Si aceptamos el principio, que muchas veces he citado, de que toda experiencia política se manifiesta en el dominio de lo construido, es de simple lógica suponer que la arquitectura puede ser vista, si no como representación al menos sí como vínculo visual simbólico con las condiciones socio-económicas y culturales que caracterizan a una experiencia política. Todo eso, por supuesto con las debidas salvedades y sin dejar de considerar que ese vínculo puede perder toda eficacia con el paso del tiempo, de modo tal que cuando las condiciones cambian y su impacto se pierde en el tiempo histórico, determinadas cargas simbólicas se atenúan o simplemente desaparecen. Ya no vemos por ejemplo las viejas catedrales como expresiones de una religión triunfante y hegemónica, los palacios renacentistas como estandartes de un Poder activo y avasallante, o las fortificaciones militares como señales de una estructura imperial actuante. El simbolismo cede y toma su lugar la presencia material de la arquitectura definida en los atributos que le son propios. La vemos y disfrutamos prescindiendo de lo que le dio origen.
*******
Pero si nos referimos a la arquitectura construida en nuestro tiempo de vida o en épocas que nos son cercanas siempre podremos, alimentando una mirada más culta, más inquisitiva, establecer relaciones entre ella y las coordenadas ideológicas del contexto en el que fue construida. A eso nos hemos referido cuando hablábamos la semana pasada de la arquitectura high-tech. Sería largo aquí, aparte de excesivo para los límites en los que debo escribir estas reflexiones hacer una descripción de lo que caracteriza esta arquitectura, pero me he referido de modo general a algunas de ellas: uso casi exclusivo de acero en todas sus formas, incluyendo los inoxidables de alta resistencia; articulación de los elementos estructurales con la ayuda de componentes auxiliares que trabajan sólo a tracción: estructuras «tensiles»(o de tracción) las ha llamado Kenneth Frampton; uso de la estructura como expresión fundamental del edificio; separación, identificación y exhibición de las instalaciones; descomposición en partes separadas visibles de las partes de relleno (ventanas, tabiques, plafones) y muchas otras cosas que se resumen en hacer del edificio una sumatoria de piezas bien diferenciadas que son las responsables de lo que llamaríamos la poética de la edificación. Eso sí, todo eso respaldado por los más refinados y costosos procedimientos de construcción, hasta el punto de ser, lo he dicho con insistencia, una arquitectura característica de los países más poderosos, con mayores recursos tecnológicos, industriales y financieros.
*******
Pero ocurre lo que menciono al comienzo de la nota de hoy. El desempeño político del Ausente estuvo siempre basado en el manejo habitual de la hipocresía adornada con una buena dosis de cinismo. Si merece la santidad como sostienen algunos de sus adoradores, sería el primer santo que se destacó especialmente en aparentar lo que no era o en decir lo contrario a lo que pensaba. Sería un santo inédito, sin duda alguna. Y si esto parece exagerado ¿de que otra forma podría juzgarse el que cada vez que se le señalaba una impropiedad en su conducta o de haber sostenido lo insostenible, echara mano de eso que ahora se llama de modo muy gráfico «huir hacia adelante»? Porque el tal asunto de huir hacia adelante no es más que hipocresía más arrogancia. Es disfrazar los errores (que se reconocen íntimamente y por eso se «subliman») de aciertos, ni más ni más. Síntoma típico de un modo perverso de hacer política que encuentra su mejor terreno para prosperar en las regiones del atraso cultural y social como en la que se inscribe nuestro país. Aquí la hipocresía da réditos, paga. Y ya una vez un comentarista hizo notar que ese defecto, o pecado, o problema, forma parte importante del modo de ser de nuestros coterráneos. Lo que explica por ejemplo que tengamos normas de la mas alta calidad que todo el mundo sabe que no se cumplen (entre ellas la Constitución), o que el ladrón acuse al honesto de ladrón para ocultar su verdad, como sucede en este momento con la campaña anticorrupción de uno de los regímenes más corruptos del planeta (algún día tengo esperanzas de que se sabrá y se documentará). Y que los altos funcionarios y sus relacionados y amigos se paseen por el mundo exhibiendo su riqueza mientras proclaman ser parte de un gobierno que vela por los pobres y los abandonados de la fortuna.
