Podría sentirme deprimido hoy pero no lo estoy. Lo estuve por unos momentos, lo reconozco, cuando una vez más la arrogancia antidemocrática y falaz del Poder Electoral venezolano se mostró ante todos nosotros en la persona de su Presidenta, un personaje que se cree portador de un estandarte revolucionario que la autoriza a desdeñar y eventualmente, viendo hacia otro lado, permitir que se manipulen los procesos democráticos en una sociedad que, una vez más, da pruebas de la solidez de su deseo de democracia.
Pero hoy mi ánimo es distinto. Tengo la seguridad de que pese a todas las dificultades finalmente se impondrá la voluntad de un pueblo cuyos dirigentes van aprendiendo de sus errores. Y eso me contenta.
Lo que hemos venido viviendo me ha separado por un tiempo, por este tiempo, de mis reflexiones desde la arquitectura para ir hacia otras de orden más general. Nada de lo que vamos viviendo aquí tiene conexión directa con asuntos específicos del debate arquitectónico como los que hoy se ventilan. Y sin embargo, en todo lo que me preocupa está la arquitectura presente. Porque sin democracia hoy, no puede haber una arquitectura auténtica, de raíces profundas, de válidas credenciales para convertirse en patrimonio cultural. No me siento inclinado a justificar esta última frase, pero baste recordar cómo los logros más notorios de la arquitectura en tiempos dictatoriales europeos o americanos fueron en cierto modo excepciones a una regla que prescribía que la arquitectura de las instituciones estuviese en manos de los mediocres aquiescentes. Villanueva en Venezuela fue una excepción y hay que forzar las cosas para pretender que en su tiempo quienes contaron con el apoyo directo del Dictador hicieron algo que siquiera de lejos pudiera acercarse al valor de sus mejores cosas. Y Villanueva estaba ya en sus responsabilidades de la Ciudad Universitaria cuando el Dictador se instaló. Lo dejó allí, eso fue todo, no lo promovió ni convirtió en su arquitecto de confianza.
Por otra parte, no puede olvidarse que la arquitectura institucional está en manos del Estado venezolano de modo avasallante. No sólo porque somos un petroestado, como he dicho decenas de veces, sino porque nuestras instituciones privadas son enormemente frágiles. Es imposible pues pensar que sin una apertura democrática de la acción del Estado venezolano que abra espacios para la expresión del valor personal y colectivo, puedan florecer aportes arquitectónicos de validez cultural significativa. O que se produzca una constelación de aportes que pueda ser considerada un «Movimiento».
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Así pues que rescatar la democracia es prioritario y obliga al compromiso político no necesariamente en términos de partidos sino en el de perfeccionamiento. Algo que, por cierto, me parece que se escapa con demasiada frecuencia de quienes en los países centrales manifiestan su desencanto con el acontecer que los afecta.
Lo nuestro no es sentarnos en una plaza a vocear consignas y luego en la noche sumarnos a una marcha por discotecas y bares, siempre que no hayamos sido maltratados por la policía en cuyo caso se abrirá un juicio o una investigación. No, los jóvenes de aquí pueden estarse jugando la vida si en el curso de la protesta se cruzan con una banda de motorizados armados por el gobierno que deciden apuntar en vez de disparar al aire. Y cuando van camino a casa puede ser la delincuencia común quien los secuestre o asesine. El Ausente condecoró en cadena nacional a quien ejercía la violencia armada en la Ciudad Universitaria de Caracas y ordenaba enfurecido que gasearan a manifestantes. Esos eran sus ejemplos, sus referencias. Así que los muertos de estos últimos días pueden perfectamente ser producto de esas bandas porque la oposición no tiene acceso libre a las armas ni impunidad total para usarlas como sí lo tienen los «colectivos» afines al gobierno.
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Los abusos del Poder Electoral venezolano y de las falanges agitadoras de los partidarios oficialistas son de tal calibre que en un país democrático hubieran suscitado una revuelta general de enormes repercusiones. Que eso no se reconozca sin excusas en el mundo es indignante. Y sólo ayuda a atenuar la rabia algún artículo en diarios importantes como uno de Luis Prado en El País de Madrid hace un par de días ( del 16 o 17 de Abril) y un editorial muy certero del Washington Post del día de hoy 18 (*). Aplaude uno a El País pese a sus anteriores silencios; mientras llama la atención que sea un diario del «Imperio» el que tenga la claridad informativa para pronunciarse sobre una realidad absolutamente evidente surgida en los últimos meses venezolanos.
