ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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La muerte de alguien cercano, aparte del dolor que causa, puede sentirse, se sea o no creyente, como si se tratase de una advertencia que se nos hace, de una llamada.

Cuando se trata como en el caso venezolano de un líder político que ha copado la escena durante más de una década puede pasar lo mismo, puede ayudar a disparar la reflexión, impulsarnos a dar una mirada sobre lo que fue la vida de quien se ausentó y el modo como nos marcó, condicionó la nuestra.

Nunca me gustó aludir por su nombre a esa figura que estaba como suspendida sobre todo acontecimiento aquí. Prefería usar el de su «persona», de su máscara, de su rol público. Lo llamé el Líder, el Gran Conductor, el Jefe, etc. porque no quería repetir su miles de veces repetido nombre de bautismo. Me parecía un peso incómodo que alejaba la serenidad y convirtió a una sociedad frágil y desestructurada, sin instituciones, donde ha reinado casi siempre lo improvisado, que busca su camino a tumbos, en una suerte de terreno de pruebas en el cual lo único que importaba eran sus designios. Hizo de Venezuela un espacio que difícilmente podía llamarse una nación, tan a su merced estaba, evocando situaciones parecidas a las de otras tierras en donde también hombres dotados para la seducción manejaron el Poder a su antojo. Pero en esos casos había, aparte del mundo artificial que crearon esos Líderes, una cultura fuerte que permitió recomponer las cosas. Aquí la precariedad de toda tradición hará esa tarea mucho más difícil. Y si, tal como me comentaba de cuando en cuando un amigo cercano que decidió sumarse a lo que el Ausente proponía y hoy está en las alturas del Poder, los partidos del pasado «habían hecho un enorme daño a Venezuela», el daño que dejará como herencia el Ausente abruma por su dimensión y su posible profundidad. Y digo «posible» con esperanza, alimentando el deseo de que toda la carga debida al manejo abrumador de medios de comunicación, de dinero, de triquiñuelas para controlar la adhesión, no haya llegado hasta las profundidades de la psique colectiva. No sé si tendré razón.

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Cuando hace un cierto tiempo murió el Líder de Corea del Norte Kim Jong Il, sorprendieron al mundo las escenas que mostraban a la gente llorando en las calles casi como si se tratase de una obligación. En algunos casos el asunto resultaba tan desagradable por lo exagerado que podía pensarse que se trataba de un tipo de histeria colectiva.

Sin que se llegara a esos extremos y admitiendo que en muchos casos el cortejo fúnebre de ayer en Caracas expresaba un dolor popular sincero por parte de muchos, el tono teatral y exageradamente solemne de los más conspicuos personajes del Poder mostraba rasgos análogos a los del cortejo del lejano país asiático, subrayando el carácter de lo que ha venido ocurriendo en Venezuela. Acentuado por ejemplo con la disposición de prohibir oficialmente cualquier tipo de celebración, quedando a cargo de miembros de las Fuerzas Armadas la labor de hacer contacto con todas las casas de festejos para que cerraran sus puertas. Una actuación dictatorial más, porque si se pudiera pedir una lógica discreción en las celebraciones privadas con el fin de no herir susceptibilidades, imponerlo a través de la ingerencia militar es represión pura.

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Si una persona del mundo intelectual conociese aunque sea superficialmente lo que ha venido pasando en Venezuela, sería difícil de entender que lo juzgue con benevolencia. A menos que piense, como parece ser el caso de muchos, que los derechos humanos y las reglas democráticas son asuntos que carecen de importancia para el desarrollo de una sociedad como la nuestra. Y sostener eso en el mundo de hoy, en nombre de un supuesto avance social, es una muestra de pobreza intelectual, no importa cuales sean los títulos de quien lo sostiene. O carencia de honestidad, porque a partir de sus simpatías deja de exigir aquí lo que le parece esencial en su propio medio.

Es eso lo que lleva a muchos ciudadanos del mundo central a rendirse de admiración ante cualquier caudillo que presuma de redentor de los pobres y se convierta, como complemento, en enemigo del «imperialismo norteamericano». Ya no le exigen más, y cuando tienen oportunidad, por ejemplo en una ocasión como ésta, de decir lo que piensan sobre él, se dedican como lo hizo el ex-presidente norteamericano Jimmy Carter a caracterizarlo con una generosidad que le niegan, porque no los conocen, a los dirigentes democráticos de nuestros países que han luchado desde el sacrificio personal.

