ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Estos fragmentarios y acaso contradictorios pensamientos sobre la vejez, sobre mi vejez, pueden ser vistos como tomas de posición un tanto estáticas y no como lo que son o han querido ser: pensamientos que se muestran y se ocultan alternativamente adquiriendo importancia variable a medida que se recortan sobre una especie de continuum que incluye mi estado de ánimo y la suma de muchos momentos de introspección, muy comunes para mí en estos tiempos, los cuales he considerado como transicionales. Parte de mi escenario de fondo, lo repito una vez más.

Y una de las cosas que quisiera evitar es que se piense que la huella del cristianismo sobre mi percepción del mundo ha perdido espacio en mi conciencia. Porque ha sido cualquier cosa menos eso. Soy cristiano sin la menor duda, y lo soy en un sentido que incluye la práctica de un modo que pudiera llamar personal sin que en realidad lo sea, pues coincido con muchos en la manera de definir lo que esa práctica es. Tomo para mí en ese aspecto la frase que Carl Gustav Jung pronunció con ocasión de una carta (que publico más adelante) en la cual habla de su visión de Dios. Soy cristiano, dice él, porque me apoyo enteramente sobre conceptos cristianos…Me adhiero a esa frase y digo más: soy cristiano porque veo el mundo a través, mediante, o en referencia a, lo que a través de la historia surgió y evolucionó a partir del cristianismo. También soy cristiano en gran medida, como dije al principio de estas reflexiones sobre la vejez, por haber sido educado y al comienzo de mi madurez como adulto haber orientado mi vida, secundum ecclesiam catholicam; si bien insisto en que mi práctica es sui generis, porque hoy se remite sobre todo a una frecuente invocación. Y es bueno que haga notar que también según Jung[1] invocar a Dios no es requisito para su presencia entre nosotros. Vocatus atque non vocatus Deus adherit (Invocado o no, Dios está presente) es una frase venida de textos muy antiguos que el pensador suizo hizo colocar en el dintel de piedra de la entrada de su casa en Küsnacht, Suiza. Lo menciono en la entrada Ver la Vida (15) página 348 de mi libro Todo Llega al Mar-Textos.

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Esa preocupación por ser mal interpretado debe mucho a que la distancia respecto a la Fe sencilla de la cual he hablado, se ha nutrido por procesos racionales, por ejercicios de pensamiento que soslayan la importancia de lo emocional. Y como para mí lo emocional es asunto central y los motivos de la emoción son generalmente mis motivos principales, repito con otras palabras que en lugar de atender exclusivamente al razonamiento, quiero dejarme llevar por una inercia que se alimenta de los muchos años en los que fui fiel a una presente y activa Fe que me acompañó desde mi primera adolescencia y fue enraizándose fuertemente en los tiempos siguientes. Raíces que fueron adquiriendo vigor desde mi entrada en la adultez hasta hacerse fuertes y pobladas en mis años maduros sin importar, lo recalco, el carácter sui generis de mi práctica. Las alimenté como me fue posible…

