Oscar Tenreiro / 7 de Septiembre 2009
Fue en 1961 que Jane Jacobs (1916-2006) publicó su libro ¨Vida y Muerte de las grandes ciudades americanas». Tuve en ese entonces, al igual que muchos colegas, abundantes noticias de él, tanto era lo que se citaba, se repetían sus conclusiones y se hacía referencia a sus tesis. Hasta el punto de que hubiera podido decir que lo había leído. Así ocurre con cierta literatura semi-especializada de éxito que quiere hacer crítica de los hábitos prevalecientes: se puede resumir en un puñado de principios, conceptos o como queramos llamarlos; y ya está, podemos pasarnos de leerla.
Lo cierto es que cuando hace poco se escribió mucho sobre la señora Jacobs y su libro con ocasión del tercer aniversario de su muerte, mi sobrino Edgardo, residente fuera del país, me lo envió de regalo con dedicatoria y todo, lo que me obligó a leerlo.
Confieso que hice de él lectura rápida. Tiene, creo, trescientas páginas sobrantes. Salté pues pasajes demasiado repetitivos, pasé por alto ejemplos, siempre americanos (lógico si se trata de las ciudades de ese país), y traté de ir hacia lo que me parecía de interés actual. Y encontré muchas cosas que han ganado importancia. Por ejemplo la idea de que en la misma medida en la que se le da prioridad al automóvil, éste exige más, devaluando las exigencias del peatón (la «erosión» de la ciudad o el desgaste del automóvil es uno de los temas que aborda). O la necesidad de diversidad en la ciudad (versus la zonificación y la separación de actividades). O la importancia de la acera. O el papel de los parques en la ciudad y su uso. O las estrategias para «destugurizar» al tugurio (las zonas deterioradas y en abandono progresivo de las ciudades).
No creo, como se ha dicho, que Jacobs haya sido la primera en hacer notar los problemas que la planificación en abstracto, la de «tabula rasa», la tecnocrática, generó y sigue generando en las ciudades. Esto ya era parte del debate en los primeros años sesenta. Pero se imponía la dinámica de la acción inmediata, de la demostración política, o la de las necesidades apremiantes. Sin embargo, la gran virtud de su libro es que documentó sus alegatos para abrir una discusión en su medio americano, y logró una audiencia que terminó convirtiéndola en una memorable activista de los derechos ciudadanos. Un asunto que está desde hace décadas sobre el tapete, y que aquí en Venezuela se saca a relucir de la boca para afuera con esa curiosa hipocresía que se ha vuelto nuestro rasgo distintivo.
Pero lo que me interesa más destacar es que, en definitiva, el libro de Jacobs es un libro americano (del norte, o si se quiere estadounidense), para los americanos, aunque se hayan convertido en referencia generalizable sus puntos de vista. Un asunto que nos lleva hacia la poca divulgación de un pensamiento sobre la ciudad afirmado y contrastado con las realidades nuestras. Porque la verdad es que un porcentaje muy alto de toda la literatura teórica o de referencia que se maneja sobre Diseño Urbano en nuestras universidades, institutos u oficinas públicas, viene de experiencias americanas o europeas. Y a veces da la sensación de que no hay en esa área pensamiento propio, tanto culto se rinde a lo que se aprende en postgrados extranjeros.
Y una razón para ello es que en América Latina se ha hecho relativamente poco en cuanto al mejoramiento de la calidad de la vida urbana. Las experiencias colombianas, por ejemplo, particularmente en Medellín y Bogotá, tienen sólo algo más de una década y se van conociendo recientemente. La transformación de Curitiba en Brasil impulsada hace más de quince años por Jaime Lerner está en el ambiente desde hace poco tiempo. Lo hecho en las demás grandes ciudades ha sido poco publicado, mientras que cualquier cosa que se haga en Europa cuenta de inmediato con abundante bibliografía y adquiere categoría de norma académica.
Eso tiene bastante que ver con que la acción sobre nuestros barrios marginales tenga todavía poco apoyo proveniente del estudio del éxito o fracaso de experiencias específicas. Funcionario tras funcionario del régimen militar que nos gobierna se ha dado el lujo de deshacer lo hecho por el funcionario anterior sin siquiera sonrojarse porque, precisamente, ha faltado el apoyo teórico derivado de la acción, que es lo que precisamente forma el núcleo del libro de Jacobs.
Pero de todos modos las cosas han ido cambiando. Hace un par de días vi en un programa de la televisión italiana sobre Brasil, como el narrador hablaba de las oportunidades para nuevas formas urbanas propias de este lado del mundo, a propósito de las favelas de Río. Ir hacia ese modo de pensar nuestras áreas marginales es fundamental y desde hace años ha habido voces aquí que sostienen este punto de vista ante oídos más o menos sordos. Y ha habido algunas buenas experiencias entre las que hago notar la de Las Minas de Baruta porque pude hacer para ella un modesto aporte. Experiencia que, por cierto, no parece interesar mucho a las nuevas autoridades por razones incomprensibles.
Y también la política de vivienda del régimen se arma fuera de cualquier marco teórico serio. Se multiplican «urbanizaciones» populares que son simples aglomeraciones de unidades, ajenas a cualquier idea de ciudad.
Y a nivel municipal seguimos teniendo unas ordenanzas de construcción represivas que nada garantizan, rebosantes de la ya mencionada hipocresía.
Pero no se discuten estas cosas. No tenemos, todavía, nuestros Jane Jacobs. O no está abonado el campo para que surjan. Las cosas de la ciudad se llevan como que si no hubiera habido historia. Como si no se hubieran escrito libros que han pedido lucidez y creado conocimiento.