Tal visión de lo político es de raigambre racista, y pese a haber sido repetidamente denunciada sigue presente. Es lo que todavía le confiere prestigio a la Revolución Cubana.

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Las entrañas corruptas y oscuras de todas las dictaduras en los países europeos han terminado siempre por descubrirse y documentarse porque en esos países se exigen registros de lo que se hace; y a pesar de las destrucciones masivas de papeles comprometedores en tiempos de derrumbe, han podido seguirse rastros de las peores cosas. Los aspectos más abyectos de la Stasi, la policía política de la DDR alemana se han conocido, así como se ha podido conocer mucho de lo ocurrido en los campos de concentración nazis. Pero en países como el nuestro eso nunca será posible. Nunca sabremos por ejemplo, porque en ello además está comprometido el férreo secreto de los servicios de inteligencia cubanos, las circunstancias de la enfermedad y muerte de quien fue nuestro Presidente, así como jamás podremos tener claros los detalles de los manejos y triquiñuelas de todo tipo (incluyendo las electorales) de lo que ha sucedido en Venezuela en los últimos catorce años. Las corruptelas que se comentan por todas partes quedarán impunes, así como quedarán sin castigo los delitos administrativos vinculados al despilfarro, que ha sido escandaloso y ha enriquecido a muchísimos.

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Un comentario especial lo merece, otra vez, la actitud de los dirigentes latinoamericanos. No ha bastado la inaceptable ingerencia de los presidentes amigos personales del fallecido con sus comentarios directamente políticos sino que han abundado declaraciones típicas de la ocasión pero que sin embargo incurren en la tentación de decir más de lo que deben, impulsados por la idea, muy descaminada pero persistente, de que el apoyo del pueblo venezolano hacia el Ausente es abrumador. Desconocen la realidad o quieren desconocerla para ceder al eterno chantaje del populismo que considera siempre «políticamente correcto» ver con benevolencia toda situación que reviva los viejos esquemas del izquierdismo latinoamericano. Hasta el presidente Piñera, hombre de la derecha chilena, comete el exabrupto de invitar a la hija del demócrata Salvador Allende a rendirle homenaje aquí a un autoritario negador de la democracia. Eso aparte de que la ex-presidenta Bachelet le parece necesario hablar del fallecido como «su gran amigo» cosa que, si fuese verdad descalificaría sus convicciones democráticas. Es un desconocimiento escandaloso que contrasta con la agudeza bien documentada de otro chileno, Fernando Mires, y un mexicano como Henrique Krauze. Este último habla hoy 7 de Marzo en El País de Madrid sobre el duelo venezolano describiendo de la manera más completa el enorme peso muerto que le dejan a nuestro país los últimos catorce años de «delirio de Poder».

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Y ahora nos espera un tiempo en el cual la teatralidad y el empaque de ocasión para dejar claro que quien habla o actúa públicamente es el heredero más auténtico, más fiel al estilo y los dogmas del Ausente, se convertirán en asunto de cada día. La amenaza más aguda que nos corresponderá sufrir es la de las interpretaciones desordenadas o impulsivas de «lo que hubiera deseado el gran Líder». Abundarán y tenderán a ser cada vez más destempladas y extremas porque será el único medio para que el funcionario que se pronuncia en público se legitime como auténtico seguidor.

UN NUEVO CAPÍTULO
(publicado en el diario TalCual de Caracas, el 9 de Marzo de 2013)
Oscar Tenreiro

Un joven alemán que vivió aquí y se dejó tocar por nuestro mundo, me escribe, muy alemanamente, una línea: les deseo un nuevo capítulo.

Esa mínima expresión de esperanza hacia lo nuevo me abre un espacio para escribir algo acorde con este momento venezolano. Y me activa el recuerdo.

Conviví en amistad que me pareció completa y estimulante, con gentes que de modo casi repentino se situaron en un territorio no sólo distinto sino opuesto al que favoreció nuestra convivencia. Se comprometieron con un proyecto político que impulsó a olvidar la historia personal. La gente en general, acostumbrada en una sociedad como la nuestra a atribuir toda conducta al beneficio personal, tendió a calificar ese distanciamiento como producto de una búsqueda de beneficios económicos a costa del Poder, como se estila en nuestro país. Yo nunca lo hice. Acepto que así fue en algunos casos, pero en general, entre aquellos que se entregaron a una militancia apasionada prevalecía la motivación ética o moral.

