Oscar Tenreiro / 15 de Febrero 2014
A partir de 1988, el tema Avenida Bolívar pareció desaparecer de la preocupación general. Quedó flotando en el ambiente un parque que ni lo era, ni lo es, el Parque Vargas, expresado en unas anchas aceras, la arborización a lo largo de ellas y unos espacios abiertos sin tratamiento especial, que sometidas al rigor de una ciudad en permanente lucha con el deterioro, fueron convirtiéndose en una sombra de los primeros días. Lo más sorprendente, lo que revela el estado de las cosas de la arquitectura y la ciudad en nuestro país, es que todo lo que he llamado insinceridad de esa propuesta nunca fue sometido a un debate serio.
Y luego de la súbita decisión de construir el pobrísimo edificio en el cual se ubicó al Museo de Estampas y Diseño Carlos Cruz Diez que comenté la semana pasada, la Avenida Bolívar pasó el período de la segunda Presidencia (1994-1999) de Rafael Caldera (1916-2009) en una completa parálisis a la cual se sumó la de una década de revolución en la que nada se propuso, paradójicamente, en la Avenida-homenaje al héroe militar cuyo nombre planea pegajoso y reiterativo hasta el ridículo sobre todas las iniciativas del Poder Público.
Se manejaron los ingentes problemas de Parque Central a través del Centro Simón Bolívar; y luego del incendio de la Torre Este nada se supo sobre los esquemas administrativos utilizados para hacerse cargo de la muy costosa reconstrucción, aún no concluida. Y desde hace algunos meses (le debo este dato a Carlos Gómez de Llarena) se decidió liquidar la institución, trasladando la propiedad de terrenos y edificios a diversos Ministerios e Institutos (el Palacio de Justicia, por ejemplo, a la Corte Suprema). Lo cual plantea la duda sobre la lógica de la decisión cuando por ejemplo el sector más significativo de la Ave. Bolívar que es La Hoyada, cuyo desarrollo sería por sí solo un Proyecto Urbano de importancia, requeriría procesos complejos que con seguridad exigirían la creación de…otro Centro Simón Bolívar.
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Decía que el lanzamiento del Parque Vargas no produjo nunca un debate de interés. En su momento, algunos personajes destacados del mundo de la opinión sobre la arquitectura y la ciudad se manifestaron partidarios de la idea. Ese fue el caso del recientemente fallecido William Niño Araque. Y también el del actual Director del Museo de Arquitectura Juan Pedro Posani, quien lo elogió desde el diario Economía Hoy (hoy desaparecido) donde manejaba una doble página semanal, lo cual hace pensar que su opinión varió, sobre todo por su silencio sobre las decisiones más recientes dentro del marco de la Misión Vivienda en Caracas, y particularmente por una anterior: la de la ubicación del Museo de Arquitectura en uno de los espacios propuestos como verdes en el plan del Parque, junto a La Hoyada.
Y puede entenderse perfectamente la actitud del funcionario: El parque nunca existió, se trató de una ficción para seguirle el paso a una decisión política. Y por eso en un momento dado se comenzó a hablar del Paseo Vargas, no del Parque.
Y si se tiene alguna duda de lo que digo puede examinarse la foto reciente que anexo, sacada de Google, ya construido el Museo de Arquitectura (según decisión de 2009) y con las construcciones que se adelantan desde 2011, inserciones decididas en fechas recientes que de seguidas comentaremos. Queda claro en ella lo que estamos diciendo: La Hoyada colonizada. en su cuadrante Suroeste por un terminal de autobuses provisional (el mismo de hace cuarenta años); en su cuadrante noreste por un mercado popular socialista que es una simple ranchería de buhoneros partidarios del Régimen; en su cuadrante noroeste por un vacío semi-pavimentado y un terminal de la línea especial de autobuses llamada BusCaracas; y en su cuadrante sureste por una serie de galpones. Si se sigue hacia el Este a lo largo de la Avenida se puede apreciar del lado Norte que los edificios que se construyen surgen de espacios abiertos con algunos viejos árboles pero sin ningún tratamiento paisajístico, mientras que en el lado Sur junto a La Hoyada se ve el techo del Museo de Arquitectura y después el Museo de Estampas y Diseño Cruz Diez, este último con un espacio abierto sin tratar frente a la Avenida. Y más allá de donde también se construyen edificios en las mismas condiciones de los del lado Norte, se aprecia un área mayor, aledaña a Parque Central, una parte de lo que era El Conde, invadida por construcciones de distinto tipo. Hay solo señales tímidas e incompletas del Parque Vargas de hace dos décadas.
