ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Entrevista a Marcos Pérez Jiménez

La entrevista que sigue, fue publicada a mediados de 1995 en la Revista de un sólo número llamada Ciudad, de la Alcaldía del Municipio Libertador de Caracas que en ese momento ejercía ese personaje entonces demócrata y ahora convertido en seguidor y cómplice del desastre actual venezolano que se llama Aristóbulo Istúriz. La doy a conocer ahora porque debido a la situación extrema que vive Venezuela causa mucho más impacto del que causó originalmente. La introducción y el epílogo han sufrido modificaciones para reducir su extensión.

Caracas 16 de Mayo de 2020

 

Conversación de Oscar Tenreiro Degwitz con el General (R) Marcos Pérez Jiménez, en su residencia en Madrid, el día 5 de febrero de 1995.

Tenía mucho sentido recoger directamente el testimonio de alguien como Marcos Pérez Jiménez, quien desde el poder impulsó modificaciones en Caracas únicas por su significación y amplitud, reconocidas como iniciación decisiva del proceso de transformación y modernización de nuestra capital; conocer sus motivos en relación al apoyo que le dio a algunas de esas obras y tratar de profundizar sobre antecedentes y circunstancias. Me cautivaba la idea de sentarme a oír al General, a quien en mi vida sólo había visto por televisión en alguna de las «alocuciones» de Año Nuevo que se estilaban en esos años, en las fotos de prensa y personalmente, un poco más de cerca, cuando la inauguración de la Facultad de Arquitectura de la Ciudad Universitaria, inauguración a la cual me había colado como mirón para ser testigo de la diligencia con la que Villanueva le mostraba el hermoso y recién terminado edificio. No había cumplido yo los diecisiete años. Allí estaba ante mi curiosidad el dictador-presidente, rodeado de las inevitables y antipáticas comitivas venezolanas, junto a nuestro admirado profesor. Unos meses después, en noviembre del 57, en virtud de la rabia acumulada por los excesos típicos de toda dictadura (que sólo afectan, y de qué modo, a ciertos espíritus rebeldes y a gentes movidas por la solidaridad), me había sumado espontáneamente a la protesta estudiantil que comenzó el 21 de noviembre de 1957 en torno a ese mismo recinto que habíamos visto inaugurar y nos llevó hasta un Congreso de Cardiología que se realizaba en la Biblioteca, donde los más exaltados rompieron una de las puertas de vidrio templado iniciando una especie de desbandada que produjo, al día siguiente, la entrada de la Policía y el comienzo de un proceso que habría de culminar el 23 de enero del año siguiente en la «caída» del gobierno de este hombre que impulsó en escasos diez años una de las transformaciones físicas más radicales de cualquier país de América Latina. Para mí pues, un anti-pérez-jimenista de la adolescencia, ya cincuentón, era atractivo eso de conversar con un hombre al que he dejado de ver con rabia pasando más bien a agradecerle ciertas cosas que me parecen no sólo extraordinarias, sino imposibles en un país, el de hoy, estancado y carcomido por la mezquindad y la pequeñez. Cosas como la Ciudad Universitaria, por ejemplo, construidas, a pesar de que se trataba de una dictadura, sin interferencias, mediando sólo la confianza en un puñado de hombres excepcionales, que además, cosa todavía más sorprendente, fueron honestos.

