ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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(Ideología y ruptura)

Oscar Tenreiro

El deliberado olvido de las experiencias venidas del pasado inmediato por parte de los tratadistas del Renacimiento y específicamente por Alberti, fue una consecuencia de los prejuicios que llevaron a ver el gótico como un peso del cual había que deshacerse. Venían tomando forma y se hicieron mucho más presentes en el debate cultural de la intelligentsia de las primeras décadas del siglo XV. Ya en los siglos anteriores las inmensas empresas de conquista y de irrupción en los lejanos territorios que habían prosperado en torno al centro de gravedad geográfico de la cultura helénica, que fueron las Cruzadas, más allá de los argumentos religiosos que le dieron el impulso ideológico y junto con las crueldades e injusticias de la guerra de invasión, las ventajas comerciales y la incorporación de áreas de influencia, ampliaron la visión política de los sectores poderosos, les proporcionaron, como ocurre con toda guerra, una más completa y compleja visión del mundo, los ayudaron a superar las sinrazones de las luchas más locales. Y así la herencia recibida de los tiempos helénicos empezó a recortarse en los medios más cultivados, en los sectores que definían la política, con mucha fuerza como referencia crucial, fundamental; convirtiéndose a la vez en incómodo contrapunto el tejido intrincado en términos geográficos y culturales de lo que había caracterizado la historia anterior. En los albores del siglo XV, donde situamos el comienzo de lo que lo que los historiadores verían como una nueva manera de vivir ese re-nacimiento del mundo occidental, no había duda ya de que los usos, puntos de vista, resistencias ante los nuevos conocimientos, propias de los tiempos góticos, tenían que ser superados.

(todas las imágenes son de Internet)

Territorios donde se realizaron Las Cruzadas

Católicos y Cristianos Orientales dialogan en 1290 en la ciudad de Aco, hoy Israel

Todo intento de conocer el clima cultural de entonces revela como la gente de la cultura ya había rechazado, al menos en relación a las ideas que orientaban las controversias del momento, la herencia gótica: el gótico prolongaba tradiciones que ya parecían primitivas, carecía del pulimento cultural que exigía la actualidad. Se juzgaba que la nueva cultura de la construcción estaba obligada a echar raíces en un mundo más prístino, el pasado greco-romano. Se completaba en el siglo XV y se afirmaría definitivamente en los siglos que seguirían, un proceso de reajuste de la mirada cultural, ahora enfocada en una antigüedad pagana demasiado escondida por un rechazo de origen religioso mal digerido, y también por la miríada de luchas de poder entre etnias, tribus, reinos, grupos de poder local, que habían asolado el mundo conocido en los siglos anteriores, la cual actuó, ya hemos hablado de ello, en provecho de una concentración de Poder que conduciría al Absolutismo.

Por otro lado, contribuyó a hacer brillar de modo muy intenso al clasicismo en el mundo cultural de entonces, la invención de la imprenta en torno a 1440, poco más de una década antes de haberse escrito el tratado de Alberti que como ya dije fue publicado después de su muerte en 1480, porque puso al alcance más general y particularmente entre los sectores educados y en los centros académicos, el inmenso legado filosófico del mundo clásico, el cual, dada su riqueza (que sigue impulsando todavía hoy reflexiones de distinto orden) inevitablemente se convirtió en tema central que habría de influir en todas las artes. Y sería en la Arquitectura donde más ejercería su influencia, porque al legado construido venido de la antigüedad, lo caracterizaba una legibilidad, expresada en los muy bien descritos y caracterizados órdenes, la importancia expresiva de la columna, las posibilidades espaciales de la bóveda y la cúpula (el Panteón, modelo siempre presente) la contención del ornamento, el régimen matemático de las proporciones, todas ellas características que parecían ser propias de un tipo de perfección digno de ser imitado.

3.La imprenta-Siglo XV

Difusión de la Imprenta en el Siglo XV desde Mannheim-Alemania

Giovanni Pannini (1691-1765) es un pintor-cronista de la sensibilidad artística de su tiempo que siempre nos ha interesado. Aquí glorifica la cúpula del Panteón de Roma

Pannini- Galería con cuadros sobre la antigua Roma. Una muestra de la admiración de su tiempo al mundo clásico

Panini, Galeria con cuadros sobre la Roma de su tiempo

Pannini. Baños Romanos

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Hay pues en fin, cúmulos de razones y justificaciones para esa especie de nueva lucidez que pretendía nacer, la cual, como siempre ha ocurrido en la historia, terminó desdeñando cosas importantes y creando distorsiones análogas a las que se querían superar. Se impuso un nuevo espíritu de los tiempos, el zeitgeist, palabra alemana adoptada e integrada al inglés que tanto se popularizó en tiempos del posmodernismo. Y ya hemos insistido en que el zeitgeist renacentista convirtió el lejano pasado helenístico en la referencia cultural par excellence, el supremo modelo del cual extraer el alimento necesario para hacer florecer las inquietudes de renovación.

