Oscar Tenreiro
No podía dejar atrás el relato sobre mi estada en Moscú de adolescente sin hacer mención de un evento que en esos días se desarrollaba en la ciudad, la Exposición Americana, sobre la cual había habido muchos comentarios en la prensa internacional que la habían convertido en asunto polémico dentro de los cruces de propaganda que eran característicos de la Guerra Fría. Según he visto en la web, fue inaugurada el 24 de Julio de 1959 (fecha que me hace suponer que estuve en Moscú en los primeros días de Agosto y no en Julio como he dicho) y el acto estuvo acompañado de un recorrido por los diferentes stands por parte de Nikita Kruschev Primer Ministro de la Unión Soviética y Richard Nixon, Vicepresidente de los Estados Unidos durante la administración de Dwight Eisenhower. En un punto del recorrido se produjo un curioso enfrentamiento verbal entre ambos mandatarios –que se conoció por todo el mundo y ha trascendido como el kitchen debate– https://es.wikipedia.org/wiki/Debate_de_cocina en momentos en que Nixon https://www.cia.gov/library/readingroom/docs/1959-07-24.pdf señalaba a Kruschev las ventajas que para la liberación del ama de casa proporcionaba el equipamiento de la cocina de su vivienda con artículos de línea blanca, lo cual hacía notar con la intención de recalcar las diferencias entre el nivel de vida americano y el soviético. Kruschev, con sus modales toscos de campesino y la audacia que era parte de su estilo personal, refutaba al sonriente y muy seguro de sí mismo Nixon con alegatos expresados de un modo tan espontáneo que parecía una discusión entre estudiantes https://www.youtube.com/watch?v=-CvQOuNecy4, al tiempo que el Vicepresidente insistía y agregaba nuevos argumentos https://es.rbth.com/articles/2012/05/03/la_guerra_fria_de_los_electrodomesticos_kruschev_y_nixon_17024. Hay en la web al menos un video de la escena, la cual en realidad demostraba lo acertados que estuvieron los americanos al destacar en esa exposición, no los logros tecnológicos e industriales de gran escala (como habían hecho los soviéticos en la exposición que habían montado meses antes en USA) sino las distintas cosas que gracias a la técnica, la industria y la marcha de la economía se habían puesto al alcance del americano medio definiendo su escena rutinaria, buscando contrastarla con la del ciudadano soviético en lucha permanente con la escasez y la dificultad en una economía marcada por la uniformización del consumo a favor de la expansión de la gran industria y el equipamiento militar, en la cual hasta un par de zapatos decente, como lo ilustré en un texto anterior, era un lujo inalcanzable.
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Los pabellones estaban ubicados en un parque de las afueras de Moscú llamado Sokolniki, el cual posteriormente se siguió utilizando con la construcción de pabellones permanentes, y aún hoy funciona albergando exposiciones de distinto tipo https://en.wikipedia.org/wiki/Sokolniki_Exhibition_and_Convention_Centre .
No sé si la visita la hicimos por nuestra cuenta o como parte de las actividades del Tour, lo que sí recuerdo es que cuando llegamos al parque estaba atestada de visitantes. En ese momento lo desconocía todo sobre ella, aparte de los comentarios polémicos (los soviéticos y el comunismo internacional hicieron lo posible por ridiculizar el énfasis en lo común y corriente) que habían trascendido y que tal vez leí, pero mi todavía leve relación con la arquitectura como estudiante interesado pero apasionado más bien por la vida en general y muy marcado por la cuestión política, llevó mi atención sobre todo hacia el comportamiento de los visitantes o el mayor o menor interés de lo que se exhibía, así que no tuve en ese momento conciencia respecto a quienes estaban detrás de la concepción de los pabellones y su contenido, lo cual he podido precisar sólo ahora. Más bien me sorprendió tanto énfasis en la vida de todos los días, enfoque al cual confieso que no logré darle el valor que le encuentro ahora, escapándoseme parcialmente el sentido que tenía en ese momento en la controversia internacional.