Lo cual contrasta con la lamentable escena de los Presidentes latinoamericanos o la de algunas cancillerías europeas. Lo de España por ejemplo hace hervir la sangre: el Ministro de Exteriores hace una declaración a favor del recuento de votos y ante la reacción destemplada del Ilegítimo y de su Ministro de Relaciones Exteriores que tiene historial de vándalo urbano, se retractan como unas doncellas descubiertas en algo pecaminoso. Y el ex-presidente Lula de Brasil tiene la audacia irresponsable de elogiar a Maduro antes y hasta después de unas elecciones enteramente plagadas de problemas, mientras que Dilma Russef llama para decir «que la lucha continúa». ¿Cual lucha, demonios? ¿La de acabar con los últimos vestigios de democracia aquí? ¿Importan tanto para Brasil (así como para España) los contratos en dólares? Sí, es indignante, como también lo es la complacencia de Piñera (¿que es lo que pasa con los chilenos, por Dios?), la típica «neutralidad» bogotana de Santos y la siempre acartonada fidelidad al Ausente de la «vieja peor que el tuerto» definición muy curiosa de la Presidenta Argentina que propuso al mundo entero el meritorio Presidente de Uruguay. Sin que hablemos por supuesto de Correa que afortunadamente desde Ecuador apoyó lo del recuento. Sólo falta que Peña Nieto también se sume al ágape en favor del Ilegítimo para ser fiel a la tradición del PRI en el ejercicio del Poder que llevó hace años a Vargas Llosa a calificar la hegemonía de ese partido como «la dictadura perfecta».
Y no sigo detallando. Qué espectáculo, es lo que puede decirse. Cómo se ha apagado la calidad humana y sobre todo política de quienes dirigen los destinos de nuestro continente.
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Ya desde la próxima semana, supongo que regresaré a los temas habituales. No sé cual será el curso de los acontecimientos pero me temo que no habrá recuento y será necesario pensar bien los próximos pasos. Para mí como para muchos, será imposible pasar por alto la ilegitimidad de toda la estructura del poder político venezolano. Como digo en la nota de TalCual, se ha declarado ya aquí una Dictadura. Eso más que motivo de tristeza es motivo de rabia, De la rabia de mucha gente. Ya se verá hacia donde puede conducirse para que se exprese de modo positivo. Y mientras tanto pienso que lo que aquí ha hecho el pueblo democrático tiene rango de ejemplo universal. Eso me contenta.
PARA VIEJOS AMIGOS JÓVENES, DE NUEVO.
(Publicado en el diario TalCual de Caracas el 20 de Abril de 2013)
Oscar Tenreiro
Insisto en dirigirme a ustedes. Fui su profesor y después su amigo. Compartimos una amistad que más allá de las asimetrías de la edad se afirmó en una ética compartida.
Cuando el anunciado cambio político apenas despuntaba se agudizaron diferencias. A varios de los amigos comunes, parte importante de nuestro esfuerzo docente, sus simpatías los acercaron al Poder. Progresivamente se acentuaron las distancias. Ustedes se alinearon de aquel lado.
Pero aún faltaban en la escena del nuevo Poder las piezas que completaron su imagen actual. Se exageró la figura de una persona que fue abandonando los principios democráticos que decía defender. Reinó, dispensó favores, confirió prestigios, facilitó el acceso a riquezas y a múltiples caminos para lograrla. Despreció la disidencia y fabricó una estrategia contradictoria para alcanzar fines últimos hoy más distantes que nunca, Y también consolidó su poder, el culto a su persona. Y en algunos casos, tal vez en el espacio en el que ustedes están, dejó actuar, dejó hacer en el buen sentido.
