Oscar Tenreiro / 22 de febrero 2014
El recorrido en 10 episodios por la historia de la Avenida Bolívar desde 1938 cuando por primera vez se habló de construirla, sirve de base para situarnos sobre terreno firme y ser capaces de apreciar lo positivo y lo negativo de un proceso que, como decía la semana pasada, revela de modo ejemplar lo que ha sido la acción pública venezolana en las últimas seis décadas. Lo haré dividiendo mis consideraciones en puntos separados, hoy con énfasis en algunos aspectos de la participación de Maurice Rotival – Cipriano Domínguez y alguien que dictó pautas bien especiales: el ex-dictador Marcos Pérez Jiménez.
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Maurice Rotival tuvo sin duda un papel esencial en el lanzamiento de la idea de abrir el eje vial que parte desde El Calvario en dirección al este caraqueño. Pero es importante hacer notar que se trataba de una intención que ya se había expresado en la opinión pública a propósito de un deseo de modernización de la ciudad presionado por un crecimiento vigoroso que comenzaba a manifestarse.
En los trabajos de Juan Jose Martín Frechilla y Ciro Caraballo que son parte del libro sobre el Plan Rotival del Instituto de Urbanismo de la UCV, se encuentran documentados ciertos hechos interesantes en relación al origen de la idea de hacer una avenida importante en la ciudad, que en cierto modo rompiera con el damero tradicional, visto como un inaceptable vestigio del pasado, limitativo e inconveniente. Y Caraballo recuerda que había surgido ya a principios de 1936, la idea, explicada en la prensa de la época (El Universal, Febrero de 1936), de abrir una avenida en sentido Oeste-Este; la cual fue seguida poco después por la de Luis Roche (1888-1965) hombre de empresa, constructor de urbanizaciones, también publicada en El Universal de Caracas un mes después, que insistía sobre la necesidad de la avenida aunque proponía para ella un trayecto diferente, a lo largo de la actual Avenida Universidad, y le asignaba por primera vez el nombre de Avenida Bolívar. Estas iniciativas son firmes antecedentes de lo que sería el Eje Monumental de Rotival, y es altamente probable que éste los conociera antes de formular su propuesta, gracias a sus contactos con gente de aquí. Entre los cuales el del Arq. Carlos Guinand Sandoz, aludido a ese respecto en passant por Leopoldo Martínez Olavarría (habla más bien de la empresa fundada por Guinand: Saver-Guinand) en la entrevista que le hace Martín Frechilla.
El Arq. Carlos Guinand Sandoz era un profesional sumamente respetado en la Venezuela de entonces, hombre culto, venezolano hijo de suizos, muy bien conectado con el mundo francés, (su lengua materna en realidad era el francés, si bien hablaba el alemán por haber hecho en Alemania sus estudios universitarios; y por supuesto el español). Guinand tenía que haber conocido las ideas que circulaban buscando la modernización de Caracas y entre ellas la de Luis Roche, y hay ciertas evidencias corroboradas por uno de sus hijos, el Arq. Eduardo Guinand, en conversación reciente, de que tuvo definitivamente un papel instrumental en la presentación de la firma Rotival-Lambert-Prost ante las autoridades venezolanas. De allí en adelante, es de simple lógica deducir que al venir Rotival a Caracas Guinand lo puso en conocimiento de las propuestas que existían.
