ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro

Esta es la primera semana luego de 362 anteriores en la que lo que escribo no aparecerá en TalCual. Las razones son conocidas y hablé de ellas la semana pasada. Intentaré adaptarme a esta nueva rutina, así que me dirijo sólo a los lectores de este blog.

Me encuentro de viaje. Hago lo que está a mi alcance para visitar de vez en cuando a cuatro de mis hijos que viven fuera de Venezuela. Han partido hacia otros mundos por razones diferentes y han ido levantando a sus familias sin perder nunca de vista el país donde nacieron, que saben acosado de dificultades que lucho por convencerlos de que son pasajeras. Pero no es fácil ante tanta noticia que afirma el perfil opresivo de la realidad política que vivimos junto a la ominosa presencia del crimen como permanente telón de fondo. Y postergan, intimidados y ya hechos a vivir en paz, un posible regreso. Nada queda ya en mi repertorio de razones para sacarlos de ese escepticismo, aunque insisto.

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Mi primera etapa del viaje me confronta con un inesperado caos: el aeropuerto de Miami, servicio público de la peor calidad, tan subdesarrollado como cualquier cosa nuestra, puerta de entrada vergonzosa para la sociedad más influyente del mundo. Es inexplicable el desastre que nos hace esperar tres largas horas en interminables colas para lograr salir a la ciudad. Se ha convertido en centro de distribución principal de las aerolíneas (un hub en la jerga técnica) sin que sus sucesivas expansiones (desordenadas, hasta laberínticas) lo hayan llevado al nivel adecuado. Es una demostración de la curiosa contradicción en la que se debate la sociedad norteamericana, expandiendo sin cesar sus horizontes económicos y negándose a aceptar la necesidad de un Estado no sólo moderador y regulador sino actuante, de eficiencia correspondiente. El temor al socialismo, a ratos infantil, siempre esquemático y asombrosamente atrasado, impulsado por prejuicios ideológicos, hace que toda consideración respecto al bien común sea vista con sospecha convirtiéndose en ceguera frente a la inadecuación de su sistema de servicios públicos y una visión de la vida urbana donde el intercambio social tiene mínima cabida.

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Si bien existen valores de convivencia en aspectos importantes de la vida en el suburbio, el extremo individualismo expresado en los patrones de movimiento en la relación vivienda-trabajo o vivienda-esparcimiento promueve el aislamiento y no favorece la trabazón social. Y en los de mejor calidad de vida, habitados por clases medias con ciertos recursos, el espacio público es sobre todo el parque pasivo de áreas generosas, siempre bien mantenido, pero de mínima concurrencia, un tipo de espacio público favorable al aislamiento. La plaza ha quedado como propia de otras culturas y sólo existen como símbolos que resisten (recordemos a Jane Jacobs y su defensa de Washington Square en Nueva York) y son bien valorados como instrumentos de una vida urbana más humana, en las grandes ciudades del Este norteamericano, y las más concentradas del resto del país, como San Francisco.

Y el suburbio acentúa la sensación de uniformización que se da en muchos otros aspectos de la vida allí. Pasearse por uno de ellos en cualquier punto de la inmensa geografía es ver las mismas casas de estructura de madera cubierta de shingles o de boards and battens, pintadas alguna que otra de un color arriesgado, con su porchecito, su basement, su garage si tiene más de cincuenta años, convertido en cuarto de cachivaches, su backyard, la barbacoa metálica barrigona que se atisba y a veces está a la vista; todo rodeado con las fences de madera cruda que varían según el dinero de la familia.

Si se trata de un sector de mayor nivel económico los tipos son también los mismos pero preferiblemente de una sola planta, mayor tamaño y aún menos roce comunitario. Uno de estos últimos es la escena urbana (los suburbia ) de Hysteria Lane, la calle de la serie de televisión Desperate Housewives de hace unos años, que tan bien describe el tipo de relaciones que allí se promueve.

Y si bien es verdad que la uniformización de los modos de vida de las clases medias es propia de cualquier sociedad, el que sea así en un territorio tan extenso en el cual se dan casi todos los tipos de clima, con paisajes extremadamente diversos, que ha recibido influencias fuertes de Europa y ahora del mundo hispano, no deja de despertar muchas reflexiones. Una de ellas, que el modo de hacer negocios que se ha hecho característico de su sistema económico en el cual la repetición y la estandarización de los resultados tiene un papel mucho más decisivo del que tiene en cualquiera de los otros países del Primer Mundo, ha sido el que ha impuesto los tipos por encima de cualquier tradición recibida. Y el impacto ha sido tan fuerte que fue estableciendo esas tipologías y arraigándolas desde el punto de vista cultural.

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Tuve hace tres décadas la experiencia de dar clases como profesor invitado en una universidad de los Estados Unidos. El primer día, al dirigirme hacia la que sería mi oficina caminando a través del campus, tuve la muy extraña impresión de que me hallaba en una película. La gente, el lugar, los edificios, los había visto así, casi exactos (aunque seguramente no serían de ese campus) en alguna escena. Incluso la gente parecía la misma. Hoy pienso que la sociedad estadounidense funciona en dos planos diferentes: uno real y uno virtual que es su representación. Los ciudadanos de ese país se ven permanentemente reflejados en el cine y la televisión, que por otra parte ha llegado a muy refinados niveles niveles de realismo gracias el enorme desarrollo de esa industria y está presente en todas las instancias de la vida ciudadana, desde la intimidad hasta la vida pública. Acompañada además, envuelta podría decirse, por la música popular, conformando eso que se llama ahora la industria del espectáculo.

Se produce así, me parece, una interacción entre realidad y ficción que es única en el mundo. La ficción no es sólo un retrato aproximado de la realidad (cuando es realmente ficción, no ciencia-ficción) sino es una herramienta que modela la realidad, que la conforma y en cierto modo la somete a ella. Un fenómeno que se da por extensión en todo el mundo pero de un modo más unilateral porque la exportación a otras realidades funciona no ya como un diálogo con la imagen especular, sino como una superposición. Que promueve además la uniformización que también es un fenómeno del mundo actual que se va acentuando.

A eso le teme el discurso marxista y el de las izquierdas contestatarias. No creo que con razón sino más bien abusando de lo ideológico. Porque la fuerza que esa transformación lleva consigo es tan grande que sólo será el florecimiento de modos de expresión en cierto modo inseminados por ella lo que definirá las distintas identidades. Identidades híbridas como toda identidad mestiza. Y sabemos que el mestizaje es el futuro de la humanidad. No hay razón ideológica que pueda resistírsele.

Ya veremos lo que pasará cuando Bollywood influya a Hollywood.