Si bien es verdad que las más altas dirigencias de la etapa política que comenzó en Venezuela en 1998, tuvieron siempre una actitud excluyente y artificialmente agresiva frente a la disidencia, actitud encarnada en términos que se hicieron ideológicos por un Líder demasiado convencido de un papel liberador que entendió mal y lo llevó por caminos contrarios a la democracia y la apertura política, no siempre fue así en los niveles inferiores. Fue eso precisamente lo que permitió que se diera la experiencia de las Instalaciones deportivas de Cojedes en los años 2001-2003 cuando hacía cierto número de años que estaba establecido el Régimen que ha regido a Venezuela durante década y media.
Todo surgió de la necesidad de construir la infraestructura deportiva que la ciudad de San Carlos, capital del Estado Cojedes, a unos 300 kilómetros al Sureste de Caracas, ya en los bordes de las grandes llanuras venezolanas, necesitaba para ser Sede de los Juegos Deportivos Nacionales de Agosto de 2003. Los preparativos comenzaron (tarde, como es usual entre nosotros) a fines del año 2001, cuando Orlando Martínez, arquitecto que había sido nuestro alumno en el Taller Firminy de la UCV, quien era funcionario de la Gobernación del Estado, nos llamó, a mi y a muchos más, para ayudarlo a llevar adelante esa tarea. De todo el proceso inicial de estudio de las opciones, surgió la decisión de construir la Ciudad Deportiva, cuyo Plan Maestro fue de mi responsabilidad. Conjunto que aparte de albergar los instalaciones deportivas más representativas, tendría el papel de convertirse en un Parque Urbano al servicio de San Carlos.
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En otra parte trataré de referirme a los Proyectos a cargo de cada arquitecto. Por ahora me basta con decir que fue un muy nutrido grupo, no sólo representativo en términos de edad (los había de muchos y pocos años de experiencia) sino absolutamente libre de ataduras políticas, hasta el punto de que quien esto escribe, por ejemplo, nunca tuvo reparos en hacer notar en reuniones de trabajo, en diversas oportunidades ( lo hacía cada vez que me parecía necesario dejar clara mi posición) que estaba allí trabajando, no como afiliado a un movimiento político sino como profesional al servicio del Estado Venezolano. Una independencia respecto a las presiones políticas que era compartida por la mayoría de los participantes y que no siempre fue bien recibida, porque si bien es cierto que Martínez fue extraordinariamente respetuoso de ella, suscitó reacciones en su contra de diverso tipo en algunas de las instancias administrativas y profesionales.
En todo caso, lo que se hizo en esos años allí, no había tenido precedentes en la historia democrática venezolana en el campo de la arquitectura, por su apertura y también por la concentración tan amplia de saberes profesionales en torno a una empresa única. Saberes convocados en su gran mayoría a causa de su idoneidad disciplinaria y no de relaciones de amistad, pese a que parte del equipo lo constituían personas conocidas por Martínez o eran sus compañeros de docencia en nuestra Facultad de Arquitectura.
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Pero el fantasma del autoritarismo con todas sus consecuencias habría de imponerse en lo sucesivo, sumado a la marea ideológica que se instaló en todos los niveles de la acción pública, sobre todo a partir de las incidencias políticas de Abril de 2002 y el comienzo en los primeros meses de 2003 del movimiento hacia el Referendo Revocatorio que impulsó la oposición venezolana. A eso habría de sumarse la codicia corrupta de los altos personajes del Ejecutivo Regional que veían a Martínez como una figura incómoda. En primer lugar, ya lo decimos en la nota de hoy, su autoridad fue reducida y vulnerada. Por otro lado a los arquitectos se les fue restando ingerencia hasta que ya cercana la apertura de los Juegos su presencia adquirió un carácter más bien aparente mientras se alteraban los proyectos o se dejaban incompletos. Se impuso una vez más la tradición venezolana: casi todo quedó hecho a medias, de modo improvisado o sujeto a múltiples interferencias.
