ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro

Regreso al punto donde me encontraba antes de dejarme llevar hacia tierras de Italia, el de mi viaje adolescente por Rusia en el ya lejanísimo 1959.

Ya en el autobús que nos llevaba desde el barco hasta el hotel comenzaron los comentarios sobre las formas que usaban quienes tenían alguna relación con turistas para hacerse de algunos objetos de procedencia occidental. Era notoria y además fácil de realizar sin exponerse a represalias la demanda de medias de nylon, en ese tiempo un complemento indispensable del vestir femenino. Algunos de los viajeros llevaban una buena provisión de ellas que aspiraban a vender para tener rublos y comprar cosas como caviar, vodka o antigüedades de algún valor, iconos antiguos por ejemplo, que en esos años eran relativamente fáciles de obtener. Y comentaban sus intenciones en voz alta lo cual nos permitía enterarnos despertando nuestro juvenil rechazo ante el deseo de beneficiarse de las necesidades de gente que luchaba por lo mínimo. Rechazo que no impidió que llegara a mí la demanda, personificada en un joven más o menos de mi edad o un poco mayor, quien nos abordó justo antes de entrar al hotel (fue en San Petersburgo-Leningrado) y se introdujo en el ascensor con nosotros para preguntarme en un inglés rudimentario si tenía algo para vender. Y su insistencia, ya en el pasillo que llevaba a los dormitorios, fue tal –no quería por nada del mundo dejar pasar la oportunidad– que vio algo especial en mis zapatos, los cuales había yo comprado el año anterior en mi viaje latinoamericano del Congreso de Estudiantes en Chile, e insistió en probárselos.  Le quedaron bien y de seguidas escenifiqué una de las cosas de las que más me arrepiento en mi vida: se los vendí por unos cuantos rublos en vez de regalárselos; rublos que no me sirvieron después para nada de interés. Y sin embargo, me parecía paradójico, el joven quedó muy agradecido; tanto, que al día siguiente se presentó de nuevo en el hotel –me acechaba en la acera junto a la entrada– y me entregó un regalo que atesoré durante mucho tiempo. Era una viejecilla tallada en madera de unos veinte centímetros de largo, artesanía popular rusa supongo, objeto que poco después, al regresar a Venezuela, le regalé a mi hermana Carlota en cuya casa estuvo hasta que pareció evaporarse. Y ya no están, ni ella, que murió casi dos décadas después, ni la talla, que tuvo para su intimidad una especial significación conferida por nuestra muy ingenua idea adolescente (me unían a mi hermana vínculos marcadamente religiosos) de que ese viaje mío al símbolo político del ateísmo, el disfraz de la Rusia oficial, tenía –un poco– el carácter de un apostolado que le daba significado especial a la brevísima relación con el joven. Complementada poco después con la amistad epistolar que me unió con un moscovita –Alejandro Stotic era su nombre– también estimulada por la noción de estar contribuyendo a algo superior. Porque ese era hasta cierto punto, lo he escrito ya varias veces, el sentido oculto de mi viaje, sentido que mi hermana compartía con particular fidelidad hasta convertir en suya la amistad epistolar con este peculiar personaje –de quien conservo una foto que aquí muestro– quien se me había acercado en el comedor del hotel de Moscú con el pretexto de practicar su recién aprendido español.

Alejandro Stotic y su madre. Foto que acompañaba a una carta suya, en la cual muestra el disco de música venezolana (Galerón Margariteño de Rafael Montaño) que le envié apenas regresé a Venezuela (fecha aprox. Feb.-Mar. 1960).

Página inicial de una carta de Alejandro Stotic, ya yo en Venezuela. Al final me comenta sobre Brasilia, la necesidad del verde y la inconveniencia del «estilo moderno» para «iglesias y templos».

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Además de los lugares más turísticos de Moscú, como el conjunto de la Plaza Roja, el Kremlin y la catedral de San Basilio, y en ese tiempo la tienda por departamentos GUM, verdadero orgullo soviético –que pensaba estaría llena de baratijas y no quise visitar– cuyo enorme y feo edificio está en la manzana del lado opuesto al Kremlin, me interesaba conocer lo reservado al mundo moscovita más auténtico. Ya he dicho que no era sencillo por lo del idioma y porque había que moverse fuera de la tutela del Tour siempre con el temor, que resultó injustificado, de que el régimen policial encontrara sospechosos nuestros movimientos.

