Oscar Tenreiro
Hace algo más de cuatro años, el 3 de Enero de 2016, comencé a publicar aquí unos textos que al igual que estos últimos que he escrito, se dedicaban a explorar vivencias de los tiempos de mi niñez y primera adolescencia. Hay unos tres o cuatro de ellos (la serie la denominé Confecciones) que se ocupaban de describir nuestra casa de Maracay con mucho detalle, tal como he empezado a hacerlo ahora. Y como parte de esos comentarios decía lo que sigue:
Hago esta descripción con tanto detalle… porque fijo así las coordenadas físicas del espacio en el cual transcurrió mi infancia … y porque creo servir de vocero a quienes como yo vivieron o siguen viviendo en casas similares cuyas virtudes uno no se cansa en destacar… No puedo dejar de preguntarme de qué manera esa casa con sus patios, ese vivir así, ese ritmo pausado propio de los ambientes pueblerinos, esas viejas formas físicas de la convivencia…me dijeron algo que por alguna razón retengo…Y al evocar esos lugares, resonancias de pasados episodios nos hablan como en los sueños…El que estén aún frescas pese a todo lo vivido y se refieran…a escenarios precisos, nos permite suponer que entre ellos y nosotros se estableció un vínculo; que lo emocional…algo le debe a esos accidentes, esos panoramas, esos cuadros que resumen un ámbito que fue parte de una etapa inicial de la vida. Dejaron una huella importante en nuestra sensibilidad…nos impulsaron a darle importancia a algunas cosas y no a otras…Y he percibido…diferencias entre quienes habíamos vivido la primera infancia en ese contexto…en el cual la relación personal con gente cercana, familia o no, parece estar en un primer plano, y aquellos citadinos con quienes me confronté mucho más tarde cuando nos mudamos a Caracas…
**********
Directamente frente a nuestra casa, del otro lado de la calle, había un muro ciego, el de la Mueblería La Liberal que abría sus espacios hacia la Avenida Bolívar. Inmediatamente al lado yendo hacia la Avenida Miranda vivía una señora catalana sesentona, la Señora Mas, quien tal vez por razones de edad tuvo poca relación con mamá. Sus vecinos inmediatos eran los Bustamante, él Capitán retirado, maracucho, y ella de nombre Stella María, trujillana, con una hija Idacira, mayor que nosotros, y un hijo menor, Gustavo, amigo de mi hermano Edgardo. No lo recuerdo bien pero supongo que ya cerca de la Ave. Miranda, hacia donde abría la Panadería Galves, la fachada urbana era un muro ciego de ese local.
Más allá de esa calle se desplegaba la ciudad, que era más bien un pueblito. Y como he escrito otras veces, un pueblito amodorrado que el General Gómez quiso enaltecer con construcciones ajenas a su carácter y su importancia, algo que aprendería yo después que se convirtió en actitud recurrente en Venezuela, esa de edificar cosas que la comunidad o el contexto físico-cultural no es capaz de asimilar: no sostenibles como se diría ahora. Las cuales precisamente por su relativa artificialidad, por no estar respaldadas por instituciones con peso en la sociedad o con arraigo en la estructura del Estado corren el riesgo cierto de ser abandonadas y convertirse en cierta manera en letra muerta.
Y el pueblito para nosotros cesaba de existir no mucho más allá de la López Aveledo.
He dicho que desde la esquina de la Avenida Bolívar y la López Aveledo a la derecha –al este– estaba a los veinte metros el negocio de mi padre, la Casa Philco. Si se iba hacia la izquierda –al oeste– por la acera del lado de acá, se pasaba primero por La Liberal y al lado había una barbería, luego un pequeño local comercial –casa Roxy– que regentaban los Krasner, una sastrería y después el muro ciego muy alto de la Iglesia de Maracay perforado por una de las entradas laterales. Los Krasner eran emigrados polacos entrañables cuyos dos hijos, Fanny la mayor y Moisés el menor, se hicieron buenos amigos nuestros. Moisés –para sus amigos Mory– era todo un personaje que se hizo habitual de la casa y fue amigo íntimo de Jesús el mayor[1].