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Vale la pena hablar un poco del Museo de Arquitectura. Hace algo más de cuatro años (2009), comenzó a hablarse de que por decisión del Arq. Francisco Sesto Novás (Farruco), por ese entonces Ministro de la Cultura, se construiría una sede para ese Museo. Se supo por conversaciones sueltas, nunca como un anuncio formal. Un tiempo después comenzó su construcción en un terreno adyacente a La Hoyada, al Sur de la Ave, Bolívar, sin que hubiese una propuesta de conjunto sustitutiva del Parque Vargas. Se trataba, de nuevo, de utilizar la colcha de retazos.
En un alegato en el que se defendía de algunas críticas, el edificio lo definió su autor Juan Pedro Posani, Director del Museo, como un galpón, palabra que a falta de una definición del proyectista, podría relacionarse con dos cosas principales. Una la de que se trata de una nave industrial, cubierta por una estructura liviana que busca sobre todo la economía, sin aberturas laterales o con muy pocas, luz y ventilación cenital a través del techo etc. etc. Es así como en Venezuela entendemos la palabra galpón, la cual aparece definida en Wikipedia de este modo: se denomina galpón a una construcción relativamente grande que suele destinarse al depósito de mercancías o maquinarias. Pero también podría entenderse la palabra como alusiva a la condición efímera del edificio: una estructura que protege, pero de mínimo costo puesto que su verdadero valor está en lo que se deposita en ella: mercancías.
La primera acepción no corresponde a lo construido porque se trata de un edificio que tiene varias plantas con una estructura perimetral y con diversas prestaciones que la alejan del concepto nave. Por lo cual cabe pensar que a lo que se refiere el arquitecto es a lo efímero y de mínimo costo, lo cual es bastante más ajustado a la realidad construida del edificio, con acabados, tratamientos de superficies y materiales tan básicos y hasta elementales que parecen pensados para un destino efímero, para una corta duración. O más bien, asumiendo una condición también mencionada por el arquitecto, la de lograr mínimos costos. Nos quedamos pues con esto último, se trata de un edificio que durará poco.
Surge entonces la pregunta de la razón por la cual se decidió ubicarlo en sitio tan destacado, en una avenida cuya vocación, a pesar de todos los inconvenientes que ha habido en su desarrollo, es la de duración, la de permanencia, la de constituir un punto importante de referencia para la capital de Venezuela, país que tendrá sin duda una posición muy importante en América Latina, no ya por su riqueza petrolera que le permite a sus improvisados dirigentes lanzar dinero al aire para ganar sonrisas, sino porque su historia ha apuntado siempre hacia el logro de un futuro generoso y grande.
Se ha lanzado, efectivamente, dinero en todas las direcciones, menos en una: la ciudad, y particularmente la ciudad de Caracas, y mucho menos en la arquitectura de las instituciones, hasta el punto de que el Palacio de Justicia, a trescientos metros escasos del Museo de Arquitectura, yace abandonado e inconcluso. Un edificio que nada tiene de efímero o desechable, sino que, por el contrario, se destaca por su indudable empaque monumental, mientras el Museo de Arquitectura se construye desde la escasez. ¿Donde está la lógica de ese desbalance? ¿Por qué sus características constructivas son tan ajenas a la aspiración de una duración sustancial, cónsona con el lugar de la ciudad que se le asignó, frente a un monumento de la memoria de Caracas como la fachada del Nuevo Circo (Plaza de Toros) de Alejandro Chataing (1873-1928) y en las márgenes de la Avenida que nació como la más importante de la ciudad?