El Kremlin 2008. Parte de la Plaza Roja en primer plano. El parapeto azul oculta parcialmente el Mausoleo. También se ve la fachada falsa que se construía como operación cosmética que arropa el conjunto del lado izquierdo (Internet)

Planta del Kremlin y la Plaza Roja en 1917 (Internet)

La Plaza Roja. A la derecha las tiendas GUM, al fondo el Museo de Historia Rusa, a la izquierda las murallas del Kremlin. La foto es tomada desde la Catedral de San Basilio (internet)

Quien esto escribe en la Plaza Roja Julio 1959.

En uno de los recorridos tutelados, el que nos llevó a la Universidad con sus edificios inspirados en la estética del realismo socialista que aborrecía, así como toda la parafernalia propagandística que acompañaba las explicaciones, vi desde el autobús el perfil de lo que parecían desde lejos unas murallas con unas torres de ladrillo de una especie de ciudadela que excitó mi curiosidad y me llevó a preguntarle al guía. Me escribió en un papel el nombre y le pedí además que me escribiera la dirección, con la intención de arreglármelas para llegar hasta allí por nuestra cuenta (mi novia y yo), lo cual hicimos mostrando aquí y allá el papel con los datos, sin que ahora pueda recordar los detalles.

La universidad de Moscú en 1959

Vista desde la Universidad hacia Moscú. En el centro el gran Estadio Olímpico. A la izquierda junto al río Moskba se encuentra el Monasterio de Novodevichy (1959)

El Realismo Socialista expresado en la entrada de la Universidad de Moscú (1959)

El nombre que me escribieron ni siquiera lo retuve apenas boté el papel; sólo ahora con la ayuda de Internet, he podido comparar mis fotos con las de la web, y así saber que se trataba del Monasterio de Novodevichy, conjunto comenzado a construir empezando el siglo XVI para cumplir en tiempos de Iván El Terrible (1530-1584) hasta los de Pedro El Grande (1672-1725) el papel de convento, para después pasar a ser (¿siglo 19?) un espacio de acceso público que contenía varias iglesias. En 1922 las autoridades soviéticas lo convirtieron en el Museo de la Mujer Emancipada siguiendo la omnipresente ideologización comunista expresada en los nombres, que en este caso seguía una lógica muy justificada si consideramos que lo que puede leerse en Internet sobre el lugar es que en él se internaba a las mujeres rebeldes de la nobleza, o sea que funcionaba como una especie de sitio de reclusión tal como ocurrió también en muchos conventos europeos durante siglos. Se restituyó a su uso religioso luego de la Segunda Guerra hasta llegar a los años de mi viaje en condiciones muy deterioradas –fuera de todo interés oficial–  abandono que me imagino superado en estos tiempos  post-Unión Soviética a juzgar por como lo presenta Internet,con aire de parque temático, tan pintadito que parece haber sido objeto de una restauración light con fines turísticos.

Aire como de parque temático, muy pintadito, muy cosmético. Una restauración light… (Internet)

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Lo que retengo de la visita no es mucho, y ha sido sólo revisando más información como logro hilar imágenes sueltas. Es un recinto amurallado formado por gruesos paramentos de ladrillo (parte de ellos pintados hoy de blanco) con el carácter de fortificación, con varias torres de vigilancia cilíndricas aparentemente inconclusas. La muralla está perforada por dos entradas sobre las cuales se construyeron dos pequeñas iglesias (la de la Transfiguración y la de la Protección de la Virgen, las cuales tal vez por el deterioro y precisamente por estar sobre la muralla o por el abandono de entonces, se nos pasaron completamente desapercibidas), mientras que en el área interna al menos dos más, una capilla (y creo que otra más), unas cuantas edificaciones bastante anónimas que se usaban en tiempos zaristas y distintos senderos internos entre espacios verdes que parecían ser utilizados como un parque. Sólo estaba abierta una de las iglesias, llamada De la Dormición de la Santísima Virgen, con un amplio interior sin gracia o interés alguno que de un lado se ampliaba extrañamente (para ser usado como refectorio, me informo hoy) techado a cuatro aguas, con el aspecto externo de un edificio institucional de ventanas palaciegas con bordes de piedra blanca –tal vez más bien un revoque duro con polvillo de mármol o de piedra– en uno de cuyos lados el techo se levantaba coronado con una pequeñísima cúpula, el lugar del altar. Intuyo por las fotos de Internet que ha sido restaurado sumándole cosas internamente que en 1959 no existían. Estaban por comenzar en el momento de nuestra visita los ritos de un funeral y se velaba el cuerpo de una anciana en un ataúd abierto rodeado de flores que parecían silvestres, al cual pudimos acercarnos discretamente gracias a que los deudos eran apenas un puñado de personas que se mantenían a cierta distancia esperando el comienzo de los oficios.