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De esa especie de debacle general se salvaron pocos edificios, uno de ellos el Centro de Tenis de Joel Sanz. También el Centro de Gimnasia Olímpica de Jorge Rigamonti. El Centro de Ajedrez de Augusto Terán tuvo muy pocas alteraciones si bien se amuebló mal. Y el Centro de Asistencia al Atleta, proyecto de quien esto escribe, se equipó de modo totalmente inadecuado con algunas alteraciones importantes. Casi todos los demás edificios se pusieron en servicio sin estar terminados, mereciendo capítulo aparte por lo lamentable en relación al papel que podría haber cumplido para la ciudad de San Carlos, el abandono del Plan Maestro de la Ciudad Deportiva y la no construcción del conjunto de viviendas cercano a ella que debía servir como Villa Olímpica.
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Resumiendo, una iniciativa surgida de intenciones claramente positivas, terminó siendo mal entendida por los que inicialmente la habían impulsado. Paradójicamente la obra a cargo de Joel Sanz fue una de las pocas que fue preservada de la incompetencia. Lo cual, precisamente, habla de su capacidad para producir un proyecto de modo completo y manejar con tino los contactos con los constructores, que llegaron a tener con él una relación de amistad. Pero de eso hace ya muchos años y en los tiempos posteriores se olvidó, ya lo he dicho, lo que allí aspiró a convertirse en ejemplo. Reclamó su espacio la exclusión política. La mezquindad, el olvido de los principios, la mediocridad y el entreguismo se apoderaron de la escena para terminar dejando su huella en toda la década posterior. Y una década es mucho, aunque los venezolanos, abrumados como estamos por un Poder político que lo ocupa todo, que invade los mínimos espacios con su promoción del absurdo, no nos demos demasiada cuenta. En diez años se construye o destruye mucho en un país joven. Y se limitan las posibilidades del talento y la capacidad de hacer. Todos hemos sido afectados por ese estado de cosas. O lo seremos. Está en nosotros combatirlo.
UNA EXPERIENCIA
Oscar Tenreiro
(Publicado en el diario TalCual de Caracas el 28 de septiembre 2013)
Las inquietudes de muchos en torno a lo publicado aquí en las tres últimas semanas, nos revelan que hay una amplia conciencia acerca de la extraordinaria e injustificable dificultad para construir que se ha hecho común entre los arquitectos venezolanos que buscan actuar en el campo de las instituciones. Que, tal como he insistido en hacerlo notar, son esencialmente públicas, porque las privadas, por razones que podemos calificar de históricas, están en un nivel muy primario de desarrollo. Sin que hablemos del mundo comercial, restringido a los sectores más altos a causa de un contexto político que por décadas ha sido desfavorable y en los últimos quince años antagónico.
La situación es pues estructuralmente problemática para una arquitectura con vocación patrimonial. Situación además agravada por un clima social extremadamente contaminado con los desencuentros personales o de grupo, los roces de facciones, la resistencia al marchar juntos que ha venido caracterizando el intercambio social venezolano.
Me vino a la memoria lo que otras veces he recordado, escrito hace medio siglo, estando muy joven y aún como estudiante de arquitectura, por el ya fallecido Gonzalo Castellanos Monagas en un comentario a propósito de sus experiencias en el Congreso de Estudiantes en Chile de Septiembre de 1958: «La arquitectura, más que ningún otro arte o ciencia, es una expresión directamente ligada a lo más irreversible de las realidades económicas, políticas o sociales de un país. Es el arte más comprometido, no sólo en cuanto manifiesta el estado de una cultura –como la pintura, la música, la literatura- sino también en su sentido práctico y en su cotidianeidad«. Gonzalo en cierta manera no hacía sino reiterar un lugar común entre arquitectos, pero lo hacía en un momento, cuando Venezuela retornaba a las sendas democráticas en 1958, en el cual alimentaba esperanzas de que se abriera un capítulo promisorio.
