ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro

Luego del recorrido que he dado por un fragmento de la arquitectura palaciega europea, se despiertan en uno múltiples preguntas sobre las rupturas o cambios de dirección que en los procesos evolutivos de la arquitectura histórica han ocurrido a causa de la capacidad del poderoso para imponer en el edificio sus preferencias, o sus caprichos. En relación con las cuales cumplen un papel instrumental el artesano, el maestro constructor, el ingeniero o el arquitecto, como intermediarios entre el poderoso y la obra construida. Porque si es evidente que quien tiene el poder tiene también la posibilidad de presionar a favor de sus puntos de vista por poco fundamentados que puedan ser, también lo es que para ello está obligado a apoyarse en quien domina las técnicas y acatará el capricho, o lo transformará a partir de sus personales puntos de vista. Es en efecto del juego dialéctico al interior de la tríada constituida por el Poder, el Maestro Constructor y el Edificio (siendo el Poder lo que hoy llamamos el cliente y entendiendo al edificio como un polo que habla al constructor a través de las tradiciones constructivas y la técnica) mucho más que de la adopción de normas estilísticas predeterminadas, como parecen sugerirlo los más comunes relatos de la Historia de la Arquitectura, de donde surgen los aportes transformadores de la arquitectura.

Tríada que a lo largo de los siglos ha sufrido cambios muy significativos.

Si hablamos del Poder y nos referimos solamente al proceso seguido a partir de la cristianización de Europa es obvio que éste sufrió una intensa dispersión en virtud de la fragmentación y disolución progresiva del Poder Romano. Del Emperador que unifica en torno a él todos los instrumentos institucionales, el Poder se va fragmentando con la cada vez mayor importancia de los soberanos locales, de los príncipes de menores o mayores reinos que se hacen fuertes dentro de sus fronteras y a la vez desencadenan una constante sucesión de forcejeos de poder y guerras locales que fragmentan aun más.

Un proceso que dura siglos durante el cual va naciendo una arquitectura cuyas raíces son las técnicas constructivas de la antigüedad romana enriquecidas por aportes bizantinos, que permanecen en el saber de los maestros constructores, artesanos de muy alto nivel que trabajan apartados ya radicalmente de las reglas estilísticas clásicas oscurecidas por un olvido ideológico fundado en la sustitución del paganismo por el cristianismo. Es un modo de construir que se generaliza, un conjunto de técnicas que son el origen de atributos que los historiadores deciden llamar estilo románico (destacando con el adjetivo su origen clásico), definido por muchos como el primer estilo arquitectónico europeo, consolidándose así un error de juicio al pasar por alto que un estilo supone un conjunto de reglas formales, una codificación, que sólo podría ser aplicada hasta cierto punto al muy escueto ornamento que lo caracterizó. Todo lo demás son requisitos propios, repito, de un modo de construir que se trasmitió por generaciones, porque el románico se desarrolla sobre todo a partir del cómo (construcción) y mucho menos del qué (estilo). Es la convergencia de técnicas como el trabajo de la piedra o el ladrillo, el arco de medio punto, la bóveda de medio cañón, el capitel como respuesta constructiva (no decorativa como en los tiempos helénicos) a la junta entre columna y arco; y múltiples artesanías, entre estas las propias del arte escultórico, que se integra a los capiteles, trabaja los tímpanos, se aplica a las superficies. Canteros, talladores de piedra, albañiles, operarios formados por tradiciones familiares, trabajan bajo la dirección de esos maestros constructores, constantemente sustituidos (la construcción toma el tiempo de vidas enteras que se suceden), que adquieren protagonismo según su especial talento y longevidad (el Maestro Mateo del Pórtico de la Gloria en Santiago de Compostela, por ejemplo) o desaparecen en el olvido sin dejar huella. Y aquí es necesario hacer una distinción esencial: el maestro constructor, si bien depende económicamente (sustento, financiamiento de la obra, pago de la fuerza obrera) de un soberano, no recibe órdenes de él en cuanto a lo que debe construir, su actuación está determinada por su saber y obedece a él, no al soberano y el poder eclesiástico que lo tutela. Tutela que atiende sobre todo a las necesidades de los rituales del culto, a la tradición, y mucho menos a una voluntad personal.

Basta para respaldar lo que digo el documento fechado en 1168 en el cual el Rey Fernando Segundo de León (un Rey local, como los de esos tiempos, no un monarca absoluto) le dice a Mateo: …concedo a ti, maestro Mateo, que posees la primacía y el magisterio de la obra…cada año la percepción de dos marcos a la semana…Esta pensión, este don, te doy durante toda tu vida, para que siempre la tengas, y para la obra de Santiago (la Catedral de Santiago de Compostela) y sea mejor para tu persona; y aquellos que vieran, velen y se dediquen con afición a la citada obra…¿puede imaginarse mayor respeto, mayor conciencia de la importancia (autónoma, independiente) del saber de una persona?

(todas las fotos son de Internet, salvo las que indiquen lo contrario)

Apóstoles en el Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela, del Maestro Mateo.jpg

San Judas Tadeo por Mateo. Figura procedente del coro hoy inexistente, de la Catedral de Santiago de Compóstela.