Luego de unos meses en España como profesor en La Coruña y ya de regreso a Venezuela, durante un toque de tres o cuatro días en Madrid, a mi esposa Nubia y a mí, apenas al quedar instalados en el hotel, se nos ocurrió que valía la pena hacer realidad la entrevista. No había podido llamar a nadie para que sirviera de intermediario, pero siguiendo el mismo tipo de impulso que una vez me llevó a la oficina de Le Corbusier, o a conversar con Luis Kahn un mediodía, tomé la guía telefónica y llamé aquí y allá, hasta que una tarde, desde la estación de Atocha, telefoneé a la hora prevista y luego de una corta espera logré tener de interlocutor al General de tan sonoros apellidos. Evoqué el nombre de mi primo, Tomás Pérez Tenreiro, Coronel retirado, historiador, quien fue durante la dictadura Director de Identificación y Extranjería; me preguntó por él con deferencia, me comunicó que esa noche celebrarían con Doña Flor un nuevo aniversario de casados y me pidió que lo llamara al día siguiente, en la tarde, para concretar formalmente la cita. Finalmente, un domingo, nos recibió en su casa de las afueras, donde conversamos durante más de una hora sobre el tema que era de nuestro primordial interés: Caracas, los planes que para nuestra ciudad capital se propusieron durante el decenio 48-58; y algo que nos atraía especialmente, las características de las relaciones entre él Presidente de la República y los arquitectos que realizaron algunas de las obras más notorias de entonces. De la conversación no obtuvimos acaso todo lo que esperábamos, porque han pasado suficientes años y se hacen borrosas las circunstancias y los detalles que buscábamos. Si bien procuramos atenernos a conversar sobre Caracas, inevitablemente apareció el tema político, desde un ángulo que es obligado entre venezolanos actuales: el deterioro, el estancamiento, las comparaciones entre ayer y hoy. Pero si no tiene contenidos que permitan hacer precisiones para especialistas, esta entrevista tiene sin duda el interés de los testimonios directos que ayudan siempre a dar forma a las versiones históricas, facilitado por la buena memoria y facultades mentales intactas del protagonista, que me pareció menor de lo que era y de quien tuve la impresión, por momentos, de que había salido hacía muy poco del estrecho mundo venezolano. Consignamos al final, como epílogo, nuestros comentarios sobre lo oído esa tarde.

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Oscar Tenreiro. Quería hablar con usted General, para tener un testimonio directo sobre las distintas acciones que se emprendieron en Caracas durante su gobierno.

Marcos Pérez Jiménez. Con mucho gusto. Nosotros teníamos distintos planes para Caracas. De un alcance bastante extenso, muchos de los cuales no habían trascendido al público. Por ejemplo, comenzamos, al inicio de mi gobierno, por modificar un poco los planes que existían para la avenida Bolívar, o Centro Simón Bolívar. Porque la avenida estaba arquitectónicamente muy bien estructurada, pero tenía el problema de que se interrumpía bruscamente y desembocaba por una vía más estrechita, a través de la Quebrada de Catuche, hacia San Agustín del Sur. Eso iba a ser muy inconveniente, porque quien transitara por la avenida se iba a en-contrar de repente ante un tapón y una desembocadura de mucho menos rendimiento para el tránsito. Optamos por llevarla hasta Los Caobos para hacerla desembocar sobre la avenida Méjico y otras avenidas que la continúan. Pero allí no quedaban los planes, teníamos, por ejemplo, una serie de ideas respecto a El Silencio. Como hacer desaparecer El Silencio actual, zona residencial, para darle otro destino. En principio, los bloques que encuadran la Plaza O’Leary se eliminaban. Creíamos que no se justificaba allí una zona residencial. Las zonas residenciales deben estar ubicadas en áreas diferentes, fuera del centro. Íbamos a traer la arquitectura que ya estaba ahí, de las Torres y los Edificios, hasta enmarcar la Plaza. La idea era hacer desaparecer por completo el Bloque Uno para hacer allí, al pie de El Calvario, un gran parque y poner en el centro la tumba del Libertador.

OT. ¿Malaussena estuvo haciendo algunos esquemas sobre eso?

