ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Cuando al escenario de abuso y sojuzgamiento por razones políticas se agrega la amenaza permanente del crimen, que prospera y se hace fuerte estimulado por la impunidad a su vez favorecida por la maraña de omisiones anudadas desde la manipulación ideológica, se configura una situación insoportable para cualquier ciudadano.

Y en Venezuela, en efecto, el crimen se ha hecho dueño de la ciudad a medida que se prolonga ese engendro incomprensible en que se ha convertido el Régimen.

El asunto ha llegado a unos niveles de gravedad asombrosos. Los asesinatos a mano armada son asunto diario y ocurren por razones nimias, como que si se tratara de un macabro deporte que justifica el terrible título («Salimos a matar gente») del libro de Alejandro Moreno. Sí, diariamente salen a recorrer la ciudad bandas de todo tipo cuya finalidad, aparte de llenar su cuota del día en dinero o bienes, se completa con el asesinato sistemático y el despliegue de una insólita crueldad.

(*) A mi mujer y a mí, junto con un amigo nos tocó una experiencia, la del secuestro (en este caso frustrado), hace no mucho tiempo. A las ocho y media de la noche y apenas a tres cuadras de nuestra casa fuimos bloqueados por un carro que nos pasó y se atravesó en la vía. De él bajaron dos hombres armados que nos apuntaron. Mi mujer, quien conducía, retrocedió sin dirección hasta golpear unos árboles y cuando esperábamos ya el comienzo de los disparos (huir, no lo sabíamos, es lo peor que puede hacerse) apareció otro automóvil en sentido contrario que hizo escapar a los delincuentes. Salvados.

(*) En la casa vecina a la nuestra entraron, maniataron a la hija mayor cuya madre anciana se encuentra en cama, registraron todo y se llevaron un automóvil y diversos objetos a las tres de la tarde de un día cualquiera.

(*) La madre de una arquitecta amiga (84 años) y una de sus hijas, al levantarse una mañana y salir al jardín, fueron encañonadas por asaltantes que habían trepado los muros exteriores durante la noche: las maniataron, y se llevaron toda clase de objetos en el automóvil de la familia.

(*) Me llama un amigo y antes de hablarme de una traducción que emprende sobre arquitectura (un texto de Gio Ponti) me cuenta: dos personas armadas, drogadas, aprovecharon que su nieto salía del estacionamiento de su casa y entraron, lo golpearon, tomaron a su nieto y poniéndole la mano sobre una mesa con un cuchillo amenazaron con cortarle los dedos si no revelaban donde estaban las cosas de valor. Tal como en el caso anterior, se llevaron lo robado en el carro familiar.

(*) La pareja que nos ayuda en las labores de la casa y mantenimiento del jardín y se va todos los fines de semana a los Valles del Tuy, a 30 kilómetros de Caracas, donde viven, al reincorporarse el lunes nos cuentan que una banda de delincuentes, sus vecinos en el mismo barrio (así se vive en las barriadas humildes) organizó una fiesta la noche del sábado anterior con música estruendosa que fue interrumpida en la madrugada por una balacera. En la mañana encontraron el cadáver de un joven con más de treinta disparos a pocos metros del sitio: había sido ajusticiado y su cadáver arrastrado por las calles del barrio, amarrado con alambres, para que sirviera de escarmiento a la banda enemiga.

Narro estas cosas porque me afectan a mí directamente. Forman parte de la experiencia personal, ocurrieron todas en un lapso menor a los seis meses y revelan un escenario que está presente en todo venezolano como muestra de una situación que me atrevo a asegurar que no se vive en ninguna parte del planeta con la misma gravedad.

Es irrefutable que el principal responsable de ella es un régimen que, en nombre de la ideología, desmanteló todas las instituciones que de un modo u otro tienen que ver con el control de la criminalidad.

En primer lugar desmembró el sistema judicial colocando como jueces a incondicionales cuya «lealtad» está bajo vigilancia. Como en un contexto dictatorial el abuso de poder está siempre en los límites de la criminalidad, y con el populismo exacerbado el móvil criminal, particularmente en su rama más importante, el narcotráfico, se encubre con la fidelidad ideológica (las FARC colombianas son un ejemplo), el juez prefiere mirar hacia otro lado. Puede ser presionado con facilidad.

