Oscar Tenreiro
Tengo que pedir excusas a los amigos de este Blog porque fallé el sábado pasado. Un resfriado me arrastró a una sensación de indefensión que me hizo imposible cumplir con la cita. Lo que para algunos no es más que una molestia a mí me agobia, no sé si a causa de una innecesaria operación de amígdalas que sufrí de niño a la vez que mi hermano Jesús, (en el Hospital Civil de Maracay, por cierto, a manos del Dr Alfredo Celis Pérez). Pero desde entonces hasta hoy los resfríos han sido mis enemigos personales.
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Ya al regreso de nuestra rápida excursión maracayera pasamos por un curioso edificio también heredado del gomecismo, pequeño teatro que se conoce como el Ateneo. El cual me parece curioso porque es como una reproducción en pequeña escala, caricaturesca por supuesto, de la Musikverein de Viena. Se utilizó aquí, en una ciudad-pueblo del lejanísimo trópico que nada tuvo ni tiene que ver con la ciudad europea y con una escala modestísima, (unos 400 puestos vs. más de 1700), lo que, estirando un poco las cosas, podríamos llamar el mismo tipo arquitectónico. Esa condición se acentúa porque el edificio está aislado ocupando una especie de mini-manzana que permitió desarrollar el tipo con libertad (libertad modesta e involuntariamente caricaturesca, repito), lo cual le confiere, a pesar de su pequeño tamaño, una distinción especial. Es claro que en 1923 (cuando leo que comenzó su construcción bajo la dirección de un ingeniero llamado Epifanio Balza ) la ciudad no era más que las calles del damero, las viejas casas a las que servían y la modorra y el calor de los 10 grados de latitud norte y 400 m.s.n.m., lo cual hace más especial la presencia de ese pequeño monumento como surgido de la nada, una situación similar a la de la Plaza de Toros, que está apenas a dos cuadras de distancia, también un monumento aislado, cosa que no ocurre con el Hotel Jardín porque allí el Hospital, los cuarteles y la Plaza Bolívar logran crear un contexto.
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El Ateneo prestaba en los años de mi infancia un servicio modesto a pesar del abandono y el desdén. Al sólo cruzar la calle, quedaba la casona de dos pisos del Colegio San Pedro Alejandrino donde estudié, al igual que mis hermanos, la Primaria, o parte de ella. Y esa proximidad fue la razón por la que para los actos culturales del colegio la Sra. Mercedes Hernández, nuestra directora, solicitara siempre el uso del Ateneo. Y ella disfrutaba de un prestigio especial en el Maracay de entonces, prestigio que llevó a que la escogieran como Diputada del Congreso de Pérez Jiménez en el año 50 o 51, por lo cual se mudó a Caracas y dejó la dirección en manos de María de Lourdes Poveda, una persona muy correcta e igualmente severa con quien no me llevé nunca bien hasta que me cambiaron de colegio.
En el Ateneo tuvo lugar un evento muy especial al cual me he referido en otra oportunidad: la escenificación del diálogo entre Alejandro Magno y Diógenes el filósofo cínico, papeles interpretados por Jesús Tenreiro y Moisés Krasner, estudiantes de sexto grado. Jesús ataviado como Alejandro teniendo como túnica el cubrecama de mi madre y Mory en traje de baño y algún trapo adicional junto a un artefacto que debía parecer el tonel, o la tinaja, donde Diógenes vivía.
He querido reconstruir ahora el famoso diálogo, del cual retenía algunos fragmentos muy nublados en la memoria. Y me topo con el poema de Ramón de Campoamor (1817-1901) http://www.taringa.net/post/arte/15418946/Alejandro-Magno-contra-Diogenes-el-cinico.html que estoy seguro fue el texto que actuaron Jesús y Mory en esa velada. Creo que estaba en una enciclopedia para muchachos que se llamaba El Tesoro de la Juventud y lo debe haber seleccionado la Sra. Peña (su hijo, Máximo, era de mi edad), maestra de Jesús, una mujer admirable de esas que ven en la enseñanza una vocación de vida y superan de un modo que parece a veces prodigioso las limitaciones del medio en el cual actúan. Y lo supongo porque ella tenía muy clara en su espíritu la importancia de la cultura, hasta el punto de haberle regalado a su aventajado discípulo cuando terminó su sexto grado, un ejemplar de La Divina Comedia con reproducciones de Gustavo Doré, que después todos en la casa hojeábamos interesándome yo particularmente en las imágenes del Infierno. Eso ocurría, no puedo dejar de señalarlo por las reflexiones que sugiere, en este pueblo perdido del mundo que era Maracay, cuando no existía un Harry Potter comercializado a fuerza de dinero en el planeta entero. Había simplemente espíritu.