El comienzo de las exhibiciones estaba en una cúpula geodésica de Buckminster Fuller (ocho años después, en la Feria Internacional de Montreal de 1967, una enorme cúpula de Fuller albergó todas las exhibiciones de Estados Unidos) en la cual se mostraban en siete pantallas suspendidas escenas de la vida común americana, un show de imágenes (Glimpses of the USA) https://www.youtube.com/watch?v=Ob0aSyDUK4A que me entero ahora fue concebido por la gente de la empresa de diseño Interior y mobiliario Herman Miller –que ya se destacaba fuertemente como promotora del diseño moderno– y específicamente por George Nelson, su Director de Diseño http://www.georgenelsonfoundation.org/george-nelson/works/american-national-exhibition-moscow-124.html con la activa participación de los esposos Ray y Charles Eames, excepcionales diseñadores que han dejado un legado que no sólo despierta aún admiración hasta el punto de ser permanentemente estudiado y revisado (en Londres en 2016 se realizó una completa exposición de su obra http://www.elcultural.com/revista/arte/Mundo-California-los-Eames-de-nuevo/37518) sino cuyos productos siguen teniendo más demanda hoy que la que tenían recién concebidos.
Nelson tuvo aparentemente plena libertad para actuar, y según se ha escrito, fue llamado directamente por el Presidente Eisenhower, quien le habría dicho que la Exposición debía abrir una grieta en el Telón de Acero.
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A ambos lados del domo había unos pabellones construidos a partir de unos paraguas de plástico reforzado producidos por la firma Simpson, Gumpertz and Heger (SGH), espacios destinados, entre otras actividades, a albergar unas pasarelas donde modelos masculinos y femeninos mostraban los típicos atuendos de la vida diaria o reuniones festivas. Y ya detrás del domo, se abría un espacio de varias alturas con planta semicircular, de techo plegado, diseñado por el Arquitecto Welton Becket (1902-1969) (sumamente activo en California, donde construyó muchísimo, autor de la House of Tomorrow https://www.laconservancy.org/locations/post-war-house construida en Los Angeles como una operación de marketing exitosísima en 1946), donde estaban los stands de diferentes empresas incluyendo parte de una casa prefabricada diseñada por el mismo Becket, ubicados en un entramado ortogonal de tres niveles construido con elementos metálicos prefabricados que se ensamblaron en Moscú, concebido por Nelson y los Eames, y bautizado por ellos como Jungle Gym.
De lo que se exponía me acuerdo sólo muy vagamente pero Internet me ha ayudado a revivir algunas imágenes que recalcan lo que me atrevería llamar extrema candidez, o tal vez sinceridad, interesada pero sinceridad al fin, del enfoque de la muestra en cuanto al deseo de dar una versión honesta de la realidad mediante imágenes que trasmitían las características del mundo americano incluyendo escenas naturales puestas en contrapunto con las del paisaje soviético. Así la evoca en su Historia de los Estados Unidos de América Susan-Mary Grant: la cinta recogía la vida “americana” durante un día laboral en 9 minutos y durante un día de fin de semana en 3 minutos, cuyos contenidos se modulaban con curvas que distribuían la intensidad de los efectos visuales deseados sobre el espectador. El objetivo de la película era intensificar las emociones humanas más comunes, producir una sintonía universal, que no solo supuso el éxito en la recepción de la instalación, sino que favoreció los propósitos diplomáticos de EEUU en aquella visita histórica.
Y lo acertado del concepto de la exposición estaba claramente expresado en la avidez con que actuaban los visitantes, la cual realmente me impresionó: manoseaban todo lo manoseable y curioseaban en los catálogos de las grandes tiendas (Sears Roebuck o Montgomery Ward, supongo) que ponían a disposición de los curiosos sus gruesos catálogos sobre grandes mesas, asegurados con cadenillas, muchos de ellos casi destrozados de tanto trajín, particularmente en la sección de ropa. También recuerdo mesones parecidos con zapatos para hombres o mujeres –de los baratos, de uso masivo siguiendo las pautas de la exposición– igualmente asegurados contra hurtos, los cuales mostraban también las huellas de un intenso manoseo.
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Susan-Mary Grant, en su Historia…ya citada, dice esto también de la Exposición: La visión contraria y posiblemente autocomplaciente del país en vísperas de la elección de Kennedy como presidente fue expresada, como es sobradamente conocido, en el “debate de la cocina” entre Kruschev y el entonces Vicepresidente Richard Nixon en la Exposición Nacional Estadounidense de Moscú de 1959, la cual destacaba el nivel de comodidad doméstica y de prosperidad general del que disfrutaban los ciudadanos de los Estados Unidos. En el escenario ligeramente surrealista pero simbólico de una cocina modernista de exposición, Nixon aprovechó la ocasión de hacer hincapié en la superioridad del estilo de vida capitalista sobre el comunista, en el poder de la abundancia económica sobre la austeridad ideológica. Era un poder que Kruschev naturalmente rechazó con desdén. Y uno que quizá Estados Unidos daba demasiado por sentado. Aún así había muchos motivos para ser positivo.
