ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro / 27 de marzo de 2011

De nuevo siento la obligación de hacer algunas precisiones sobre mi comentario de esta semana. Me lanzo con él a la arena de la discusión política actual venezolana y por ello aludo a cosas domésticas que tienen muy poca resonancia, si no ninguna, en quien está en otras partes del mundo, tanto geográfica como espiritualmente.

Pero tengo que hacerlo e insistir en ello porque lo que vivimos en Venezuela lo exige.

Sé bien que entre los lectores no venezolanos, o compatriotas pero alejados de lo inmediato nuestro, puede haber puntos de vista de menos rechazo a lo que ocurre políticamente aquí. A esas personas quisiera decirles que su modo de ver está asociado a una cuestión muy importante que aquí nos resulta cada vez más lejana: la idea de que el cambio, la ruptura con ciertos pesos políticos, requiere pasar por procesos que piden ser radicales. Y el radicalismo trae inevitables excesos que uno puede estar dispuesto a aceptar en nombre del avance. Desde esa perspectiva, la realidad actual venezolana puede ser «justificada».

Pero a un razonamiento así se le escapa otro aspecto de mucha mayor importancia que es el que nos pesa diariamente. Estar «a favor o en contra» con libertad, y sentir que esa posición es expresión personal que integrándose a otras se expresa en opinión respetable y respetada, es un atributo democrático. Esa libertad y ese cierto desapego es posible cuando se vive en democracia. Sufrir la restricción de esa posibilidad en virtud de la manipulación permanente de casi todos los mecanismos del Poder, ver que desde arriba se insiste en negar a priori la posibilidad de que la expresión personal disidente pueda desempeñar un papel en el debate, ver cerrada esa puerta por mecanismos abusivos y represores en nombre de una supuesta visión «revolucionaria» que todo lo encubre, es una cosa diferente. Eso ocurre aquí en todos los niveles controlados por el Poder Público central, pese a los nichos que quedan fuera de él, en los cuales uno todavía puede moverse. Nichos que sirven de pantalla democrática, limitada, cercada ilegal pero efectivamente. Todo detrás de una fachada de cinismo alimentada con el exceso de dinero rentista, perfil típico del petro-estado que todo lo puede inventar.

Por eso en Europa quienes vivieron el comunismo represor actúan de manera diferente a los que nunca lo experimentaron, se perfilan de otro modo ante los hechos políticos. Muy fácil es decir que se ubican «a la derecha» y con ello su actitud se menosprecia desde los prejuicios de quien se siente del lado «bueno». Pero lo que debería imponerse es la noción de que vivir la represión, pasar por la experiencia de estar manipulado sin remedio se convierte en una actitud de vigilancia un tanto paranoica, frente a las posibles amenazas al logro de esa «normalidad» democrática que permite a todos estar «a favor o en contra».

Eso funciona de modo parecido con quienes han sufrido los autoritarismos no totalitarios.

Por eso, por ejemplo, el chileno que vivió a Pinochet o el argentino que sufrió las represiones de las dictaduras de derecha, tenderá a ver bien lo que aquí ocurre porque lo presume en «la izquierda» que fue atacada. Pero pasa por alto el fenómeno histórico de las analogías que a veces he citado. El pinochet de este tiempo está instalado ahora en Venezuela. Esta dictadura con cara democrática (las dictaduras del Sur también se lavaban la cara) reprime de otro modo, abusa en forma distinta, produce otro tipo de «desaparecidos» menos cruentos. Se cuida más (son tiempos con muchos mecanismos de vigilancia) y tiene el poder del dinero excesivo que garantiza permanencia. «Es lo mismo pero no es igual», siempre recuerdo esa frase de Alberto Cruz Covarrubias (1917) el arquitecto chileno fundador de Amereida. No la perdamos de vista, los disfraces ocultan verdades.

