ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro

Varios años atrás me hice una pregunta parecida a la del título invitando a quienes favorecían este Régimen en su etapa autoritaria todavía no dictatorial, a preguntarse si había razones para su actitud, si tenía sentido en nombre de alguno o algunos proyectos en proceso de convertirse en logros beneficiosos para Venezuela, seguir ofreciendo su apoyo al Régimen. Porque resultaba ya evidente que todo el proyecto revolucionario no era otra cosa que una catarata de palabras sin asidero en la realidad, un enorme espejismo que estaba empezando a mostrar su cara siniestra.

Un amigo que había sucumbido a la seducción revolucionaria en los momentos iniciales y rectificó, en cierto modo obligado por la incoherencia que lo rodeó en su cargo oficial, tomó mi escrito y lo divulgó entre sus ex-compañeros de ruta, pero me llamó especialmente la atención que actuara como si fuese un mensajero, sin tomar posición abiertamente; era evidente que tenía temor de identificarse con los del otro lado, repetía la conducta de muchos de los que desde las filas que se ven a sí mismas como revolucionarias  decidieron marcar distancia respondiendo a lo que su conciencia les dictaba, pero siguen presos del yugo ideológico y no quieren identificarse como opositores. No se daba cuenta, eso quiero hacerlo notar especialmente en este momento dramático que vivimos, que una actitud decidida de su parte, abierta y defendida con argumentos, era en realidad lo que podía darle sentido ético, valor moral orientador a su actitud, porque afectado de tibieza y temor, lo que podía tener algún mérito quedaba en definitiva como un problema personal, puertas adentro, sin consecuencias colectivas que son las que en las coyunturas políticas llenan de sentido las posiciones individuales. Desde que comenzó esta revolución ha habido muchos casos de ese tipo, de gente que dejó de apoyarla pero que no ha dado el paso de separarse de antiguas sujeciones, gente que ha sido vencida por el miedo a ser señalada.

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Y creo que ha llegado la hora de vencer la mala conciencia. Protegerse de la censura de antiguos compañeros de ruta que no han tenido la capacidad para rectificar deja de tener importancia frente a una responsabilidad moral mucho mayor. Quienes sienten la necesidad moral de distanciarse de la actitud suicida de la camarilla criminal dirigente que está dispuesta a arrastrar a la destrucción al país entero en su empeño por conservar el Poder a toda costa, tienen ante sí el llamado a pronunciarse sin temor, asumiendo el riesgo que siempre tenemos al decidir dejar atrás un error. Porque la palabra de quienes sustituyeron las razones revolucionarias por razones más profundas, las del espíritu, las del encuentro con uno mismo, pueden ayudar a otros como ellos, y hacer que cese la violencia producida por la negación de los derechos de todo un pueblo.

Ayer no más, el hijo del Defensor del Pueblo, Yibram Saab, pronunció públicamente un llamado a su padre que revela un coraje y una decisión admirables. Es imposible saber cual será el resultado de un gesto que lo enaltece pero sí es posible decir que, así como este joven decide hablarle con respeto a su padre haciendo mención, incluso, a valores recibidos de él, así mismo esperamos todos los venezolanos que sean capaces de hablar personas que dentro del Régimen podrían tener la posibilidad de dejarle espacio a razones superiores para mostrar su decisión de no acompañar en sus designios a notorios criminales, a gentes sin escrúpulos que han medrado en el Poder enarbolando argumentos de apariencia elevada pero que ni creen realmente en ellos, ni los respetan. De eso se trata, de que cada quien se enfrente consigo mismo como hizo este joven.

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Y por último quiero hablar del joven fallecido ayer por impacto directo en el pecho de una bomba lacrimógena, Juan Pernalete. Me fue muy difícil asimilar la noticia. Al conocer que participaba en la manifestación con el mismo espíritu de todos y que había tomado el riesgo de estar en primera fila, que era estudiante universitario, que era un joven activo, de su casa, un joven en formación que quiso dar testimonio como me empeño en decirle siempre a los más jóvenes, que se hagan presentes, que dejen atrás la indiferencia; al conocer aún fugazmente lo que rodeó su muerte, me pareció que era alguien mío y me invadió una oleada de tristeza que se renueva fuertemente al ver su imagen como acabo de verla hace un momento. Era hijo único Juan Pernalete, eso hace aún más triste su muerte. Sus padres han dicho que les han quitado la vida. En alguna medida nos la han quitado a todos.

Y pienso que ese joven, al igual que muchos de los otros jóvenes que han fallecido injustamente, valen inconmensurablemente más que la pandilla de delincuentes que dirigen nuestro país junto a todos sus cómplices y se empeñan en vomitar mentiras y argumentos falaces para seguir negando las soluciones democráticas. Juan Pernalete no tuvo ese miedo prudente que exhiben con frecuencia los que prefieren estar en la retaguardia, quizás fue su error pero a la vez digo que fue su mérito porque él no podía tener razones para pensar que sería agredido de forma tan salvaje. Dio muestras más bien, al estar allí en primera fila haciéndole frente a los desalmados que siguen órdenes ciegamente, de una confianza en sus razones, en su necesidad de estar allí. Razones del espíritu a las que me he referido, razones superiores que tendrán que ser recordadas, que no deben caer en el olvido, porque estamos obligados a recordar siempre a lo que movió a estos muchachos.

Por un lado Yibram, quien hace el esfuerzo de pedirle reflexión a su propio padre de quien probablemente lo ha separado esa especie de viento destructor de la unidad familiar que ha sido la malhadada revolución. Por el otro el sacrificio de la vida de Juan, víctima de la inmensa confusión propiciada por el poder falaz. Son dos llamadas extremas por lo radicales, por lo inexplicables o injustas, para que se abran las puertas a una solución definitiva de los enfrentamientos venezolanos, de esta situación que nos lleva con tanta frecuencia a la tristeza. No deberá perderse el sacrificio de tantas vidas jóvenes.