II
En ese preciso sentido, la historia personal de nuestro colega ahora ausente, Joel Sanz, no es excepcional. Al hacerla notar, al llevarla a un debate abierto, nos revela un problema de fondo muchas veces mencionado y sobre el cual se pronuncia de modo muy espontáneo Paul Alejos, barquisimetano y ex-estudiante en nuestro taller de la FAU. Lo hace saliendo de una dolorosa crisis personal. Transcribo fragmentos de su correo, que comienza conmoviéndonos al dar noticia de la muerte de su hermano menor: «…su cuerpo quedó vencido una madrugada de un día para el olvido de un mes cualquiera…» Y sigue: «… estoy sumamente susceptible con el tema de la muerte….se perdieron para siempre las enseñanzas que pudo muy bien seguir impartiendo Joel Sanz como arquitecto, pero no deja de ser más doloroso lo proyectado y no construido por Sanz Arquitecto, lo no asignado, lo dejado de lado, lo no valorado…Duele ver a Joel Sanz Arquitecto en su entrevista «Voz de los creadores» (hecha por La Casa del Artista y accesible en You Tube: www.youtube.com/results?search_query=Joel+Sanz) estar preocupado por la falta de trabajo. Triste buscar a Joel Sanz en Google y que aparezca una información pobre, porque su quehacer profesional no fue pobre, ni marginal, ni mediocre… No es justo. Y lo peor es que no sólo pasa con Sanz Arquitecto porque detrás de él y a su alrededor existen una cantidad de profesionales tan capaces, que de tener la oportunidad y ser valorados por su cultura fuesen arquitectos de la talla de Carlos Raúl Villanueva…Leo el PDF (del texto de Sanz)…de ejemplos arquitectónicos venezolanos post-Villanueva y no me queda la menor duda de lo incapaces que somos, como cultura, de reconocernos y sobre todo de apreciarnos con nuestros aciertos y desaciertos…»
III
Paul menciona en su escrito la experiencia de la Ciudad Deportiva de Cojedes en 2003, la cual Sanz toma como referencia para una buena parte de su texto. Fue sin duda una experiencia de mucho interés pese a estar hoy sumida en un prematuro olvido. Su verdadero artífice, del lado del poder público, fue el Arq. Orlando Martínez quien sin embargo, durante la construcción de la propuesta fue progresivamente desautorizado en provecho de las típicas interferencias del mundo de los oportunistas y corrompidos.
Hoy no sé mucho sobre Martínez. No sé si está realmente consciente del enorme valor que en su momento tuvo lo que quiso hacer y a medias logró, como precedente, como intento no concluido que sin embargo abrió una senda. Valor refrendado, me parece, por el texto de Sanz que destaca valores permanentes en lo que en esa oportunidad logró convertirse en arquitectura construida. No sabemos si percibe que fue arrastrado desde un espacio en el que luchó porque las cosas se hiciesen de otro modo hacia uno, en fin de cuentas conservador de lo que él quiso cambiar. Si se percata que el manto de la ideología terminó triunfando en cuanto tiene de paralizante y engañoso. Y ya en términos de política de promoción de la arquitectura, si es consciente de que lo que ha imperado desde entonces es la exclusión y la arrogancia con sus puntos más altos a cargo de quienes en una época hablaban con lucidez y hoy devinieron en comisarios políticos. Y son ellos, voceros de un transitar plagado de contradicciones, quienes tendrán que ser olvidados y superados. No experiencias en cierto modo fallidas pero auspiciosas, muestras de generosidad y apertura como la de Cojedes.
Nos llama ahora un futuro que debe, que tiene, que ser distinto y en esa dirección queremos orientar nuestros esfuerzos.
Porque si es verdad que el alegato de Paul podría repetirse en distintas partes del mundo y en condiciones distintas a las nuestras, aquí se impone hacerlo de modo estridente.