Y digo entonces lo que no necesariamente se deduce de lo que he escrito hasta aquí: que esa inercia y la emoción que la acompaña me lleva a la oración con bastante frecuencia en estos tiempos de vejez, si bien es un orar que se realiza ante una especie de vacío. Es, para usar un símil, como una botella lanzada al mar. Le falta la claridad, la transparencia de la Fe. Es racional. Lo hago porque quiero –voluntad­– ser fiel a las herencias que atesoro y también porque confío –esperanza– en que encuentren un destino mientras calman un poco mi tristeza. Reviso algunas de las oraciones que aprendí y me encuentro a veces con cosas que están allí como residuos de tiempos anteriores que ya no dialogan conmigo. Porque se me ha hecho firme la noción –Jung– de que es al hombre al que lo aturde la maldad, es él quien la promueve o la ejecuta, no una deidad negativa. Y es tal vez por eso por lo cual recurro al Padre Nuestro y el Ave María, asombrosos en su sencillez. Oraciones básicas que resumen un credo con mínimas palabras y total justeza. Y gracias a ese deambular por la oración voy hacia episodios de mi vida, hacia personas, hacia momentos. Reviso convicciones que ya no son tan fuertes y afirmo otras que apenas se asomaban. Hasta hacer algunos descubrimientos. Como un día en el que se me apareció este verso: No me mueve mi Dios para quererte…y recordé que pertenecía a un viejo poema que había oído o leído. Busqué, logré llegar al soneto completo y decidí aprenderlo de memoria para orar con sus palabras. Es un maravilloso tributo poético que se suma a los tantísimos aportes a todas las ramas del arte inspirados en el cristianismo. No sólo por su sonido, su ritmo, sus palabras, sino por la manera como se habla con Dios crucificado tal como si se tratara de un compañero que sufre y a quien asistimos ¿No hizo posible acaso el cristianismo esa familiaridad personal con Dios?[2] Dice así el soneto: No me mueve mi Dios para quererte / el cielo que me tienes prometido/ ni me mueve el infierno tan temido / para dejar por eso de ofenderte / Tú me mueves Señor muéveme el verte / clavado en una cruz y escarnecido / muéveme ver tu cuerpo tan herido / muévenme tus afrentas y tu muerte / Muéveme en fin tu amor y en tal manera / que si no hubiese cielo yo te amara / y si no hubiese infierno te temiera…Y cierra con estos tres versos que hablan a Dios con la cercanía del amor a un semejante, plenos de sinceridad personal. Versos que hago míos: No me tienes que dar porque te quiera / porque si lo que espero no esperara / lo mismo que te quiero te quisiera.

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Y puedo llegar así a lo que otras veces he comentado: aún incluyendo el dramatismo de la Pasión y Muerte, el relato evangélico es cautivador. Cautivador en su hermosura esencial, la cual nos pudo llevar a la ensoñación cuando niños y aún nos lleva a ella, ahora en la vejez. Ha sido su virtud a lo largo de la historia, de lo cual ha dejado impresionante huella en todas las formas del arte. Respecto a la música lo pensaba en días pasados cuando leía que uno de los cantantes de un grupo alemán especializado en Juan Sebastián Bach que se había presentado en Madrid decía…cuando canto Bach soy creyente…frase que revela la extraordinaria fuerza de una música que llevó a Emil Cioran (1911-1995) en su Libro de las quimeras a decir: con Bach nos sentimos a las puertas del Paraíso…nos elevamos dramáticamente a las alturas. ¿No es eso tal vez lo que añoramos y buscamos, más allá de la duda?

Sin que deje de decir que mientras redactaba estas líneas, la declaración del cantante alemán me hizo buscar en mis CDs el regalo de un amigo: la grabación producida por el violinista alemán Christoph Poppen, quien entremezcló varias obras de Bach con secciones de la Cantata BWV4 Christ Lag in todesbanden (Cristo yacía en lazos de la Muerte)[3] todo en el CD titulado Morimur ( https://www.youtube.com/watch?v=iGHNCJ_oXHs). Morimur sí, morimos o moriremos, precisamente de lo que vengo hablando. Y la palabra me llevó al poema:  Ex Deo nascimur / In Christo morimur / Per Spiritum Sanctum reviviscimus,  frases de la liturgia luterana (y católica, lo supongo) que resumen el misterio de la Santísima Trinidad:  De Dios nacimos / En Cristo moriremos / Por el Espíritu Santo revivimos. ¿No es ese el papel del arte, decir, sugerir, acercarnos a lo indescifrable?

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Carl Gustav Jung (1875-1961)

Incluyo aquí un texto buscado y encontrado en Internet:

En 1959, cuando Carl Gustav Jung tenía 84 años, el presentador británico John Freeman, lo visitó  en su casa junto al lago de Zúrich a fin de entrevistarlo para el programa «Cara a Cara» de la BBC. Habría de morir Jung unos dieciocho meses después, el 6 de junio de 1961. En esa entrevista https://www.youtube.com/watch?v=QxL5Jx4QKRQ Jung respondió a la pregunta «¿Cree usted en Dios? » con las siguientes palabras: «No necesito creer en Dios; lo conozco». A raíz de esta respuesta, Jung recibió innumerables cartas; algunos de los remitentes compartían su opinión; otros declaraban creer en «Dios», y otros preguntaban lo que significaba la palabra «Dios». No pudiendo contestar a tan extensa correspondencia, Jung expresó sus criterios en la siguiente carta dirigida a The Listener (21 de enero de 1960) magazine semanal de la misma BBC que cesó de publicarse en 1991:

