Oscar Tenreiro / 22 de Febrero 2014
(Publicado en el diario TalCual de Caracas el 22 de Febrero de 2014)
He escrito aquí otras veces que el atributo más notorio de la ideología que rige los actos del gobierno venezolano es la hipocresía. Pero pude haber dicho también el cinismo, que según el diccionario es la desvergüenza o descaro en el mentir o en la defensa y práctica de actitudes reprochables. O sea que el cinismo se alimenta de la hipocresía. Una combinación agobiante en el discurso gubernamental sobre los últimos acontecimientos.
Y hay mucho de eso en la conducta de dos venezolanos muy exitosos y conocidos en el mundo, sobre la cual poco se habla porque el éxito internacional les sirve de protección: Gustavo Dudamel y José Antonio Abreu. Pero como bastante he reflexionado sobre la diferencia entre el éxito y el prestigio a propósito de la arquitectura, no me inhibo de tratar el tema. Porque hay una diferencia entre el éxito y el prestigio. El éxito puede ser estacional y hasta inmerecido, mientras que el prestigio tiene raíces profundas. Además, el éxito en los tiempos que corren es una mercancía que cambia de manos. El exitoso de hoy con bastante frecuencia se convierte en el acusado de mañana; y podría servir de ejemplo entre arquitectos el exitosísimo Santiago Calatrava.
¿Qué hay sino hipocresía a dos, por ejemplo, en la imagen del Sr. Abreu paseándose durante el desarrollo de un festival internacional (¿fue Salzburgo?) en su última edición, tomado del brazo con el Ministro de Información venezolano, practicante muy conocido del cinismo? Viene a la mente de inmediato el antiquísimo adagio dime con quién andas…pero además surge la pregunta del por qué un hombre del éxito internacional de Abreu no puede tener una actitud más autónoma ante las delicadas circunstancias políticas venezolanas.
Pero la personalidad de Abreu parece proclive a la adulación, basta haberlo conocido un poco o recordar como en tiempos de la Cuarta logró ganarse a los díscolos trabajadores de la cultura a base de lisonjas directas o indirectas. Y adulación o lisonja es lo mismo. Su actitud lisonjera ante las altas autoridades de los gobiernos de entonces lucía chocante por innecesaria. Y lisonjero es hoy, sin que sea del todo cierto, como se dice mucho y acaso él lo ha dado a entender, que para proteger al Sistema de Orquestas tiene que ser adulante. Su figuración internacional, insisto en eso, le da libertad para esperar apoyo sin convertirse en instrumento político. Pero no la usa. No tiene pues que ser adulante, el escogió serlo.
II
Las excusas de Dudamel ante los reclamos de Gabriela Montero son débiles, no convencen a nadie y son propios de quien ya no le duele Venezuela. Lo demuestran varios hechos: uno, la noticia que da el Huffington Post de que el mismo día que publicó sus excusas, el 14 de este mes, se debía reunir con Frank Gehry (el exitosísimo arquitecto californiano de origen canadiense), para discutir el proyecto de una sede del Sistema en Barquisimeto. Otro, oírlo mencionar como famoso habitual, en el californiano y muy americano Ellen De Generes’ Show. Y uno más, el verlo como modelo publicitario globalizado de una marca de reloj. En nada de eso figura la música, simplemente se integró al mundo californiano y al comercio internacional. Es en su nueva realidad donde busca quien construya en su ciudad natal, se sentirá cómodo cuando lo nombran afectuosos en los talk-shows y participa en el mundo comercial planetario. Es lógico pues que Dudamel vea a Venezuela sólo como la sede del Sistema, y no como una sociedad en conflicto. Venezuela es su coartada, el escenario que lo identifica como buen salvaje para el Primer Mundo. Pero ese origen es sólo argumento, anécdota, accidente. Actúa como describe la literatura y los cuentos populares: se asimiló a otra realidad cultural, social y económica y mientras lo va haciendo la anterior le importuna. Para Dudamel la crisis venezolana y sus dolientes son un inconveniente, una molestia. Y su cinismo está precisamente en aparentar lo contrario, en ocultar lo que sabe que existe hablando en términos dulzones de la música y la paz, resistiéndose a ver hoy, por ejemplo, la infame verdad de que las brigadas paramilitares del gobierno o sus funcionarios asesinaron a cinco inocentes. En síntesis, en desconocer la inmensa crisis nuestra arropándose con palabras que no osaría decir en Los Angeles.
III
Y al decir esto no estamos negando la significación cultural del Maestro y su discípulo. Bastante se ha discutido que los méritos intelectuales y artísticos pueden estar divorciados de los valores éticos y morales, aunque ya hoy en día, con el avance de lo que se ha llamado la sacralización de la persona humana se le otorgue importancia fundamental al respeto de los derechos humanos, en todos los contextos. Ya hoy no se le perdona a un intelectual o un artista que olvide los principios éticos propios de la democracia. A Dudamel y Abreu hay que recordarles que los tiempos han cambiado, que su elogiada estatura artística no los exime de ser consecuentes con las justas demandas de una sociedad que les ayudó a ser lo que son. Hoy se pasean por el mundo entre homenajes y oportunidades excepcionales porque antes de que se instaurara el cinismo se les dieron los medios para llegar a donde están. Y ese país que ahora se debate en una crisis cuyo origen ellos conocen, les exige que definan su posición. Las muertes de estos días y los abusos de Poder, junto a una historia que ya tiene quince años los increpan. Es el sufrimiento el que apela a sus conciencias. Y ante el sufrimiento hay que tomar partido.
Y lo que he dicho puede resumirse así: ¿Si en realidad son revolucionarios y fieles seguidores del Ausente por qué no lo dicen? ¿Por qué no identificarse de modo claro? ¿Temen ser señalados si las cosas cambian? Porque cambiarán.