Monasterio Novodevichy-La Iglesia de la Dormición en 1959, detrás a la derecha la Catedral de N. Señora de Smolensk, luego la torre del Campanario (foto de 1959).j

Monasterio Novodevichy. La torre del campanario (1959)

Novodevichy- La torre del campanario (Internet)

La otra iglesia que llamó mi atención por su aspecto tradicionalmente ortodoxo-ruso y por su evidente antigüedad estaba cerrada y ahora me entero que se trata de la Catedral de Nuestra Señora de Smolensk, cuyas imágenes con sus textos me informan que tiene un soberbio iconostasio (el panel que separa el altar de la audiencia, siempre poblado de iconos) y pinturas murales de gran valor. La capilla cercana (capilla-tumba de Prokhorov es su nombre) era también un ejemplar del mundo formal tan particular, podría decirse incluso extraño, de esa arquitectura religiosa rusa que tantas preguntas nos inspira.

Catedral de Smolensk y Capilla-Tumba de Prodkhorov en el Monasterio de Novodevichy (Internet)

Catedral de Smolensk en Novodevichy (Internet)

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Era difícil imaginar que allí hubiese funcionado un monasterio. Contribuía a ello la ausencia aparente de un orden expresado en construcción. El abandono (producto directo de las políticas oficiales que propugnaban un olvido de la presencia religiosa en la historia rusa) acentuaba además la sensación de vacío entre lo que allí quedaba y lo que había sido. Y la iglesia en funcionamiento era tan absolutamente anodina y hasta ordinaria (por su falta de distinción, por su aire de galpón improvisado) que no podía uno suponer que tuviera una larga historia. Además, la imposibilidad de visitar lo más significativo del conjunto me trasmitía esa curiosa sensación que marcó todo nuestro tránsito por territorio ruso, la de que la historia más lejana, la que hablaba de las raíces, se negaba a asomar su cara, rasgo por cierto que me parece (sé que es un prejuicio) que sigue muy presente en el talante del ruso contemporáneo que nos hace pensar que Rusia surge de un largo y definitivo presente constituido por los dos últimos siglos.

Nos limitamos entonces a deambular por el lugar como si fuéramos gente de allí, observando y etiquetando, lo que siempre trata de hacer el turista que se cree listo sin lograrlo, asunto aún menos posible con nuestro aspecto y edad. Y había bastante gente con indumentaria campesina, común en el ambiente urbano ruso que conocí, como el de una anciana y su previsible nieta que nos permitió tomarle una foto. Además de personajes que parecían salidos de la literatura como un muy digno anciano de barba blanca que revivía el aspecto de algunos de esos monjes de la Rusia profunda que uno ve en ilustraciones, a quien le pedí me permitiera una foto, a lo cual accedió de muy buen grado para posar con aire especialmente reposado y mirada penetrante. Ostentaba en su pecho lo que me pareció que era una condecoración –puede distinguirse en la foto– que representaba una escena militar por lo cual concluí en que se trataba de un veterano de la Segunda Guerra. Aquí dejo el recuerdo de su mirada tranquila.