Lo más problemático: hizo de Cuba un ejemplo, se asoció al mito de la revolución marxista.. Una fabricación confusa, de fisonomía alejada de la realidad venezolana, dibujada a tientas, contando para ello con el apoyo de todo aquel que se sintió poseído de un fervor que se hizo fanático al transformarse la adhesión en secta salvadora (lean el artículo reciente de Franzel Delgado Senior). Fervor que lleva a no discernir entre lo vulgar y lo valioso, que valora lo virtuoso sin condenar lo deshonesto, perdona la mentira si germina en la ideología, archiva el espíritu crítico, confunde el juicio y devalúa la lucidez, impulsa a aceptar lo inaceptable, hace de pillos compañeros de ruta, justifica el atropello como episodio del trayecto, apaga escrúpulos, induce a errores de juicio, desdeña la historia personal, rompe familias y amistades. Y lo más notorio: impulsa la adulación al líder, o al que lo representa.
Ustedes, tal vez impulsados por lo mejor en cada uno, se sumaron a esa condición sectaria, o la toleraron. O se refugiaron en una secta profesional, especializada, confiando por amistad, admiración o respeto, en alguien situado en un escalón más alto, donde se sienten confortables. Pero no olviden que es la secta grande con sus perversiones la que los rige.
Y así, a lo largo de un tiempo considerable, cada uno fue armando su vida. Se hicieron parte de un ejército de voluntades encontradas, antagónicas, ejército disímil e incoherente pero consolidado en un solo bloque por la admiración incondicional a una persona convertida en idea motivadora del mito. Era la única forma de superar tantas desigualdades morales, tantos motivos contradictorios. Se adhirieron con más o menos entusiasmo al culto de un dios político terrenal que como todos los dioses de su tipo caducan. Dios producto de una sociedad inmadura viciada por la sub-cultura de un Estado rentista. Dios artificial.
Es ahora
Pero en ese tiempo considerable las cosas han cambiado.
En primer lugar se derrumbó el mito revolucionario, Poco a poco ha ido quedando clara su condición ajena a la realidad nuestra y su profunda descomposición moral. Un mito que llevó a justificar una Dictadura Constitucional, de la cual un colega me envía la definición. Les invito a buscarla en Internet, corresponde exactamente a lo que aquí acontece. ¿No es esto motivo suficiente para que se hagan preguntas? Por ejemplo ésta: ¿Hay logros materiales o personales que puedan justificar adhesión a una dictadura? La respuesta es un no rotundo. Nuestros muertos más ilustres persiguieron siempre la democracia. También ustedes y nosotros lo hemos hecho.
Y además el propulsor de la secta cuyo lado luminoso los había seducido, dejó de existir. Su muerte, como toda muerte, es un misterio portador de mensajes para quien quiera verlos.
Uno de ellos es que la historia demuestra que todo heredero designado al ausentarse por quien exige culto a su persona, es un narcisismo sin Narciso, un error psicológico. Véanlo en el ungido: un hombre sin ideas, irreflexivo, inseguro, asociado a la mentira, tan profundamente mediocre como quien decide adularlo apresuradamente para no perder su cargo. Y no olviden que son ellos los mediocres, no ustedes. No se adhieran a conductas inspiradas por su medianía.
Ha quedado al descubierto el cuadro que amenaza ahora a toda una nación: el Rey, ahora sí, está totalmente desnudo. El destino de un pueblo dirigido hacia la crisis económica y social en manos de un incapaz o de una camarilla de corruptos promotores de un proceder dictatorial. ¿Desconocen acaso quien es el Presidente de la Asamblea? Busquen lo que dijo un extranjero revolucionario, Heinz Dieterich, un iluso europeo que sin embargo conoce los vicios de aquí. ¿Y qué decir de los otros miembros de la camarilla que de un modo u otro han violado toda norma de honestidad, han abusado, han hecho del Poder revolucionario una patente para ejercer la arbitrariedad?
Ustedes saben muy bien además que la violencia para-policial oficialista actuó en todo el país en las elecciones recientes y que la intimidación y la presión de todo tipo fue descarada. A eso no pueden cerrar los ojos. No ganó el oficialismo, se impuso. Si eso no les parece obvio no es con ustedes con quien hablo. Enfrenten esa verdad, es irrefutable.
Concluyo.
Hay muchos como ustedes en una frontera que exige decisiones cruciales y es por esa razón que decidí hablarles de nuevo. Seleccioné para acompañarme esa imagen extraordinaria de Goya, Saturno devorando a su hijo, que como Dios del Tiempo lo veo como resumen de todos los mitos a través de la historia. No se dejen devorar por él. Ejerzan su soberanía.