Oscar Tenreiro
Y llegamos al fin a Blois para de nuevo encontrarnos con las virtudes del modo de construir gótico, cuando lo palaciego cedía importancia frente a lo sagrado, la arquitectura del príncipe estaba en segundo plano, o, diciéndolo de otro modo, las aspiraciones representativas de los soberanos no se habían impuesto a lo que estaba inspirado en valores religiosos como sujeto del homenaje arquitectónico. Esas virtudes se muestran en una parte esencial del conjunto, la llamada Ala Luis XII, la que inició la ocupación del lugar. Se erigió sobre fábricas que datan del siglo XIII y fue terminada a comienzos del XVI. La separa del resto del conjunto la Sala de los Estados Generales (asambleas consultivas que el Rey convocaba) construida un poco después; y en el extremo opuesto la capilla gótica que adosada a 90 grados al extremo del ala y conectada con ella mediante la prolongación de las arcadas y su piso superior, cierra parcialmente el patio central que caracteriza al conjunto (adosamientos accidentales sobre los cuales volveré más adelante). El patio así configurado define la disciplina general del conjunto, ajena a toda consideración grandilocuente referida a perspectivas, accesos ceremoniales o estiramiento dimensional. Alrededor de él se agrupan las otras dos alas, la de Francisco I, renacentista (construida desde mediados hasta fines del XVI, paralelamente con Fontainebleau) y la Gaston D’Orleans, en el XVII barroco, cuyo arquitecto fue el muy conocido François Mansart (cuyo sobrino-nieto Jules Hardouin Mansart intervino extensamente en Versalles). En el conjunto pues están presentes como hemos dicho ya, de modo diferenciado, el Gótico, el Renacimiento y el Barroco lo cual es un caso único en cuanto a su condición de muestra de los atributos de esos períodos.
(Todas las fotos son de Internet salvo las que indiquen otra cosa).
Las características de los distintos ambientes del Ala Luis XII hablan de una vida de la corte en la cual la proximidad entre los participantes no era un inconveniente, no se requería forzar distancias protocolares basadas en la grandeza real inflamada por las ganancias territoriales, las transacciones que amplificaron dominios, los cruces entre intereses dinásticos que iban a aumentar las razones de la arrogancia. Es una arquitectura en la que el material natural se muestra como portador de una prestancia propia sin superposiciones ornamentales: el ladrillo aparejado siguiendo juegos de color es protagonista y la piedra de sillería es límite lógico de los vanos o protección en lugares sensibles: hay eso que aprendimos a llamar honestidad. La superficie del techo se impone muy generosa coronando el volumen y entrando en contrapunto con los muros de las secciones inferiores, lo cual se convertirá en distintivo especial de la arquitectura histórica francesa: el techo se integra a la fachada.
(Y mientras observaba en las imágenes superficies y materiales, me pareció que este fragmento de Blois podía verse como un muy remoto antecedente de la estética del primer Frank Lloyd Wright en la casa Winslow de 1893: el techo integrado a la fachada; la ventana dentro de un marco que separa del ladrillo; la cornisa definiendo la superficie externa de cada nivel; la puerta y las dos ventanas del acceso integradas visualmente mediante molduras como un grafismo que dignifica y señala la entrada. Recursos muy vinculados a lo constructivo, a los cuales se agrega el anuncio de futuras innovaciones del mismo Wright al proyectar el techo en voladizo que flota sobre la sombra que protege al segundo nivel.
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(En el edificio del Centro del Atleta, parte de la Ciudad Deportiva de San Carlos, Venezuela, proyecto nuestro de 2003, el volumen principal que alberga los principales servicios de la institución está concebido siguiendo el mismo esquema usado por Wright, en el cual el techo en cierto modo flota sobre la sombra. Y al mismo tiempo separa visualmente del corredor de planta baja que discurre en torno a un patio. Se trata en mi caso de un resultado, no una intención de diseño establecida previamente. Y hay espacio para decir que la decisión de convertir al techo en escudo protector del sol que rebasa los límites del espacio que cubre y desciende proyectando sombra, tiene como consecuencia directa algo que puede llamarse independencia formal. El techo se hace expresión del edificio. Junto a la sombra y a la conexión con el suelo, define la percepción que tenemos de él.)