********
Querer darse un barniz de actualidad es tentación recurrente para quienes detentan el Poder, también el económico. Esa actualidad puede definirse de muchas maneras pero una muy precisa es la de codearse con los notables de los centros más influyentes. A alguna que otra personalidad del mundo arquitectónico actual de España parece haberlo seducido ser bien recibido y hasta elogiado en los círculos intelectuales de Nueva York o California y quiso retribuirlo viendo con los mejores ojos que algunos arquitectos de allá, de obra débil y nombre sonoro fuesen invitados de honor para construir en la península. Como en nuestro mundo latinoamericano esa atracción ha sido una permanente debilidad, hasta el punto de que entre nosotros nada parece realmente meritorio si no está traducido al inglés, resulta explicable que un funcionario bien situado de este lado del mundo, con poder circunstancial y buen dinero piense que llamar a un británico exitoso para ponerlo a su servicio es dejar de ser provinciano, es ser parte de quienes dictan lo que se debe llevar. Y eso, repito, es para nosotros tentación habitual.
Pero cuando hay dinero fácil la tentación se hace mucho mayor. Eso se muestra de modo muy claro en todo petroestado y en nuestro caso ha hecho de la clase política que nos rige gente muy versada, casi experta, en gastar divisas extranjeras comprando toda clase de bienes. Y tal como han convertido al país en un dilapidador del dinero rentista importando prácticamente todo lo que permite el funcionamiento del país entero, así mismo deciden comprar lo que les permite barnizarse.
Y para nuestros revolucionarios la revolución no es sino una superestructura armada a base de peroratas repetidas durante más de una década y apuntaladas en el atractivo que para muchos tuvo un ser humano inescrupuloso que hizo de esa insinceridad su principal estrategia política. Por eso digo en la nota que el núcleo central de la ideología del Poder venezolano no es otra cosa que la hipocresía. Les viene bien sin duda la máscara que les proporcionaría la arquitectura de un británico muy brillante. Y repiten el gesto que ha caracterizado la tradición política de nuestros últimos tiempos: la compran.
¿IDEOLOGÍA? LA HIPOCRESÍA
Oscar Tenreiro
(Publicado en el diario TalCual de Caracas el 17 de Agosto de 2013)
La curiosa decisión del Alto Gobierno venezolano de llamar a Richard Rogers a hacer un proyecto en Caracas deja claro que se desea darle a la atrasada experiencia política local un repentino disfraz de actualidad, pero también que se intenta aprovechar la capacidad que la arquitectura tiene de ser emblema de una ideología, que generalmente es política pero que puede ser calificada de muchas otras formas.
Y que el Régimen construya algo de Rogers, si vamos al fondo del asunto, puede servirle bien a su ideología: es un gesto análogo al que lleva al portavoz oficialista de la Asamblea Nacional, que antier no más expresaba su ridícula homofobia, a comprar con su sueldito corbatas de 300 dólares de Louis Vuitton y justificarlo (circula sobre ello un video) con una frasecita incoherente y una mueca como sonrisa. El desequilibrio entre pensamiento y acción se compensa con vestidura. Y la arquitectura de Rogers es vestidura brillantísima. El gesto de vestirse con ella sería la expresión acertada de la verdadera ideología del Régimen: la hipocresía. Y si esa arquitectura representa al Poder financiero ¿por qué no podría representar al Poder político si lo fundamental es aparentar? Además, ese diputado se diferencia de un banquero del Lloyds de Londres en una sola cosa: a éste se le exige un mínimo de cultura y se le pedirá honestidad.
Zanjado pues el asunto de la ideología de nuestra opereta tropical, debo ampliar mis comentarios sobre la arquitectura de Rogers.
