Por Oscar Tenreiro / 14 de junio de 2007
He mencionado las Memorias de Albert Speer, el arquitecto de Hitler (juntos en la foto), el único de los colaboradores inmediatos del dictador que logró reconocer, en el Tribunal de Nüremberg en 1946, que efectivamente había estado de parte del absurdo y de la crueldad. Esa tardía lucidez y su relativa neutralidad durante los años de su disfrute del Poder lo redimieron parcialmente ante la Historia. Porque muchos otros de los altos personajes juzgados mostraron una increíble persistencia en el culto a lo perverso. Como Julius Streicher, editor jefe del periódico antisemita Der Stürmer (El Asaltante) quien antes de ser ahorcado gritó ¡Viva Hitler!. O el mariscal del Reich Hermann Göring quien al responder a la pregunta sobre las razones nazis para abolir la democracia, había dicho, ya no la creíamos necesaria.
Speer terminó sus estudios en1927 y casi inmediatamente su profesor, Heinrich Tessenow, arquitecto alemán promotor de una arquitectura inspirada en la tradición popular alemana, lo incorporó a la docencia como su ayudante. Speer encontró después “paralelismos inexpresados y no buscados” entre las ideas de Tessenow y la ideología nacional-socialista.
Al salir de la Universidad recibió una oferta para trabajar en Afganistán (Kabul) como “proyectista de ciudades” frustrada por el derrocamiento del rey Aman Ullah. Poco después terminó inscribiéndose en el Partido Nacional-Socialista en 1931, subyugado por la personalidad de Hitler. De alli en adelante el joven arquitecto (nació en 1905) fue abriéndose paso. Primero hizo la renovación de una casa menor del Partido, luego la Jefatura Regional de Berlín, y ya en el Poder los nazis, en 1933, la reforma del Ministerio de Propaganda de Josef Goebbels. Poco después, le encargaron la escenografía de una manifestación en homenaje a Hitler en el aeropuerto de Tempelhof-Berlín, lo cual le abrió todo un espacio decisivo para su futuro. El punto alto de esta etapa la alcanzó en 1935 con su famosa “catedral de luz” del estadio Zeppelinfeld de Nüremberg, una escenografía monumental rubricada por 150 reflectores antiaéreos que iluminaban el cielo nocturno verticalmente mientras se celebraba la apoteosis del Gran Líder.
Ese trayecto hacia el éxito personal culmina, ya como parte del círculo íntimo de Hitler, con la construcción de la nueva Cancillería del Reich en 1939, edificio que sirvió de ejemplo a los arquitectos académicos, entre ellos nuestro Luis Malaussena, quien ponía a sus colaboradores alemanes en Venezuela, según oímos decir a uno de ellos, el Ing. Martín Meiser, a estudiar los planos de ese edificio cuando se encontraba proyectando las sedes presidenciales (1956 en tiempos de Pérez Jiménez) frente a Miraflores.
Pero la carrera profesional de Speer se hizo realmente ambiciosa cuando Hitler le confió la creación en Berlín de una Ave. Norte-Sur, tangente al centro histórico, flanqueada de edificios gubernamentales, que culminaba en una sala de reuniones con la cúpula más grande del mundo.
De estos planes nada se construyó, la guerra lo impidió. Y Speer, luego de recibir numerosos encargos, fue convertido en 1942 en Ministro de Armamentos. Desde allí observó el declive psicológico y físico de su Líder y, enredado en sus propias contradicciones, esperó la derrota y el Juicio de Nüremberg donde fue condenado a veinte años de prisión.
Salió de la cárcel de Spandau (Berlín ) en 1966 y publicó sus Memorias. Se trasladó a Londres, donde falleció en 1981.