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En realidad, si se atiende a la morfología de la ciudad, la idea de abrir la ciudad hacia el Este desde las faldas de El Calvario, punto de encuentro de la vía proveniente del Oeste (entrada del ferrocarril de La Guaira) y del Suroeste (ferrocarril hacia el centro del país), es bastante lógica. El damero por su misma naturaleza impide el reconocimiento claro de una jerarquía en la circulación vehicular, aparte del problema de las dimensiones de las calles, propias de un pasado sin automóviles. El ensanchamiento de al menos una de ellas, era pues lógico y Roche escoge el eje de la actual Ave. Universidad porque allí existían algunas iniciativas de monumentalizarla: la fachada neogótica de la Universidad (Arq, Hurtado Manrique 1911) el Palacio del Congreso (1877), aparte de la noble presencia del templo colonial de San Francisco. Rotival toma la decisión de que la avenida se desplace dos cuadras más hacia el Sur, para colocarse en un eje que arranca en el Calvario, lugar que le proporciona oportunidades para su visión urbana: la colina sería el remate Oeste del Eje Vial, con el Santuario al Libertador y los demás edificios públicos, algunos de los cuales bocetó, que nunca se realizaron debido a la construcción de El Silencio. Y hacia el Este la gran avenida remata a la altura del cauce de la quebrada Catuche, un obstáculo topográfico importante. Un esquema perfectamente lógico, que gracias a su buen nivel profesional, se expresó de modo atractivo y formalizado según las técnicas del momento, con lo cual se marca un contraste con los dibujos ingenuos y hasta torpes con los cuales Roche se expresó en su momento. Los dibujos del Plan Rotival, no son desde luego ejemplos de un pensamiento urbano de vanguardia como el que se expresaba ya en Europa, pero sí son correctos, aderezados con imágenes atractivas, propias de un lenguaje arquitectónico que aceptaba cautelosamente la modernidad mientras mantenía las ataduras asociadas a nociones decimonónicas, en la línea del arquitecto francés Léon Azema (1888-1978), autor del Palais Chaillot (1937) en París.
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Rotival fue contratado de nuevo por la Comisión Nacional de Urbanismo en 1946, según Juan José Martín Frechilla en el libro citado. Y en conversación telefónica de estos días, al enterarse que yo no conocía un trabajo suyo donde documenta esa etapa, me hizo saber que Rotival a raíz de esa contratación, prácticamente se vino a vivir en Caracas (tenía también vínculos académicos en la Universidad de Yale) donde estuvo probablemente hasta los tiempos del golpe de Estado contra Rómulo Gallegos en Noviembre de 1948, o antes. porque su contrato no fue renovado.
Es posible deducir que fue precisamente a lo largo de 1948 y parte de 1949 cuando fue tomando forma definitiva la arquitectura de las primeras cuadras de la Avenida que arrancan desde la Plaza O’Leary y terminan en lo que sería la Plaza Diego Ibarra al Este de las torres, mediante la intervención del arquitecto venezolano Cipriano Domínguez (1904-1995) quien trabajaba como arquitecto al servicio del Centro Simón Bolívar. Suponemos que Domínguez estuvo en contacto estrecho con Rotival, porque su hijo, el colega Ricardo Domínguez, me ha comentado a propósito de esta crónica, que entre ellos existía una buena amistad. De esa colaboración, cuyos términos es difícil precisar, surge la configuración definitiva del conjunto arquitectónico que identificó y aún hoy sigue identificando a la Avenida, comenzado a construir en 1949 y terminado (las dos torres y lo que luego sería la plaza), en 1954.
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Ya mencioné aquí la información que en relación a dicho proyecto apareció en la separata de la revista Elite del 31 de Diciembre de 1949, una información que documenta las propuestas de Diseño Urbano de Domínguez, las cuales según pude enterarme en la entrevista que le hice a Marcos Pérez Jiménez en Madrid el 5 de Febrero de 1995, estaban en cierto modo supervisadas por el Dictador, quien como casi todos los autócratas se sentía muy capaz de corregir la arquitectura, como resulta claro en esa entrevista, la cual está publicada en la revista Ciudad dirigida por el mismo Arq. Sesto Novas que mencioné la semana pasada, cuando era funcionario de la Alcaldía de Caracas presidida por Aristóbulo Istúriz, ambos entonces de fe democrática. Hay varias afirmaciones en esa entrevista de bastante interés sobre la Avenida Bolívar, destaco dos: su insistencia en la arquitectura regulada, o controlada, algo bastante especial en quien se supone de visión económica muy liberal. Y otra muy importante, su rechazo al esquema que está bien definido en todas las propuestas tempranas de la Avenida Bolívar de diluir la Avenida a la altura de la quebrada de Catuche llevando el tráfico por una vía a lo largo de su cauce, idea que se mantuvo como hemos visto en las propuestas Rotival-Ron Pedrique de 1958, pese a que la Avenida estaba construida ya hasta rozar el Parque Los Caobos. Por decisión del Dictador si atendemos a su testimonio.
