Oscar Tenreiro / 25 de Enero 2014
El paso siguiente en el desarrollo de la Ave. Bolívar fue la intervención de mayor magnitud de todo el Eje: el llamado Parque Central.
Y digo llamado porque hay desde luego mucha ironía en el nombre de este conjunto, que fue adoptado por razones publicitarias análogas a las que se utilizan para cualquier desarrollo comercial que quiere ser vendido aparentando lo que no es. Porque evidentemente el conjunto es un antiparque si pensamos que en toda su extensión no tiene un sólo metro cuadrado de terreno natural al descubierto. Una operación que pudiéramos llamar de maquillaje que en alguna medida le fue característica. Porque si hay una palabra que no puede usarse aquí es la de transparencia.
Lo relativo a su financiamiento por ejemplo, aspecto que en el caso de El Silencio treinta años antes, fue conocido abiertamente y discutido en el ambiente político (tiempos de guerra mucho más difíciles), en este caso funcionó como caja negra hasta el punto de que aún hoy, treinta años después, tendría que ser objeto de una minuciosa y compleja investigación (que nadie hará) para dejar claro el origen y destino de los cientos de millones de dólares que se movilizaron para la enorme operación. Hoy, cuando parece ser que los venezolanos comenzamos a tomar mejor conciencia de las obligaciones que imponen los procedimientos democráticos, porque venimos siendo víctimas de un modo de ejercer el Poder que ha hecho del secreto una forma preferente de actuación, podemos ver en operaciones como Parque Central una de las razones por las cuales la democracia que había renacido llena de esperanzas en 1958 fue confiscada por modos de actuar que sirvieron de incubación a la actual tragicomedia política venezolana.
Para quienes vivimos como observadores lejanos pero interesados el proceso de la construcción de Parque Central, los aspectos económico-políticos que rodearon la operación, oscuros y sujetos a muchas versiones negativas, en cierto modo interfieren con nuestra capacidad para juzgar sus aciertos y desaciertos. Pero lo intentaremos.
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Se trata de un conjunto de 8 bloques de vivienda y oficinas de 44 pisos cada uno, siendo las primeras 10 plantas para oficinas (las correspondientes al ensanchamiento en diagonal del volumen de los bloques), y el resto vivienda y servicios comunes. A ello se agregan las dos torres de 56 pisos y áreas comerciales en la plataforma correspondiente a los primeros cuatro pisos, aparte de los niveles de sótanos de estacionamientos y servicios básicos. Hay también dos museos: el Museo de Los Niños, sobre la plataforma y una extensión hacia el borde de la Avenida; y el Museo de Arte Contemporáneo en terreno libre frente a la Torre Este. Los arquitectos fueron Daniel Fernández-Shaw y Enrique Siso (agrupados en la firma Siso y Shaw) y la estructura fue calculada por Mario Paparoni y Serhiy Holoma. Este último el mismo ingeniero del bloque de vivienda proyectado por Oswaldo Lares, transformado en Caracas Hilton y que mencioné (mal escrito su nombre) en las semanas anteriores.
La idea de agrupar vivienda en concentración vertical de esa magnitud, mezclada además con oficinas, es un aspecto crucial en este conjunto. Si consideramos que se trata de vivienda de costo medio-bajo, es posible decir que no existe universalmente una experiencia similar a menos que se trate, lo suponemos por carecer de información precisa, de algunos sectores de Hong Kong. Y aún así es posible dudarlo. Aparte de eso, si bien la circulación vertical está dividida en grupos de ascensores diferentes, la horizontal es compartida; y la de Planta Baja se mezcla con la de los comercios y oficinas, por lo cual se trata para cada bloque de un sólo condominio de más de 300 unidades, algo que ha probado ser extremadamente difícil de manejar en experiencias en todo el mundo. Existen concentraciones de vivienda en edificios muy altos, por ejemplo en Nueva York, pero se trata de apartamentos para multimillonarios ya que los gastos de mantenimiento crecen exponencialmente con la altura. Esto se discutió mucho en su momento pero hubo oídos sordos y flotó en el ambiente la falsa convicción de que aquí seríamos capaces de hacer lo que no se había hecho antes. Ese orgullo fatuo, típico de una sociedad de escasa tradición que todo lo resuelve con dinero, fue el motor para lo que debía hacerse.