Esta dimensión positiva se me ha quedado luego de rememorar. Y para afirmarla agrego un par de cosas. Una de ellas es que incluso dentro de una visión conservadora como la de un militar que ha pasado muy silencioso a la historia pero de innegable filiación conservadora como Eisenhower germinó la decisión de entregar la responsabilidad de esa avanzada pasiva hacia el amenazante poderío soviético a personas que representaban en los Estados Unidos una actitud de apertura hacia las promesas más esenciales del mundo moderno, expresadas en el esfuerzo de transformar el entorno doméstico, el inmediato a la persona, a la familia. La selección del grupo Nelson-Eames como máximos responsables era, desde la perspectiva actual, un espaldarazo a una forma de ver el mundo en términos de ruptura con el sentimentalismo del objeto (algo que ahora ha invadido a los Estados Unidos), del ámbito heredado, aceptando en cambio una novedad basada en la superación de hábitos de vida y de modos de ver el mundo físico. Y si estamos de acuerdo con Grant en que con la exposición se intentaba polemizar con la austeridad ideológica, no la acompañamos cuando dice que se hacía oponiendo la abundancia económica porque pensamos que en toda la operación expositiva hubo claras intenciones ideológicas que no fueron explicitadas porque al hacerlo se hubiera perdido la fuerza del testimonio vital. Sin anunciarlo, sin convertirlo en bandera, se propuso allí la aceptación sin complejos del deseo de todo ser humano de tener acceso a formas de vida menos agobiadas por la simple supervivencia utilizando para ello los bienes que le proporciona la tecnología y el libre desarrollo de la inventiva personal. Hoy me parece que podemos ver la narrativa –aceptemos el modismo de moda– de la Exposición Americana de Moscú 1959 como una temprana aceptación en términos ideológicos de la importancia social del acceso al consumo de bienes que en cierta manera adornan la vida en un sentido o en otro. Parece oportuno a estas alturas, hoy, terminar de considerar al consumo como un mal inducido por la codicia comercial y verlo más bien –con sus claridades y oscuridades– como un síntoma de la expansión civilizatoria que abre horizontes. Tal vez podría ayudar para aceptarlo ver a los refugiados de la guerra y el genocidio orientándose con un teléfono inteligente mientras van por los caminos buscando penetrar fronteras.
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Y hay una segunda cosa: que los americanos hayan recogido el guante de la prefabricación, que desde la Unión Soviética se anunciaba por el mundo como la panacea que daría un vuelco a la industria de la construcción orientándola hacia la solución universal de la carencia de vivienda, anuncio y política que los eternos diseminadores de ideología en los medios universitarios usaban como arma arrojadiza en cualquier mínimo debate de mi Facultad (recuerdo de nuevo que no había comenzado yo en ese entonces el quinto año de Arquitectura); que los americanos repito, hayan recogido ese reto mostrando en su exposición tres opciones de esa tecnología, era un desafío estimulante. Porque esas opciones señalaban en un sentido diferente, eran abiertas al diseño para usos diversos (lo tridimensional liviano de Fuller de grandes luces, el plástico reforzado de los paraguas –técnica de vida efímera– y el ensamblaje metálico de pequeñas luces, cartesiano, del Jungle Gym); tecnología para diversificar no para circunscribirse en los límites de la prefabricación pesada que inundó al territorio soviético (en ese año 59 en su máximo desarrollo) de grises y adocenados, tristes, tristísimos, bloques de vivienda colectiva que aún hoy arrugan el corazón. No se trataba de adaptarse a los fines de un plan quinquenal sino de explorar las posibilidades de construir rápido y eficazmente fuera de la rigidez de un esquema industrial. La tecnología al servicio de la arquitectura y no lo inverso: sustancia de un debate ideológico no explicitado, lo repito. La prefabricación estaba al servicio de una visión arquitectónica, no era condición de una planificación autoritaria y abusiva.