ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro

Cuando no se tiene Poder y quien sí lo tiene deja que te acerques a él esperando algo de tí, todas las construcciones ideológicas que uno se ha hecho respecto a las consecuencias que el Poder tiene en la conducta humana se tambalean, su solidez es sometida a prueba. Y si el poderoso se interesa en lo que puedas decirle, en tus ideas, en tus propuestas, en tu modo de ver las cosas, aunque ese interés se muestre sólo circunstancialmente, ya no sólo se ponen a prueba sino que pueden reacomodarse de modo drástico.

Si el poderoso es un líder con capacidad para decidir suertes individuales o de grupo como es el caso de los políticos mesiánicos que se convierten en objeto de culto, en blanco colectivo de adulación, ya no se trata de que te sometan a prueba sino en cierta manera se oscurecen tus defensas morales ante esa especie de don inesperado: verte favorecido desde lo más alto de la pirámide social. Si ese líder conserva la capacidad de oirte y además se abre hacia tí incluyéndote entre sus preferencias o hasta en sus afectos, no porque te hayas propuesto ganártelo sino simplemente por ser como tú eres, como siempre has sido, puedes terminar siendo fácilmente seducido, con lo cual te transformas y te haces otro; dejas atrás, barrido por ese impulso anímico especial que acompaña el participar de algún tipo de Poder, lo que fuiste hasta ese momento. Y entonces te sumas al culto. Te conviertes. Pasas a ser seguidor incondicional. Reaccionas de un modo muy humano, demasiado humano. Estás retribuyendo la inusual generosidad de la cual has sido objeto.

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Lo anterior ha sido dicho por mucha gente, de diferentes maneras y con otras palabras a propósito de las sorprendentes adhesiones a los más crueles dictadores, a los más variados tiranos y autócratas, a demagogos que han llegado a lo más alto del Poder ganando voluntades gracias a un narcisismo que ha hecho de la mentira verdad personal sumado a una innata capacidad de seducción; adhesiones repito por parte de gentes que hasta el momento de ser tocados por esa especie de voz superior, esa caricatura del camino de Damasco, gozaban de autonomía espiritual e intelectual.

En los Regímenes fascistas y comunistas del siglo veinte hay innumerables ejemplos de personas dignas, de aparente rectitud moral y prestigio intelectual que se convirtieron en acólitos, por acción u omisión, de líderes profundamente inmorales. La que he descrito antes es un tipo de adhesión que en cierto modo se ubica en el tope de las justificaciones, o explicaciones, de esa conducta. Puede ser llamada, precisamente, moral. O incluso ideológica. Te unes a alguien, lo acompañas, gracias a que tu universo ético ha sufrido una transformación que incluye el del líder al cual te adhieres.

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Creo que el abandono de los reclamos éticos, de sus propuestas políticas en torno al perfeccionamiento democrático, incluso de sus vínculos personales, de afecto, por parte de una de las personas (llamémoslo C) sobre las cuales me preguntaba la semana pasada, es una transformación del tipo moral. Se debe a que encontró en el Líder (en nuestro caso venezolano El Ausente) la reafirmación de viejas convicciones que en cierto modo habían estado dormidas. Pero también encontró, como siempre ocurre con estas conversiones, razones, motivos, impulsos, para acallar voces internas que eran auténticas y sinceras, que tenían raíces afirmadas en lo profundo de su psique. Eso lo suponemos con muy buenas razones que sería largo exponer aquí. Ya lo he dicho antes: asumió una nueva persona, en el sentido de Jung.

¿Y qué puede ocurrir, me pregunto, en situaciones como esa? Que las razones para acallar las voces internas seguidamente se extienden a voces nuevas, mucho más superficiales, que van apareciendo a tono con ese mundo complejo de direcciones encontradas, de compromisos entre males menores y mayores que caracteriza el espacio del Poder. Ese avance del silencio empieza a generalizar las contradicciones alrededor tuyo, te enfrentas a dilemas falsos que te llevan a decisiones también falsas, te atrapa una especie de tremedal de voces cruzadas porque buena parte del ejercicio del Poder que recién has adquirido con tu conversión es un permanente juego de conveniencias muy distante de lo que hasta ese momento habías sido.

Y si nos referimos a una realidad como la venezolana. Si vamos a lo que han sido estos dieciocho años de juego descarado y profundamente inmoral con el dinero público (asunto imposible de ser negado), juego que se muestra por todas partes y del cual hay innumerables ejemplos ¿Cómo sobrevivir indemne? ¿Cómo no terminar enredado en esa telaraña?

Sólo hay una manera: destacar la propia independencia, insistir en que se está allí dentro de ciertos límites, que se permanece en posición de privilegio porque se defienden algunas cosas pero se guarda clara distancia frente a otras. Se continúa ejerciendo la soberanía sobre sí mismo.

