Por Oscar Tenreiro
En Copenhague nuestro Gran Conductor acusa al capitalismo y olvida el desastre ecológico de los países que vivieron el “socialismo real” y de paso, evocando al “gran Karl Marx” adopta el talante de héroe de la democracia.
En esta forma incoherente de buscar la aprobación de quienes presionan para un acuerdo sobre el cambio climático, se refleja toda la tragedia de Venezuela.
Porque la verdad es esta:
El Informe de la CEPAL sobre cambio climático redactado para Copenhague dice que somos el país más contaminante de América Latina, con las mayores emisiones de CO2 (6 toneladas por año) por habitante. Y vale la pena recordar que el “socialismo” caudillista nuestro tiene en el Poder once años, suficiente para realizar un programa.
Y además de ese informe, un puñado de hechos tomados al voleo denuncian la inacción de un Estado rentista al que han ingresado en diez años más 700.000 millones de dólares en divisas petroleras.
En Venezuela, la gasolina prácticamente se regala. Su consumo se ha disparado y se dejaron de lado los planes para utilización de gas que ahora se tratan de relanzar. La flota de transporte colectivo, en altísimo porcentaje con motores mal calibrados u obsoletos, que funcionan además con combustible diesel de pésima calidad, (7.000 partes de azufre por millón) tiene un papel decisivo en la contaminación del aire y los altos niveles de emisiones en todas nuestras ciudades. Esa baja calidad incluso levantó polémicas en Ecuador el año 2007 a raíz de los cargamentos de diesel venezolano llegados a ese país.
Las pocas mediciones que se conocen acerca de los contaminantes del aire hechas en el centro de la ciudad de Caracas, arrojaron siempre resultados preocupantes. Se dejaron de hacer…
¡Abajo el medio ambiente!
Durante la temporada de lluvias bajan de las colinas de Caracas invadidas por asentamientos informales aguas servidas mezcladas con barro que convierten a las enfermedades gastrointestinales en endémicas. No existe ningún plan serio y sostenido de acción frente a este problema. Como no existe otro proyecto para las zonas marginales que no sea el de crear comités “populares” para la manipulación política. Y alguna que otra obra local.
No se conoce ningún plan para reducir el grado de contaminación de los ríos de la zona central de Venezuela, convertidos en cloacas abiertas que descargan en un hermosísimo litoral que hoy sufre altos niveles de degradación. Por el contrario, en el caso de Caracas, los niveles de contaminación de los cursos de agua del Sureste han aumentado de modo exponencial.
El lago de Valencia, recurso paisajístico del centro del país, sigue contaminado y los planes de recuperarlo apenas avanzan. Los planes de saneamiento del lago de Maracaibo son tímidos y sin el necesario financiamiento.
Hace poco Carlota Salazar Caldeón escribía sobre las emisiones del complejo petrolero de Jose, que afectan a Puerto Píritu y zonas vecinas del Edo Anzoátegui. Y hacía énfasis en la refinería de Puerto La Cruz, agresivo contaminante en el medio de la ciudad. Agrego yo el caso de la acería de Sidor y de la industria del aluminio en Guayana ambas del Estado y sin propósito conocido de luchar contra la contaminación que generan.
A la crisis eléctrica se responde con la instalación de plantas de generación a base de diesel. En cuanto a la disposición urbana de basuras la situación de Venezuela es de las peores del continente.
En nuestras islas, en las cuales los vientos alisios durante todo el año podrían permitir la explotación de energía eólica, nada se ha propuesto. Ni se habla de la energía solar que como bien lo ha anotado en un estudio muy completo el Arq. Elías Toro, tendría que ser eje central de un programa energético venezolano. ¿Y qué decir de las agresiones militares al medio ambiente como en la hermosísima isla de la Blanquilla, donde la base naval allí instalada riega de aceite diesel quemado las rocas coralinas del promontorio donde se encuentra?
Dejar espacio ideológico al cinismo.
No hay planes públicos dignos de mención en Venezuela para el uso de energías alternativas, esa es la realidad tajante. Y sin embargo el Gran Jefe se desplaza hasta Europa con amplia comitiva a lanzar dardos contra el capitalismo y aparentar que se preocupa por lo que su gobierno ha ignorado: el ambiente. ¿De donde salen los arrestos para tamaña hipocresía?
De la confusión actual es la lógica respuesta. La confusión en la que vive el mundo contemporáneo y particularmente los países opulentos a causa de los prestigios vendidos como mercancías. Estoy seguro que muchos de los manifestantes de Copenhague son ciudadanos de países donde se hacen difíciles pero serios esfuerzos por evitar las agresiones a la naturaleza. Ciudadanos que se horrorizarían de sufrir aunque sea una fracción de los ataques al medio ambiente que se cometen en un país como Venezuela, en una ciudad como Caracas. Su sed de cambios radicales para superar la ambigüedad diplomática, el pasado culpable o subterfugios como los de China al rechazar que sus planes de recorte de emisiones se sometan a la revisión internacional, los hace buscar lenguaje directo, quieren ir al grano. Pero en ellos hace mella la comedia de ocasión favorecida por la inanidad intelectual de un radicalismo internacional que funciona como turismo de aventura. Y prestan entonces oídos a un diseminador de medias verdades. No se va hacia las realidades políticas ocultas por líderes que siguen el guión contestatario: denostar de los americanos y el capitalismo desde el capitalismo, hablar de redención de los humildes sin mencionar los derechos humanos, parecer auténtico sin serlo, etc.
Y uno se ve obligado entonces a denunciar esta tontería planetaria. Se le abre espacio al cinismo en nombre de la ideología del desencanto.