PJ. Bueno, sí se comenzó algo, porque se trataba de un plan que había que madurar suficientemente. Íbamos a llamar no solamente arquitectos nacionales sino extranjeros, porque pensábamos hacer allí algo excepcional. De las torres del Centro Simón Bolívar hacia el Este, seguían una serie de edificaciones de arquitectura regulada a determinada altura. En el cruce de la Ave. Bolívar con la Ave. Fuerzas Armadas pensábamos construir cuatro torres, enlazadas por puentes, un poco más elevadas que las actuales, y de allí hacia Los Caobos seguir con una arquitectura del mismo tipo hasta el Parque, donde se edificaría la sede del Congreso. En principio, pensábamos en una estructura arquitectónica de varias plantas bastante extensas: una para los servicios, otra para los Diputados, otra para los Senadores, y una gran torre para las oficinas. De manera que toda la Avenida Bolívar iba a ser un conjunto arquitectónico muy hermoso, porque aunque ya había una orientación en cuanto a la arquitectura que allí debía hacerse, se iba a buscar el aporte de distintos arquitectos. Iba a ser un conjunto muy importante: los Ministerios de la Alta Política (Relaciones Exteriores, Interiores, Defensa y Hacienda), que son los Ministerios de mayor jerarquía, y los Institutos Autónomos, en las torres de La Hoyada; el Congreso en el otro extremo; y al mismo tiempo se sacaba al Libertador del Panteón Nacional, en donde está mal acompañado, para dejarlo en una tumba digna, en El Calvario. Un conjunto muy hermoso, que quizás hubieran criticado, porque se hubiera dicho que esas eran obras suntuarias, pero eso importa poco, esa no es una objeción digna de tomarse en cuenta. Con respecto a la Avenida Libertador, veríamos hacer de ella un eje de carácter comercial, asiento de Bancos y de grandes almacenes, dotándola de una vía central, dos vías laterales y luego arquitectura regulada en los márgenes, con aceras cubiertas. Se construirían estacionamientos en las márgenes, uno cada dos manzanas. En cuanto al transporte colectivo, el proyecto era construir elevados por el eje de los ríos Guaire y Valle y por el eje de la Quebrada de Tacagua, del tipo del que hay ahora en Miami. Esos elevados tienen muy buen rendimiento y sobre todo son de mucho menor costo de construcción, porque evitan los problemas de suelos de una ciudad como Caracas. Era una red en forma de Y griega, en elevados, y en las zonas de cerros, hacia Tacagua, tendría túneles y viaductos. Queríamos lograr para Caracas la integración del escalón marítimo, La Guaira y Maiquetía, con el escalón mediterráneo, el Valle de Caracas, para lo cual era esencial ese tren urbano que terminaría empalmándose con una línea longitudinal a lo largo del litoral. Estos eran planes preliminares que se estaban comenzando a estudiar, pero en cuanto al llamado túnel del Este, ya existían estudios avanzados y se sabía el costo, que era de trescientos millones de bolívares. Ese túnel era de cuatro kilómetros, horizontal, no tenía pendiente, y desembocaba a 1.000 metros de altura sobre Tanaguarena y desde allí bajaba una autopista de montaña.

OT. Eso ya estaba en Proyecto?

PJ. Eso lo habíamos dejado ya licitado. Sabíamos exactamente cuánto iba a costar. Pero además de estas cosas teníamos otras ideas. Por ejemplo el Sistema de la Nacionalidad, del cual se hizo buena parte. Caracas no tenía un sitio donde la gente pudiese pasear tranquilamente. Allí podían lograrse esos espacios y a la vez poner a la gente en contacto con la historia. El concepto era enlazar materialmente el centro donde se forman los próceres civiles, la Universidad, con el centro donde se forman los próceres militares, la Escuela Militar. Lo concebimos en cuatro tramos: Próceres, Precursores, Símbolos de la Nacionalidad y Los Ilustres, que son los Próceres Civiles. Allí en ese conjunto faltó, que lo teníamos previsto, el Monumento a los Próceres Civiles que se iba a hacer aproximadamente donde está la Plaza de Las Tres Gracias. Hubo varias otras obras que se quedaron sin hacer, algunas de las cuales estaban incluso comenzadas como el Edificio Rental de la Ciudad Universitaria, en la Plaza Venezuela, que se concibió, como lo indica su nombre, para que le produjera rentas a la Universidad. Era un edificio de cincuenta plantas. El edificio, para ese entonces, más alto del mundo en concreto armado. Se pensaba también traer a Venezuela los Juegos Olímpicos (que se efectuaron después en Tokio). Para eso, hacia el Este, se iba a hacer la Villa Olímpica y un gran Stadium con capacidad para 80 a 100.000 espectadores.

OT. ¿Dónde iba a estar ubicada esa Villa Olímpica?

PJ. En La Carlota. Pero hay otras cosas. Queríamos hacer del Avila un gran parque en relieve. Para eso comenzamos facilitando el acceso a él, por teleférico (que no iba a ser el único acceso), que incluía la conexión con el Litoral. Luego un funicular pe-queño para llegar al Hotel, y luego otros accesos y algunas explanadas para que entre el Litoral y Caracas se desarrollase un parque en relieve, que iba a ser un parque sui generis, único en el mundo, como superpuesto sobre la pendiente de la montaña. Era un concepto que podíamos llamar romántico, en su esencia, pero también práctico. Queríamos dar pasos hacia adelante, distintos a lo que se había hecho en el mundo hasta ese momento, queríamos superar los precedentes.

OT. Aquí tocamos un punto bien interesante. Fíjese usted. En esa época, cuando ustedes hablaban de hacer algo en La Carlota, ¿qué se discutió desde el punto de vista militar en cuanto a la eliminación del aeropuerto?