Entre los nuevos miembros de la jerarquía social y cultural que eran los arquitectos, proponer la arquitectura gótica como referencia capaz de contener importantes enseñanzas habría caído en oídos sordos (decía Carl Gustav Jung que si uno hablaba ante un auditorio promoviendo un punto de vista contrario al espíritu de los tiempos, corría el peligro de no ser escuchado, y el muy cierto de no ser entendido) porque despuntaba ya lo que pudiéramos llamar una ideología cultural que se desarrollaría hasta llegar a su máxima intensidad en los tiempos dieciochescos de La Ilustración, según la cual todo bien cultural debía nutrirse intensamente del pasado clásico, y así luces que habían sido olvidadas adquirirían nuevo brillo para iluminar la herencia oscura del tiempo gótico.

Fue así como la rigidez ideológica que prevaleció tuvo drásticas consecuencias. No cabe duda que en el Renacimiento la Arquitectura sufrió una suerte de desgajamiento, una ruptura forzada que abrió nuevos horizontes y a la vez produjo distorsiones que tomó siglos superar. Y puede hacerse la pregunta de si una de las razones para que tal cosa ocurriera no fue la aparición de los arquitectos como mundillo, como grupo social que mediaba entre la voluntad de construir del poderoso (para quien ha sido siempre manejable y dócil) y la realidad de la ciudad. Algo de eso es cierto; podemos decirlo también cuando vemos los derroteros que sigue hoy la arquitectura, muy influidos por el oportunismo negociante y la medianía talentosa. Pero suspendamos ese juicio por ahora. Volvamos a las distorsiones post-tratados.

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Ya hemos mencionado la exacerbación de lo ornamental. Al dársele carácter de noción culta a la idea de que el ornamento es medio esencial para lograr la belleza arquitectónica, al darle rango académico, ésta no sólo se instituyó como constitutiva de toda arquitectura sino que se abrió la puerta para que el ornamento se convirtiera en centro de interés hasta, con el tiempo y mediando los deseos del Poder de llegar a lo superior, tornarse en adorno indeseable que en lugar de contribuir a la hermosura lo hace a un cierto tipo de fealdad, el de la incontinencia y el descontrol. Se dio paso a esa forma de muerte que mencionaba Corbusier, la de la repostería arquitectónica que veíamos como característica de un siglo, el XIX, y ridiculizábamos en nuestros tiempos de estudiantes.

Profusión ornamental-El techo y parte superior de las paredes de la Librería Piccolomini (Pio III -1492) en la Catedral de Siena con frescos de Pinturicchio

Catedral de Tours con su cuerpo gótico y torres flamigero-renacentistas intensamente ornamentadas.

Demasiado ornamento y el genio de Borromini (1599-1667) en San Juan de Letrán-Roma

El Crucero de la Basílica de San Juan de Letrán en Roma (Borromini)

Profusión visual en el Ábside de San Juan de Letrán en Roma-los mosaicos bizantinos opacados por la marmolería y los dorados (¿Borromini?)

Ornamento a la medida de la ambición. Santa María Mayor en Roma-Capilla Paulina, Tumba del Papa Pablo V-Arq Flaminio Ponzio (1611-13)

Paralelamente, el hecho de que se perfeccionaran las técnicas de representación mejorando la exploración formal del edificio previa a la construcción (el proyecto), favoreció la visión bidimensional y relegó, tanto la percepción de la arquitectura en el espacio como la importancia de la forma de construir como origen de la belleza. Tendencia que fue haciéndose fuerte en el tiempo hasta llegarse a un culto del dibujo y un desdén hacia lo constructivo (que degeneró en ocultamiento) cuya máxima expresión, en términos ya ideológicos se dio en la enseñanza Beaux-Arts del Siglo XIX. Y si bien es verdad que Alberti, y suponemos que los tratadistas que le siguieron (no es el caso de Palladio), propone la maqueta como instrumento de trabajo del arquitecto (vale recordar la enorme maqueta de San Pedro hecha por Sangallo el Joven que aún se conserva), como recurso de estudio de lo tridimensional, es evidente que la visión plana prevaleció y ha sometido a constante asedio a los arquitectos. Trabajar la fachada se hizo un ejercicio relativo a las características geométricas, búsqueda de simetrías o asimetrías, colocación de aberturas, cerramientos deliberados por razones estéticas, superposición de materiales, todo según una visión bidimensional, sobre todo de la cara principal como en Santa María Novella, pero en lo sucesivo la de cada una de las demás caras, tradición que duró siglos y de la cual, incluso en tiempos de mis estudios, se cultivaba (se hablaba del fachadismo) y era combatido por los profesores que se preciaban de una visión espacial.

