ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro

Al Norte de Maracay, separado de ella por un sector de la Cordillera de la Costa que incluye el Parque Nacional Henri Pittier, se abre hacia al Mar Caribe un litoral que contiene algunas de las bahías más hermosas de Venezuela. Una de ellas, Ocumare de la Costa, fue parte de nuestra vida familiar. En las vacaciones escolares pasábamos allí largas temporadas, primero en casas alquiladas y luego en una casa muy simple que hizo construir mi padre frente al mar y que aún se conserva en otras manos junto a las pocas cosas que han sobrevivido al modo de civilizar de una sociedad con nuestras carencias culturales: erosionar, usar mal, despreciar los bienes recibidos.

Durante varias temporadas llegamos a cualquiera de las tres (¿o cuatro?) casas que había hecho construir Gómez frente a la playa y que habían quedado en manos de las autoridades locales que las cedían a temporadistas como nosotros. Eran las mismas de los campamentos petroleros de entonces, todas de madera pintada con tablas colocadas horizontalmente en la fachada a la manera del board and batten norteamericano. Tenían plafón de celotex (un aglomerado típico de la época) y constaban de un corredor frontal muy abierto rodeado de tela mosquitera y unas dependencias internas cuya organización no logro recordar. Es de suponer que sus componentes eran importados, tal vez venían en kits que simplemente se armaban. Hay estudiosos nuestros, como es el caso del colega Pedro Romero, de Maracaibo, que han dedicado a ellas trabajos muy completos. Incluyo aquí unas ilustraciones tomadas de su último libro Imagen del Paisaje Petrolero Venezolano que corresponden a un tipo de casa tal como el que describo con algunas variantes.

Estaban levantadas del suelo un poco más de un metro sobre pequeños pilotes de concreto que salían de una especie de batea también de concreto que debía permanecer llena de agua para evitar el paso de hormigas, bachacos y otros insectos hacia la estructura. Ese espacio bajo la casa tenía algo de misterioso para los niños, que nos asomábamos a él ocasionalmente correteando cangrejos.

1. Del libro de Pedro Romero: Un tipo de vivienda petrolera similar al de las casas de Ocumare cuyos pilotes eran mucho más bajos.

1. Del libro de Pedro Romero: Un tipo de vivienda petrolera similar al de las casas de Ocumare cuyos pilotes eran mucho más bajos.

2. Del libro de Pedro Romero: una casa petrolera como las de Ocumare que eran más bajas y tenían al frente un corredor muy abierto protegido por tela mosquitera.

2. Del libro de Pedro Romero: una casa petrolera como las de Ocumare que eran más bajas y tenían al frente un corredor muy abierto protegido por tela mosquitera.

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En un momento dado esas casas fueron demolidas porque la falta de mantenimiento las fue arruinando, y esa fue la razón, junto al hecho de que era posible conseguir terrenos de poco costo frente al mar, para que mi padre decidiera construir la nuestra. En mi recuerdo lo que más me ha quedado es el confort térmico que las caracterizaba, logrado no sólo por la ventilación cruzada sino por el aislamiento del calor de la techumbre (de cuatro aguas) gracias al plafón que definía la altura interna. Esa era sin duda su principal virtud, un aspecto fundamental que la tipología de la vivienda económica que se ha construido aquí desde entonces ha dejado totalmente de lado.

Tía Carlota con mi hermano Jesús en brazos frente a una de las casas de Ocupare

 Carlota Degwitz de Brigé (Tía Carlota) con su hija Gloria recién nacida frente a una de las casas petroleras de Maracaibo donde vivió, del mismo tipo de las de Ocumare de la Costa

 

Mi abuela materna y una prima de mi madre en Ocumare con La Peña al fondo

Mi abuela materna y una prima de mi madre en Ocumare con La Peña al fondo

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Las casas petroleras estaban más o menos en el centro de la bahía, una zona un tanto castigada por el oleaje porque Ocumare es una playa de olas fuertes. La casa que hizo construir mi padre estaba hacia el Este más cerca de la desembocadura del río, donde el mar era más amable. Estaba al lado de la del escultor Francisco Narváez, quien se casó en esos años con Lobelia Benítez, una de mis maestras, gran mujer de la estirpe de la Sra. Peña.

