ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro / 27 de Julio 2008

La semana pasada hablábamos de “la arquitectura venezolana” a propósito de la sorpresiva idea de invitar a Frank Gehry a hacer un edificio en el país.

Siempre se discute si se puede hacer ese tipo de generalizaciones que buscan más bien fijar una visión de conjunto sobre lo que se construye en cada país pasando por alto diferencias individuales, que pueden ser muy importantes.

Y tiene que preocuparnos que hoy sea difícil hablar de una arquitectura venezolana digna de atención. Porque entre nosotros hay muy buenos arquitectos. Que construyen muy poco, como se ha dicho bastante; razón importante para tal escasez de referencias.

El “caso Gehry” ilustra lo que digo y se asocia además a la mezquindad, estigma heredado de nuestra historia. Porque no hay explicación para que las sedes del Sistema de Orquestas no se sometan a Concursos, públicos o de credenciales. Entiendo muy bien que Abreu haya llamado a su arquitecto de confianza, autor del Teresa Carreño, Tomás Lugo, para construir la sede de Quebrada Honda, donde por cierto Lugo hizo un trabajo de la más alta calidad. Pero entiendo mucho menos que para los demás edificios del “Sistema” la selección de los arquitectos haya respondido a la sórdida política del Régimen que padecemos: la exclusión y el clientelismo ideológico. Y para completar, que ahora se invite a un arquitecto estrella para que fabrique un OVNI famoso. Y si ante esa circunstancia ninguno de los arquitectos instalados en las alturas (o en la medianía) del Poder ha dicho nada se explica porque tienen las manos llenas de trabajo o sensación de dominar algún espacio de Poder.

Una década de aridez.

Eso ha pasado durante esta década de opereta y retórica en todos los campos. En un momento dado uno descubre que todas las instalaciones del ferrocarril de Charallave se le entregaron a un arquitecto que según parece había desempeñado un buen papel en el Metro de Valencia (¿o era en el de Maracaibo?), pero justamente, en eso de ¨descubrirlo” está la clave. ¿Porqué esta ”revolución” concede esos privilegios de manera tan oculta sin que haya mediado una pequeña información de las razones de una selección que originó uno de los encargos de arquitectura más grandes de nuestra historia?

Todos supimos antes de que se firmara el contrato, que Fruto Vivas era el arquitecto de la línea de Metro Petare-Guarenas. Y lo supimos simplemente porque Fruto Vivas, además de ser un arquitecto de extensísima obra y autor de algunos edificios de rango patrimonial, es una persona pública que no está detrás de ningún telón protector. Y lo hará bien sin duda.

Pero hay también el caso de oficinas de arquitectura manejadas por profesionales que en un tiempo abogaban por procedimientos de selección “democráticos y participativos” y ahora se expanden, llenos de trabajo, con asignaciones enormes, sin que tampoco se sepa de las razones profesionales, o incluso revolucionarias, por las que se atesora de manera tan obscena. Porque ¿es o no verdad que el Gran Jefe aboga por una “ética socialista” y un dejar de lado los bienes terrenales? ¿Cómo queda entonces ese tipo de acaparamientos tan de este mundo y tan poco “revolucionarios”?

La respuesta a esas preguntas las sabemos todos. Pero sigamos con la cultura arquitectónica.

Ha sido también característico de esta década la ausencia de eventos sobre arquitectura patrocinados por el sector público. Además de la reciente exposición sobre Niemeyer, sólo recordamos un puñado de eventos. Hace unos años se invitó a César Portela gran amigo del Régimen. También se hizo el Concurso del Cuartel San Carlos, de cuyos resultados nunca más se supo. Y el Concurso del IPAS, en la Ave. Victoria, según parece va marchando lentamente, porque tuvo lugar hace más de cinco años, a principio de 2004. Y Brasilia, incluido el Concurso, se construyó en cuatro años.

Exclusión es la política.

Y la razón de tal quietud, de tal indiferencia hacia la arquitectura en tiempos en los que los arquitectos han estado en las mayores alturas del Poder, es que ella responde a la idea de ignorar todo lo que no aplauda al parapeto revolucionario. Y esos arquitectos encumbrados saben que la gran mayoría de sus colegas de buen nivel ven con mucha distancia y rechazan ese tinglado de hipocresía. Aunque muchos guarden prudente silencio por aquello de la condición mercenaria de nuestra profesión: se depende demasiado del Poder y por eso se escoge el silencio como conducta y se está al acecho de la oportunidad.

Ante una situación así no es extraño que pueda hablarse muy poco de una arquitectura venezolana de interés

Eso no necesariamente implica que en Venezuela no se construyan buenos edificios. Lo que ocurre es que se hacen pocos que tengan posibilidades de integrarse al patrimonio construido del país en el sentido de la formación de una cultura con raíces propias. Preocupa que haya muy pocos ejemplos interesantes de viviendas individuales, un termómetro del nivel cultural de una sociedad, pero se han hecho construcciones privadas de comercios, de edificios de vivienda de lujo, de oficinas corporativas, con un nivel profesional no exento de rigor e incluso de brillantez. Pero en general la arquitectura comercial debe responder a requerimientos poco afines a contenidos culturales. Por ello desde la crítica se ha diferenciado la arquitectura “profesional”, la que cumple con los requisitos de mercado en el ámbito privado, de la arquitectura “institucional” que es la que manejan instituciones públicas o privadas.

Y estamos recogiendo la triste cosecha de instituciones públicas secuestradas por la exclusión. Y privadas luchando por la supervivencia.

Arquitectura de la Instituciones. Un detalle de la Iglesia de la Abadía Benedictina de Güigüe, de Jesús Tenreiro (1936 – 2007)