Oscar Tenreiro
Pido perdón con toda la sinceridad del mundo a mis amigos catalanes por lo del título. No sólo los aprecio especialmente sino que estoy convencido del papel cultural abrumadoramente positivo de Cataluña y de todo lo que ha ofrecido al mundo. No hay para mí duda alguna de que es mucho lo que la humanidad debe a esa región.
Pero es que no aguanto más lo que creo que es una absoluta estupidez: lo de la fulana independencia catalana. Sí, lo digo con todas sus letras: estupidez.
Que cómo es posible que gente tan inteligente, tan llena de virtudes, de tanto espesor, de tantos méritos, se sume a la estupidez, es un misterio, y vivimos entre misterios, pero la historia nos muestra también abrumadoramente, que ha habido a lo largo de los siglos momentos en los cuales la gente más ilustre, la más versada, la que mejores instrumentos tendría para afirmarse en la lucidez, ha hecho estupideces. Alemania puede saberlo bien.
Y a la estupidez de la bendita independencia tenemos que sumar ahora la de la izquierda radical catalana tomándose fotos con ese exponente de la máxima estupidez, dictador de los más torpes, personaje siniestro precisamente porque enarbola su imbecilidad sin pudor alguno, que es el actual presidente de Venezuela. Se suman pues las estupideces hasta un punto inaguantable. Ya no sólo tenemos a Trump, Le Pen y Farage, tenemos a toda la izquierda radical mostrando desvergonzadamente que su mérito fundamental es ser estúpidos. Que les aproveche, pero no hay que dejar de decirlo.