PJ. Es un absurdo tener enclavado un aeropuerto en el corazón de una ciudad. Eso no se justifica desde ningún punto de vista. Eso hay que sacarlo de ahí.

OT. ¿ Y cómo es que ha habido ahora tanta polémica? Porque cada vez que se habla de que La Carlota no debería estar allí siempre sale alguna voz que se supone basada en el conocimiento de cuestiones militares que dice…

PJ. Pues si es una voz militar es una voz equivocada, es una voz que no tiene ningún mérito, ningunas credenciales para dejarse sentir, porque es un absurdo tener un aeropuerto de tipo militar allí. Además, como nosotros pensábamos vincular más el Litoral con Caracas, con nuevas vías de comunicación, al Aeropuerto se podía llegar por la actual Autopista (que entre paréntesis la han dejado echar a perder) y por la Autopista a través del túnel, desde el otro lado. Y también a través de los teleféricos. De manera que entonces no se justifica meterle a Caracas, en el medio, un aeropuerto con todos los inconvenientes que eso significa. Y si hay alguna voz militar que opina lo contrario, pues es una voz absurda.

OT. Porque hace algún tiempo, hace unos cinco años, volvió a plantearse una discusión sobre La Carlota. Yo participé en un foro en una oportunidad y defendí, junto con otras personas, la tesis de sacar a La Carlota. En ese foro, por cierto, estaba participando Tomás José Sanabria y recordé allí (y además lo había dicho en un pequeño artículo de prensa), que en mi época de estudiante de arquitectura tenía yo un pequeño negocio de copia de planos, al cual nos llegó en una ocasión, a principios de 1957, un enorme plano de conjunto, muy bien hecho, de la oficina de Sanabria, que era precisamente una proposición de usos para La Carlota. No sé si usted recordará los antecedentes de este planteamiento. Lo que yo recuerdo (porque Sanabria en esos foros no dio información) era que se trataba de una especie de ciudad institucional.

PJ. En realidad había varias ideas, pero la que estaba, digámoslo así, más arraigada, era el Stadium y la Villa Olímpica. Porque esos edificios después se destinarían a vivienda.

OT. ¿Quiénes eran sus interlocutores en esos planes? Supongo que uno de ellos sería Malaussena. ¿Quiénes más puede usted mencionar?

PJ. Sí, Malaussena en algunas cosas. Pero yo siempre le he dado importancia a la cuestión funcional y gran parte de las consideraciones funcionales de esos proyectos eran exclusivamente mías. Claro, se requería el asesoramiento del técnico para las realizaciones, pero en cuanto a lo funcional siempre tuve yo algo que decir. Déjeme decirle algo por ejemplo con respecto a las torres del Centro Simón Bolívar. Ellas no estaban proyectadas con la altura que actualmente tienen sino un poco más bajas, tres o cuatro pisos mas bajas. Entonces, observando yo las dos masas, me daba la impresión de dos personas altas con una cabeza reducida, como muy pegada a los hombros, de manera que, con el propósito de darle esbeltez a las masas, le dije al Ministro de Obras Públicas: estudie usted la posibilidad de alargar el cuello de estos edificios un poquito para darles mayor esbeltez. Llévelo, no me acuerdo exactamente cuántos pisos eran…

OT. Veintiocho, me parece..

PJ. Llévelos a treinta y tantos. Ponga la parte superior que llegue a la altura de la Cota Mil. Si esto se puede hacer desde el punto de vista técnico sin que la estructura sufra, sin que haya peligro, hay que hacerlo. Pues se hizo, las torres se elevaron un poco y se pusieron a esa altura… De manera que, cómo no, yo atendía a las cuestiones técnicas, pero muchas cosas eran de mi propia opinión. Y además quería que las cosas se hicieran bien. Ya le digo que para la tumba del Libertador se iba a llamar no sólo arquitectos venezolanos sino extranjeros, porque queríamos hacer una cosa de jerarquía mundial, hacer algo urbanístico de excepción.

OT. Y en relación al propio Miraflores ¿qué planes tenía?

PJ. Ah, sí, ya había un proyecto presentado. Usted sabe que a Miraflores se le había hecho ya el Palacio Blanco, para oficinas, y el de la Guardia de Honor. Esto se iba a completar con otra edificación para la sede de la Presidencia de la República.