Finalmente se abría la Plaza Girardot, buen sitio para jugar y sobre todo para correr, al que nos llevaban de cuando en cuando. La iglesia era de construcción relativamente reciente, de fines del siglo diecinueve y terminada seguramente a mediados de los tiempos de Gómez, cuando también se intervino la plaza y se construyó el edificio del Banco Agrícola y Pecuario en el costado sur. No era Catedral porque en ese tiempo Maracay no era Diócesis. Con la Casa Parroquial a su lado ocupaba todo el costado sur de la Plaza y ejercía en ella como párroco el muy bondadoso y anciano Padre Cabrera.
Si uno subía hacia la Plaza por la acera opuesta encontraba en primer término el muro ciego de la parte de atrás del Asilo de Huérfanos (construido por Gómez) e inmediatamente el cine Roxy, lugar al que todos los hermanos le debemos nuestra iniciación en el mundo cinematográfico gracias a que en él pasaban estrenos cada semana, muchos de ellos coincidiendo con Caracas.[2]
**********
La pesada puerta de toda la altura de la fachada que daba acceso al zaguán de nuestra casa se cerraba en la noche. Había otra puerta al terminar el zaguán que era la puerta de día, la verdadera entrada. Las dos ventanas de la fachada eran las del salón formal, protegidas por barrotes metálicos[3], cada una con sus poyos internos para que sobre todo las damas pudieran sentarse a ver pasar.Tenían batientes de madera sólida para cerrarlas y estaban generalmente cerradas porque esos salones formales se usaban poco. En nuestro caso era el lugar donde estaba el tocadiscos, donde ya siendo grandecitos poníamos nuestros discos. Allí fue donde Jesús Antonio el mayor comenzó a oír música. Y la música se hizo para él, a partir de esas sesiones en la sala un modo de ver la vida. Hasta cierto punto la vivió como una religión personal.
La puerta de día[4]abría hacia un corredor que cumplía las funciones de recibo de visitas y estaba ocupado por unos muebles de mimbre que ya a mis diez años o más hubo que cambiar porque los brazos de las poltronas estaban vencidos a consecuencias de los excesos infantiles. Ese tipo de muebles estaban en todas las casas y hoy los veo como uno de los más interesantes diseños de mobiliario de esa época: frescos, cómodos y económicos.
Y no sólo fueron populares en Venezuela sino en el mundo entero. Basta ver las fotos de la Conferencia de Postdam, en Julio-Agosto de 1945 en las cuales Churchill, Truman y Stalin aparecen sentados en el mismo tipo de poltronas.
También había en ese primer recibo un par de mecedores pequeñitos que eran del uso exclusivo nuestro, en los cuales a veces se nos obligaba a permanecer cuando recibíamos castigo por alguna travesura.
Desde ese recibo se entraba al cuarto donde dormíamos mi hermano Edgardo y yo en camas separadas entre sí por un pesado escaparate adosado a la pared. El acceso desde el recibo era por una doble puerta que dejábamos abierta buscando ventilación. Se comunicaba por una puerta interna con el cuarto de mamá que era el más espacioso, tenía una ventana hacia el primer patio y su entrada principal era desde un segundo recibo completamente abierto hacia el primero y el segundo patio. Era el sitio donde nos reuníamos enfiestados durante las piñatas, que colgaban en todo el centro, y en él había sólo unos cuantos muebles que se movían de un lado a otro según la necesidad: un par de mecedoras una silla de extensión que usaba papá, un par o más de mesitas (durante un tiempo hubo un acuario fabricado por mi hermano Jesús), y pegado a la pared medianera un enorme radio de gabinete en el cual papá en su silla de extensión y mamá a su lado en una de las mecedoras, cuchicheaban y oían de noche las noticias. El espacio estaba protegido de la lluvia venteada que podía entrar desde los patios con unas persianas arrollables de maderilla –se ven en una foto que incluyo de nuevo– que por deterioro hubo que cambiar por unas de lona que también controlaban el sol de la tarde y proporcionaban cierta intimidad respecto al recibo.
**********
En el cuarto de mi madre estaba su cama matrimonial contra la pared medianera, un escaparate bastante grande y frente a la cama un altarcito con una figura del Corazón de Jesús ante las cuales me parece que había un reclinatorio porque recuerdo bien que era el sitio donde rezaba en un tiempo mis oraciones nocturnas.