De ninguna manera pretendo decir que es un arquitecto mediocre. Su talento es innegable así como lo es la pertinencia de muchos de los criterios de diseño que maneja, por ejemplo su búsqueda de la luz natural, aspecto que por ejemplo en el Terminal 4 de Barajas (ya lo he comentado aquí) resulta tan positivo como para convertir ese edificio, al menos en ese aspecto, en ejemplo a seguir.
II
Pero menos interés tiene su empeño que podemos calificar de estilístico de hacer de las entrañas y el esqueleto del edificio, entrañas y esqueleto elaborados de la manera más compleja posible, el tema central de cualquiera de sus edificios, con excepciones importantes sin duda porque, repito, se trata de un talentoso, y de un talentoso culto.
En esa especie de permanente hipérbole de los sistemas de la totalidad constructiva hay, me parece, una desviación que consiste en ausencia de lo que Luis Kahn llamaba inspiración. Es decir capacidad para entender los contenidos poéticos más esenciales de la arquitectura. Porque parece que a Rogers le basta con analizar (en el sentido de descomponer, de buscar los elementos básicos que constituyen algo) la edificación, cualquiera que ella sea, y reacomodar esas partes exponiéndolas y haciendo de ellas insistentes protagonistas.
En el fondo, es un aparente enriquecimiento que termina empobreciendo a la arquitectura, porque la reduce y se convierten los procedimientos de diseño en trucos, en atajos que incluso permiten parodiar a ese método (y algún caricaturista lo ha hecho con acierto) imaginando un ser humano que fuese construido con el mismo procedimiento. Algo que nos llevaría a admirar por ejemplo a una mujer, por la hermosura de su sistema circulatorio y lo bien articulados que están sus huesos. Para después concluir que todas las mujeres son más o menos iguales, que la expresión no cuenta, ni la forma de sonreír, o de hablar o de mover los brazos o incluso de agachar la cabeza cuando está en reposo. Todo lo que nos lleva a amar de modo duradero una presencia humana.
Y el asunto se hace aún menos interesante al comprobar que ese análisis convertido en tema central, es con frecuencia un atajo extremadamente costoso porque para exhibir los sistemas es necesario que quienes los construyen hayan llegado a unos niveles de elaboración muy altos, propios de los países industrializados de primera línea. Niveles que, además, en vista de su exhibición, deben ser ejecutados con unas normas de excelencia similares, por ejemplo, a la aplicación y el pulido de la pintura de un Ferrari.
¿Podemos nosotros sostener una mirada de este tipo? ¿Es eso lo que se nos plantea en un país donde construir una escuela decente, integrada a su sitio, confortable, que invite al estudio, es una hazaña casi inalcanzable?
III
Pero siempre podría decirse que la presencia aquí de un arquitecto con tanto relumbre algo podría dejar de positivo.
La transferencia de conocimientos en la etapa de Proyecto podría ser una de las secuelas favorables, pero para ello tendrían que modificarse radicalmente los esquemas de trabajo de una oficina como la de Rogers que por razón de su tamaño (centenares, tal vez miles de empleados en varias partes del mundo) maneja procedimientos de trabajo como los de las grandes consultoras internacionales que ponen en muy segundo término una relación personal con equipos locales, dejando fuera radicalmente la transferencia de modos de trabajo o, lo más importante, la ampliación a participantes nacionales de responsabilidades de autoría.
Mucho menos aún se realizaría tal cosa en la etapa de construcción, porque si bien sabemos que nuestra industria metal-mecánica tiene un importante grado de desarrollo, la situación actual de escasez obligaría a importar todas las piezas y componentes. Eso aparte del tema de los bien sustanciosos honorarios en dólares que nunca se aceptaría pagarle a un equipo venezolano.
¿Y si la hipocresía no fuese la idea central? Se llamaría entonces a los que aquí luchan por la arquitectura. Aunque piensen distinto, aunque les sean adversos, aunque los vean con antipatía. Buscarían entre ellos los talentos, los conocimientos, las capacidades de hacer.
Y lo harían. No se agotarían en palabras.