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Pero eso no ocurrió con C porque el contexto político creado por quien lo sedujo lo hace extremadamente difícil y hasta podría decirse imposible. La forma como se ha desarrollado la pesadilla venezolana, con una estructura represiva que opera en todos los niveles sociales tal como la dictadura perfecta que una vez escribió Vargas Llosa (sin siquiera imaginar lo que ocurriría aquí) ha impuesto la unanimidad como condición para todo aquel que se encuentre en posiciones importantes dentro del Régimen. Cualquier disidencia se castiga con el desprecio público (recordemos los alegatos de Fidel Castro contra Huber Matos en 1960), en cuyo manejo el Ausente era maestro. Y también con la violencia directa y la intimidación, además de un ingrediente clave para los cultores del izquierdismo, ese peso en la conciencia personal que actúa en todo aquel que se identificó como revolucionario, peso que fue siempre muy fuerte en C: si disientes se te ubica en el otro bando, en la despreciable derecha, te conviertes en un contrarrevolucionario, eres un miserable opositor. Y nada peor que eso, repito, para un cultor del izquierdismo.

C se hizo pues uno más de tantos privilegiados en las alturas. Se adentró de tal manera en la nueva espesura de intereses que ya no se pudo diferenciar del continuum de incondicionales. Quedó atrapado. Lo que comenzó como un intercambio ideológico de nivel superior, terminó en acatamiento. Justificado con muchas palabras sobre la redención de los humildes, la derrota de los enemigos del pueblo, los lugares comunes del credo revolucionario cuya jerga ya conocemos y que, en medio de esta locura venezolana, ya sabemos cuan vacía resulta.

Y lo peor: durante ese proceso de entrega ética que dura ya mucho más de una década, se forma a tu alrededor un enjambre de oportunistas. No eres directamente responsable de ellos pero medran en tu amistad o parentesco, se benefician, traspasan nuevos límites éticos justificándolos con el credo laico, con la protesta ideológica. Y suman impulso a tu deriva.

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¿Y qué ha ocurrido en los otros niveles? ¿En el que corresponde a D, por ejemplo? Donde no hay interacción con el Líder sino una especie de asimilación en segundo grado. Asimilación que en su caso, por estar menos inmerso en el espacio político, se alimenta sobre todo (somos arquitectos y es parte de la realidad pura y simple de nuestro ejercicio) por la conciencia de que es sólo el Poder quien construye. Construir está en manos del Poder y estamos en cierto modo obligados a conquistar (a seducir) a quienes lo detentan. Y si somos arquitectos venezolanos, sabemos que aquí la arquitectura institucional depende de la acción de un Estado que si bien durante los primeros años revolucionarios, la mantuvo dentro de límites democráticos, esos límites fueron barridos por las exigencias que estableció el Ausente para mantenerse en el Poder, compartidas por una nueva oligarquía de la cual es parte C, su compañero de más edad, quien fue en cierto modo también mentor.

D es enfrentado entonces a tentaciones análogas a las que afectaron a C pero en este caso calificadas por una cercanía afectiva personal, de historia compartida.

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D puede haber tenido claro lo que ya comentamos sobre la posibilidad de conservar la autonomía personal por encima de sus esfuerzos de seducción. Todos, de algún modo, cuando ya han pasado algunos años de ejercicio, hemos tenido que convivir con el Poder dejando a salvo nuestras diferencias. No es indispensable venderse, se puede conciliar la cercanía al Poder que permitirá construir con la independencia personal. Que eso sea casi imposible en una situación como la actual venezolana podemos aceptarlo, pero aún así tener acceso al Poder de construir puede estar acompañado de independencia, de reserva con nuestro mundo de valores.

Pero las cosas se le presentan a D de otro modo debido a sus circunstancias personales, a la historia compartida en torno al proceso de su desarrollo como arquitecto, como docente, como hombre de ideas. Para él entonces seducir al Poder lo obliga a ser partícipe en alguna medida de la conversión de C, porque C ha representado siempre para él una referencia de mucho arraigo personal. Arraigo que en cierto modo le impone hacerse converso. El hacerse revolucionario le permite además dejar atrás su universo ético y adoptar otro que lo recompensa en su legítima aspiración de construir.

Porque es legítima sin duda. D es un buen arquitecto, ha dado suficientes muestras de sus capacidades y quiere lo que todos los arquitectos de por aquí buenamente queremos, dejar atrás las innumerables dificultades que en un medio como el nuestro acompañan la búsqueda de la arquitectura. La cercanía con C le garantiza estar a la mano, a la disposición de quien construye o permite construir. Se hacen más creíbles los sueños profesionales, despunta las oportunidades. Algo quedará en firme de tantos proyectos que navegan en la superabundancia de dinero público. ¿Por qué dudar de la pertinencia del cambio?