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Reproduzco las ultimas estrofas del poema porque no puedo negar que me conmueven. Recordaba con más claridad unos versos del comienzo cuando Alejandro, dueño del mundo, le pregunta al filósofo ¿Qué quieres de mí? / y Diógenes: –Yo, nada; que no me quites el sol. Y por tantas razones que me es difícil precisar encuentro en ese desdén por los privilegios, por los beneficios del Poder, en esa distancia ante el brillo y la fortuna, en la aceptación y sublimación de lo esencial, algo de lo que sería la vida, extinguida ya pero siempre presente en nuestra memoria, de esos dos muchachos, niños en definitiva, ensayando a ser actores. Y en los versos finales se abre el poder simbólico del diálogo entre estos dos personajes arquetipales: -Vivir podré aborrecido /mas no moriré olvidado / -Viviré deconocido mas nunca moriré odiado./ -¡Adiós pues romper no puedo / de tu cinismo el crisol! –¡Adiós! ¡Cuán dichoso quedo, / pues no me quitas el sol! / Y al partir, con mutuo agravio,/ uno altivo, otro implacable: / -¡Miserable! –dice el sabio/ y el rey dice: -¡Miserable! Y así terminaba, con esa imprecación mutua, la escena que hoy evoco.
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Pero allí no terminaron los arrestos teatrales de la familia. Pedro Pablo, por ejemplo, mi segundo hermano, cantó en otro de esos actos Dama Antañona, junto a una niña muy bonita, ambos de pie, el detrás de ella tomándola por los hombros mientras oscilaban con el ritmo de la canción, coreografía que mereció algún comentario picante. También a mí me tocó el turno actoral cuando en una ocasión, creo que ya estudiando en otro colegio, hice de Simón Bolívar pronunciando uno de sus discursos, seleccionado por el Padre Izaguirre S.J., quien fue expresamente a nuestra casa a enrolarme en la empresa. No logro recordar cual era el discurso, Internet no fue de suficiente ayuda, pero recuerdo que un pasaje se refería a unos dignatarios provenientes de Antioquia, región colombiana que era la primera vez que oía mencionar. Debí aprendérmelo de memoria y acompañarlo de una determinada gestualidad. Ya lo olvidé pero creo que no lo hice tan mal porque al año siguiente Izaguirre volvió a buscarme para otro discurso esta vez aceptando que lo leyera ante mi negativa tajante a un nuevo esfuerzo de memoria. Y creo que esa vez no quedó tan bien.
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En un texto que escribí hace un tiempo también a propósito de una visita a Maracay, supuse que el Ateneo había sido demolido. Nunca me disculpé de tan evidente error, pese a que unos cuantos maracayeros me escribieron para llamarme la atención, pero en mi descargo digo que lo que me pasó tenía que ver con el desprecio que en ese momento era obvio, respecto al pasado monumental gomecista de la ciudad. Ahora la situación se ha corregido parcialmente, los andamios y nueva pintura en parte del exterior revelan tal vez que una merecidísima restauración está en curso. Y uno se siente mejor, pese a que enfrente, el que llamábamos Asilo de Huérfanos, donde oficiaba la Madre María de San José, desde 1995 Beata de la Iglesia Católica, fue recubierto de un material artificial con la idea de darle una apariencia más elegante al friso pintado que le era característico, como a todas las casas que había en ese sector de la ciudad. Y ahora tiene una desagradable piel de tono gris bastante triste; y más allá, por la López Aveledo casi llegando a la Avenida Bolívar, sale de él un horrible puente que va desde el Asilo hasta otro edificio de una sola planta, el cual suponemos un Museo dedicado a la Beata, pasando por encima de la calle, feísimo artefacto que revela lo mal escogidos que son los arquitectos que hacen esas cosas para los gobiernos locales.
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Pero al nombrar a la Madre María tengo que decir que la recuerdo como quien durante unas sesiones iniciales nos preparó, a mí, mi hermana y mi hermano menor, para la Primera Comunión. Y como está de moda hablar mal de curas y monjas sin diferenciar, a veces con alguna razón pero rutinariamente como una especie de pose que encubre una profunda hipocresía, quiero decir algo sobre mi experiencia infantil con ella.
Mi madre había decidido, siguiendo la usanza católica, prepararnos para el día más feliz de nuestras vidas. Calificativo que por cierto no me pareció ni entonces ni ahora verdadero, porque a pesar que ese día uno la pasa bien porque forma parte central de los procedimientos y se viste muy endomingado, no era que estaba tan tremendamente feliz; más felicidad sentía en las piñatas a pesar del peligro de un palazo y de que un trozo de arcilla (las de esa época eran de arcilla) le cayera a uno en la cabeza, lo cual por cierto, alguna vez ocurrió. Pero sigamos con la preparación, que implicaba asistir periódicamente al Asilo de Huérfanos, donde una monja nos iniciaría en el Catecismo. Atendiendo a ello mi madre nos confeccionó a cada uno un cuadernito donde escribió con caligrafía muy cuidada las cosas básicas, forrado en un papel verde que era común en los libros escolares, cuaderno que conservé durante algún tiempo y que debíamos llevar a las sesiones del Asilo. Allí nos recibió una tarde la Madre María pero como lo he dicho, después de dos o tres sesiones ya no estuvo más porque la responsabilidad fue asignada a otra de las monjas. Y recuerdo que me sentí mal con la sustitución.
Es a ese malestar a lo que me quiero referir, porque esos encuentros iniciales le trasmitieron a mi conciencia infantil una sensación de paz y de bondad que parecían ausentes en la persona que la sustituyó. Tal vez es ese uno de los sentidos de lo que llamamos santidad, la capacidad de llevar al otro, a tres niños en este caso, algo de paz y de bondad. Aún lo recuerdo y por eso lo comento aquí.
(Hacer los comentarios a través de la dirección otenreiroblog@gmail.com)