Muy Sr. mío: Todas las cartas que he recibido recalcan mi supuesto «conocimiento» de Dios (en Cara a Cara, The Listener, 29 de Octubre de 1959). Mi opinión acerca de «conocimiento de Dios» no es convencional, por lo que comprendo que haya podido insinuarse que no soy cristiano. Sin embargo, yo me considero cristiano porque me apoyo enteramente sobre conceptos cristianos, solo que intento esquivar sus contradicciones internas adoptando una actitud más modesta, que toma en consideración las vastas tinieblas de la mente humana. El cristianismo, como el budismo, manifiesta su vitalidad mediante una evolución constante. Nuestra época exige sin duda ideas nuevas a este respecto, y no podemos seguir pensando como en la antigüedad o en la Edad Media cuando abordamos la esfera de la experiencia religiosa. No afirmé en la emisión: «Dios existe», sino «No necesito creer en Dios: lo conozco». Ello no significa: conozco a un dios particular (Zeus, Jehová, Alá, La Santísima Trinidad, etc.), sino: sé inequívocamente que me hallo ante un factor desconocido en sí mismo, al que llamo «Dios» en consenso omnium quod semper, quod ubique, quod ab omnibus creditur«). Lo recuerdo y Lo evoco siempre que Lo nombro cuando me invade la ira o el miedo, o siempre que, involuntariamente, exclamo: «¡Dios mío!». Ello ocurre cuando me hallo frente a alguien o algo más fuerte que yo. Dios es un nombre idóneo para cualquier emoción arrolladora que brote en mi sistema psíquico, avasallando mi voluntad consciente y usurpando el control de mí mismo. Con este nombre designo todo cuanto surge en el camino de mi albedrío violenta y ciegamente, todo cuanto desbarata mis ideas, proyectos e intenciones y altera el curso de mi vida para bien o para mal. De acuerdo con la tradición, doy a la fuerza del destino (tanto en su aspecto positivo como negativo y por no someterse a mi control) el nombre de «dios», o «dios personal», ya que soy casi mi destino, sobre todo cuando este toma la forma de la voz de la conciencia, un vox Dei con el que puedo incluso conversar y discutir (obramos así sabiendo lo que hacemos, somos a la vez sujeto y objeto). No obstante, sería una inmoralidad intelectual pretender que mi concepto de dios es el Ser universal y metafísico de las confesiones y filosofías. Tampoco cometo una irreverente hipóstasis[4] ni afirmo con arrogancia: «Dios es necesariamente bueno». Tan solo mi experiencia es buena o mala. Además, sé que la voluntad suprema trasciende la imaginación humana. Dado que conozco la existencia de una voluntad suprema en mi propio sistema psíquico, conozco a Dios y, si me atreviera a cometer la ilegítima hipóstasis de mi imagen, añadiría: un Dios más allá del bien y del mal, que reside en mí mismo y en todas partes: Deus est circulus cuius centrum est ubique, cuius circumietentia vero nusquam.

Carl Gustav Jung / 21 de enero de 1960 / Zürich

[1]Hice referencia a la convicción de Jung sobre la necesaria presencia de Dios en el mundo en la entrada Ver la Vida (15) página 348 de mi libro Todo Llega al Mar-Textos

[2]Es de procedencia incierta, mediados del siglo XVII. Si bien se ha fechado en 1638 y atribuido al sacerdote agustino mexicano fray Miguel de Guevara, atribución que ha sido cuestionada.

[3]Cristo yacía en los brazos de la muerte / entregado por nuestros pecados / Y resucitó / Para darnos la vida; / Debemos regocijarnos / Alabar a Dios y agradecerle / Cantando Aleluya! Aleluya!

[4]Hipóstasis: ser de un modo verdadero -equivalente de ser o sustancia