Le he dado vueltas en mis escritos semanales al tema de la transformación de las personas producida por el acceso al Poder. Lo he hecho porque para mí esa experiencia ha tenido un contenido muy personal que me ha obligado a considerarla, reflexionar sobre ella una y otra vez. Y como veo lo que ocurre aquí como algo que compromete, intento comunicar a los demás lo aprendido, a viva voz. Y como siempre, espero que aquellos que en cierto modo se han dejado llevar por el río de los acontecimientos dediquen unos minutos a esa reflexión.
La semana pasada por ejemplo la dediqué a hacer énfasis en la historia personal de cada quien porque esa historia nos habla de cerca. Lo vivido nos lleva a lo providencial en el sentido más amplio del término, que nace de una perspectiva religiosa pero puede abarcar también el punto de vista secular como devenir, como conciencia de haber vivido. Vivido algunas cosas, por algunas razones.
Invito además a pensar más allá de los obstáculos.
Y es que la situación política actual venezolana, habiendo nacido de condiciones locales relativamente ingenuas en cuanto a las ataduras ideológicas que la determinaron, fue derivando hasta convertirse en parte activa del sistema de mitos de nuestro tiempo histórico, y los mitos a menudo son obstáculos. Se hicieron también presentes superestructuras de pensamiento que han terminado (lo hemos visto ocurrir progresivamente con estupor) por avasallarlo todo y ejercer un peso definitivo y perverso (perverso en cuanto apagaron la transparencia y la capacidad de pensar de modo autónomo) en las personas que se sumaron a ella y han venido haciendo usufructo de sus beneficios y privilegios.
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Insisto en que lo que estamos viviendo llama a no perder la capacidad de ejercer el pensamiento autónomo, personal. Protegerlo de los pesos ideológicos que, como acabo de decir, han venido haciéndose característicos aquí, un medio donde en los años anteriores había predominado la indiferencia, de vivir sin ir al fondo, que caracteriza al venezolano promedio.
Una clave importante para ir en esa dirección es observar por ejemplo el camino psicológico recorrido por quienes hemos conocido de cerca, hoy muy alejados de virtudes que estimularon nuestro contacto personal. Por ejemplo de una cierta modestia auto-impuesta que atendía a las mayores sutilezas para no violentar los límites de la amistad o de las relaciones humanas y familiares. O del esfuerzo por comprender los motivos del otro. El que veamos a esa persona cercana aparentemente convertida en su opuesto, trasciende lo íntimo para enseñarnos algo. La psique humana es compleja, pero si entendiésemos esa transformación despojándola de toda connotación negativa hasta verla como una opción, estamos obligados sin embargo a pensar por nosotros mismos y ver si nos corresponde diferenciarnos de ella.
En este momento venezolano ese ejercicio es imprescindible, lo que se juega a partir de nuestras decisiones personales en la esfera pública, lo digo de nuevo, es grave.
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Voy a Robert Musil (1880-1942) en sus Diarios, en tiempo de los nazis: «Hay que tratar de comprender los elementos del nacionalsocialismo. Entre éstos: Que quien aterroriza a otros es, él mismo, un demócrata».
Esta clarísima analogía entre lo que imperó en un país europeo que se destruyó y destruyó a otros, ¿no puede tocar nuestra capacidad de pensar? ¿No puede llevarnos a hacer preguntas importantes?
¿Por qué habría de sentirse uno intimidado por el Poder? ¿Por qué debe aceptarse que un Poder público cuya finalidad, según quienes lo ejercen hoy, es liberadora del hombre, sea visto como una amenaza, como una fuerza que oprime y está, por decirlo así, siempre al acecho? ¿Por qué un amor a los pobres, pregonado una y otra vez y afirmado en frases del más intenso sentimentalismo por los que estuvieron cercanos al Ausente, es vivido por millones de venezolanos, muchísimos siendo pobres, como una sombra que agrede y amenaza? ¿Qué clase de Poder es ese?
