BÚSQUEDAS
Oscar Tenreiro
En Mayo de 1960, el idilio que el sector estudiantil tenía con el gobierno de Larrazábal permitió que un avión de Linea Aeropostal Venezolana transportara a Cuba a una nutrida delegación para la celebración del primero de Mayo. Yo era parte de la delegación y, siguiendo mi eterna afición a la fotografía tomé unas cuantas fotos de la enorme concentración desde la tribuna donde estábamos los venezolanos, muy cerca de donde peroraba Fidel Castro.
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Con la entronización de la Revolución Cubana y su carácter amenazante para una democracia que intentaba abrirse paso, se hizo común en nuestro ámbito latinoamericano alinearse a favor o en contra, o comprometerse políticamente buscando contribuir a la derrota de la cubanización y a la estabilización de las instituciones democráticas que renacían. Ese compromiso político en uno u otro sentido era clave en un país como Venezuela bajo intenso asedio. Así lo entendí yo muy joven, a mediados del segundo año de arquitectura; y lo asumí afiliándome a una postura política que hurgaba en las raíces cristianas –afín a la intelectualidad católica francesa, italiana y chilena– para sumar esfuerzos que ayudasen a derrotar a los sedicentes revolucionarios que iban tras el Poder y acosaban a Venezuela. Me sumé pues a un grupo de discusión y formación, en el cual estuve unos seis meses, que era tutelado por un intelectual democristiano, Julio González, quien habría de perder la vida junto a su esposa y su hija muy pequeña en el terremoto de 1967. Y desde que me compenetré con los puntos de vista de Julio quien nos reunía varias veces a la semana temprano en las noches para ilustrarnos y proponernos lecturas; después de leer y conocer mejor los contextos de las luchas a favor de la democracia que se libraban en casi todo el mundo, hice firme mi comprensión de la arquitectura como producto de un orden colectivo y como un importante instrumento para el mejoramiento social. Es lo que se ha convenido en llamar la dimensión social de la arquitectura, postura que me colocaba lejos de cualquier intención de filosofar sobre la génesis del edificio improvisando una metafísica a la medida que pretende ayudar a comprender el proyecto. Me alejé del esfuerzo, muy común hoy en la profesión, mucho menos en aquellos años, por atribuirle al proyecto contenidos conceptuales arcanos requeridos de explicación. Así que hice mía esta frase de Le Corbusier en una entrevista que le hizo L’Express el 3 de diciembre de 1959 (1): Estoy fuera de todos los propósitos filosóficos.
Conservé el Expréss que me mandó Gonzalo y aquí publico una de las páginas, en la cual precisamente está la frase de Le Corbusier
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Pero ocurre que la frase de Le Corbusier estaba lejos de las preferencias de Jesús, quien ya terminando sus estudios en la Facultad de Arquitectura fue progresivamente distanciándose del enfrentamiento entre opuestos, mientras escudriñaba en el escenario de su tiempo buscando sumarse a una visión de la arquitectura menos dependiente del canon moderno, más segura de los valores estéticos y pudiéramos decir artísticos de la disciplina. Una visión que pudiera dejar atrás, superándolas, las justificaciones ideológicas que, como he dicho ahogaban por esos años el debate sobre arquitectura. Hermanaba Jesús –es lo que pienso hoy– sus dificultades consigo mismo y sus preferencias intelectuales con los aspectos técnicos del oficio de proyectar y construir, siempre un poco grises y anónimos, propósito que estaba en cierto modo fuera del juego de la polarización. Y encontró lo que buscaba en dos corrientes culturales. Una de ellas distante de cualquier directa relación con el oficio de arquitecto: la obra y la práctica terapéutica de Carl Gustav Jung (1875-1961), pionero de la Psicología Profunda, quien sentó las bases de lo que actualmente llamamos Psicología Arquetipal. Y la otra, una visión de nuestra disciplina que daba espacio en términos filosóficos al debate y la controversia: la del arquitecto Louis Isadore Kahn, (1901-1974) quien construyó en los últimos años de la década de los cincuenta y primeros de los sesenta un puñado de edificios patrimoniales que comenzaban a ser admirados en todo el mundo más allá de los prejuicios ideológicos: entre los cuales el que lo hizo más conocido fue el de las Torres Médicas de la Universidad de Pensilvania, terminadas en 1965, conjuntamente con sus novedosas propuestas urbanas para el centro de Filadelfia las cuales, escapando de la visión puramente normativa que había venido estancando al Diseño Urbano, recuperaban el papel instrumental de la arquitectura en la construcción de la ciudad. Una arquitectura que proponía una visión estética fundamentada en un discurso de carácter filosófico, atractivo, poético, muy en sintonía con los movimientos de la opinión en ese entonces entre los cuales no podemos olvidar el movimiento hippie.