Una mirada honesta que prescindió sin embargo de la necesidad de entender la propia historia, que está, como lo sabemos de cada historia personal, determinada, influida, por la historia colectiva.
Esa experiencia personal ha sido análoga a la que ha afectado a muchos venezolanos que buscaban una salida para la trabazón política del inmediato pasado, una situación que había congelado el indispensable proceso de perfeccionamiento de toda democracia.

Pero ¿qué ha pasado con las aspiraciones de quienes decidieron adherirse a lo que comenzó con el acceso al poder del Líder que ya no está?
No todos fueron afectados del mismo modo. Algunos, pocos, pasaron a convertirse en factores importantes de Poder a partir de su relación personal y hasta podría decirse sentimental con el hoy ausente. A otros el novedoso panorama les ofrecía un territorio para llenar viejas aspiraciones. Otros veían realizar con lo que iba ocurriendo, expectativas ideológicas preteridas, relegadas ante la imposibilidad de superar la trabazón que he mencionado. Y otros, pocos, por las peores razones; de esos no hablo. Pero todos terminaron actuando, y quiero ocuparme aquí de ello, de un modo que, como decía más arriba, prescinde, o coloca en segundo plano la historia personal anterior.

Eso lo revela su modo de ver a los que antes frecuentaban, que pasaron a ser los demás desde la polarización impuesta por la ficción revolucionaria. Habiéndose alterado los marcos de referencia que orientaban su visión de las cosas, juzgaron a los que habían sido cercanos como parte de una derecha reaccionaria, herederos de viejos privilegios. O como gentes movidas por el odio, cuando en realidad el infundir odio fue arma preferida de quien admiraban. Y para ser consecuentes con ese distanciamiento, alejaron de sí las aspiraciones compartidas. Vivieron además el mandato que el Poder autocrático impone a quien participa de él: defenderlo siempre y dejar de lado todo punto de vista personal.

Pero estamos en un punto de inflexión y puede tener sentido reflexionar sobre el camino que deberán tomar las cosas. Llamo a reconocer el valor que en todo ser humano tiene la historia personal. Invoco lo mejor en cada uno para abrir, efectivamente, un nuevo capítulo. Y para ello debemos actuar por sobre la ideología y observando lo vivido.

II
Porque no vale la pena continuar esta especie de irrealidad que ha sido nuestro escenario. La muy modesta escala de las realizaciones de estos pasados catorce años en casi todos los órdenes lo hace evidente, incluyendo en primer término el perfeccionamiento democrático que se archivó como si se tratase de una concesión al enemigo. Golpea darse cuenta de la enorme cantidad de iniciativas olvidadas o interrumpidas, sobre todo si se contrastan con el río de palabras justificativas y el despilfarro de recursos. La estrategia de la confrontación ha permitido sostener el Poder, pero ha relegado las realizaciones y ha hecho a Venezuela más dependiente que nunca de la renta petrolera, además de dividir al país entre buenos y malos. Una comprobación objetiva que tendría que ser razón importante para proponer una nueva manera de actuación pública. El camino de la confrontación ha fracasado, de ello hay claras pruebas.

El escenario que se ha montado a raíz de la pérdida del Líder es de por sí una llamada a reflexionar a fondo. Se pretende construir al mejor estilo de los regímenes más cerrados de la historia una superestructura ideológica basada en el apego a las intenciones del Ausente. Se busca erigir un culto post-mortem que puede llegar a ser tan dañino como el que hasta ahora venía siendo el único elemento aglomerante de un régimen que olvidó sus originales intenciones. Y no va a lograr imprimirle coherencia el simple alegato de que se trata de continuar un pensamiento porque en definitiva más que pensamiento lo que le venía dando sentido a la acción política de todo el aparato del Estado era un impulso vital personal, el de una persona que ya no está.

No se trata de participar o no del dolor de una pérdida; para los venezolanos en general se trata de examinar el sentido de un modo de vivir el Poder y decidir si el mensaje póstumo de quien escogió esa vía es el de continuar la división y el desencuentro. Preguntarse si tuvo sentido dedicarle tanta energía a un propósito que es en sí mismo negativo. Promover la desunión no puede ser un objetivo político. Se puede y se ha utilizado siempre como medio, como triquiñuela, como atajo, pero nunca como principio ético, como regla del proceder. La transparencia, el deseo de ir juntos tiene que derrotar ese propósito. Estoy convencido que ese el más duradero mensaje de lo que hoy nos acontece.