La maqueta de Sangallo el Joven enfrentada al proyecto de Miguel Angel para San Pedro de Roma, publicada ya en este Blog el 11 de Abril de 2015

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Ese tipo de distorsión ha permanecido viva y bien desde entonces hasta ahora si consideramos que en tiempos del reciente posmodernismo, en las décadas setenta a noventa del siglo pasado, se desarrolló un culto tal al dibujo que llegó a hablarse seriamente del valor de la arquitectura de papel como concepto hábilmente manejado por quienes aspiraban a hacer de esas imágenes exploratorias, con frecuencia distorsionadas con propósitos artísticos, un nuevo arte de galerías explotable económicamente (los más bien escuetos y poco expresivos dibujos de Aldo Rossi por ejemplo, se vendieron hace veinte años en 400.000 dólares al Museo de Arquitectura de Alemania). También es verdad sin embargo que hay muy buenas propuestas de arquitectura que no son construidas, que merecen al menos ser representadas del mejor modo posible, supuesto este último perfectamente explicable, especialmente en medios como el nuestro donde la buena arquitectura ha quedado relegada al proyecto.

Arquitectura de papel por Leon Krier (1946) dibujo de 1985.

Arquitectura de papel- Leon Krier (1946) dibujo de 1983.

Y habría que celebrar el que en las dos últimas décadas se haya desarrollado mucho el dibujo asistido por computadora (los programas informáticos CAD) que han hecho posible la figuración de la arquitectura en tres dimensiones, a nivel de vista y en recorridos animados, unos recursos que pueden llegar incluso a estimular la emoción de vivir la arquitectura. Sin que perdamos de vista que, como todo recurso representativo en imágenes, el CAD puede ponerse al servicio del engaño, y lo que es peor, del autoengaño. Pero eso ya sería otra discusión.

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Es claro que la arquitectura habría de sufrir en los siglos que siguieron el permanente agobio de los órdenes clásicos superpuestos, de un modo tan reiterativo y en algunos casos absurdo por lo ajeno a las circunstancias culturales (hasta estas tierras del trópico semidormidas y durante mucho tiempo atrasadas y explotadas tenemos nuestras caricaturas clásicas), que perdieron irremediablemente el sentido original de cuatro siglos atrás. Todo edificio quería ser un templo griego, desde un Banco hasta una logia masónica o una casa de fin de semana. Y en tierras cultísimas podía darse la máxima infracción de construir en pleno centro de París, disfrazada de Templo Romano, una iglesia católica como La Madeleine, comenzada en 1764, en plena Ilustración, interrumpida en la Revolución, modificada por Napoleón para ser Templo del Ejército (¿?) y finalmente dedicada a María Magdalena y terminada en 1842. Todo un transitar ideológico tan absurdo como su disfraz.

El Templo Romano de la Madeleine y el otro Templo, el de la Ópera, se levantan entre el tejido parisino.

Iglesia de la Madeleine en París (1764-1842)

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El esfuerzo de clarificación de las preguntas que en torno a ciertos aspectos de la arquitectura histórica me hice en tiempos adolescentes me ha ido llevando hasta aquí y creo que ya debo tomar otra dirección. Ha sido producto del deseo de buscarle explicación a lo que se me presentaba de un modo confuso que superaba muy intuitivamente dejándome llevar por simpatías y antipatías. Sabía lo que me atraía y lo que rechazaba pero no intentaba saber por qué, convencido de que el discurso más convencional de los historiadores muy poco ofrecía para responder mis preguntas, aparte de lo abstrusos que siempre me han parecido los escritos más académicos. Así que mi búsqueda de explicación ha sido más bien para darle fundamento a las viejas simpatías y antipatías a medida que se colaban en el texto de estas Digresiones, dándoles el rango de hipótesis que motivan la búsqueda de información. Y si se convierten en Tesis muy bien, y si no, igual de bien, esperando, eso sí, que el asunto tenga interés para terceros.

Pero no quiero interrumpir la exploración de esta veta sin hacer algunas menciones puntuales. Hablaré de Brunelleschi, de un par de realizaciones inmediatamente posteriores a Alberti y de dos anécdotas personales: mi visita a la Cartuja de Pavía en 1962, y menos de un año antes, a la Catedral de Laon al Noreste de París.