OT ¿Pero iban a dejar a Miraflores?

PJ. No, el Miraflores antiguo se demolía y se construía un edificio armonizado con los otros y por supuesto adecuado a las necesidades de la Presidencia. Porque nosotros pensábamos reestructurar el gobierno y además de los Ministerios crear también las Secretarías, porque dentro de una estructura racional, el Presidente de la República necesita cerca de sí varias secretarías que sirven para que la acción del Presidente de la República se extienda, a través de esas secretarías, a los distintos Ministerios. Que se dividirían en Ministerios de Alta Política, de la Producción y de los Servicios. La acción de esos Ministerios se iba a manejar desde distintas secretarías cuyas oficinas iban a estar en el Palacio de Miraflores.

OT. Recuerdo que cuando tuve la oportunidad de trabajar en la Plaza Bicentenario, durante el gobierno de Luis Herrera Campíns, que fue continuada parcialmente en el de Jaime Lusinchi, quedando a medio hacer, mal construida, mal mantenida hasta el punto de convertirse para mí en constante motivo de angustia; durante ese tiempo me pude conectar con la situación general de Miraflores y hay varias cosas que me llamaron la atención, sobre las que me gustaría que usted me hiciera algún comentario. Una es, por ejemplo, el montículo que existe del lado Oeste de Miraflores, cuyo tope es utilizado hoy para un Helipuerto, que según se dice, fue hecho con la tierra proveniente de las excavaciones del Viaducto Nueva República, que es uno de los límites de los terrenos de Miraflores y fue construido durante su gobierno; tierra, según esos mismos comentarios, que fue mandada a poner allí por razones de seguridad. ¿Es eso cierto?

PJ. No, esa sería una protección muy rudimentaria, fuera de toda lógica… Se estaban estudiando los primeros Anteproyectos para Miraflores, se estaban revisando…

OT. Entre los cuales seguramente estaba uno hecho por Malaussena, tal como aparece en un libro sobre su obra hecho hace unos años por la Arq. Silvia Hernández de Lasala.

PJ. Estábamos en el período de estudiar Anteproyectos con la idea fija de darle una nueva estructura al gobierno…

OT. Me interesa mucho oírle comentarios sobre la Ciudad Universitaria. Para muchos arquitectos de mi edad y para muchos más jóvenes, la Ciudad Universitaria es un ejemplo de arquitectura que nos ha enseñado muchísimo, y que visto en una perspectiva latinoamericana es un ejemplo excepcional…

PJ. Eso no es obra nuestra, la Ciudad Universitaria venía ya. En honor a la verdad, para serle sincero, no fue concepción nuestra sino anterior. La encontramos muy justificada y la llevamos adelante, y en nuestro gobierno fue cuando se construyó la mayor parte. Lo único que le agregamos a la Ciudad Universitaria fue el Edificio Rental…

OT. Fue muy interesante que un hombre como Villanueva haya podido actuar allí con toda libertad haciendo lo que creía como arquitecto. No sé qué recuerdo tiene usted de él. Seguramente contó con el estímulo…

PJ. En la Ciudad Universitaria lo que hicimos fue continuar la obra. Las concepciones del conjunto, salvo el Edificio Rental, no fueron nuestras, nos encontramos con que eso había que continuarlo…

OT. ¿Pero usted les dio de todas maneras a ellos, al equipo que allí estaba, apoyo, libertad?

PJ. Claro que sí. Y de la Ciudad Universitaria recuerdo el Aula Magna, que cuando se inauguró era el salón de ese tipo mayor en el mundo, con capacidad…

OT. Alrededor de 2.700…

PJ. Sí…allí fue donde se efectuaron todas las sesiones de la Décima Conferencia Interamericana de Cancilleres. Volviendo al punto, la Ciudad Universitaria no fue planificada por nosotros, encontramos que eso estaba bien…¡y adelante!…eso sí, la impulsamos.

