Oscar Tenreiro / 17 Abril 2008
No hace mucho la Facultad de Arquitectura de la UCV le concedió el doctorado Honoris Causa a tres profesores jubilados: Julián Ferris, José Miguel Galia y Enrique Hernández. A todos ellos la arquitectura venezolana les debe aportes significativos. Uno de ellos, Julián Ferris, fue una referencia importante para mí y muchos de mis compañeros, lo que me ha impulsado a dedicarle esta página.
Lo recuerdo como una figura muy estimada por los estudiantes desde su entrada en la Facultad en torno al año 1956. Como profesor representaba para nosotros lo nuevo, lo promisorio, la disposición a un diálogo simétrico y actualizado con quienes queríamos adentrarnos en el mundo de la arquitectura. Haciendo honor a ese prestigio, cuando nuestro curso ya había terminado el primer año y nos preparábamos para tener al año siguiente las primeras clases de Composición Arquitectónica (lo que hoy se llama Diseño y en otras escuelas Taller o Estudio) Ferris invitó para darnos un ciclo preparatorio a Alejandro Otero, Miguel Arroyo y Perán Erminy, para que mantuvieran con nosotros conversaciones que todavía hoy recuerdo con entusiasmo. Eran tres personajes de primera línea en el mundo del arte venezolano de entonces y allí estaban dispuestos a conversar y responder a nuestras inquietudes. Se nos hablaba del arte abstracto como la única salida posible y se hacia justicia casi religiosa al papel pionero de Piet Mondrian, pero sobre todo se nos conectaba con la discusión universal y con las preocupaciones de quienes veían en Venezuela un campo activo para sus inquietudes, muchas de ellas plasmadas en obras para la Ciudad Universitaria en colaboración con Carlos Raúl Villanueva.
Pero la presencia de Ferris se hizo mucho más clara justamente a la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, porque lo veíamos como representante de una generación de arquitectos limpia de sujeciones políticas indeseables. Muchos de ellos habían sido formados, como él, en universidades estadounidenses, y su inclusión en la vida académica nos parecía una especie de concesión que el “establishment “ de ese tiempo había hecho a la nueva camada profesional.
Julián era socio de Juan Andrés Vegas Pacheco, de Carlos Dupuy y Jaime Hoyos arquitectos colombianos de prestigio aquí y en su país. Esa oficina había hecho algunas obras que nos llamaban mucho la atención. Recuerdo en particular el edificio residencial Laguna Beach, en Caraballeda, de apartamentos vacacionales de clase media alta, de dos pisos según el esquema duplex, muy inspirado en las teorías de Le Corbusier. O un conjunto de viviendas en Sebucán que visitábamos con interés. Pero lo más importante para nosotros era que Julián ejemplificaba una nueva actitud, un espíritu de apertura hacia un futuro promisor que en ese año 58 identificábamos ingenuamente como inevitable gracias a la democracia recién rescatada.
Ferris asumió como Decano de la Facultad ante el vacío dejado por quienes habían sido autoridades. Hoy podemos admitir que Willy Ossot, quien era Decano designado durante el régimen dictatorial, era un hombre valioso que había puesto las bases de la institución, pero en ese entonces nadie estaba dispuesto a aceptar un ascendente jerárquico en cualquiera que lo hubiese tenido antes del 23 de Enero. El ambiente era de ruptura radical con lo que venía de la dictadura. Y por esa razón Ossot salió de la Universidad como sujeto de reprobación y como culpable de cosas de las cuales era inocente. Pero así son las situaciones de ruptura: tajantes y con frecuencia injustas.
Julián era una figura de consenso. Desconozco los mecanismos que siguió su nombramiento, “de facto” tal como fue el caso de las nuevas autoridades de la UCV, hasta que, ya promulgada la nueva Ley de Universidades, resultó electo en votaciones en 1959. Como Decano mantuvo vivas esas aspiraciones de superación y el amor por el mundo de la arquitectura, algo que en los años posteriores a su ejercicio habríamos de echar mucho de menos. Fue pues un Decano lúcido. Impulsó muchas cosas positivas, como el nuevo pensum de estudios, la contratación de profesores, la invitación a conferencistas que dejaron huella. Recuerdo una de Enrique Tejera París, fundador de Cordiplan, sobre Planificación, que nos dejó impactados. También la del arquitecto austríaco-americano Richard Neutra importante figura de la modernidad, o el ciclo sobre arte que dictó el crítico argentino Jorge Romero Brest; o una magnífica sobre Picasso y el Guernica de Arturo Uslar Pietri. La Facultad estaba culturalmente activa, abierta a la discusión sobre arquitectura, expuesta a nuestra realidad.
Julián también impulsó cambios institucionales entre los cuales la creación del Cendes, y a pesar de que le correspondió, una vez establecido el parcelamiento político que la democracia inevitablemente traería consigo, tener que manejar confrontaciones internas que fueron en ocasiones arduas y problemáticas, lo hizo siempre con tino, sin perder el contacto personal con los principales actores. Le tocó ser autoridad en una época en la que un sector del personal académico defendía a las guerrillas que intentaron cortar el hilo democrático y la lucha política a nivel estudiantil pasó por momentos de mucha inestabilidad. La universidad de hoy es un remanso de paz y de civilizada discusión comparada con la de entonces cuando el país luchaba entre consolidar la democracia o embarcarse en una aventura totalitaria a la cubana.
Concluyo diciendo que Venezuela tiene mucho que agradecerle a personas como Julián Ferris que, cuando se les exigió correr riesgos en tiempos difíciles lo hicieron con sencillez y coraje. Y estuvieron dispuestos a dejar una semilla en los más jóvenes, a iniciarlos en el conocimiento, a estimular en ellos actitudes. En ese sentido fue un auténtico universitario. Le ofrezco este modesto recuerdo.