En la Universidad de Clark en 1909. En el centro Sigmund Freud a su izquierda Carl Gustav Jung.
Carl Gustav Jung (¿1950?)
Los laboratorios Richards en la Universidad de Pensilvania, terminados en 1965. De Louis Kahn
La propuesta teórica (1957) de Louis Kahn para el centro de Filadelfia. Hizo furor en el mundo.
El patio central del Instituto Salk en La Jolla-California. Terminado en 1967. Recientemente restaurado con fondos Getty.
Los laboratorios del Instituto Salk, desde el patio central.
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Es posible suponer a la luz de lo que ocurrió después de su salida de la Facultad y en los años siguientes, que Jesús, ya desde los últimos meses de sus estudios de arquitectura, cuando dejaba atrás como simple recuerdo lo vivido en la adolescencia maracayera y comenzaba a expresarse en los terrenos de la Arquitectura, cultivó una actitud de introspección estimulada por la lectura, la música como presencia habitual y su proceso natural de desarrollo intelectual y de interacción social, actitud dirigida a asumir como adulto las incomodidades emocionales derivadas de su precocidad y de su historia familiar. En alguna medida era Jesús una rara avis entre sus festivos y en algunos casos superficiales compañeros. Esa actitud de pregunta hacia sí mismo es la vía que puede suponerse que le descubrió la obra de Jung. Es también la misma actitud que le permitió canalizar su visión de la disciplina hasta llegar al descubrimiento de la gramática de Kahn. Era sin duda un proceso de maduración que hasta cierto punto lo separó de sus compañeros y amigos y lo llevó por rutas emocionales muy propias. Que admitían los alineamientos marcados por la ideología política en los demás, pero que los rechazaba para sí mismo. Tomaba distancia de militancias o activismos que eran más propios de la soldadesca de la cual yo formé parte.
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Y no puede dejar de insistirse en que la familiarización de Jesús con la obra y los puntos de vista de Jung iba a ser clave en su vida. Se trataba más bien de un encuentro que se estuvo preparando desde los años siguientes a su salida de la Universidad hasta convertirlo en seguidor minucioso de la obra del suizo y su legado intelectual. Actitud que vino a ser para él un apoyo invalorable para su modo de vivir en el mundo y para la evolución de sus inquietudes espirituales y emocionales. Las cuales estaban en trance de superación de la visión adolescente de la Fe religiosa heredada de nuestros padres, muy fuerte, fundada en el cristianismo católico, para convertirse en un escenario de fondo que a pesar de las revisiones y cambios de puntos de vista que cada uno de los hermanos experimentó, vino a ser un punto de partida fundamental para dar respuesta a las nuevas demandas de la vida adulta. En el caso de Jesús el legado junguiano llegó a ser, puede decirse, un verdadero culto que lo llevó en su madurez a leer prácticamente todo lo publicado por Jung y posteriormente, ya más cerca de su muerte, a ser un seguidor casi militante de la Psicología Arquetipal. Por otra parte, en el terreno de la Arquitectura, para él –y para muchos– Kahn encarnaba como he dicho una vía de superación del discurso moderno y específicamente del legado de Le Corbusier que era indispensable en esos años, inundados de las enseñanzas y propuestas del intelectual combativo que fue el suizo-francés.
