Oscar Tenreiro
Ya han pasado cinco días desde que hice contacto con algunos profesores de mi Facultad de Arquitectura pidiéndoles organizaran una Asamblea de profesores y alumnos para discutir la coyuntura actual venezolana. También se lo propuse telefónicamente al Decano Encargado sabiendo que a él lo atan cuestiones anteriores. La Asamblea debe servir para que juntemos nuestras emociones personales y nuestros propósitos expresados a viva voz sobre como defender el ataque al que está siendo sometida la institucionalidad venezolana. Es para vernos las caras, para hacer realidad humana tangible el sentido de comunidad, calibrar nuestro compromiso y expresar, como lo están haciendo muchos venezolanos, nuestra decisión de cerrarle el paso a la agresión. Los estudiantes han estado muy presentes públicamente, han arriesgado mucho, y los profesores por su parte han estado en gran medida silentes. Romper ese aparente silencio es necesario.
Ignoro lo que atasca a los profesores con quienes hablé pero lo supongo: vencer la larga inercia de un tipo de aislamiento que dejó de tener sentido si es que lo tuvo, es difícil, pero les digo por esta vía que recibí una llamada que para mí es simbólica respecto a la importancia de la Asamblea; fue de Oscar Carpio, ex-Decano también en tiempos difíciles para la Universidad hace casi medio siglo, arquitecto de obra, intelectual, persona de vida ejemplar y sensibilidad especial, universitario de siempre, quien a sus noventa y cuatro años, con salud limitada pero lucidez y entusiasmo me dice: tocayo, avísame cuando sea la Asamblea, allí estaré. Y propongo entonces a quien lea esto que escribo, estudiante o profesor, que se sume a la iniciativa, que se dirijan al Decano encargado para fijar fecha y hora, que activen las redes sociales para que tengamos Asamblea. Lo que nos espera es difícil, no hay tiempo para seguirlo pensando. Y desde ya pueden contar ese día de la Asamblea cuando volvamos a oir el bullicio de la inconformidad, necesarísimo en este momento decisivo, con la presencia de dos viejos jubilados, mi tocayo y yo.