En segundo lugar, la ineficacia, la torpeza, la falta de metas en los programas de inversión, la exclusión del sistema penitenciario de la profesionalidad en provecho de la sujeción política, ha ido deteriorando las cárceles venezolanas hasta convertirlas en verdaderos infiernos, semilleros de más criminalidad. Hacia ellas se hace contrabando de drogas y armas (¡se han encontrado ametralladoras pesadas y granadas en las requisas esporádicas!), desde ellas se dirigen bandas (a cargo de los llamados PRANES, jefes internos que disfrutan de todos los privilegios…cumpliendo una sentencia).

Las policías dependientes del Estado Central se estructuraron en torno a la ideología. Han sido penetradas por la corrupción. Actúan como brazos armados del gobierno, no como protectores de la comunidad frente al delito.

Y por último y cobrando una importancia cada vez mayor está el tema de los «colectivos», grupos paramilitares, armados generosamente desde el gobierno. que han derivado hacia el crimen en connivencia con antiguos miembros de la policía y policías corruptos, hasta tomar forma de bandas criminales, varias de los cuales asesinaron manifestantes pacíficos en las protestas generales del pasado mes de Febrero. En los últimos días, ya fuera de control y actuando por su cuenta, han querido ser reprimidas por el Régimen y venimos asistiendo a una especie de guerra interna entre los colectivos y los organismos de seguridad del Estado. «¡Se matan entre ellos!» es lo que se dice en las redes sociales.

Estas cosas son pues, las que definen de modo más característico eso que en la nota de hoy llamo la «hegemonía del crimen».

Un joven poeta nuestro de nombre americano, Willy Mc Key, pone como epígrafe a su comentario sobre el reciente asesinato del diputado oficialista Robert Serra, parte de la letra de un cantante de reggae OneChot, también venezolano, que estuvo hace dos años al borde de la muerte luego de sufrir un asalto:

«Déjenme presentarles a Caracas, la embajada del infierno, tierra de asesinatos y tiros. Cientos de personas mueren cada semana, ahora vivimos en guerra, la ciudad está llena de locos»

ESCAPAR DE UN ESTADO INJUSTO

Oscar Tenreiro

(Publicado en el diario TalCual de Caracas el 11 de Octubre de 2014)

Si hay alguna cosa por la que deberán ser enjuiciados por la historia los encumbrados de este Régimen, su impulsor original, la altísima nomenklatura cubana que lo apoya y los actores principales del peor fracaso político de la historia venezolana, es por el estímulo a que emigre una enorme cantidad de jóvenes nacidos y formados entre nosotros, hoy atrapados aquí entre la ausencia de futuro y la hegemonía del crimen. Hegemonía esta última de la cual hemos tenido una terrible muestra muy recientemente. Hecho de enorme crueldad que se suma al asesinato de un sacerdote la semana anterior y muchos otros en los días previos que son apenas números entre los crímenes que llenan los días venezolanos.

Y es precisamente este avasallamiento por la maldad lo que destaca cuando converso sobre la emigración con personas cercanas, como hace poco con la más joven de mis hijas y su esposo, emigrados. Porque me quedo sin argumentos ante la duda de si es posible vivir una vida normal ante el constante temor de perderla o que la pierda un ser querido.

Yo no sé si los encumbrados lo perciben, si los afectos al Régimen sienten que están fuera de su influencia, pero es el miedo de ser agredido, humillado, torturado durante un secuestro para ser robado y finalmente asesinado, lo que está en la mente hoy en día de todo venezolano, miedo agravado fuertemente por el hecho de que el 90 por ciento de los delitos a las personas quedan impunes: robar y matar es el mejor negocio de la Venezuela actual. Siendo evidente además que ese estado de cosas es uno de los logros más relevantes del Régimen. Pero lo negarán (o relativizarán) con la misma arrogancia con la que niegan todo, dueños como son de la totalidad del Poder Público.

