Parece del todo innecesario preguntarse hoy si la Arquitectura es o no un Arte, pregunta que estuvo muy presente en los años sesenta a raíz del esfuerzo de los sectores marxistas de insistir en su condición utilitaria calificando la visión «artística» como una desviación decimonónica. Porque ya hoy todos los grandes museos de arte contemporáneo tienen muy activos departamentos de arquitectura y existen numerosos Museos de Arquitectura por todo el mundo incluyendo nuestro país. Y se ha hecho muy corriente la presencia de los arquitectos en grupos de debate, foros o entrevistas tratados más como artistas que como constructores, hasta el punto de que rara vez aluden a la dimensión técnica de la disciplina.
Pero el asunto no es tan claro en un país como el nuestro en el cual, precisamente, el recién creado Museo de Arquitectura presenta exposiciones de propaganda gubernamental en las cuales se prohíbe la identificación de arquitectos específicos con los proyectos que allí se exponen, restricción que se ha aplicado incluso a las exhibiciones llevadas a foros internacionales como la Bienal de Venecia. Y si la arquitectura no tiene un autor específico sino que es producida por «el pueblo» o «las comunidades», es porque se trata de un objeto de producción industrial, de artesanía, un «producto social» o cualquier otra cosa menos una obra con vocación patrimonial en el sentido cultural del término. Se niega su dimensión artística. Y para abundar en esto basta mencionar que de una de las obras más emblemáticas del Régimen como es el Mausoleo de Simón Bolìvar, se desconocen oficialmente sus autores (sobre ellos no se informa en ningún documento o inscripción en el lugar), a pesar de que los guías que trabajan allí revelan sus nombres ante cualquier pregunta y dicen así: «son Lucas Pou y Farruco Sesto, este ultimo, recalcan, de apellido español, pero cien por ciento criollo…»
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Y para corroborar que Venezuela es un país bastante especial, precisamente en el Museo de Arquitectura, con personal fijo, departamentos, personal de servicio etc. e incluso una sede proyectada por su Director en la Avenida más importante del centro histórico de la capital, carece de presupuesto para comprar archivos de planos horizontales, scanners de digitalización y hasta computadoras de última generación en un país donde hay dólares para cualquier cosa y recién detuvieron en un país europeo a un funcionario del deporte oficial venezolano que llevaba en un maletín 400.000 euros «para pagar a los atletas». Ya no se trata de paradojas o de ironías sino del más aplastante absurdo. Y si uno no puede sino elogiar la actitud de los funcionarios que buscan abrirle espacio a la arquitectura en cuanto al acopio documental, deseosos de convertir el nombre en una institución seria, también habría que pedirles que reconozcan con sentido crítico que lo que allí ocurre no es sino una muestra adicional de la locura en la que se ha convertido a Venezuela.
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Menciono en la nota de hoy al arquitecto estadounidense Craig Ellwood (1922-1992) por lo preciso de su comentario sobre la naturaleza de nuestra disciplina, que se basa en conceptos de Luis Kahn de mucha agudeza y sobre todo sugerentes; y también porque su interesante obra deja claro que las asignaturas que se plantearon entre los arquitectos hace más de medio siglo siguen abiertas y admiten continuidad en su desarrollo. En efecto, su obra está ubicada en el mismo espacio de inquietudes constructivas, de manejo de recursos de diseño y como consecuencia (aunque Ellwood lo hubiese negado como preocupación explícita) en el terreno expresivo, de materiales, proporciones y vínculos interior-exterior, que muchos arquitectos manejan hoy en día. Sin embargo la crítica norteamericana, anclada en la idea de estilo que tan bien puso sobre la mesa el posmodernismo, insistiría en llamar a Ellwood un «modernista» es decir un arquitecto en cierto modo restringido por la tradición moderna, mientras que su obra sería calificada como «minimalista», muy a la moda, revelando así la contradicción promovida por el uso de términos acuñados para el consumo.
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En realidad la obra de Ellwood, si bien es verdad que se distingue por la búsqueda de una nitidez y pureza rectilíneas de marcada horizontalidad diseñadas a base de una especie de caligrafía de acero y vidrio en la tradición de Mies que la convierte en una «escritura» bien característica, estuvo más bien asociada a la búsqueda de economía de medios (tenía una extraordinaria experticia en la construcción con acero) y la experimentación con técnicas de prefabricación. De allí surgen sus «Case Study Houses» (diseñó y construyó tres de ellas, al menos) experiencia de construcción de viviendas económicas construidas para la venta, diseñadas por arquitectos importantes, promovida por la Revista Arts and Architecture y su dueño, John Entenza, que duró entre 1945 y 1966. La Número 8 de la serie fue la de Charles y Ray Eames que se armó a base de partes prefabricadas en sólo tres días en 1948 en una colina junto al Pacífico, o la casa Estenza (la No.9) en la cual trabajó Ellwood como colaborador de Eames y Eero Saarinen.