Deduzco hoy que fue comenzada a construir en 1947 o tal vez el 48. En ese año aún Ocumare no tenía servicio eléctrico, y sólo fue un par de años después cuando fue instalada una planta que suministraba energía durante parte de la noche. En las tardes la gente de menos recursos y las bodegas que permanecían abiertas se iluminaban con lámparas de carburo, pequeños objetos de latón que se llenaban de agua y se les agregaba el carburo molido, mezcla que produciría el acetileno que salía por un extremo terminado en punta para alimentar la llama; y las de mejor situación usaban lámparas de kerosene o gasolina Coleman que todavía hoy usan los excursionistas. Para la refrigeración se dependía del hielo en grandes panelas que venía de Maracay o, posteriormente, de unas neveras americanas marca Servel que funcionaban a kerosene.

El techo de la nueva casa era de láminas onduladas de asbesto (del que ahora se considera cancerígeno) sobre viguetas de madera, las paredes de bloque de concreto muy rústico y el piso de cemento pulido. Tenía un corredor abierto en la fachada hacia la playa (el terreno estaba frente al mar), luego dos cuartos separados por un zaguán, un baño central, y dos ambientes que cerraban la fachada opuesta, la cocina y un tercer dormitorio, el de mi padre.

Había sido planeada por un simple maestro de obra, sin ingeniero y por supuesto y con mucha mayor razón en la Venezuela de entonces, sin arquitecto. La principal característica que destacaría de ella y que era común en todas las casas frente al mar que se iban multiplicando en ese tiempo, era, como en las casas petroleras, la ventilación cruzada, lograda principalmente con la colocación en la parte superior de las paredes, de bloques de concreto ornamentales material que se ha usado muchísimo en Venezuela y que vino a caracterizar aspectos claves de la arquitectura de Carlos Raúl Villanueva. Pero de resto era bastante elemental y poco agraciada, aparte de que el corredor frontal abierto hacia el mar, un elemento que era prácticamente obligatorio y sin duda su espacio más importante, vino a ser un lugar de verdadero disfrute en cuanto a que tenía esa cualidad especial que en nuestro clima nos proporcionan los espacios intermedios.

Mi padre frente a la casa recién construida junto a una mata de almendrón protegida con bambú.

Mi padre frente a la casa recién construida junto a una mata de almendrón protegida con bambú.

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A esta edad mía, como puede deducirse de lo que he venido escribiendo, rememoramos y evocamos experiencias lejanas. Y muchas de ellas sin duda, lo veo claro hoy y lo he conversado con mis hermanos, se recortan en un escenario que es el de la casa de Ocumare de la Costa y sobretodo del corredor de enfrente. No era un lugar del que podría haberme quedado alguna imagen de esas que atesoramos los arquitectos y en cierto modo alimentan lo que hacemos, pero tenía de todos modos la virtud esencial de proporcionar sombra, recoger la brisa y permitir ver hacia ese mar que vino a ser en los años que siguieron mi más apreciada querencia. Sentarme en una de las hamacas que allí se colgaban (eran tres y una cuarta que molestaba) y ver hacia el azul que se rizaba de blanco en las horas del mediodía y terminaba en la explosión de las olas, con la brisa eterna y bendita de los alisios caribeños refrescando el cuerpo y la mente, es un recuerdo que para mí es como el resumen del placer de vivir. No puedo dejar de abrirme a esos instantes sin conmoverme.

 

Imposible saber el papel que esos momentos de encuentro con lo natural, personales, íntimos si se quiere, tienen en la conformación de lo que uno es, pero permanecen en la conciencia con una claridad que asombra. Van con uno y reaparecen de cuando en cuando unidos a un espacio más amplio que es un paisaje insustituible, parte de la imagen que tiene el lugar donde nacimos y nos hicimos personas.

Algo a lo que no queremos renunciar cuando la edad asoma.

La Peña de Ocupare

La Peña de Ocumare

 

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