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La propuesta Domínguez-Rotival, tal como fue publicada, tiene un especial interés si se contrasta con el desarrollo ulterior de la Avenida. Uso ambos nombres, como lo he hecho a lo largo de este recorrido, porque la arquitectura de Domínguez caracterizada por muchos aspectos positivos que se hacen más notorios con la perspectiva de los años transcurridos, se apoya en Rotival como planificador. Eso no sólo se desprende de la documentación, sino me remite a una anécdota personal que narré con más detalle en otra parte (incluída en este mismo blog), cuando, apenas a mis quince años, oí a Rotival decir, rodeado de un grupo en la terraza del Edificio Sur de la Avenida, una frase en inglés que retuve todos estos años: «When I planned this» mientras señalaba con un amplio gesto a todo el conjunto. Fue durante una recepción con motivo de la apertura del Congreso Panamericano de Arquitectos de 1955 sobre la cual escribí un comentario hace unos meses que puede encontrarse en este Blog. Y que me perdonen los historiadores por basarme en lo que viví, porque en fin de cuentas lo que está en los libros y documentos es, precisamente, lo que la gente ha vivido. Lo histórico también depende de los testimonios personales.
O sea que decir Plan Rotival-Domínguez es decir lo que fue el origen real de la Avenida Bolívar. Un origen que con la perspectiva del tiempo transcurrido parece la única propuesta que maneja una escala factible de reproducir en el resto del casco, o al menos en las zonas adyacentes al Eje. Dejaba abierta una posibilidad de desarrollo proporcional a las posibilidades reales de la ciudad. En efecto, los edificios de las márgenes de la Avenida son de una altura e intensidad de construcción bastante moderada (de unos doce pisos) asumiendo sin complejos modernos como los derivados de la visión rupturista de un determinado Le Corbusier, el esquema de la calle corredor. Concepto que podía ser emulado con ajustes impuestos por las limitaciones del damero tradicional y mediando una definición de los corredores viales ya sugerida en el Plan de 1939, utilizando el concepto de bloque perimetral que trató de favorecerse casi medio siglo después en los inconclusos Planes Parroquiales de 1995. Pero esa visión reguladora de las ordenanzas, orientadas a la uniformización de alturas y a la continuidad de la volumetría del conjunto era completamente ajena, lo mencioné en la entrada anterior, a lo que proponían las ordenanzas de tipo americano que se aplicaron a partir de 1951 según la asesoría de Francis Violich, de tal modo que la Avenida quedó y esa fue su realidad en lo sucesivo, como una intervención aislada del conjunto de la ciudad, abriéndole paso al concepto de Parque Central.
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Este es un extracto de la entrevista a Pérez Jiménez hecha el 5 de Febrero de 1995:
«…Nosotros teníamos distintos planes para Caracas. De un alcance bastante extenso, muchos de los cuales no habían trascendido al público. Por ejemplo, comenzamos, al inicio de mi gobierno, por modificar un poco los planes que existían para la Avenida Bolívar, o Centro Simón Bolívar. Porque la avenida estaba arquitectónicamente muy bien estructurada, pero tenía el problema de que se interrumpía bruscamente y desembocaba por una vía más estrecha a través de la quebrada de Catuche, hacia San Agustín del Sur. Eso iba a ser muy inconveniente porque quien transitara por la avenida se iba a encontrar de repente ante un tapón y una desembocadura de mucho menos rendimiento para el tránsito. Optamos por llevarla hasta Los Caobos para hacerla desembocar sobre la Avenida Mexico y otras avenidas que la continúan. Pero allí no quedaban los planes; teníamos por ejemplo una serie de ideas respecto a El Silencio. Como hacer desaparecer El Silencio actual, zona residencial, para darle otro destino. En principio los bloques que encuadran la Plaza O’Leary se eliminaban. Creíamos que no se justificaba allí una zona residencial. Las zonas residenciales deben estar ubicadas en áreas diferentes, fuera del centro. Íbamos a traer la arquitectura que ya estaba ahí, de las Torres y los Edificios, hasta enmarcar la Plaza. La idea era hacer desaparecer por completo el Bloque Uno para hacer ahí al pie del Calvario, un gran parque y poner allí la tumba del Libertador…Se trataba de un plan que había que madurar suficientemente. Íbamos a llamar no solamente arquitectos nacionales sino extranjeros, porque pensábamos hacer allí algo excepcional.
