La Misión Vivienda en Caracas: un fraude mayúsculo barnizado con ideología
Oscar Tenreiro
Cuando hace dos semanas comentaba lo que un joven arquitecto llamaba fracaso de la arquitectura venezolana a propósito de los resultados producidos por la Misión Vivienda, iniciada por el Régimen en tiempos del Ausente, pensaba que su observación no era correcta, no sólo porque la arquitectura venezolana es una abstracción, sino porque pienso que la Misión Vivienda es la consecuencia directa de un modo de ver la arquitectura como disciplina y el oficio de los arquitectos como su instrumento, característico de Venezuela y la cultura de la construcción que ha tomado forma entre nosotros durante el último medio siglo. Es el resultado de un sesgo cultural desorientador y deformante.
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Me refiero a la falta de sustento cultural que en nuestro medio tiene, por una parte la tarea de edificar, y por la otra lo que el sector público puede y debe hacer a favor de la ciudad. El aumento vertiginoso del número de arquitectos en los últimos treinta años, que ejercen y se desempeñan después de sólo cinco años de estudios afectados por múltiples deficiencias y una mínima experiencia en la tarea de dar forma a una arquitectura de contenidos, se ha sumado a la inocuidad de un discurso sobre la ciudad manejado por conocedores del tema urbano en quienes prevalece una visión puramente normativa (lo he dicho insistentemente) y desconfianza en la arquitectura como instrumento para la formación de la ciudad.
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La idea de la expropiación masiva en el Sur del casco central de Caracas, por ejemplo, asunto nuclear de la Misión Vivienda, tenía mucho sentido si hubiera estado vinculada a un Proyecto Urbano dirigido a re-edificar ese sector de la ciudad, rescatarlo de su abandono y hacerlo sujeto de una importante operación de Renovación Urbana. Pero la crítica que se hizo pública respecto a lo que se iba conociendo de la Misión nunca explicitó una objeción de ese tipo. Los pocos que se expresaron se referían a la falta de previsiones para servicios, sin mencionar las necesidades de creación de espacio público, algo fundamental en Caracas, y poco, si algo, a la necesidad de hacer ciudad, de construir la ciudad mediante una apuesta a favor de la forma arquitectónica.
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Pero más notoria que esa omisión desde fuera de la visión oficial, es que los equipos profesionales al servicio del Régimen hayan cedido con aparente docilidad ante una visión radicalmente inmediatista que respondía sólo a la urgencia y dejaba de lado todo compromiso con la ciudad. Eso no hubiera sido posible sino contando con la inmadurez y la pasividad de los profesionales de segundo rango, obnubilados tal vez por la enorme responsabilidad puesta en sus manos; pero resulta particularmente estridente e inexplicable en los profesionales de primer nivel, los máximos responsables políticos y técnicos de la operación. Asombra que decidiesen proceder según exclusivas consideraciones de oportunidad justificando además su desdén ante las implicaciones urbanas de las enormes inversiones que controlaron, apelando a elementales y hasta risibles argumentos ideológicos,
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¿Cómo puede ser posible que profesionales con experiencia, buen nivel de formación, capaces de participar con argumentos académicos serios en su actividad universitaria y suscitar en sus estudiantes deseos de conocimiento perfectamente legítimos, hayan procedido de esa forma? La respuesta es, y ella debe inducirnos a la reflexión, que actuaron en un contexto cultural y político muy pobre culturalmente, carente de argumentos para contrapesar lo arbitrario o sustentar un modo de proceder diferente hasta hacer visible el error en el cual se incurría. Un medio incapaz de exigirles responsabilidad; poblado de gentes con títulos universitarios producto de una educación incompleta y deficiente, convertidos en medio-educados (halbgebildet, como se dice en alemán), personas dispuestas a actuar al mismo tiempo con la ligereza del que ignora y la autoridad del que sabe.
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Ese es el drama de una situación como la venezolana y en ello tenemos que detenernos un poco. Es lo que me lleva a rectificar la observación de mi joven amigo: la Misión Vivienda es la muestra clara del atraso cultural venezolano expresado en la actitud pública frente a la arquitectura y la ciudad. Un atraso que se expresa en varios niveles: en primer lugar en que le da alas a la audacia de políticos que piensan que pueden exigir cualquier cosa con la sola justificación de sus objetivos políticos y la generosa provisión de ese dinero petrolero que ha convertido a Venezuela en caso de estudio; por otra parte en la aquiescencia de los profesionales que ocupan altos niveles en la administración pública frente a mandatos de la autoridad que pasan por alto los requisitos técnicos y culturales propios de su formación profesional; y en tercer término en la carencia de argumentos en contra de esa manera de actuar en quienes pasan ante la opinión general por conocedores y hasta por expertos, gentes que en cierta manera flotan en la insuficiencia de un medio social inmaduro y escaso de tradiciones.
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Todo lo anterior, define el escenario en el cual actuamos los arquitectos. La sociedad vista como un todo parece incapaz de establecer los límites para la actuación de quienes tienen posiciones de autoridad. Digamos al respecto que en ninguna sociedad avanzada las motivaciones ideológico-políticas podrían imponerse por sobre el conocimiento profesional y la experiencia de la cual derivan. Pero no sólo es con la Misión Vivienda donde eso ha podido ocurrir, sino que se ha convertido en asunto recurrente en todos los distintos ámbitos en los cuales se desarrolla la actividad de construir.
No es sólo pues lo público lo que presenta esas carencias sino todo el espectro social, rasgo cultural que estamos obligados a reconocer para corregir las razones que lo han hecho posible. Preguntarnos por qué tienen lugar en Venezuela conductas que difícilmente se darían en otros lugares del mundo.
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A eso trataré de dedicarle algún espacio, tanto en lo que hoy escribo como en lo que vendrá en las semanas sucesivas. Lo haré a partir de mi experiencia personal, relatando lo que me ha tocado vivir desde que inicié mis estudios en el año de 1955. De ese modo me escapo de la rigidez académica y a la vez actúo como testigo no sólo de un modo de ser arquitecto sino sirviendo de acompañante a quienes les duele la situación de abandono de nuestras ciudades y la ausencia de planes sistemáticos para corregir su deterioro. Buscaré también dejar de lado cualquier noción excluyente de especialización y señalaré anécdotas (la anécdota puede ser muy útil para la comprensión) que ayuden a entender mejor el trayecto seguido hasta la situación actual, señalando los aspectos negativos, que parecen por cierto prevalecer en las últimas tres décadas de nuestra historia como nación, pero sin olvidar los positivos que aún están a nuestro alcance.
Y espero darle al lector algunos instrumentos para conocernos mejor.
(Hacer los comentarios a través de la dirección otenreiroblog@gmail.com)