Maestro Mateo (Santo dos Croques) Catedral de Santiago de Compostela.jpg

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Y las técnicas van también evolucionando: mayor altura, mayor ligereza, posibilidad de cubrir mayores luces, perfeccionamiento y optimización de la utilización de la piedra (que llega a niveles asombrosos), desarrollo de la bóveda de crucería, invención del arbotante, del vitral como cerramiento y trabajo de la luz junto al dominio constructivo de la filigrana de piedra que lo soporta…y muchas otras cosas: la consecuencia es lo que se ha convenido en llamar gótico. Paralelamente ocurre algo que se hizo notar mucho en los tiempos del posmodernismo, se intensifica la idea de hacer hablar a la arquitectura religiosa, al templo, que es la máxima expresión de la cultura de la construcción en ese momento. Hacer que la arquitectura sea vehículo de ideas (lo cual en el clasicismo ya ocurría en los frontones, los triglifos, las cariátides), es un recurso que se va haciendo imprescindible. Se la quiere hacer hablar mediante la superposición de un discurso (por decirlo así) expresado con la figura humana, con escenas de la vida mítica y la común, momentos claves del relato cristiano y de la vida diaria. Se integra la escultura al edificio, como ha ocurrido en otras culturas, en busca de una simbiosis, de una visión unitaria en la cual ambas se funden en una sola expresión artística. Intención que comienza a hacerse muy notoria en el Románico tardío con el consiguiente redescubrimiento de las técnicas de tallado, un nuevo auge en el estudio del cuerpo humano, una mirada más atenta y desprejuiciada al pasado lejano y como consecuencia la recuperación del arte escultórico, su relanzamiento hasta niveles comparables a los del clasicismo helénico.

La Virgen Dorada de la Catedral de Amiens


Pórtico de Chartres-Foto personal de 1973

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Durante ese largo período el poder prosigue su regreso a la concentración (acuerdos de conveniencia mutua, intercambios dinásticos, conquistas) y con ello comienza a hacerse sentir de modo más claro la voluntad del poderoso en las decisiones sobre qué y para qué construir. Esa interferencia comienza a dejar huella en el refinamiento o amaneramiento del gótico dando lugar al denominado flamígero. Y la aplicación de la escultura se hace tan excesiva que en ciertos casos puede hablarse de una especie de paroxismo como ocurrió en las grandes catedrales francesas del gótico tardío. Es en realidad un esfuerzo por reiterar los efectos, hacer hablar casi en algarabía la profusión, el exceso como superación, el afirmarse a base de insistir, de recalcar. Se hace también manifiesta la necesidad de enriquecer el edificio, de acentuar el ornamento, de vestir las superficies (¿no dispara esto las analogías con nuestra actual arquitectura del espectáculo, o con la siempre presente tendencia al refinamiento?), se quiere embellecer con ornamentos cada vez más elaborados la rusticidad surgida de la simple razón constructiva. Se abren las puertas a la manipulación decorativa propia de la arquitectura cortesana, fundada en las aspiraciones representativas del poder.

El flamígero y sus excesos: Colegial de San Vulfran, Abbeville-Francia.jpg

Es evidente la condición de vestimenta que tiene el ornamento de las superficies de la Catedral de San Gatian en Tours-Francia- Se asemejan a encajes que cuelgan para engalanar.

En otro de los polos de la tríada, el maestro constructor, se produce un cambio equivalente al de la transformación del Poder. La creciente complejidad del saber que se le exige, la necesidad de profundizarlo en virtud de las nuevas tareas derivadas de la concentración del Poder (de mayor envergadura y realizadas en menos tiempo), y sobre todo el deseo de convertir ese saber en conocimiento trasmisible mediante una codificación, un ordenamiento formal, en tiempos en los cuales el espacio académico institucional, supera los límites de la filosofía y la teología hacia la afirmación del arte y la técnica, contribuye al surgimiento del arquitecto, un maestro constructor evolucionado, culturalmente enriquecido podríamos decir, dotado de atributos académicos que se adquieren mediante un instrumento que se hace característico: los Tratados. Que son compilaciones de principios, criterios o normas propias de la tradición constructiva a los cuales se suman otras reglas cuyo antecedente es sin duda Vitruvio y su tratado del siglo primero De architectura o Los Diez libros de Arquitectura, el cual se difunde ampliamente durante el siglo XV luego de su redescubrimiento, cuyas normas sobre el control de las proporciones y la transformación de la desnudez constructiva original utilizando los órdenes clásicos como medio para lograr la venustas (belleza) del edificio, se reinterpretan y amplían. Se generaliza con los tratados una concepción del engalanamiento de la arquitectura a base de superposición, como embellecimiento de lo puramente constructivo mediante recursos ornamentales y reglas dimensionales que complementan las normas técnicas de la construcción, vinculadas con la creación y en cierto grado con la imaginación, que tienen el mérito académico de poder ser explicadas o enseñadas con el objetivo del ennoblecimiento artístico del edificio: es el nacimiento de la noción de estilo como conocimiento profesional privativo del arquitecto. Se trabaja en lo sucesivo para convertir ese conocimiento en un desarrollo teórico alimentado con los descubrimientos de un pasado helénico que comenzaba a rescatarse del olvido.

Se sientan así las bases para la enseñanza de nuestro oficio, un proceso que tendrá su expresión institucional en la Academia de Bellas Artes francesa, la École de Beaux-Arts, modelo original de todas las escuelas de arquitectura del mundo, antes de la irrupción de la ideología propugnada por el Movimiento Moderno, coincidente con la disolución de las Monarquías, la Gran Guerra y el nacimiento de las Repúblicas.

Planta de una casa griega, según Vitruvio.

Grabado que muestra a Vitruvio explicándole De Architectura al Emperador Augusto