La frase de Musil explica la contradicción insalvable del autoritarismo: pretender que las virtudes de su mensaje lo relevan de la coherencia. Que se puede decir algo que no se es, que el ejemplo no importa, que las palabras pronunciadas desde las alturas son suficientes para la propia justificación.
Para el autoritario la transparencia no es un requisito. Para el demócrata sí. Sobre todo en el mundo de hoy, cuando cada vez es más importante que los hombres públicos sean ejemplo en el terreno ético e incluso el de la moral personal.
Y desde el Poder político en la Venezuela reciente se le ha quitado toda importancia a esa necesidad de coherencia. Cada personaje público importante se arropa con su condición revolucionaria y desdeña toda necesidad de justificación o explicación
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Digo gravedad cuando aludo al momento venezolano porque ya no se trata del Poder absoluto, ejercido sin embargo por quien vivió su existencia entregado a una visión de su responsabilidad y corrió por ello riesgos en los que se puso a prueba su temple, sino de la posibilidad cierta de entregárselo a una camarilla cuyo principal mérito ha sido seguir, en muchos casos irreflexivamente, al Ausente. Una camarilla que pretende heredar condiciones morales y que sin embargo se revela como manipuladora y capaz de querer silenciar la disidencia sin oponer otra razón que su herencia, a base de amenazas de violencia. Gentes además acusadas por propios y extraños de ladrones del tesoro publico escudados en su lealtad revolucionaria. Gente que ha mentido descaradamente para reforzar su poder. De ello hay abundantísimos testimonios.
Entonces ¿por qué no pedir reflexión y rectificación de rumbos?
Aparte de lo ya dicho queda un tema de enorme peso. ¿Puede verse con simpatía la evidente tutela que la Nomenklatura cubana ejerce sobre la camarilla que aspira al Poder? ¿Nos resignaremos a estar definitivamente sujetos a la dictadura más persistente del planeta, responsable de reducir un país al silencio y la pasividad?
ALGUNAS COSAS SOBRE EL PODER
Oscar Tenreiro
Muchas veces me he ocupado aquí del tema del Poder y su influencia en las personas que lo ejercen. No es extraño porque la capacidad de transformación del Poder sobre el poderoso puede ser tan radical como inexplicable y en Venezuela las incidencias de los últimos años nos han hecho cercano y hasta cotidiano este fenómeno. Y cuando, como en los últimos años, quien concedía el acceso al Poder era un solo hombre que no sólo lo monopolizaba hasta un grado que, precisamente, lo transformó, sino que lo distribuía según la adoración que se le rindiese a él y a sus designios, se han hecho demasiado numerosos los casos de quienes dejaron atrás su condición de gentes que se justificaban con sus pares y caminaban con ellos en la búsqueda de objetivos comunes, para convertirse en protagonistas de un modo de actuar arrogante, satisfecho de su posición de privilegio y de un supuesto contacto con algo así como la única posible sabiduría (la revolucionaria). Y lo que es peor, se transformaron en entusiastas mensajeros de los méritos de quien les dio acceso a su repentina elevación a las alturas. Porque donde inmediatamente se muestra en una persona la condición autoritaria asociada al envenenamiento por el orgullo, es cuando, primero acepta, después exige y en último término convierte en doctrina, el que lo adoren y le rindan tributo como si fuese un elegido.
Seréis como Dioses le dice la serpiente a Eva en el Paraíso (Gn 3,5), tentación primordial que nos asoma a esa transformación: es la promesa de Poder la que impulsa a transgredir un límite, una prohibición, comenzando con ello un cambio fundado en el orgullo, en el deseo de sentirse superior. Deseo humano, demasiado humano.
La vida constantemente nos acerca a esa difícil verdad. Todos hemos experimentado la sorpresa de ver que el acceso al dinero, al éxito, a la notoriedad, al poder político o social, en cierto modo oculta las virtudes que admirábamos en el amigo o en el simple conocido. Y a veces las borra de modo definitivo.
