Oscar Tenreiro
La situación aquí actúa como una constante llamada a abandonar todo porque el sentido de un modo de vivir –el modo como hemos aprendido a vivir– ha desaparecido. Es demasiado fuerte ver como se te escapa tu lugar, tu querencia, tu hogar, tu esperanza, a manos del absurdo, del abuso, de la mentira, de la cháchara vacía a favor de una redención inventada a conveniencia de fanáticos ideologizados o cínicos, voceada en todas las direcciones gracias al monopolio de los medios de comunicación y al permanente abuso de las cadenas nacionales dos veces al día, casi todos los días; saber constantemente de la corrupción descarada, de la criminalidad, de la escasez en todos los niveles, de la gente muriéndose de carencias en los hospitales, de la reaparición de enfermedades epidémicas; de las cárceles infernales, superpobladas, plagadas de tuberculosis, de sarna, de malnutrición; de los presos políticos, del robo descarado de lo público; de la intimidación como práctica de Estado, de la represión, de una economía absurda con la inflación más alta del mundo, que regala la gasolina, la electricidad con apagones, el teléfono que va y viene, Internet irregular y deficiente (un año sin él en mi caso), mientras los alimentos tienen precios imposibles (cinco kilos de azúcar y un paquete de pan cuadrado valen un salario mínimo) que obligan a las grandes mayorías –más de diez millones– al papel miserable de depender, como refugiados, de cajitas de comida (las cajas CLAP) que se entregan previa presentación de un carnet (el carnet de la patria) que permite controlar el voto.
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Todo esto en un país en el cual se derramó una insólita y abundantísima riqueza durante más de diez años. ¿Cómo explicarlo si no es por una especie de fatalidad, de algo parecido a una maldición?¿Cómo pretender alguna racionalidad en este cuadro? Y encima de todo esto, lo más insoportable al menos para mí: la inmensa mediocridad de los personajes que dirigen una Dictadura que ya tomó la forma totalitaria. Uno llega a añorar esa especie de pomposidad, esa inteligencia de las cosas del fallecido Dictador cubano (¡el digno según la descaminada señora Bachelet!) al compararlo con estos imbéciles de aquí. Y para remate, desde que la camarilla se dio cuenta de que el pueblo la rechazaba, manejan elecciones amañadas, que cuando ya no pueden torcerlas porque la avalancha de votos se los impide, las desconocen; todo apoyado en la más sibilina –en eso han sido inteligentes, ayuda la experiencia cubana en adoctrinamiento– labor de condicionamiento de unas Fuerzas Armadas dirigidas por generales millonarios en dólares que controlan la importación de alimentos, la venta de cemento y cabilla y el narcotráfico, ambas cosas, la corrupción selectiva y la criminalidad protegida, promovidas por la camarilla.
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Tendré que oír que algún amigo español me repita –ya me lo dijo uno– aquello de quien habla de su mal espanta, pero puede hacerse imposible no hablar de nuestra aberración y de cómo ha destruido todo. Las familias en primer lugar. Aquí estoy con cinco hijos ya emigrados –son emigrados políticos, no económicos, porque es la manipulación política el origen real de su exilio– los dos que aquí quedan tratando a duras penas de sostenerse; el médico sufriendo la increíble escasez de medicinas, de insumos, de repuestos de los aparatos que usa la medicina moderna, las clínicas privadas –los únicos centros de salud con normalidad trabajosa e irregular– casi imitando a los abandonados hospitales; el ingeniero tratando de no sucumbir y muy lentamente concluyendo un modesto edificio que le ha dado alegría, así como me la ha dado a mí, porque hemos logrado darle forma en medio de tanta adversidad.
