ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro

No tengo claro hoy por qué, tan atrás como Septiembre de 1962 cuando a los 22 años apenas había leído sobre arquitectura, estaban ya en mi repertorio de referencias, un poco vagamente, las observaciones de Le Corbusier sobre la Cartuja de Ema, monumento toscano del siglo XV. Probablemente ya había tenido en mis manos su libro Précisions que recoge sus conferencias en Buenos Aires en 1929, en una de las cuales se refiere a cómo sus visitas de 1907 y 1910 a ese monasterio fueron el origen de la idea de los Immeubles-Villas de 1922, bloques multifamiliares de poca altura en los cuales las unidades de vivienda disfrutaban de una muy generosa terraza techada –como si fuese un jardín suspendido– y se desarrollaban formando bloques compactos alrededor de un espacio central.

Los Inmuebles-Villas

Lo cierto es que no sabiendo bien cómo ubicar la Cartuja de Ema, que es conocida más bien como la Cartuja de Galluzzo (ubicada en el Valle de Ema por lo cual también se le llama de Ema, pero en esos años no existía Internet para informarse mejor), terminé encaminándome como si se tratara de una especie de a falta de pan buenas son tortas, hacia la muy famosa Cartuja de Pavía, en Lombardía, cercana a Milán, bien documentada, ella sí, en las guías que tenía a la mano, como punto de toque de mi viaje hacia Nápoles, donde me embarcaría en dirección a Venezuela. Era otro punto en esas peregrinaciones de arquitecto, motivadas por un curioso sentimiento de identificación con quienes admiramos, característico de la primera juventud: si Corbusier lo mencionaba como lugar de inspiración, pues allí había que ir a respirar el mismo aire, a ver las mismas cosas, a encontrar razones para movernos en dirección análoga.

Vista Aérea de la Cartuja de Pavía (Internet)

Sabía algo del espíritu cartujo porque un católico muy intenso como el que yo era en ese tiempo, necesariamente se entera de ello, a lo cual ayudaba la leyenda, no sé si cierta o inventada, de que nuestro Siervo de Dios José Gregorio Hernández había estado un tiempo en un monasterio cartujo europeo. Y pude saber que la vida de los monjes en una cartuja (monasterio cartujo, certosa en italiano) se orientaba hacia la austeridad, el sacrificio personal, un régimen fuerte, culto a la soledad y al silencio y muchísimas cosas vinculadas a una muy estricta e intensa ascesis que alimentaba leyendas sobre las privaciones voluntarias a las cuales se sometían los monjes (creo que fue de esas historias donde aprendí lo que era un cilicio, prenda de vestir ruda, áspera, que hiere un poco la piel, o instrumento que inflige una molestia corporal, medios ambos para mortificar el cuerpo en búsqueda de un nivel superior de conciencia).

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Así pues que me esperaba encontrar con una arquitectura, que aparte de las particularidades de las que habló Corbu como fuente de inspiración de sus ideas, fuese una especie de ejemplo construido de esa máxima austeridad y rudeza de la antigua orden, la cual puede ser conveniente informar aquí que fue fundada por San Bruno https://es.wikipedia.org/wiki/Orden_de_los_Cartujos en el siglo once (año 1084) y fue protagonista importante de la búsqueda de estabilidad en la contemplación y el estudio característica de las órdenes conventuales del cristianismo medieval.

Pero al llegar cargado de expectativas al monasterio, me topé de un modo sorpresivo y casi doloroso, con la repostería arquitectónica, a la cual he dedicado tantas frases: el primer contacto con el conjunto, (por otra parte de gran tamaño y sito en un muy hermoso lugar que fue cedido a la Orden por Gian Galeazzo Visconti, primer Duque de Milán, en 1396) fue con la fachada de la iglesia del Monasterio, una muestra de esa superposición de mármoles ennoblecedores que tanto daño han hecho a las mejores cosas de la arquitectura del pasado en tierras de Italia.