Lo que ha vivido Venezuela en términos de despilfarro descarado de los recursos económicos y la obscena corrupción justificada por la militancia revolucionaria, no tiene precedentes. Parece mucho decir esto, pero es real, está respaldado por hechos. Hechos que se dan en un país desestructurado y por ello nunca serán registrados. Como el de la reciente pérdida (que fue encubierta) por podredumbre, de más de mil millones de dólares en comida importada. O La compra de votos que se hace a diestra y siniestra. Esto último un fenómeno único: van camiones repletos de  «regalos» que se entregan al voleo en las zonas marginales. Los testimonios son innumerables, pero no hay registro documental, hay temor. El testigo sería insultado y segregado en su comunidad a manos de los asalariados «revolucionarios». Y además aspira a ser objeto del reparto de favores, los necesita para su supervivencia y el Régimen ha hecho habitual la dádiva como táctica de permanencia.

Los medios se conectan obligatoriamente para trasmitir los discursos del Jefe en cualquier ocasión por pequeña que sea. Es ya un asunto diario y duran largas horas donde no hay otra cosa que ver u oír. Es un recurso abusivo que no hay Poder Público que le ponga límite. No hay regulación otra que la voluntad del Caudillo.

Las exclusiones ideológicas están presentes en todos las instancias en las que el sector más desfavorecido debe moverse, dejando para quienes vivimos en la clase media otro tipo de exclusión. Es una hábil coartada para mantener las formas en un país con un porcentaje altísimo de personas que no participan de los circuitos económicos formales. Una sociedad en la cual la marginalidad dependiente de favores se ha ido haciendo generalizada, ha venido progresivamente imponiendo su presencia. Ahora promovida como sujeción al Estado dadivoso, siempre rico por la magia petrolera, dispuesto a regalar y regalar a cambio de sujeción. Se ha hecho de los venezolanos (¡son doce años!) algo así como pordioseros estructurales.

Y como telón de fondo se ha montado un enorme mecanismo de manipulación que es amenaza real de  la posibilidad de ir a unas elecciones equilibradas y legítimas.

¿Podemos quedarnos callados?

Por supuesto que no. Perdonen pues los localismos. Aspiro a que puedan entenderlos.

 

PRIMARIAS YA

Oscar Tenreiro

Es inevitable que los arquitectos veamos con atención crítica la dinámica del Poder, porque es el Poder quien construye. Esa visión fue muy intensa en tiempos de la modernidad hasta convertirse en escena de fondo del debate sobre arquitectura, pero ha dado paso en los países centrales a un apaciguamiento que sólo es sacudido, como ocurre hoy, por los vaivenes económicos. Además, la ideología del momento prescribe la complacencia o neutralidad con el Poder tal como lo enseñan los exitosos, que muestran sin pudor lo que he llamado la condición casi mercenaria de la profesión.

Pero sea cual sea el «espíritu de los tiempos», no podemos pasarnos del principio señalado por Claudius Petit (1907-1989), que he mencionado tanto: «Todo programa político se manifiesta en el dominio de lo construido». Y en nuestro caso venezolano, donde está amenazada una democracia por la cual lucharon generaciones enteras, la pasividad neutral evoca la tibieza condenada en el Apocalipsis («a los tibios… los vomitaré de mi boca…»). Lo de aquí es agresión perversa, retroceso feroz. Y nos exige presencia. Desde el sesgo inducido por nuestra disciplina.

Lo escrito el Domingo pasado con humor ácido y certero por Ibsen Martínez junto al artículo de Alonso Moleiro, sobre la Mesa de la Unidad Democrática MUD y el candidato presidencial, me impulsan a ocuparme de ese mismo tema aportando, precisamente, el sesgo propio de mi disciplina.