OT. Allí estaba el coronel Damiani…

PJ. No, él era Capitán, Director del Instituto de la Ciudad Universitaria…

OT. Un hombre que ha sido siempre visto de una manera muy positiva porque la Ciudad Universitaria se construyó muy bien…

PJ. Sí, se construyó bien y nosotros le dimos el impulso que necesitaba. Sí…e insisto que faltó hacerse allí, para completar ese conjunto, el Edificio Rental… fue Damiani el que se encargó de presentar ese Proyecto porque le dijimos, hay que darle a la Ciudad Universitaria rentas propias. Teniendo rentas propias la Universidad es realmente independiente, porque eso de ser independiente dependiendo económicamente de otro es una independencia muy menguada, muy pequeña…

OT. Y ahora a la Universidad sigue haciéndole mucha falta eso, porque la Universidad tiene un problema crónico de presupuesto…

PJ. …al conjunto le falta eso y algo más bien ornamental, el monumento a los Ilustres en la Plaza de las Tres Gracias… y quizás regular la arquitectura a los dos lados del Sistema de la Nacionalidad. Hemos hablado de las cosas que recuerdo para Caracas, pero podemos hablar de Maracaibo, por ejemplo del Puente sobre el Lago. Lo habíamos concebido un poco más alto, más ancho, con vías para trenes, no de la red de ferrocarriles nacionales sino para rutas de cercanías. Desde la desembocadura occidental del Puente, hacia Maracaibo, se proponía un gran eje urbano, con tres vías en cada sentido, como el Paseo de La Castellana de aquí de Madrid, con arquitectura regulada a cada lado.

OT. El Concurso Internacional para el Puente sobre el Lago se hizo por allí por el año 57.

PJ. Sí, y el proyecto ganador utilizaba los mismos principios de diseño de un puente que hay aquí en la desembocadura de uno de los ríos franceses sobre el Cantábrico, que es un puente muy esbelto. No recuerdo exactamente el nombre. Precisamente en el último Tour de Francia salieron vistas en la televisión de los ciclistas pasando por ese puente. Me acordé en ese momento que habíamos visto ese puente en fotografías y que había sido presentado como ejemplo a seguir.

OT. En cuanto a la experiencia que hubo en su gobierno con las edificaciones aisladas, como en el caso del Palacio Blanco, por ejemplo ¿Cómo era su relación con el arquitecto? ¿Cómo fue por ejemplo su relación con Malaussena?

PJ. Respecto a eso, está la experiencia del Círculo de las Fuerzas Armadas. Lo hicimos con varios propósitos, entre otros, darle a los oficiales un Centro Social donde ellos podían concurrir, porque no tenían un lugar apropiado. Había sólo en aquel entonces clubes civiles. No tenían tampoco un lugar donde pudieran alojarse al venir a Caracas, o practicar deportes, o un Centro para Conferencias, etc. Se mandaron comisiones a varios países: Francia, la Argentina, aunque queríamos hacer un Centro aún mejor, con mayores facilidades. Malaussena ya había hecho el Proyecto y estaba construido el edificio, pero faltaba algo, y un día conversando con él, yo tenía una buena amistad personal con él, le dije, venga acá Malaussena, vamos a ver esto ¿qué le falta al Círculo? Me dijo, yo creo que no le falta nada. Pues sí le falta, le dije, le falta un poco de fachada y algo que usted todavía no ha previsto que es un gran salón para fiesta. Tiene usted razón, me dijo él. Esto se lo cuento porque yo tenía con él un tipo de relaciones cordiales. No eran impositivas: haga esto porque a mí me da la gana, porque yo no soy hombre de ese tipo de actitudes. A mí me gusta razonar las cosas.

OT. ¿Y ustedes se conocieron cuándo?

