Por unas fallas del sistema de distribución de este Blog la entrada Jesús Antonio (8) la última dedicada a Jesús Tenreiro, fue distribuida entre los suscritores antes del tiempo que le correspondía y acompañando a Jesús Antonio (6). Esos errores afectan la continuidad cronológica del texto. Hemos decidido entonces distribuir a la brevedad posible la entrada que va a continuación, Jesús Antonio (7), para que sea posible de inmediato restituir el orden de las tres entradas.
OBSERVAR Y APRENDER
Oscar Tenreiro
En la Escuela de Arquitectura habían ya comenzado a hacerse aparentes las virtudes del muchacho de Maracay. Por ejemplo, su soltura con el dibujo, tanto con el Dibujo a Mano Suelta, cátedra dirigida por el inolvidable Charles Ventrillon (1), como con el Dibujo Arquitectónico o el Modelado con barro. Sin dejar de mencionar lo más significativo: las imágenes que acompañaban a los ejercicios de Diseño (o Composición como se llamaba entonces), en las cuales se mostraba el talento de este joven que muy rápidamente se ubicó en el nivel más alto de su curso, destacando su capacidad intuitiva para seleccionar los distintos elementos de un edificio, sus proporciones o los sistemas de soporte. Porque más tarde comprobé, de cerca, cuando la Facultad había quedado atrás, que Jesús tenía una facilidad notable para proponer una visión de conjunto coherente y atractiva formalmente. Facilidad que en sus experiencias iniciales como arquitecto llegó a ser un problema porque lo llevaba a trabajar en diferentes opciones haciéndosele esquiva una solución preferencial. De hecho, ese problema se me mostró con claridad con ocasión de nuestro primer trabajo juntos, el de la Sede de la Fundación La Salle en la Isla de Margarita. A pesar de lo muy atractiva y convincente que me parecía la solución propuesta en el primer Anteproyecto que Jesús entregó, no me fue posible (mi inexperiencia e inmadurez de entonces me lo hizo difícil) convencerlo de atenerse a ella. No, siguió buscando y probando otras opciones que en mi opinión de entonces – aquellas imágenes ya no están hoy en mi memoria– disminuían la frescura de ese primer Anteproyecto…pero calmaban la ansiedad que en ocasiones acompaña al talento.
**********
La inmersión de Jesús Antonio en el mundo universitario y los estudios de arquitectura fue produciendo cambios en su personalidad. Se hizo más dueño de sí mismo, enfático y particularmente asertivo, convencido del valor propio de su pensamiento y su palabra, de la transformación en conocimiento de lo que había sido puramente intuitivo. Como consecuencia se hizo más terminante y autónomo, rasgos estimulados también por la confrontación con la realidad que en aquellos tiempos ofrecía oportunidades que hoy parecen imposibles y que ayudaban a poner a prueba lo adquirido en las aulas mediante el discurso teórico. De modo que era usual ver como, sobre todo en la ciudad de Caracas, se levantaban casas y edificios ¬–básicamente de vivienda para alquiler– diseñados por los estudiantes más aprovechados, gracias sobre todo a las conexiones familiares (2). De modo tal que antes de concluir la carrera, al terminar el tercer año, recibió Jesús no pocos encargos de la parte pudiente de nuestra familia uno de los cuales un edificio en la parte baja de Altamira, que se construyó y allí está todavía, bastante modificado. Encargo que por cierto vino a ser como un anuncio de lo que iba a ser la relación de Jesús con sus clientes en aquellos años tempranos: áspera.
**********
A la distancia en tiempo de tres años y siete meses, nuestra diferencia de edad, era yo el que en 1956 aspiraba a iniciarme en las rutinas de la Facultad de Arquitectura de la UCV y en experiencias análogas a las de mi hermano mayor. Que me permitirían apreciar la privilegiada posición que él había ido construyendo en la pequeña comunidad de aspirantes y arquitectos que se formaba en aquellos tiempos.
Mi decisión de estudiar arquitectura fue definiéndose sin yo darme mucha cuenta. Había debido lidiar ligeramente con el tema de la vocación y según lo recuerdo, un buen día ante la pregunta de un compañero de estudios de Jesús (3) dije ya convencido: seré arquitecto. Y tomada la decisión no dejaba pasar cualquier oportunidad para observar no sólo lo que Jesús proponía en sus trabajos y él nos mostraba, sino las propuestas de estudiantes de su curso, y en muchas ocasiones las de los cursos superiores, a cuyas correcciones me llevaba. Ello aparte de que nuestra casa se había convertido en punto de reunión de Jesús con sus compañeros de la Facultad, lo cual me familiarizaba con nombres y preferencias. Además, la posibilidad que como he dicho se me presentaba de ir con él a correcciones y entregas me fue llevando a una relación con la carrera que me convirtió en estudiante aún sin estar inscrito formalmente. Y ya habían comenzado a resonar en mí, como modelos, los nombres de los arquitectos, algunos profesores de la Facultad, que habían ido convirtiéndose en referencias claras para los que recién nos iniciábamos en el complejo espacio de la arquitectura. Por supuesto que una de esas figuras era Villanueva, cuya obra cumbre, el conjunto Aula Magna-Biblioteca-Plaza Cubierta, nos había impresionado profundamente en ocasión de la celebración del Congreso Panamericano de Arquitectos, a cuyas deliberaciones podíamos asistir los estudiantes que recién entraban a la Facultad. Pero también iban a estar Tomás José Sanabria, siempre un poco distante, Julián Ferris, recién llegado del norte; y más tarde, ya en tiempos de democracia, Eduardo Sanabria, Martín Vegas Pacheco, José Miguel Galia, Oscar Carpio, Guido Bermúdez, Pedro Lluberes y otros cuyos nombres para este momento se me escapan.