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Y luego está el nivel E. El de la sangre joven que hasta ese momento ha ayudado a realizar lo que se propone desde C y D sin dejar de aspirar, como es propio de todo joven, a un rol más autónomo, abrirse espacio personal, avanzar por los propios medios. ¿Cuales pueden ser en este grupo las razones para dejar pasar las oportunidades que abren C y D? ¿Decisiones que en definitiva permiten perfeccionarse, conocer mejor?

Da la impresión de que aquí se impone ser más comprensivo, más benévolo. Porque hablamos de quienes han permanecido en un segundo plano con lo cual no se les ha requerido comprometer su fuero personal, han sido más libres para actuar en límites estrictamente profesionales.

Pero al verlos así ¿No estamos olvidando entonces la idea, el lugar común tantas veces repetido de que a los jóvenes el futuro les corresponde, que ellos representan el relevo? Si justificamos su apaciguamiento, su silencio condescendiente ante la transformación de sus superiores en lo contrario de lo que estimularon en ellos como profesores o como líderes de grupos profesionales en momentos menos comprometidos políticamente ¿No estamos favoreciendo la claudicación en nombre de la oportunidad? ¿En otras palabras promoviendo el oportunismo como valor superior? Dejaríamos de lado así muchas de las razones que orientaron nuestros esfuerzos docentes dirigidos a cultivar en los más jóvenes convicciones y posturas asociadas a valores existenciales superiores, objetivo de toda educación.

Al decir lo anterior reconozco que soy excesivamente exigente. Porque se puede ser parte de un equipo cuyo líder defiende un pensamiento contrario actuando como obrero ejecutor, como realizador artesanal que aporta sus destrezas, su oficio. El soldado individualmente es poco responsable de lo que el regimiento ejecute. ¿Pero debe entonces pedírsele que sea un colaborador pasivo y silencioso? ¿No estuvo mucha de la energía que aportamos a la tarea de formar y educar ( fueron nuestros estudiantes) dirigida a borrar del equipo de trabajo la noción de soldadesca ciega, a estimular el pensamiento individual, la toma de posición como miembro pensante, regido por determinados principios, la idea de ser parte de una asociación de intereses que nunca dejaron de tener un contenido moral?

Y finalmente ¿No es precisamente a los más jóvenes a quienes se les pide mayor radicalismo en la defensa de sus principios, mayor vigilancia ante la erosión ética?

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He intentado dar una explicación de las conductas de aquellos a quienes me referí la semana pasada y al hacerlo abro mi comprensión desde el punto de vista humano. Digámoslo más claramente, lo he querido ver desde la perspectiva psicológica, la cual permite entender, comprender y acercarse por encima de las diferencias. Pero más allá de ello hay en este momento venezolano otras cosas que afectan, borran o disminuyen la capacidad de comprensión. Me refiero al drama que estamos viviendo, aludo a los sacrificios de miles, de millones, para hacer frente a una precariedad que nunca pensamos que podíamos sufrir aquí. Y me refiero también al legítimo e irrefutable intento de superar la crisis mediante la vigencia de los derechos democráticos suprimidos por la incomprensible cerrazón de las altas autoridades del Régimen.

He hablado además, y lo reitero, de que defender al Régimen en las condiciones actuales es defender a una Dictadura. Y allí me detengo. Se agota mi capacidad de comprensión. Hago un llamado entonces a la persona, a su conciencia, por encima de toda construcción ideológica.

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Concluyo mencionando de nuevo algo que en distintos momentos he asociado al tema que vengo tratando. Uno de los pasajes más humanos, profundamente humanos, del Evangelio, es el de las tentaciones de Cristo (Mt 4. 1-11). El creyente tiende a ver ese relato, podría decirse parábola, que los evangelistas convierten en hecho real, como una excentricidad. Parece absurdo en efecto pensar que el Hijo de Dios pueda ser tentado por un ángel caído. Pero es de mucho interés humano, espiritual, intelectual, imaginarse el insólito gesto dentro de una ya de por sí insólita escena, de …mostrar en un momento todos los reinos de la tierra…sus riquezas y el Poder para disponer de ellas. Tendría que ser necesario suprimir el tiempo para poder hacer clara la inmensidad de la transacción, porque de transacción se trata; de dar todo a cambio de ser adorado, venerado. Y precisamente lo insólito lleva a otra pregunta: ¿No sería suficiente que en lugar de una visión el tentador tenga la capacidad de llegar hasta lo más profundo del tentado para conocer sus deseos más intensos, lo que ha sido el principal objetivo de sus esfuerzos? ¿Y quién tiene esa capacidad sino el seductor, el narcisista, ese Líder adorado por todos que sabe tocar en las fibras más íntimas para sumar a la adoración a quien sabe más débil? ¿El poderoso?

La Medusa, dibujo de Le Corbusier, de nuevo mostrándonos las dos caras de la realidad.

La Medusa, dibujo de Le Corbusier, de nuevo mostrándonos las dos caras de la realidad.

 

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