Una voz clara

Para empezar, me gusta saber que la antipatía que me producen algunas caras presentes en la MUD no es personal, sino síntoma de un disgusto general. Personas que estuvieron en el origen de lo que vive hoy Venezuela siguen manejándose allí con el mismo estilo zamarro y resabido de la triquiñuela tan bien descrito por IM. Los favorece el amiguismo venezolano que abre espacios de opinión porque se los supone «dueños» de  votos que seguirán obedientes sus decisiones. Uno de ellos figura con frecuencia con su hablar golpeado y timbre nasal promoviendo con razones que nos recuerdan demasiado un pasado político que nos produce grima, nada menos que el retraso «estratégico» de las primarias para escoger candidato presidencial. Es uno más entre un puñado de acartonados dirigentes que no se dan cuenta de que mientras hablan instalados en la burocracia política el país tiene que aguantar las más absurdas violaciones de la democracia sin tener un vocero, un portavoz que haga contrapeso. No entienden que de lo que se trata no es sólo de elegir un candidato, sino una persona en la que debe converger una inmensa fuerza electoral que el oficialismo menosprecia porque, precisamente, no tiene voz clara, visible.

Esa falta acentúa un aspecto que la vieja manera de hacer política pasa por alto: que la crítica de las propuestas esporádicas, demagógicas, debe partir de una visión profesional. Cada impulso del Caudillo pone a la administración en vilo y genera en sus distintos niveles iniciativas que se anulan unas con otras. Se abren nuevos espacios a la corrupción y el despilfarro, como el reciente y silenciado escándalo en PDVSA a propósito de la Energía Nuclear y se empuja más y más a Venezuela hacia un abismo económico que será también social. Y la crítica opositora es vaga y fragmentaria. La necesidad de argumentos críticos producto de una visión profesional y no sólo política expresados en la voz única de un líder representativo de más de la mitad del país, se hace evidente. Una persona que increpe al Caudillo, que le plante cara, que le exija rendir cuentas. Que tenga la autoridad para convocar a una manifestación de masas que, por ejemplo, exija condiciones parejas para unas elecciones que son cruciales para nuestro futuro. No una marcha, sino una arenga para hacer frente al abuso de Poder y la defensa de la democracia. Alguien, y eso es muy importante, que señale además hacia la dirección correcta, que proponga opciones políticas a partir de criterios profesionales, de realidades técnicas, como lo exige el mundo de hoy. Ese es el «proyecto de país» que se necesita, así de simple. Con un vocero elegido hoy. Ya.

Vivienda

En este momento el tema del Jefe es la vivienda. La forma en la que se está procediendo es tan improvisada, tan ajena a cualquier criterio profesional serio, que el asunto ya tiene ribetes de escándalo. Se presenta en cadena nacional a una empresa china que nos va a salvar de la escasez. En los entretelones de la profesión nos enteramos cómo lo harán: de la manera más antiprofesional e improvisada que pueda pensarse. Pero eso sí, con productos chinos de importación. ¿Hasta cuando tenemos que soportar la mentira de que los chinos son honestos samaritanos socialistas? ¿Hasta cuando esta estupidez voceada en cadenas nacionales de radio y televisión? Hasta que no salga también en cadena, que tendrá que ser pagada y de apenas diez minutos un líder opositor que exponga las bases perversas de esta mentira y obligue a defenderse al vociferador oficial. Y que le exija a los responsables de ese programa insensato que expliquen de qué modo nos estamos atando a la voracidad china de petróleo simplemente porque el Supremo se dio cuenta doce años después que los venezolanos necesitan vivienda. Pero no, eso no tiene importancia para la MUD. Prefieren seguir en sus deliberaciones de pasillo.

Yo me sumo por eso a la decisión de IM. No voto en primarias si son el año que viene. Necesitamos a gritos una presencia clara que contrarreste la arrogancia ignorante de un régimen que lo único que sabe es regar con dólares intereses y conciencias. Movido por la voluntad afiebrada de una persona seguida de un pequeño ejército de mujiquitas. Y entre ellos muchos arquitectos, para vergüenza de la profesión. Y de ellos mismos.

El pueblo