Oscar Tenreiro / 21 Septiembre 2009
Hace unos días leyendo por Internet en El País de Madrid una reseña del Festival de Cine de Venecia me topé con la foto de una muy joven dama cubierta con un pañuelo verde, que hablaba al periodista de su último filme «Green Days», presentada ante el público el mismo día de la entrevista. Se trata de la cineasta iraní de veinte años de edad Hana Makhmalbaf, hija del cineasta iraní Mohsen Makhmalbaf portavoz del líder de la oposición en ese país Mir Hosein Musavi y sobrina de Samira Makhmalbaf según el periodista la cineasta iraní más conocida en la actualidad.
Hana, de apenas veinte años de edad, presentó su primer trabajo «Joy of Madness» a los dieciséis, también en el Festival de Venecia; y en el 2007 en el festival de San Sebastián le concedieron el Premio Especial del Jurado por el filme «Buda explotó por vergüenza».
La de ahora es una película de denuncia de la situación política de su país y de la represión desatada contra el movimiento opositor autodenominado «la revolución verde» que se hizo presente en las calles de las ciudades iraníes para protestar por el fraude electoral montado por Mahmud Ahmanideyad y su camarilla.
Sorprende en primer término, no sólo la edad de esta joven artista, sino el coraje y el dinamismo que la hace presentar una película digna de mención en un festival internacional de prestigio, sobre eventos y dramas vividos por su pueblo hace sólo unas cuantas semanas, demostrando con ello que el tiempo cuenta en la tarea de hacer claro ante el mundo la verdad de lo que ocurre en su país.
Notorio contraste entre esa actitud y la de nuestro mundo del cine, que sólo ha producido en los diez años en los que Venezuela ha sufrido absurdos y abusos de Poder de todo orden, un par de trabajos de escasa repercusión.
La arquitectura y el cine son dos formas de arte con mucho en común. Ambas tienen ataduras muy estrechas con la realidad, si bien en planos diferentes que hacen que el cine tenga un espacio importante en la ficción, cosa que la arquitectura sólo evoca, o sugiere, cuando se construye como improbable escenario en clave «fantástica». El cine en general y en particular el gran cine tiene una relación directa con el espacio cultural y social donde se realiza. Lo tiene hasta el cine de puro entretenimiento. Capta el pulso, el modo de ver las cosas, el de actuar, el ámbito físico y humano de una sociedad. La arquitectura es un reflejo casi directo, en sentido positivo o negativo según su calidad, de lo que un lugar del mundo aspira a ser, de sus sueños, de sus esperanzas, de su civilidad, hasta de su deseo de superar las limitaciones del escenario físico heredado. El cine exige intermediarios de todo tipo para su realización, la arquitectura también en grado mucho más limitativo.
Un cine que evade referirse a sus raíces culturales, a la fisonomía aparente o subyacente del escenario en el que se produce tendrá una existencia efímera, aunque atraiga momentáneamente la atención. Y del mismo modo, una arquitectura ajena a los grandes temas del proceso civilizatorio, a las esperanzas colectivas, directa o indirectamente (aludo por ejemplo a la casa aislada como exploración) será cobijo simple o parte de un continuo urbano, pero nada más.
Sin que pretenda sugerir que sólo el documental es el «deber ser» del cine nacional no puedo dejar de pensar que una situación tan estridentemente contradictoria como la nuestra clama por ser expresada de algún modo en ese instrumento tan eficaz y cuotidiano. No creo que un cine de caras bonitas, paisajes y temas neutrales que por lo demás son ficción sin querer serlo, tenga interés real para nadie que quiera dirigir su mirada hacia lo que aquí hacemos. Y menos aún para nosotros que tenemos la ficción electrónica a la mano.
Lo que demuestra nuestra joven iraní es determinación, conciencia de lo que ocurre en su país, capacidad de riesgo, seguridad en sí misma. También es una visión madura sobre el instrumento expresivo, el arte que tiene a su alcance Es un modo de ver el cine que sigue siendo, y lo será por mucho tiempo más a pesar de la inundación comercial, el que suscita el verdadero interés. El que se quedará en el alma de la gente.
Visión madura que echamos de menos aquí y que se manifiesta de modo mucho más agudo en nuestro mundo de la arquitectura. Porque, lo repito, si ella no se ocupa de lo que he llamado «los grandes temas colectivos e institucionales» será como cierto cine, puro entretenimiento, con el agravante de que no está llamada a eso por naturaleza, sino a lo permanente, a lo que queda, a lo que será tradición construida. Y la aproximación a la arquitectura necesita una actitud análoga a la de Hana. Que exigiría de modo sostenido y tenaz que se desmonten las trabas de una exclusión selectiva al acceso a la arquitectura pública practicada como estrategia de Estado. Se construye mucho, se remodela, prospera el diseño interior, se edifican centros comerciales, hay en fin una actividad que podría considerarse febril. Pero los campos llamados a ser el origen de una arquitectura con raíces sólidas, que están insisto, en el ámbito público, siguen avasallados por la mediocridad de una visión política asfixiante. Y nuestras «revistas de arquitectura» nada dicen sobre ello. Se organizan «encuentros internacionales» que evitan cuidadosamente herir susceptibilidades oficiales. El silencio de muchos arquitectos es estridente.
Ese empeño en no mirar lo que clama atención no lo pueden hacer ni el cine ni la arquitectura. Por esa razón es por la que quienes estuvieron en Venecia fueron Hana y su equipo…o el oportunista Stone y nuestro verdugo. Y en la última Bienal de Arquitectura, también en Venecia…los módulos de «Barrio Adentro».