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Cuando ya el galpón-Museo va tomando forma ocurre la decisión que desencadena la construcción de los edificios que mencioné anteriormente: Sesto Novás es llevado a las máximas alturas del Poder como responsable de la Misión Vivienda en Caracas, como Ministro de Estado para la Transformación Revolucionaria de Caracas, y Jefe de la Oficina Presidencial de Proyectos Especiales (OPPE). Decide construir viviendas en las márgenes de la Ave. Bolívar y en torno a La Hoyada, la cual será convertida en la Plaza de la Revolución. Todo ocurre cuando el Ausente se da cuenta 12 años después de tomar el Poder, a raíz de las emergencias de 2010 causadas por una temporada de lluvias intensísima que deja a miles de familias sin hogar, de que el Régimen no había tenido un plan de vivienda de suficiente vigor y calidad. Y en ese contexto surge la propuesta del alto funcionario-arquitecto para la olvidada Avenida. Eso, junto a otras decisiones sui-generis como la de hacer viviendas sin ningún plan de conjunto en cuanto terreno sin construir apto para ser confiscado hubiese en la jurisdicción de la Alcaldía de Libertador, la única de la ciudad en manos del Régimen, en jurisdicción del camarada Alcalde Jorge Rodríguez.
Se procede en consecuencia. Se modificaron con la aprobación de un Concejo Municipal dominado políticamente y actuando bajo urgencia, las Ordenanzas del Parque Vargas, por otra parte ineficaces e irrespetadas, como hemos visto, durante más de dos décadas. Se hicieron los proyectos y se comenzó a construir.
Y se encuentran ya en avanzado estado de construcción dos grandes bloques de doce pisos en el lado Sur, hacia el este del Museo de Arquitectura y el Cruz Diez; uno de las mismas características en la margen opuesta entre la Escuela de Artes Plásticas y La Hoyada; otro diferente perpendicular a la Avenida frente a lo que era el Caracas Hilton, del lado Este de lo que fue en un tiempo el Conjunto Bantrab; y uno también distinto a los otros en el borde del cuadrante Sureste de la Hoyada, como parte de una serie de bloques similares que flanquean el gran espacio del distribuidor, ocupado con una enorme plaza árida, que sería el techo de unos niveles inferiores de destino indeterminado y recibe el nombre de Plaza de la Revolución. Todos las viviendas destinadas, como se ha anunciado y ha sido el objetivo de lo que la Misión Vivienda ha construido en Caracas, a un nivel económico muy bajo, el correspondiente mayormente a los llamados damnificados de las lluvias de 2011.
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A esos edificios se suma un tiempo después la construcción de otra plaza, hoy bastante avanzada, en lo que queda del terreno original de desarrollos Bantrab, junto a la Galería de Arte Nacional (GAN) de Gómez de Llarena, una plaza con usos comerciales e institucionales en sus niveles inferiores, que se llamará Plaza del Alba, proyectada por la OPPE, internamente, con autoría oculta (la proyectó el pueblo). Y se dice además a través de Internet, que la Plaza es el resultado de una idea del Comandante Eterno, expresada durante una visita a la Galería de Arte nacional en construcción.
Se hace patente aquí lo que ha sido característica del Régimen: la ausencia total de visión responsable sobre las consecuencias de sus decisiones; y en el caso de Caracas su falta de perspectiva. ¿Por qué no fue posible que pese a dominar todos los niveles de Poder se le diera al fin a la Avenida una visión de conjunto? ¿Cómo entender la transformación del Arq, Sesto Novás, de profesional preocupado por la ciudad a ejecutor de planes cerrados sobre objetivos estrictamente políticos? Son preguntas que se tropiezan con la maraña de la ideología.
Porque en efecto, hace casi veinte años Sesto fue el impulsor de una modificación de las Ordenanzas del Casco Central de Caracas, los llamados Planes Parroquiales de tiempos del Alcalde Aristóbulo Istúriz (1993-1996) que planteaban por primera vez una modificación importante de las ordenanzas de construcción de la ciudad. Fueron una iniciativa participativa, estimulante y democrática de enorme importancia para Caracas como lo hacen notar todos los que los conocieron y participaron en su concepción.
Planteaban una revisión y modificación de la Ordenanzas propuestas desde fines de la década de los cuarenta a raíz de la contratación en 1951 del arquitecto americano, profesor de la Universidad de California-Berkeley, Francis Violich (1911-2005), quien contribuyó a su redacción.