II
Pero hablaba del culto a quien dispensa Poder, ya no de parte del humilde que agradece en forma desmedida tal vez a causa de haber sido víctima de pasadas humillaciones, sino de aquel que ha sido elevado. Un agradecido demasiado ruidoso, demasiado obligado a ensalzar a quien lo elevó despierta siempre sospechas sobre las que bastante se ha escrito. Pero en un contexto autoritario se exige que así sea. Y se forman así verdaderos coros de favorecidos que se dedican a ensalzar al dispensador de Poder, quien como decía más arriba, además lo exige. Es para cada uno imprescindible sumarse al coro. Lo venimos viendo aquí desde hace ya años.
Y cuando el favorecedor se ha convertido en Ausente, ¿quién se hace más voces de sus excelsos méritos? ¿Quien se siente verdadero representante de un legado? Cada quien luchará por serlo. Signo inconfundible de la antidemocracia, porque un legado democrático exige sobriedad y contención.
Es claro entonces que quien ha sido llevado por un golpe de la mano desde la tranquilidad cotidiana hasta ser, él mismo, dueño de una parcela de Poder que administra a su entera voluntad, puede sucumbir a ese juego. Puede hacerse otro. Tiene que hacerse otro porque esa es la condición que se le exige a todo servidor de un autócrata. Carl Gustav Jung lo explica con su concepto de persona, en su obra «Tipos Psicológicos»: Mediante su identificación más o menos completa con la actitud adoptada … engaña cuando menos a los demás, y a menudo se engaña también a sí mismo, en lo que respecta a su carácter real. Se pone una máscara, de la que sabe que corresponde, de un lado, a sus intenciones, y de otro a las exigencias y opiniones de su ambiente…. A esa máscara, es decir, a la actitud adoptada ad-hoc, yo la llamo persona. Con ese término se designaba la máscara que en la Antigüedad llevaban puesta los actores teatrales.
III
Farruco Sesto, actual Ministro de Estado para la Transformación Revolucionaria de Caracas, publicó lo que sigue en El Diario de Caracas, el 8 de Enero de 1991.
«Partamos de un axioma: nuestro país no ha conocido hasta ahora una situación de plenitud democrática en la vida de sus instituciones. Es difícil que en ellas tenga prioridad el análisis despierto de los problemas y la libre discusión de las soluciones. Falta democracia, creo yo. Pero también se puede decir que falta nobleza. Siempre algún rasgo autocrático del funcionario de turno, en cualquier instancia, sobrenada sobre los intereses profundos y los objetivos de la institución. Como decía un amigo, la idea de autoridades se impone sobre la autoridad de la idea.
La intuición y el contacto amplio con la vida ciudadana, nos hace pensar que ello es así en todas las instituciones. Pero es nuestra condición activa de arquitectos la que nos dice que, al menos en lo que respecta a las obras públicas, no hay lugar a dudas. Aquí la autocracia, barata autocracia, inculta autocracia, de los funcionarios, se impone sobre cualquier idea que roce de lejos un planteamiento cultural. Que en las obras públicas no sólo no ha entrado en la cabeza de los funcionarios. Que hay algo más. Que la arquitectura es cultura y que la ciudad es el más importante objetivo cultural de la sociedad, todavía no ha podido ser entendido, ni mucho menos asumido, por los funcionarios de Obras Públicas.
No importa que incluso a veces tales funcionarios sean arquitectos. No hay manera. Es algo que, definitivamente, parece responder a la desviación populista, partidista y autoritaria, de las instituciones.
De tal manera que, a mi juicio, la dramática necesidad de nuevas políticas en materia de obras públicas es un elemento más del grave problema democrático».
Es una toma de posición que en su momento compartimos sin reservas y que quisiéramos ver facilitada por una opción política que supere lo que hoy vivimos.