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Para Jesús Antonio la arquitectura era ante todo una herramienta de conocimiento. A distancia como he dicho del juego de las ideologías, si bien él sin duda construyó, como todos hacemos, su propia ideología con el respaldo del afianzamiento de su cultura personal. Ver así nuestra disciplina es de por sí una toma de partido, es ubicarse en un territorio distante del enfrentamiento entre opuestos al cual me he referido. Y es que el espacio intelectual en el cual se movía Jesús se había ido completando. Su talento lo había ubicado sin él buscarlo en un grupo que se movía en torno a sí mismo, como ocurre siempre con quienes superan los promedios. Pero era una ubicación producto de afinidades light que estaban lejos de sus motivaciones más intensas, que apuntaban hacia lo más profundo de su psique personal. Se dibujaba pues un fuerte compromiso emocional entre él, su oficio de arquitecto y como he dicho, sus puntos de vista sobre un vivir en el mundo que surgía de su modo de ver la vida. Es desde esa posición como Jesús va descubriendo las referencias intelectuales y espirituales que marcaron su vida y alimentaron sus puntos de vista hasta su muerte. Precisamente, para usar la terminología de Jung se iba configurando en él su persona (2) –su máscara según Jung–que lo dirigía hacia la arquitectura de un modo sui generis, es decir, específico, único, propio, apoyado por supuesto en las virtudes de la comprensión y facilidad de manejo del proyecto que se habían afirmado en él con los años de estudio y sometido a prueba con el dominio de los instrumentos de proyecto exigidos por los encargos tempranos. Ya desde esos años iniciales Jesús amaba expresarse sobre la arquitectura a partir de conceptos filosóficos, estimulado por sus preocupaciones intelectuales y particularmente por sus lecturas a lo largo de muchos años. Diría que para Jesús la explicación del edificio surgía de su deseo de ir más allá de lo aparente. Era un esfuerzo de comunicación con el otro en términos convincentes para él.
Sin que dejemos de decir para concluir que la extrema intelectualización de las cosas de la vida en general, la constante comparación de lo real y cotidiano con lo destinado a permanecer como historia y cultura, la búsqueda más amplia en el mundo poético y analítico de claves relacionadas con el sentir personal y por último la conciencia de estar por encima o mas allá de donde están los demás, iba necesariamente a convertirse para Jesús en dificultad para la apertura hacia el otro. Y el encuentro con el otro (3) , así lo creo, es la verdadera fuente de conocimiento del mundo.
Jesús con sus dos grandes amigas de los tiempos post universitarios cuando todos estaban en Inglaterra con becas de la Universidad. Son Magalie Ruz (der.) y Marta Valmitjana.
Jesús y yo en el aeropuerto de Londres en Septiembre de 1959. Yo iba en camino de regreso a Venezuela.
Detalle de la foto anterior de Septiembre de 1959. Jesús de 23 años.
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Muestro a continuación dos fotos tomadas en la casa de Colinas de Los Caobos donde transcurrieron los últimos días de Jesús Antonio. En una de ellas está su amiga y colega Isabel Sánchez. He querido publicarlas porque son las últimas imágenes que conservo de mi hermano mayor.
El cuadro que aparece al fondo es un autorretrato pintado por Jesús.
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(1) Años atrás Gonzalo Castellanos Monagas, arquitecto y gran amigo, ya fallecido, me envió desde París donde residía, una entrevista que le hizo a Le Corbusier el 3 de diciembre de 1959 el semanario francés L’Express con motivo de la publicación del libro de Corbu Los tres establecimientos humanos. Es una entrevista básica para adentrarse en el pensamiento Corbusiano.
(2) Según Jung, la máscara que todos tenemos y a través de la cual nos conectamos con el mundo exterior.
(3) El otro, evocado por Enmanuel Levinas, pero también el prójimo del cristianismo.