Luego de ese cuarto seguía el de mi hermana Carlota, puerta y ventana hacia el patio, el consabido escaparate y comunicación con el cuarto de papá que no tenía ventana sino una enorme puerta doble que coincidía con el final del segundo patio. Tanto a las puertas como a la ventana las protegían de la lluvia una marquesina metálica de vidrios traslúcidos de colores. Desde el cuarto de papá había acceso interno directo al muy espacioso baño, el único de la planta baja porque en el segundo piso, donde dormían Jesús y Pedro Pablo en un cuarto bastante grande, había otro. Se subía a ese segundo piso por una escalera de caracol prefabricada de cemento ubicada en la esquina más alejada del patio.
El comedor estaba en el límite interno del segundo patio, separado de este por una romanilla de madera y vidrio esmerilado que proporcionaba privacidad y dejaba pasar la luz natural además de ventilación porque no llegaba al techo. Esta romanilla, muy característica de estas casas, era un recurso arquitectónico sumamente interesante por la lógica que lo motivaba, aparte de que resulta tan típicamente venezolano que la Real Academia la define así: cancel corrido a manera de celosía, que se usa en las casas de Venezuela, principalmente en el comedor. Su armazón era de madera (generalmente pintada de blanco como era típico), y definía cuadros cerrados con paneles de madera, que también se subdividían para recibir vidrios traslúcidos o celosías que complementaban la ventilación. Esta romanilla tiene un curioso papel referencial en toda imagen de la casa, tal como si fuese el foco visual principal.
Y me queda sobre ese baño la duda de arquitecto sobre cómo ventilaba, si bien recuerdo vagamente que era a través de unas claraboyas en el techo que las había también en un cuarto contiguo que funcionaba como despensa y depósito de cachivaches. Quedaba frente a este la cocina, que estaba dividida en dos ambientes, uno para la cocina y horno de kerosene y otro una especie de pantry,ambos espacios recubiertos de mosaicos de cemento color ladrillo. Ventilaba y se iluminaba gracias a un tercer patio muy pequeño y de forma irregular que a un lado tenía un tanque de agua elevado debajo del cual había un baño semiabierto muy improvisado, poceta[5]separada y con puerta, ducha exterior protegida de visuales pero sin puerta y una batea para lavado. Al fondo quedaba un corredor que se usaba para el planchado. Desde este se entraba al cuarto de servicio que estaba adosado a la despensa y cuarto de cachivaches y ventilaba hacia el patiecito. Era el patio final de la casa, el que equivalía a lo que en ese tiempo y aún después llamábamos en Venezuela el corral, en este caso ocupado por esas construcciones un poco improvisadas que tal vez hoy me incomodarían.
Los cinco hermanos con Cecilia en una esquina del primer recibo. Al fondo la puerta de entrada al cuarto de Edgardo y yo.
[1]Mory se mudó a Caracas a estudiar arquitectura y fue durante el primer año 1952-1953 compañero de Jesús en tiempos en los que la Universidad estuvo cerrada. Se fue al Brasil a continuar la carrera sin conseguir terminarla, lo cual hizo en Venezuela unos cuantos años después, siendo Jesús uno de sus profesores. Mory murió el 7 de Marzo de 2011. Jesús había muerto el 10 de Diciembre de 2007
[2]Uno de los estrenos en el Cine Roxy fue Uno contra todos, con Gary Cooper, película basada en la novela de Ayn Rand El Manantial . Tuvo mucho impacto en nosotros. Sobre ella he escrito y lo volveré a hacer más adelante.
[3]En tiempos coloniales, los barrotes eran de madera. La gente de más alcurnia trataba de ponerlos de hierro. De allí viene lo particular de «La Casa de las Ventanas de Hierro» de Coro. Ya en tiempos republicanos y avanzado el siglo se usó el metal como algo normal.
[4]Tomo de aquí en adelante partes de la descripción que incluí en las Confecciones 1 y 2
[5]Poceta es otro venezolanismo que se usa en lugar de excusado, retrete o váter.