El emplaste marmóreo sobre la fachada de la iglesia (Internet)

La entrada a la Cartuja de Pavía (foto de 1962)

Fragmento de la fachada de la Iglesia de la Cartuja de Pavía (foto de 1962)

El florido interior (Internet)

Por más que aprenda que en las esculturas de la fachada participaron importantes artistas, que lea sobre los méritos del intrincado trabajo decorativo que los comentarios cultos suman a los de las importantes obras de arte en el interior de la misma iglesia; ni entonces, cuando me acerqué por primera vez, ni ahora cuando veo las fotografías que conservo en bastante buen estado, he podido reconciliarme con la torta de novias. Así como tampoco puedo reconciliarme con el interior originalmente gótico pero también decorado y redecorado con toda clase de juegos florales. Me quedaba entonces el recurso de pasearme por los claustros y olvidarme un poco de la iglesia mientras reunía motivos para regresar y ver con atención las pinturas y otras obras de arte (Perugino, Bergognone, Guercino y otros, casi todos hoy en museos de Londres y de Milán) pero nada recuerdo de esa segunda lectura, durante la cual, si juzgo por las fotos que conservo, di vueltas por las fachadas laterales y posteriores, donde la nobleza del ladrillo se salvó del afán decorativo, nobleza que por otra parte es característica de todo el conjunto.

Fragmento de la fachada de uno de los transeptos. La maestría del ladrillo en tierras de Italia (foto de 1962)

Parte de las fachadas Sur y Este

 

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He aprendido a raíz de estos textos que los monasterios cartujos tienen siempre una iglesia abierta a los fieles que asisten a los oficios, provista de atrio que puede ser también un patio cerrado con una única puerta de entrada, y aparte de todos los servicios del monasterio dos claustros, uno pequeño vinculado a los rituales del culto que se realizan en la iglesia a la cual se adosa, y otro grande, particularmente grande, que conecta las celdas donde transcurre la vida eremítica.

Planta de la Cartuja de Pavía

Planta de la Cartuja de Galluzzo-Ema visitada por Le Corbusier. El claustro grande es de menor tamaño del de Pavía.

El Claustro Pequeño (Internet)

El Claustro Pequeño (foto de 1962)

El Cimborrio del crucero de la Iglesia desde el claustro pequeño (foto de 1962)

El transepto Sur desde el claustro pequeño (foto de 1962)

El claustro pequeño de Pavía es muy hermoso, alto, abovedado también en ladrillo, así como el grande, el cual debe tener casi cien metros por lado, ya que sirve a ocho celdas por lado, cada una al menos de doce metros de ancho incluyendo el jardín (según una de las fotos que conservo pudimos entrar a una de las celdas, pero nada retengo de esa visita). Claustros de esa dimensión son muy poco comunes y suscita admiración que se haya construido así, tan noblemente, para cumplir la simple función de dar protección al acceso a las celdas. Es casi una exageración si no estuviera dándole sentido el trasfondo religioso del gesto: ennoblecer la vida de los monjes, quienes a su vez la pierden (podría decirse) o más bien la ganan (también podría decirse) para dedicarse a la contemplación.

El claustro grande (Internet)

El claustro grande (foto de 1962)

Parte del ábside de la iglesia visto desde uno de los jardines internos de las celdas.

El cuerpo de servicios incluyendo el refectorio del lado Norte del claustro grande (foto de 1962)

Al caminar por el claustro grande y observar al otro lado la sucesión de los techos de las celdas de los monjes, como casitas, recortados sobre las arcadas, se hace evidente la razón por la cual en la Cartuja de Galluzzo construida siguiendo la misma disposición según prescripciones de la orden, Le Corbusier había descubierto las virtudes de lo que se convertiría en un tipo arquitectonico –las viviendas una al lado de la otra en torno a un espacio central y unidas a una circulación– si bien ese término no iba a ser usado por él. En esa visita entrevió, tal como él mismo dijo y se ha recordado muchas veces, una forma de asociación (el tipo) para la vivienda colectiva, que manteniendo la noción de individualidad, de privacidad, de un aislamiento desde el punto de vista físico que concede la máxima importancia a la autonomía de la unidad básica del conjunto (la celda de los monjes, o la unidad de vivienda en la visión de Corbu), propone a la vez una relación con las otras unidades utilizando el espacio común (el claustro, o el espacio central) que funciona como sitio de expansión común.

(Seguiremos con la Cartuja de Galluzzo-Ema en la próxima Digresión)

Las celdas se alinean junto al claustro grande (foto de 1962)

En la Cartuja de Galluzzo las celdas del otro lado del claustro Grande.