El modo como Speer relata su progresiva inmersión en la maraña de mitos fabricada por el nacional-socialismo, y particularmente su sujeción a la figura del Dictador, es de lo más interesante de sus Memorias. A lo largo del texto hace reflexiones que parecieran estar dirigidas a nosotros. Veamos:
“ Me pareció que había en este hombre (Hitler) una esperanza, ideales nuevos, …nuevas tareas…:
“Me di cuenta entonces por primera vez de la gran cantidad de caras que podría adoptar este hombre (Hitler): poseedor de una gran intuición de actor, podía adaptar su comportamiento público a las más diversas situaciones…”
“…Me encontraba, a mis veintiocho años…igual que Fausto, Habría vendido mi alma al diablo por una obra de gran envergadura…había encontrado mi Mefistófeles,,,menos absorbente que el creado por Goethe…”
“…Me he preguntado con frecuencia qué hubiera hecho yo si me hubiese dado cuenta del auténtico modo de ser de Hitler y de la verdadera naturaleza del poderío establecido por él. La respuesta era banal y deprimente:…mi posición como arquitecto de Hitler me resultó imprescindible…”
“ No había en realidad dispuesto casi nunca de tiempo para reflexionar sobre mi propio hacer; de que jamás pensara de una manera reflexiva sobre mi propia existencia. Estaba un poco alzado sobre el suelo, desprendiéndome de todas las raíces …y dejándome avasallar por fuerzas ajenas a mí…”
“…toda la estructura del sistema estaba dirigida a evitar la aparición de conflictos de conciencia, lo cual llevaba consigo una absoluta esterilidad en todas las conversaciones y discusiones entre quienes pensaban igual…”
Y al final cuando la tragedia de las destrucciones anunciaba la derrota final:
“…ya (Hitler) no guardaba el menor contacto con ella…había llegado a la última estación en su huída de la realidad…”
En estas citas se resume un tránsito psicológico: en primer lugar el efecto de la personalidad seductora del Líder: cambiante, acomodaticia; que avasalla al interlocutor para sumarlo a su servicio. Luego el Poder como estímulo a la vanidad personal, que corta las raíces de la persona con su propio mundo. Y finalmente el desconocimiento de la realidad.
Ese cuadro patético dispara asociaciones con la escena actual venezolana. Si salvamos las grandes distancias culturales, económicas y psicológicas que nos separan de Europa, las similitudes entre lo que ocurrió en Alemania y lo que viene ocurriendo aquí son sorprendentes. Sabemos por ejemplo que aquí no ocurrió una “revolución¨ cruenta como la de Cuba o cualquier otra más lejana. Aquí se usó para llegar al Poder una estructura democrática. La cual, siguiendo al mariscal nazi, parece que ya no se necesita. Hay que transformarla, se dice, pero esa transformación es hacia más restricción de los derechos civiles, hacia la exclusión, hacia un poder autoritario que habla de ¨poder para el pueblo”… mientras piense de este modo.
Sabemos también que en Alemania se desmontaron las instituciones: el Congreso (el Reichstag) legislaba según la voluntad del Hitler, el Poder Judicial era parte del proceso (hasta el punto de que hubo un tribunal en el Juicio de Nüremberg sólo para los Jueces). Sabemos que gran parte del pueblo alemán veneraba al Líder y que el programa nazi era nacionalismo y socialismo. Sabemos que había propiedad privada y se aceptaban las grandes y pequeñas empresas que se sumaban a la voluntad del Poder Central. Sabemos que las recetas de Goebbels buscaban convertir la mentira en verdad.
Y podríamos seguir resaltando similitudes.
Por eso queda claro que la búsqueda de comparaciones con Cuba es más bien una coartada política, útil para buscar la simpatía de los que todavía creen que hay dignidad en la dirigencia de ese país. Y para el marxismo revanchista criollo es ideológica, porque barniza de legitimidad los atropellos. Nadie quiere compararse con el nazismo.
Y lo que proponemos a los que hoy respaldan o utilizan al régimen, es que reflexionen sobre esta clara analogía histórica con el drama de Alemania. Lo de aquí no es igual pero es lo mismo, como diría el arquitecto chileno Alberto Cruz.
¿Habrá tiempo y voluntad aquí para evitar el fracaso para todos? Tengo confianza en que así será. En paz y con democracia. El siglo veintiuno nuestro no puede ser dictatorial.