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El tipo de materiales y acabados utilizados, parecen haberse seleccionado más por la necesidad de controlar costos que por su posible desempeño a largo plazo. Se presentaron desde los primeros años muchos problemas de deterioro por uso o envejecimiento prematuro siendo lo más notorio, desde hace una década o más el estado del concreto expuesto a la intemperie como en el caso de los enormes testeros de los bloques que se dejaron tal como salían del encofrado tipo túnel, rústicos, facilitando la adherencia de polvo que se lava con la lluvia y ennegrece la superficie, problema que se ha querido resolver con una solución poco durable: pintura. Esa condición es aún más negativa en las barandas que forman las franjas horizontales definidoras de los niveles, las cuales en los pisos inferiores de oficinas, reciben directamente la lluvia. Eso y muchas otras cosas que pueden decirse sobre los distintos espacios públicos, recalca la necesidad de que todo el conjunto sea objeto de completa renovación, algo lógico por tiempo transcurrido (cuarenta años) pero extremadamente improbable en las condiciones de manejo que han sido características del conjunto.
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Lo más resaltante del conjunto es su altísima densidad y, en consecuencia, volviendo al uso residencial, su muy pequeña asignación de espacios abiertos de uso colectivo por habitante. Por el modo de resolver las circulaciones y la disposición de las viviendas que ya comentamos, es bastante difícil siquiera imaginarse la posibilidad de que un niño pueda bajar desde su vivienda a jugar con los amigos recorriendo trayectos amables y protegidos desde cualquiera de los pisos de los inmensos bloques; o sacar a recibir sol a un recién nacido sin tener que atravesar zonas con un patrón de movimiento (los pasillos públicos que sirven a las áreas comerciales) absolutamente contrario a ese propósito. Si bien es verdad que en el diseño mismo de los apartamentos se incluyeron equipamientos y particularidades de diseño que pueden considerarse de buena calidad, no cabe duda de que luego de unos años iniciales en los que el mantenimiento fue asumido como un deber del Estado Central, el conjunto ha ido convirtiéndose progresivamente en una suerte de ghetto lleno de problemas sociales y de convivencia de distinta índole, sobre todo porque la intensa tutela gubernamental de los primeros tiempos se fue haciendo cada vez más incosteable. La calidad del mantenimiento fue decayendo, impulsando así un deterioro que en los años recientes se ha hecho grave. En resumen, la sostenibilidad del desarrollo es sumamente baja, situación agravada por el hecho de que los organismos gubernamentales que ocupan gran parte de sus espacios no contribuyen con los gastos de condominio sino de forma errática y esporádica.
Ese lento pero sostenido deterioro ha favorecido la conversión de los apartamentos en oficinas y la emigración de familias con hijos pequeños a favor de parejas de mayor edad, además del progresivo abandono de los servicios comunes, tales como los preescolares que funcionaban en los pisos superiores, hoy clausurados, estacionamientos que se han convertido casi en cuevas semi-abandonadas y jardines secos y descuidados.
Sumemos a estos problemas la presencia de las enormes torres de oficinas gubernamentales que atraen público de muy difícil control y dinámicas de comportamiento problemáticas en una sociedad como la venezolana donde gobierno es sinónimo de descuido y abandono. Una de ellas (la Este) en proceso de refacción desde hace ocho años a raíz de un incendio que destruyó diez de las plantas superiores y obligó a reconstruir a costos muy altos el sistema de circulación de emergencia.
En resumen, Parque Central es hoy un gigantesco problema económico y de convivencia social que ha obligado a constantes erogaciones del Estado a fondo perdido, típicas de nuestra economía petrolera, pródiga en subsidios de todo orden, que son una carga fuerte para el Presupuesto Nacional. Revertir esta situación tendrá que ser uno más de los múltiples temas a resolver con la recuperación de la democracia y el tránsito hacia la modernización de nuestras instituciones.
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Si se trata de discernir cual fue el criterio ordenador que se buscó en relación a la Ave. Bolívar y la ciudad, se podría decir que tuvo un peso importante la grilla de ejes estructurales determinada por el sistema constructivo de los bloques (vaciados masivos de concreto con encofrados tipo túnel) que se interrumpió en lo que sería el espacio de nacimiento de una de las torres, la Oeste, quedando los terrenos hacia el Este para la otra torre y el Museo de Arte Contemporáneo, institución que fue creada como parte de la operación Parque Central. Esa grilla determinó la posición de los bloques, que para cumplir con la densidad auto-impuesta obligaba a alinear cinco de ellos en el sentido largo del lote. Se escogió hacerlo hacia la Ave. Lecuna (la paralela a la Bolívar por el lado Sur), dejando los otros tres, uno con la misma dirección, contiguo a la Ave. Bolívar, y dos perpendiculares a ella con orientación Este -Oeste. Unos años después, con motivo de la Conferencia Internacional sobre Derechos del Mar realizada en Caracas a fines de 1973, el primero de esos tres bloques fue transformado en Apartotel y anexado al Caracas Hilton con el nombre de Anauco Hilton.