II

Y pese a que el único argumento que considero de suficiente peso para irse de aquí es el miedo al crimen, he escrito aquí y lo he dicho muchas veces, que considero la emigración en las actuales circunstancias venezolanas, un error. Son esas actuales circunstancias las que producen la inmensa mayoría de las emigraciones; y destaco que son actuales, es decir que cambiarán, y las circunstancias son realidades localizadas en un determinado tiempo. Con lo que estoy diciendo también que cambiarán. Que dejarán de ser lo que hoy son.

Y quienes no hemos caído en la trampa de creer que el rumbo del Régimen va hacia alguna parte distinta de, como lo he dicho antes, un aplastante fracaso que ha semidestruido a un país entero, tenemos fe en que se impondrá finalmente la lógica simple y será desmantelado y derribado este armatoste político afirmado en la corrupción, el dinero rentista y la incoherencia ideológica. Por convicción o porque sabemos que la emigración produce rupturas trágicas e irreparables, pensamos que es aquí donde debemos estar y donde también deben estar los más jóvenes, afrontando las dificultades, asumiendo las limitaciones que nos impone esa mafia (Estado Mafioso ha sido llamado con propiedad el Régimen) que tiene en sus manos a Venezuela. Pero preparando el terreno, pacientemente (es paciencia lo que más se necesita) para que se construya un país distinto sobre bases definitivas, duraderas, las que harán sólido el cambio: las democráticas, producto del acuerdo, ajenas a la violencia, pero claramente distanciadas de la confusión que ha permitido la pesadilla.

Queremos, y sabemos que nos será muy difícil en una economía dependiente de un Estado Injusto, hacer lo que debemos hacer. Sobreviviendo o en casos muy aislados prosperando si se está en uno de los pocos nichos de actividad capaces de sobreponerse a la agobiante situación general.

III

He sacado el término Estado Injusto de una noticia que viene de Alemania y nos ayuda a entender lo que aquí ocurre. Un líder (Gregor Gysi) de la izquierda política (Die Linke) aspirante a una coalición que le permitiría una cuota de poder local, se rehusó a llamar públicamente a la antigua RDA Estado Injusto con el curioso argumento de que había habido grandes injusticias…pero no merecía ser llamado injusto. Ante lo cual, un reputado historiador, Heinrich August Winkler, dijo lo siguiente: «Un Estado que no protege los derechos de sus ciudadanos y que no garantiza una justicia independiente es injusto. Gysi argumenta en sentido contrario porque dice que la RDA no puede compararse con el Tercer Reich. ¡Por supuesto! Pero no por ello era un Estado justo”.

El Régimen venezolano calza en la definición; y el esfuerzo del político alemán de suavizarla es análogo al de quienes pretenden relativizar los abusos antidemocráticos de nuestra dictadura argumentando que peores han sido los de otras dictaduras. El asunto clave es que apoyan a un Estado Injusto. Fernando Mires lo dice así: El gobierno venezolano opera «…como una simple jefatura..», aquí no se gobierna, aquí se manda. Venezuela, dice Mires: «es uno de los pocos países del mundo donde las autoridades dictaminan sentencias sin que existan investigaciones y juicios previos» ¿Puede eso justificarse con ideología? (Hablo con los tibios que se esconden tras las palabras, como hace dos días alguien que conozco).

Injusticia esencial que se muestra a través de todo el diario andamiaje verbal. Y eso nos aplasta. Es de esa agresiva injusticia de lo que escapan nuestros jóvenes y sus hijos, ante nuestro dolor de padres, superando nuestros argumentos en contra. De lo que equipara a este Régimen con las peores dictaduras de la historia reciente, aunque gracias al Poder del que disponen, sus beneficiarios no se sientan aludidos.

Que lo entiendan todos los que se esfuerzan en justificar su indiferencia o neutralidad. Que en la circunstancia actual venezolana es tibieza. Y el tibio es más culpable que el de las primeras filas.

De nuevo aquí la frase bíblica:

Tibieza