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Hay un parentesco que descubro a la luz de estos comentarios pero que podría considerarse obvio si se atiende a fechas y a circunstancias (que muchas veces se nos escapan cuando se trata de los edificios históricos), entre el ala gótica de Blois y otro monumento extraordinario: el Palacio Ducal, en los bordes de la Plaza de San Marcos de Venecia
Ya desde mi primera visita a Venecia, no mucho después de la experiencia rusa, quedé con una impresión análoga a la que me dejó Blois unos años después. Como el gótico italiano, y específicamente el veneciano, tiene características que lo diferencian del gótico del resto de Europa, no me había hecho consciente de que se trataba de dos ejemplos de un mismo modo de concebir el edificio, a partir de sus necesidades y el modo de construirlo, sin la imposición previa de lo representativo: el espíritu del gótico, enraizado en el mismo modo de construir. Los dos monumentos son de la misma estirpe, los caracteriza un aire de familia fundado en una contención distante de la ampulosidad cortesana que prevalecería en los siglos posteriores; aceptando por supuesto que la sede del Poder de una Ciudad-Estado como Venecia, importantísima puerta de entrada que fue del comercio con Oriente, exige gestos representativos ajenos a la relativa rudeza de Blois.
Las imágenes resultan útiles para mostrar los vínculos básicos entre ambos edificios.
Observemos por ejemplo las arcadas a nivel del acceso en ambos casos. En Blois su altura es limitada, la que se necesita, la misma del piso superior; en Venecia los capiteles casi al alcance de la mano para desde allí arrancar los arcos ojivales y restringir la altura hasta el primer piso, cuestión que se resuelve en Blois usando arcos rebajados y reduciendo su luz, otra decisión estrictamente constructiva[1]. No hay nada parecido en ambos casos a alguna norma que obligue, son decisiones técnicas venidas de una lógica libre de ataduras formales; y usando la terminología actual, podrían llamarse decisiones de diseño, las cuales podían producirse más libremente en tiempos del gótico.
[1] Es interesante observar cómo la escala de las arcadas se emparenta con la de la Plaza de los Vosgos de París, terminada en 1612, (adjunto foto personal de 2004) renacentista con fuerte influencia gótica, uno de cuyos arquitectos es precisamente Jacques Androuet du Cerceau el mismo autor de la vista caballera de Blois que incluí entre las primeras imágenes.
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En los accesos continúan las analogías.
Ni en Blois ni en Venecia la entrada principal se diferencia por sus mayores dimensiones, más aún, en Venecia ni siquiera se muestra porque está precedida de una especie de túnel bajo la segunda planta, que abre a la Escalera de los Gigantes. En Blois la dignifica la figura ecuestre y un ornamento geométrico derivado de los elementos constructivos; en Venecia la figura del Dogo reclinado frente al León de San Marcos rodeado de ornamentos de la misma procedencia: arcos ojivales, pilastras góticas, ventanales y estatuaria integrada a la arquitectura.
En el tratamiento de las superficies llenas podemos igualmente ver ese aire de familia: varía el material y la geometría: ladrillos de diferentes colores ordenados en aparejos que producen dibujos geométricos en Blois, un material rústico, simple, utilizado como ornamento a partir de su misma naturaleza, sin superposiciones; en Venecia láminas de mármol sin pulir, de dos colores, colocados según dibujo romboidal, cumpliendo con una función no asociada al lujo sino a la protección de la humedad en un ambiente de costa: de nuevo una razón constructiva.
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Y finalmente anoto el modo de aceptar lo accidental en ambos edificios.
Porque hay dos accidentes en Blois muy notorios. Uno, que se haya colocado el gran Salón de los Estados Generales, hermosa sala construida posteriormente al resto del ala, en un volumen independiente de doble agua con una de las caras del techo descargando sobre el flanco del edificio; se inserta allí de modo autónomo, como entremetiéndose.