Cuáles podrían ser las expectativas de que el conjunto generase en la ciudad adyacente un desarrollo en términos de escalas y usos análogo en alguna medida a lo que Parque Central plantea, es algo difícil de conjeturar. Uno de los arquitectos, Daniel Fernández Shaw, citado por Silvia Lasala en el libro del Instituto de Urbanismo que he mencionado con frecuencia, se expresa así: «…Parque Central debía ser el inicio de un nuevo centro para Caracas …» un propósito que luce muy distante de la realidad sobre todo si no se proponían planes e instrumentos para lograrlo, entre los cuales uno de los más importantes sería la revisión sustancial de las reglamentaciones urbanas de la zona inmediata al conjunto en función de un plan de renovación. Faltó pues, en definitiva, y parece uno de los problemas más importantes de Parque Central, un Proyecto Urbano que apuntara, al menos, al objetivo de evitar que este conjunto quedase en cierto modo aislado de la ciudad.
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Puede decirse como simple constatación, que Parque Central es un desarrollo orientado hacia sí mismo y regido por criterios de rendimiento económico intensivo y otras consideraciones político-administrativas que tuvieron un peso tan determinante que en cierta manera dejaba a un lado la posibilidad de considerar los intereses más amplios de la ciudad que lo rodea. Surge como una isla en medio de la ciudad y como tal se comporta. La apuesta que hicieron los arquitectos respecto a la revitalización de la Ave. Lecuna resulta entorpecida por la muy limitada transparencia entre el eje comercial interno, de mucha actividad, directamente bajo los bloques, y una acera desprotegida que es atravesada por diversas tomas de aire hacia los sótanos y otros elementos que interfieren la circulación o el disfrute en terrazas al aire libre. Y el lado Sur de esa Avenida es hoy una asociación irregular de edificios de muy baja calidad, de usos más o menos degradados entre los cuales un estacionamiento vertical construido para Parque Central y conectado a éste por un pasillo elevado ya castigado por el uso y el tiempo. En una de las fotos que incluyo, se hace evidente ese desequilibrio. No hay ningún atisbo de modificación de Escala sino una relación de contraste.
En cuanto a su vínculo con la Avenida Bolívar el resultado es más positivo porque le ha dado una cierta vitalidad al sector contiguo a ella, con el Museo de los Niños y el Museo de Arte Contemporáneo y lo que era hasta hace poco el Anauco Hilton, como polos de atracción. Hay además allí un pequeño sector con terreno natural en el cual han crecido árboles proporcionando gratos espacios de sombra adyacentes a la Planta Baja libre de la extensión del Museo de Los Niños.
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Unos años más tarde, a partir de 1978, los arquitectos Siso y Shaw propusieron en los terrenos del lado Norte de la Avenida un desarrollo de gran magnitud, bautizado como Proyecto Bantrab, que sería financiado por el Banco de los Trabajadores. Muy poco se ha conocido públicamente de sus características, pero por comentarios de los arquitectos se sabe que se trataba de un conjunto de escala similar a Parque Central que no tuvo continuidad debido a que el Banco fue intervenido por el Estado en 1982 a causa de su inviabilidad financiera.
El proponer en esos terrenos un conjunto con cierta relación volumétrica y de alturas edificadas con Parque Central pero disminuyendo radicalmente su intensidad de usos para evitar los complejos problemas que ello acarrea y hemos comentado más arriba, hubiese tenido sentido porque se conectaba con la lógica seguida por el Plan Rotival-Ron Pedrique, en cuanto a la integración entre el Norte y el Sur de la Avenida en un sólo continuum urbano. No fue así. En primer lugar porque según parece el proyecto Bantrab (repito que nunca se dio a conocer) insistía en las excesivas y problemáticas ambiciones de Parque Central; y en segundo lugar porque la falta de una visión de conjunto y el temor a repetir errores fue creando una matriz de opinión entre la alta burocracia gubernamental en contra de cualquier intento de desarrollo inmobiliario de importancia y abonó la idea muy característica de esos años de la política venezolana, de no hacer nada, de parálisis. Algo así como en vez de volver a hacer lo indebido es mejor no hacer nada, conducta que lamentablemente se hizo característica del período político anterior al actual autoritarismo revolucionario. Así, ese espacio tan importante para la ciudad se convirtió en los años sucesivos en una suerte de colcha de retazos que examinaremos la próxima semana.
(Como los más jóvenes pudieran no conocerlo, van dos imágenes de la propuesta de Kenzo Tange para la bahía de Tokio. Todo un emblema metabolista).