas de Arquitectura del mundo desarrollado tienen la ventaja de ser beneficiarias del alto nivel de desarrollo de la universidades que las albergan y sobre todo de sus bibliotecas, verdaderos Centros de Información. La de la Universidad de Columbia en Nueva York, por ejemplo, es la más importante del mundo en Arquitectura, con lo cual el estudiante tiene en la puerta de al lado los más completos recursos, aparte de que esa Facultad programa de modo habitual eventos de muy alto nivel que le imprimen un dinamismo muy cercano al que podría aspirarse idealmente.
Pero entre nosotros la situación es desalentadora. La crisis de asedio económico impuesta por el Régimen ha disminuido radicalmente los recursos educativos derivados de la tecnología de la información, incluyendo los tradicionales (libros, revistas). A la vez, la población profesoral ha ido disminuyendo. Y a consecuencias de la situación general pareciera que los impulsos de actualización han sido postergados o reducidos al mínimo, dando la impresión de que se sobrevive.
Y nada tiene de extraño porque en muchos aspectos es eso lo que viene ocurriendo en el mundo institucional venezolano: se sobrevive. Así de simple.