Ya Violich había venido a Venezuela (la primera vez en 1941) y conoció a María Antonia Sanabria, quien sería su esposa, hermana de nuestro muy respetado Tomás José Sanabria (1922-2008). Violich no sólo asesoró en la redacción de las que serían publicadas con el Plano Regulador de Caracas de 1951, sino que fue contratado por el entonces Ingeniero Municipal de Caracas Pedro Pablo Azpúrua, para redactarlas a partir de la Ordenanza de Zonificación de Puerto Rico, según Violich le manifestó en una entrevista a Juan José Martin Frechilla (página 126 del libro «Diálogos reconstruidos para una historia de la Caracas moderna»). También según Violich, era la única en español de tipo americano porque en América Latina predominaban las de tipo europeo.
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Esas ordenanzas según el patrón americano son las que han regido en toda Venezuela desde entonces, con variaciones de detalle y con ajustes a través del tiempo. Definen criterios de construcción que no atienden a la forma urbana sino a la utilización del lote y el zoning, y tienden a generar un desarrollo extremadamente desigual entre edificaciones contiguas, en términos de altura y volumen. Eso es aún más fuerte en las zonas de lotes tradicionales, estrechos y profundos, como son los del damero del Casco Central caraqueño. Ese peso negativo que las ordenanzas han venido ejerciendo en el tipo de desarrollo, marcado por el desorden visual, por la indisciplina formal, en el centro de la ciudad, se trató de resolver de modo muy interesante con el mencionado programa de los Planes Parroquiales, desechados de modo inexplicable por el Alcalde que sucedió a Istúriz, Antonio Ledezma (período 1996-1999), quien acaso se sumaba al vicio de ir contra el gobierno anterior. Más aún, el Instituto de Urbanismo de la UCV, que había sido el órgano técnico contratado por la Alcaldía de Istúriz, dejó también los planes atrás, al tiempo que firmaba otros contratos con la nueva Alcaldía.
Pero si eso podía entenderse en el caso de quienes querían diferenciar su gestión por razones de politiquería, que no de política, no se entiende en el caso de quien, como Sesto, fue el que planteó, con toda la razón a su favor, la necesidad de la revisión de las ordenanzas. Por lo cual su olvido tiene que atribuirse a la cuestión ideológica, comprometido como está ahora en un proceso que pretende, si es que pretende algo, poner a la ciudad en manos exclusivas de una acción pública que prescinde de la participación privada. Y más aún, como ya se ha comentado muchas veces, ni siquiera se molestó en proponer nuevas ordenanzas con motivo de la Misión Vivienda en Caracas: ordenó violar las existentes contando con la total pasividad de la Alcaldía. Revolucionarios en acción.
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Pienso hoy que en alguna medida, los Planes Parroquiales, ajustados y vinculados con el intento limitado y puntual de construcción de una nueva escala, como fue lo de Parque Central, hubieran tal vez producido un enfoque general de modificación de las ordenanzas en los bordes adyacentes a la Ave. Bolívar, análogo a lo que en su momento había planteado Cipriano Domínguez con su arquitectura controlada de 1949. Una noción interesante que tenía claramente en su memoria Marcos Pérez Jiménez durante la entrevista que me concedió en 1994. En efecto, durante la elaboración de esos planes se planteó por ejemplo el criterio de que la definición de alturas uniformes debía imponerse por encima de la de intensidad de construcción, de modo de lograr manzanas compactas que contribuyeran al orden visual. La noción de control tiene que ver con aspectos de ese tipo, junto a otros que pueden ser más elaborados, como el de crear soportales en las plantas bajas a lo largo de ciertas vías de circulación, un aspecto que figuró en las ordenanzas de Caracas en ciertos casos y que hoy se han eliminado.
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Llegamos pues, ha sido largo hoy, a nuestros días con una Avenida Bolívar que es como un espejo de lo que ha sido un país regido por la discontinuidad durante más de medio siglo, con algunas honrosas excepciones. Lo que se ha ido conformando allí, muy a nuestro pesar, nos retrata y revela carencias que no dejan de producirnos vergüenza. Las últimas decisiones, que comentaremos ya en tono más crítico en nuestra próxima entrega, son además, ellas también, como se espera del dominio de lo construido que mencionaba Claudius Petit y he citado tantas veces, un reflejo claro de lo que han sido estos últimos quince años que según los últimos acontecimientos, que no podemos dejar de tener presentes, han dado forma a una dictadura. Parece cerrarse un ciclo, el del abuso de poder, el de un proceder basado en la arrogancia y el apego a privilegios disfrazados con ideología. Y confiamos en que otro se abrirá.