Ellwood tenía una personalidad «hollywoodense». Su nombre de origen era John Nelson Burke y decidió cambiárselo luego que su empresa de construcción (no estudió arquitectura) tomara el nombre Ellwood de una tienda de licores que quedaba en sus cercanías luego de agregarle Craig porque le gustaba, hasta que en 1951 fundó una oficina de diseño con ese nombre y se cambió definitivamente el suyo. La historia que siguió fue tan productiva como contradictoria en el sentido humano, hasta el punto de que tuvo relaciones siempre trabajosas con sus colaboradores y una vida accidentada que lo llevó a dejar la arquitectura, dedicarse a pintar y finalmente establecerse en Italia, donde murió.
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La entrevista de la cual saqué las citas que incluyo en la nota de hoy puede verse en http://sma.sciarc.edu/subclip/los-angeles-twelve-clip_6275/. Es muy corta y de mucho interés gracias a la vigencia de muchas de sus reflexiones. Al texto que incluyo en la nota se le suman observaciones como éstas:
«Muchos arquitectos hoy se interesan en la forma en vez de la fuerza intrínseca que motiva la forma. Juegan con formas.
Un edificio debe mostrar el orden, la disciplina que le da origen.
En el momento en que la forma se convierte en arbitraria o en estilo, se hace algo distinto a la arquitectura, Debe haber alguna fuerza interna que motive la forma porque la forma no existe por sí misma. Esa era una de las expresiones favoritas de Mies Van der Rohe»
A partir de ellas podría darse un interesante debate cuando, como hoy, se hacen esfuerzos por corregir los excesos impulsados por las burbujas económicas. Debate muy resbaladizo porque se remite a los conceptos que pudiéramos llamar «anteriores» al ejercicio del pensamiento sobre arquitectura, entendiendo éste como un pensar que se da en el proyecto y la construcción y no fuera de él. Sobre eso trataré de extenderme en las semanas posteriores.
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Y regreso a la situación venezolana recordando que más allá de las cuestiones conceptuales, que repito, son resbaladizas pero se pueden discutir sin hacer alusión a contextos locales, hay otro aspecto que tiene una palabra fuerte que decir y se refiere a la cultura como experiencia y tradición, asuntos estrechamente unidos a condiciones sociales y culturales específicas. Allí está la clave de las carencias nuestras, de los obstáculos que hacen, como venimos comentando en las últimas semanas, que los arquitectos con credenciales y fundamento queden relegados a un tipo de marginalidad. Es un mal del atraso, porque en éste anida el oportunismo y la manipulación de las parcelas de poder y de influencia que prescinden de toda responsabilidad cultural.
ARQUITECTURA-ARTE
Oscar Tenreiro
(Publicado en el diario TalCual de Caracas el 12 de Octubre de 2013)
Lo que decía en las últimas semanas sobre las dificultades que la sociedad venezolana en su conjunto opone, por acción u omisión, a la construcción de una arquitectura con raíces culturales profundas que puedan convertirla en patrimonio, propone muchas vertientes para un debate positivo.
El asunto es de muy vieja data y ocupa nuestras preocupaciones desde mucho tiempo atrás cuando podía comprobarse lo que hoy sigue siendo cierto, la mínima importancia que en los medios que reseñan el intercambio de noticias, eventos, el debate cultural más público, lo que se llama el movimiento cultural, ocupa la arquitectura. Incluso en los medios especializados la situación se mantiene; y en general lo que se publica es lo que las noticias internacionales proponen: la arquitectura del espectáculo, de lo excepcional o el ruido de la moda, dejando fuera cualquier examen cuidadoso de la producción local de arquitectura.