El otro, la capilla, hacia la cual el edificio, como con desenfado, lanza un corredor sobre arcadas que la planta muestra como se estrechan para aceptar el volumen extraño. Pero lo notorio es que en ambos casos se actúa a partir de decisiones basadas en necesidades y los aspectos problemáticos se resuelven en lo constructivo, desde la técnica y no con imposiciones estilísticas.
En Venecia ocurre otro accidente en la fachada que da hacia la laguna, al final de la cual dos ventanas la perforan siguiendo las exigencias del espacio interno sin importar que no estén alineadas a las otras de la misma fachada.
Y destaco que ninguna de las dos decisiones molesta pese a su informalidad: lo importante eclipsa a lo subsidiario. En ambos casos somos capaces de aceptar estas supuestas incoherencias o errores porque concedemos que las justifican situaciones obligadas durante los largos lapsos de construcción, pero al mismo tiempo, aún suscitando preguntas, no producen rechazo, lo cual nos dice que su importancia es relativa. Reconocerlo, tal como es posible hacerlo en muchos monumentos de la arquitectura histórica, puede ser una enseñanza útil para nosotros los arquitectos de hoy.
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El ala de Francisco Primero en Blois, la hizo construir el soberano para instalar en ella su enorme biblioteca y habitarla por muy breve tiempo antes de mudar la corte a Fontainebleau. No he logrado encontrar en las fuentes consultadas el nombre de sus arquitectos, pero es de suponer que participaron los mismos que en el momento actuaban en Fontainebleau. En todo caso, resulta útil observar en la fotografía que anexo la relación entre ésta y el Ala Luis XII en cuanto a ciertas dimensiones que ilustran el cambio de mentalidad que determinó las características arquitectónicas. Puede verse con claridad por ejemplo cómo las alturas de los entrepisos en el ala renacentista son mucho mayores, al igual que todos los demás elementos arquitectónicos (ventanas, columnas, pilastras) tal como si se hubiese tratado de un estiramiento, algo así como lo que en términos informáticos ahora llamamos escalar; se ha escalado el volumen gótico anterior, digamos, un tercio más, lo cual nos remite necesariamente a concepciones palaciegas distintas que exigen distancias mayores, proponen recintos más amplios, demandan en resumen mayor superficie. Y hay más ornamentación superpuesta, aplicada; aparte del detalle que no es detalle, de la enorme escalera, la cual se convierte en un componente central, aplicadas a sus columnas-esculturas, las barandas de abigarrada elaboración, con la evidente intención de darle al acceso a las estancias superiores un carácter ceremonial. ¿No estamos aquí en presencia de eso que he llamado interferencia de la realeza y su modo de vivir en las demandas de la arquitectura?
Y la apreciación relativa a lo que he llamado estiramiento, se hace más marcada cuando comparamos el ala Francisco Primero con la Gastón d’Orleans, la barroca. Hay allí un nuevo ejercicio de ampliación que resulta muy aparente en la altura del primer piso, ya también al menos otro tercio más alto. Y es mucho más grande todo el volumen del edificio hasta el punto de que parece no caber en el lote, se desborda sobre él. Adicionalmente, se quiere remarcar el acceso para darle prestancia y se apela a un artificio: sacar hacia afuera toda la sección central abriendo en su eje la entrada principal, dándole carácter regio al rodear de pilastras de órdenes diferenciados de acuerdo al nivel en el cual están (dórico, jónico y corintio, de abajo hacia arriba siguiendo ya una normativa) por toda la extensión de ese plano desfasado. Completan los esfuerzos por dignificar las inevitables esculturas de cuerpos humanos reclinados en ambos lados del frontón del segundo piso y, coronando, el escudo nobiliario además de las arcadas en los extremos del bloque que siguen una leve curva para resolver el problema geométrico de la conexión con el ala Francisco Primero y dar la impresión de una mayor longitud, uno de esos trompe l’oeil típicamente barrocos: un estiramiento falso.