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Sin que deje de mencionar algo que me parece particularmente importante: que nuestra relación con ese conjunto de cosas que se resumen en la frase nuestra tierra ha sido entorpecida, dificultada, oscurecida por la deriva totalitaria. Tal como si fuese el resultado de una estrategia diabólica, la destrucción sistemática de la convivencia social ha ensamblado una red de obstáculos que hacen riesgoso apropiarse de lo que a todos nos pertenece, de lo que nos regala la naturaleza y la urdimbre de ese mundo complejo que es la relación natural entre los seres humanos que aquí viven. En lo que a mí respecta Venezuela ha sido sobre todo geografía y convivencia. Y al decirlo así seguramente estoy repitiendo lo que muchos piensan acerca de lo que cada quien llama su país. Me permito sin embargo ser verboso en relación a Venezuela porque a veces me parece, y no soy el único que lo ha pensado, que por su situación fronteriza entre mar y continente –mar pletórico de lugares especiales– entre cordilleras inmensas y llanos generosos, selvas intrincadas donde nacen grandes ríos y planicies agrestes, lugar en suma de encuentro de contrarios, se dan aquí, ámbitos, rincones, comarcas, que dejan huella permanente en la sensibilidad personal y forman junto con la bonhomía sencilla de las gentes, con el deseo de cercanía y una cordialidad que resiste a las dificultades, algo parecido a un universo que se nos antoja –quiero exagerar– único en el mundo. Recordarme por ejemplo de los tiempos en los cuales recalaba en cualquier bahía tranquila de nuestro oriente en la embarcación que me proporcionó ratos esenciales durante década y media y ver como hoy la amenaza del crimen los ha convertido en imposibles –si bien ya no tengo embarcación ni edad para conducirla– me lleva hacia el lamento íntimo y hacia la pregunta del por qué. De cual puede ser la razón política –si es que hay alguna– que mueve los designios de estos impostores para mantener a Venezuela asolada por la impunidad del crimen y la anarquía y como consecuencia convertir nuestro territorio en zona de acceso restringido. Preguntarme el sentido si es que alguno tiene, de semejante proyecto político. Pero es un hecho: vivir en búsqueda de sosiego los espacios de nuestra tierra también se nos ha hecho imposible. Hay que agregar eso, que no es poco, que es en realidad resumen de todos los absurdos, para terminar de ver en qué consiste el nuevo amanecer promovido por la izquierda radical con el nombre-coartada de revolución. Coartada para lograr que la izquierda idealista internacional, cuya cortedad de miras se hace cada vez más evidente, acepte que aquí en Venezuela tiene lugar una estafa política a manos de criminales –éticamente injustificable por lo absurda y carente de sentido sea cual sea el argumento ideológico– que marcará un antes y un después en la historia de Latinoamérica.
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Todo lo anterior, sumando la intención del Régimen, avanzada y en proceso de consolidación en los niveles más primarios, de posesionarse ideológicamente de la educación– ya iniciada la toma de los niveles universitarios mediante el gravísimo ahogamiento económico y la infiltración del cuerpo docente a cargo de mediocres protegidos por el escalafón– se configura un esquema político claramente totalitario, cumpliéndose así el vaticinio de muchos y derrotando la ingenuidad de quienes como yo expresaban dudas. Porque es ese totalitarismo, caricaturesco o efectivo, el único seguro refugio de los criminales y de todos aquellos privilegiados, los que llamamos enchufados, los aduladores que pretenden encontrar pensamiento en un Ausente irresponsable y sus herederos, repetidores compulsivos de lemas revolucionarios que necesitan del totalitarismo, para poder embaucar a otros y seguir embaucándose a sí mismos.
¿Qué hacer frente a tanto poder, tanta manipulación, tanta mentira, tanta maldad en suma?
No puede ser continuar el reciente festival de opiniones, de análisis, de cálculos y de oportunismos que ven en un pedacito de Poder –las frustradas gobernaciones, las Alcaldías en bancarrota reflejo cierto de un país arruinado– su oportunidad personal o de su grupo. Tampoco invitar a votar aceptando la desvergonzada torcedura de los más elementales derechos electorales ya conducida hacia el fraude desde que el voto para la Asamblea Nacional les revelara las grietas que permitieron su derrota. Produce mucha indignación ver como sectores que pretenden convertirse en parte activa de la oposición política jueguen el juego de la normalidad ante una situación así.
Ante lo cual surge como única y verdadera opción lo que ya se ha propuesto pero aún no toma forma: la de elegir en primarias abiertas que sigan el mismo modelo de la votación masiva que motorizó ya una vez la sociedad civil, un líder único, un vocero con capacidad de convertirse en portavoz de nuestra indignación, que lleve por todos los rincones del país, enfrentándose con la valentía que tenemos el derecho de esperar de alguien así, una voz rebelde capaz de enfrentar las mentiras, reveladora de la perversidad del modelo que ha llevado a una sociedad a la pobreza y la mendicidad. Líder no sólo protegido por nosotros los que lo elegimos, sino por la presión internacional, factores que hagan imposible a la Dictadura evitar que le llegue al pueblo. Que haga campaña aunque esté prohibido hacer campaña, que hable aunque quieran que no hable, que se imponga con su fuerza. Y que presione, junto con la indiscutible legitimidad de la Asamblea Nacional y poniendo en evidencia el teatro absurdo de la falsa Constituyente, por el cambio de las condiciones electorales. Que habrá que lograrlas, ese será un objetivo primero de su lucha.
Y nos jugaremos con él, se acallarán los oportunismos. Se deberá unificar el mensaje opositor sin que olvidemos una cosa esencial: enfrentamos a una Dictadura muy poderosa. Ya es tiempo que los comunicadores sociales entiendan que se agotaron los eufemismos, que se les pide llamar a las cosas como lo que son, que se les exige valentía, que ya no hay más lugar para la autocensura. Y que cada quien en su posición en esta sociedad (también hay que hablar de los pocos empresarios que aún quedan) entienda que se juega su destino, que le corresponde asumir riesgos.
Y algo esencial: no olvidar lo que muestran las fotos que siguen, paradójicamente (aquí la prensa ya no puede ni con su alma) aparecidas en The New York Times: la Dictadura asesina con completa impunidad!.