Incluso el diseño de interiores, disciplina fundamental, se lleva a un segundo plano, tomando la primera línea una noción estrictamente comercial de la decoración, cuyas exigencias se fundan en las revistas del ramo y el consumo de marcas. Se crea así un pequeño universo muy superficial que permite etiquetar como bueno o malo lo que está al alcance de una visión epidérmica que se mantiene viva con el consumo costoso y restringido. Un síntoma adicional del atraso de una sociedad cuyos sectores más influyentes orientan sus preferencias según valores ajenos al esfuerzo productivo. Dispuesta a no conceder demasiada importancia a las inmensas contradicciones sobre las cuales se mueve la economía y el intercambio social de un petroestado.
II
Decía que el tema es viejo. Lo conversé con la periodista Mary Ferrero (1936-2003), a propósito de la Bienal de Arquitectura de 1967; lo que le dije entonces podría repetirlo hoy con idénticas palabras. Pero ella me hizo notar que los arquitectos, por su pasividad, por su silencio, podían ser culpables de ese estado de cosas. No pude sino reconocer que era así, pero aduje razones que hoy me gustaría elaborar de nuevo, con la distancia de más de cuarenta años y los puntos de vista actuales.
Destaco de inicio que la arquitectura tiene, para ser percibida por el público en general como una manifestación cultural, la dificultad de ser una disciplina que surge, responde, se vincula estrechamente, con necesidades de tipo práctico. Eso en cierta manera la lleva a la tierra, la hace caminar con todo y con todos, con lo cual sus contenidos culturales en cierto modo se oscurecen.
Craig Ellwood (1922-1992), arquitecto californiano que no estudió en ninguna escuela de arquitectura, que terminó su vida como pintor y que produjo diseños de muy alto nivel, entre los cuales varias (la 16,17 y 18) de las famosas Case Study Houses promovidas por la revista Arts and Architecture y la sede del College of Design de Pasadena, un edificio-puente muy hermoso y depurado, toca ese tema de un modo muy interesante en una entrevista que le hicieron en los años setenta del pasado siglo:
«Mi amigo Luis Kahn me dijo una vez que un pintor podía pintar un cañón con ruedas cuadradas para expresar la futilidad de la guerra, que un escultor podía hacer lo mismo… pero que un arquitecto estaba obligado a usar ruedas redondas. Kahn enfatizaba así los límites de la arquitectura. Nuestra búsqueda no es la de una estética, sino de la lógica, la honestidad y la verdad. Búsqueda que tal vez nos lleva a una poética.»
III
Ellwood habla de una poética, necesario atributo de la obra de arte, de su valor cultural, usando el condicionante «tal vez» del mismo modo como nuestro Villanueva, en su muy acertada definición del arquitecto, dice que éste «puede» llegar a ser un artista.
La percepción de la arquitectura está pues, para la sociedad en general, sujeta a la condición de que la obra en cierto modo trascienda su condición utilitaria y comparta los atributos que son propios del arte, entre los cuales la condición poética. Pero lo poético como atributo de la arquitectura no siempre se percibe de modo inmediato. Está, podríamos decir, supeditado a que el usuario o el observador sea capaz de ir más allá, tanto de lo utilitario, de la eficiencia, la practicidad, la capacidad de resolver problemas, como de la superación del asombro, la fascinación, el impacto de la monumentalidad, atributos de la arquitectura que no siempre derivan de lo poético sino de la dimensión, del efectismo, de lo novedoso. Y para ello se requiere un entrenamiento, una vivencia, un cierto tránsito a través y en contacto con los problemas de la arquitectura. Ni siquiera entre los mismos arquitectos hay un acuerdo sobre estas cosas.
Eso contrasta con el hecho de que cualquier novel artista plástico, escritor, escultor, cineasta, poeta, tiene garantizado que se le trate como un artista como un creador aunque esté relativamente lejos de serlo. Mientras que un arquitecto es visto siempre, en principio, más bien como alguien con capacidades organizativas en el campo de la construcción, dotado de un cierto buen gusto garantizado por su entrenamiento, apto para el diseño a partir del conocimiento constructivo y …dispuesto a seguir los dictados de un cliente.
Este cabalgar entre lo utilitario y lo poético hace que el arquitecto se sitúe en un terreno en cierto modo indefinido, que vea su disciplina como cercana al arte pero sabiendo que para llegar a él debe sobrepasar unos límites de muy difícil superación. Razón suficiente para que su participación en el debate cultural la vea con cautela. Esa es una de las razones del silencio de los arquitectos, pero hay muchas otras que serán el objeto de sucesivas reflexiones en este espacio.
Siguen una serie de fotografías de obras de Craig Ellwood. Al final la casa de Charles y Ray Eames.