A partir de noviembre de 1957 y especialmente en enero de 1958, unos dos años después de mi entrada a la Facultad de Arquitectura, en Venezuela hubo cambios políticos de importancia que repercutieron fuertemente en la universidad. Incluso algunos de esos cambios se iniciaron en la universidad, como fue el caso de la manifestación de estudiantes universitarios –en la cual yo participé– del 21 de noviembre del 57. Resumiendo, se recuperó la democracia y comenzó un proceso de agudas controversias políticas y lucha entre opuestos vinculada a la situación creada con la Guerra Fría y movimientos más locales pero muy activos y recubiertos del atractivo de los cambios radicales como la Revolución Cubana. El debate en Europa echaba fuertes raíces en las posturas ideológicas este-oeste y era hasta cierto punto imposible plantear un discurso que no estuviera alineado con alguno de los sectores en pugna: socialismo a la soviética, capitalismo a la manera del Mundo Libre, o una Tercera Vía que nunca adquirió fisonomía propia. El debate sobre arquitectura estaba también impregnado de esa polarización y por ejemplo la crítica al Movimiento Moderno e incluso a personas de la talla y coherencia intelectual de Le Corbusier o Mies Van der Rohe se les veía y clasificaba siguiendo la ideología de bloques de la Guerra Fría.
Se podría decir, viéndolo desde la perspectiva actual, que eran tiempos, aquellos de los años cincuenta-sesenta, en los cuales lo que en realidad importaba en los medios más cultivados, era el alineamiento ideológico. Había que posicionarse ante la extrema polarización reinante y los valores característicamente arquitectónicos no importaban demasiado. Se revelaba así una extrema inmadurez que iba a convertirse en el verdadero enemigo para el desarrollo de un pensamiento que apoyara la tradición que se había ido formando desde los años finales de la década de lo los años cuarenta y toda la década de los cincuenta. Pensamiento cuyas manifestaciones arquitectónicas más relevantes constituyeron la sustancia del número especial de L’Architecture d’ Aujourd’ hui dedicado a Venezuela en 1956, en el cual figuraba la obra de los principales arquitectos venezolanos de la generación inmediatamente anterior a la de Jesús.
Del edificio original proyectado por Jesús Tenreiro para Hermann Degwitz siendo estudiante, no queda nada. El edificio original era del doble de largo. La mitad demolida fue ocupada por un estacionamiento. Los materiales de recubrimiento eran revoque rugoso de fuerte textura y pintura, no este festival de mármoles y cerámicas. No tenía toldos y las ventanas se abrían sobre antepechos. En resumen: del edificio original sólo quedó parte de la estructura. Una muestra terminante de irrespeto a la arquitectura típico de nuestro país.
Este edificio en la parte baja de Altamira, de acuerdo a los comentarios cuando yo estudiaba. fue proyectado por Edmundo Díquez y Oscar González cuando estudiaban cuarto y quinto año . Se ha conservado bastante bien.
(1) Excelente profesor que dejó huella singular en la Escuela. Entre los dibujos de las exposiciones que montaba con el fin de ilustrar a los estudiantes nuevos, tenía uno de Jesús, otro de Enrique Hernández y uno de Simón Malavé. Eran carboncillos sobre papel de dibujo de 55 x 65cm. aprox. que representaban algunas de las copias de esculturas, sobre todo de la antigüedad helénica, que poseía la facultad.
(2) José Fructuoso Vivas –Fruto Vivas– es un ejemplo de esta particularidad. Creo incluso que la llamada Casa de Pérez Jiménez en el litoral de La Guaira la proyectó Fruto en su último año de carrera. También es el caso de Edmundo Díquez y Oscar González que construyeron varias casas y al menos un edificio en la parte baja de Altamira, O el de Guido Bermúdez. Y el de Jesús.
(3) Fue en el automóvil de Víctor Artís ya fallecido, quien me llevaba a casa. Me lo preguntó. La respuesta no salió fácil pero fue definitiva.