De las torres del Centro Simón Bolívar hacia el este seguían una serie de edificaciones de arquitectura regulada a determinada altura . En el cruce de la Avenida Bolívar con la Avenida Fuerzas Armadas, pensábamos construir cuatro torres , enlazadas por puentes, un poco más elevadas que las actuales, y de allí hacia Los Caobos seguir con una arquitectura del mismo tipo hasta el Parque, donde se edificaría la sede del Congreso. En principio pensábamos en una estructura arquitectónica de varias plantas bastante extensas: una para los servicios, otra para los Diputados, otra para los Senadores y una gran torre para las oficinas.
De manera que toda la Avenida Bolívar iba a ser un conjunto arquitectónico muy hermoso porque aunque ya había una orientación en cuanto a la arquitectura que allí debía hacerse, se iba a buscar el aporte de distintos arquitectos. Iba a ser un conjunto muy importante: los Ministerios de Alta Política (Relaciones Exteriores, Interiores, Defensa y Hacienda, que son los Ministerios de mayor jerarquía; y los Institutos Autónomos, en las Torres de La Hoyada, el Congreso en el otro extremo, y al mismo tiempo se sacaba al Libertador del Panteón Nacional, en donde estaba mal acompañado, para dejarlo en una tumba digna en El Calvario. Un conjunto muy hermoso, que quizás hubieran criticado porque se hubiera dicho que eran obras suntuarias, pero eso importa poco, esa no es una objeción digna de tenerse en cuenta…»
Y en otra parte de la misma entrevista:
«… Déjeme decirle algo por ejemplo con respecto a las torres del Centro Simón Bolívar. Ellas no estaban proyectadas con la altura que actualmente tienen sino un poco más bajas, tres o cuatro pisos más bajas. Entonces, observando yo las dos masas, me daban la impresión de dos personas altas, con una cabeza reducida, como muy pegada a los hombros; de manera que con el propósito de darle esbeltez a las masas, le dije al Ministro de Obras Públicas: estudie usted la posibilidad de alargar el cuello de estos edificios un poquito para darles mayor esbeltez, llévelo, no me acuerdo exactamente cuantos pisos eran…llévelo a treinta y tantos. Ponga a la parte superior que llegue a la Cota Mil. Si esto se puede hacer desde el punto de vista técnico sin que la estructura sufra, sin que haya peligro, hay que hacerlo. Pues se hizo, las torres se elevaron un poco y se pusieron a esa altura…»
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Un comentario final: siempre me pareció, aún siendo estudiante de secundaria cuando observaba la construcción de las torres, en 1953-54, que la decisión de hacer más alto el cuerpo central (lo cual ya en ese tiempo se atribuía al Dictador) perjudicó notablemente la proporción de las torres. Eran mucho mejores en su versión original como puede comprobarse en algunas fotografías de la estructura y como lo revela la maqueta. Hoy, más de cincuenta años después de mi impresión original (estaba muy enterado del tema por razones que he explicado) sigo pensando lo mismo: fue un gran error. Y podría asegurar que Cipriano Domínguez también lo pensaba pero tal vez no lo dijo nunca porque ese tipo de cosas, cuando ocurren por fuerzas que uno no domina, impulsan al silencio como hechos cumplidos. Y aquí estamos después, los que vivimos esta ciudad, teniendo que aceptar las consecuencias de una arrogancia dictatorial. Así ha sido hasta hoy la historia de nuestro país: caudillos arrogantes quieren decir la última palabra. Pero como dijo Juan Pablo II: la última palabra no está dicha.