Abuela y nieta en Novodevichy

Mirada penetrante, actitud digna, tal vez un héroe Sovietico-En 1959

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En la Plaza Roja, el culto a la personalidad cuasi-religioso que se mostraba en las largas colas ante el Mausoleo Lenin-Stalin (en ese tiempo estaba el terrible Stalin, hoy en otra parte; y se discute si dejar a Lenin) cuya arquitectura podía parecerme sin embargo un discreto acierto que ideológicamente no lograba aceptar, y el constante paso en uno y otro sentido de grupos de militares en licencia que acudían a la visita, me inducían un desagrado que no lo borraba del todo la admiración por la sensación de inmensidad fluida y a la vez contenida que caracteriza la plaza. Parte esencial de ese fluir del espacio es que uno de los lados largos, el principal, el más expuesto, el que podría decirse que caracteriza a la Plaza, es una parte de las murallas del Kremlin, testimonio terminante del espíritu guerrero de Rusia que logra ocultar un poco los tristes Palacios nada seductores (en años recientes sometidos a una abusiva y opaca operación cosmética) sobre uno de los cuales destaca una cúpula coronada entonces con la siempre intimidante bandera de la hoz y el martillo. Contribuye sutilmente y de un modo único entre los grandes espacios urbanos del mundo, el piso adoquinado de perfil levemente curvo que baja desde el centro hacia sus extremos en el sentido largo –más pronunciada la pendiente hacia San Basilio, menos hacia el lado contrario– convirtiéndose en partícipe del dinamismo del espacio. En resumen, los protagonistas son las murallas, San Basilio con sus torres policromadas de rasgos tan especiales; la poco inspiradora arquitectura del Museo de Historia Rusa (terminado en los primeros años del siglo veinte) que se salva de la total oscuridad gracias a sus techos blancos que suponía de mármol hasta que hace poco una foto me reveló, en el techo más alto del centro, una impresentable piel metálica; y del lado contrario a las murallas el poco agraciado, torpemente europeizante y ornamentado edificio de las tiendas GUM que milagrosamente escapa de todo protagonismo gracias a una hilera de árboles que en verano lo oculta un poco, o al hecho de que nace en una cota más baja que la de las murallas otorgándole a éstas la precedencia visual.

La Plaza Roja en 1959

El constante paso en uno y otro sentido de grupos de militares en licencia que acudían a la visita del Mausoleo de Lenin-Stalin (1959)

La familia en el primer plano, el colorido de sus ropas y sus alturas diversas parecen emular a San Basilio (1959)

En la Plaza Roja en 1959

La Plaza Roja con la silueta de San Basilio al fondo en 1959

Las murallas del Kremlin logran ocultar un poco los tristes Palacios (1959).

San Basilio (1959)

La Plaza desde las escaleras de acceso a San Basilio (1959)

San Basilio misma estaba maltratada, especialmente el interior. Aparte de algo que fue motivo de especial decepción por culpa de mi ignorancia, de lo cual me ocuparé más adelante: la aparente falta de correspondencia entre las cúpulas y el espacio interno. Esperaba un espacio interno caracterizado por la presencia de las llamativas y siempre curiosas cúpulas con perfil de cebolla o de bulbo, pero en lugar de ello el interior está fraccionado en recintos muy restringidos. Sólo quedó en mi recuerdo la ornamentación pictórica de paredes y techos a base de estilizaciones geométricas de motivos naturales, así que no pude hacer mía la admiración de la muy especial síntesis entre lo simbólico, lo propiamente ornamental y lo constructivo, principal atractivo del venerable monumento.

La ornamentación interior de San Basilio (1959)

Una parte del interior de San Basilio junto a la entrada (1959)

Fragmento del Iconostasio de San Basilio (1959)

El poco agraciado, torpemente europeizante y ornamentado edificio de las tiendas GUM (1959)

(A continuación las imágenes de las Catedrales del Kremlin tal como estaban en 1959)

Catedrales del Kremlin. La de la Asunción (o de la Dormición) terminada en 1479, a cargo del arquitecto italiano Aristóteles Fioravanti.

Catedrales del Kremlin. La Torre de Ivan el Grande, terminada en 1600. A la derecha la Catedral de La Asunción, a la izquierda la Catedral del Arcángel Miguel terminada en torno a 1510, obra de un arquitecto italiano.

23.Catedrales del Kremlin. La Catedral de la Anunciación. Terminada afines del Siglo XV. El agresivo edificio que se le adosaba en 1959 fue demolido luego de la caída de la Unión Soviética.