PJ. Durante la construcción de la Escuela Militar. Allí fue efectivamente donde conocí a Malaussena, ya le voy a contar. La Escuela Militar la había proyectado el General Medina, pero la había proyectado para 115-120 cadetes, cantidad insuficiente. Recién pasado el Movimiento del 18 de Octubre, yo me puse a revisar las cosas (antes del Movimiento, ya sabíamos que la Escuela era insuficiente), hablé con el Ministro de Obras Públicas que era el Bepo Lander (Luis Lander) y él me dijo, bueno ya eso está en marcha… yo le repliqué, un momentico, eso es insuficiente, la Escuela Militar tiene que tener por lo menos capacidad para cuatrocientos cadetes. Me dio varias excusas. Entonces yo le dije, bueno, si es necesario hacer un nuevo movimiento para que eso se modifique, lo hacemos, pero usted tiene que…¿quién es el arquitecto? El Dr. Malaussena, me dijo. Entonces llamé a Malaussena. El no tenía la culpa de eso, a él le habían encargado un edificio de ese tamaño y lo había hecho. Entonces le dije, venga acá Malaussena, necesitamos una Escuela Militar para cuatrocientos y tantos cadetes…no recuerdo bien el número pero era mucho más de lo que se pensaba construir…¿cómo hacemos entonces para ampliar esto sin romper nada y sin perjudicar demasiado, digámoslo así, la presencia arquitectónica? Pues yo creo, me dijo, que quizá se pueden poner dos bloques laterales internos. Bueno, si eso es factible, usted armonice esos dos bloques en la parte inferior, a fin de darle la capacidad. Así se hizo… Pero esa proposición para la Escuela Militar no contemplaba alojar a todo el ciclo de estudios militares, sino que iba a ser solamente para los dos últimos años de la formación de los profesionales. Antes se debía construir una escuela, que se hizo en mi época, la Escuela Básica de las Fuerzas Armadas, de manera que en ella se formasen durante dos años, en un ciclo común, todos los profesionales de todas las Fuerzas, los Marinos, los Aviadores, los Terrestres y los de la Guardia Nacional. Le dije entonces a Malaussena, ahora hay que construir la Escuela Básica, ahora, armonice el conjunto arquitectónico; y entonces él puso como enlace entre los edificios las columnatas aquellas que enlazan los distintos cuerpos. Insisto mucho en que lo que a mí me interesaba sobre todo era la cuestión funcional. Algo que en general se tomaba poco en cuenta, por eso el arquitecto hacía lo que le parecía. Con toda razón, porque un arquitecto no tiene por qué saber cuáles son las verdaderas necesidades. Y por eso el Centro Simón Bolívar fue inicialmente concebido muy restringidamente.

OT. En relación a lo del monumento a Bolívar y lo del Bloque Uno ¿hubo alguna reunión conjunta entre los arquitectos?

PJ. Yo no sé si la hubo porque eso estaba en los preliminares. Lo que sí habíamos resuelto y trabajado definitivamente era lo de llevar la Avenida hasta Los Caobos. Lo otro era otra etapa a cumplir… creo que sí se había hablado algo…

OT. Bueno, hay la anécdota de que ya entre Malaussena y Villanueva había habido conversaciones y parece ser que Villanueva había estado de acuerdo en la idea de quitar el Bloque Uno. Porque usted sabe que sobre estas cosas siempre corren hipótesis distintas, y una de ellas es considerar las cosas de una manera más estática, El Silencio es así y punto…

PJ. En eso sí nosotros no estábamos de acuerdo, porque no hay… déjeme decirle lo que ocurrió cuando nosotros decidimos demoler muchas casas en el Centro para la construcción de la Ave. Urdaneta. A mí me lo criticaron muchas veces, pero yo, en estos casos, después de haber estudiado juiciosamente, con detenimiento, el problema, si no me daban argumentos superiores a los míos yo mantenía mi punto de vista. Resulta que en Caracas había una casa donde había funcionado el Colegio Chávez. Recuerdo que Gerardo Sansón, eso era en la época de la Junta Militar, llevó el proyecto de la Avenida y dejaba al centro, como en una isla, al Colegio Chávez pasando una vía por un lado y la otra por el otro. Yo, después de estudiar la cuestión, le dije a mis compañeros de Junta, esto no es posible, porque hay dos razones para dejar una edificación: que tenga valor arquitectónico, numero uno; o que tenga valor histórico, número dos. Si no hay esas dos cosas, no hay por qué interrumpir la rectitud de una Avenida por dejar algo atravesado que ni vale arquitectónicamente ni tiene credenciales históricas para su permanencia allí. Entonces le dije a Sansón, usted elimina esto…le di mis razones…porque ellos habían venido a la reunión con el propósito de salvar al Colegio Chávez. Y resulta que el Colegio Chávez había tenido reformas, de manera que no era ni siquiera la construcción original.

OT. Está el caso del aeropuerto de Maiquetía, por ejemplo ¿hubo en su gobierno alguna discusión sobre él?

PJ. La idea inicial, que no se llegó a concretar, que pensaba yo que podía justificarse, era prácticamente mochar Cabo Blanco y echarlo sobre el mar y allí hacer pistas sobre el mar que facilitarían la aproximación de los aviones y entonces sobre Cabo Blanco hacer las instalaciones para el Aeropuerto y lo que son actualmente las pistas dejarlo para fines urbanísticos. Se trataba de empujar el aeropuerto hacia el mar.

OT. Hubo también la tesis de desplazarlo hacia Higuerote…

PJ. No, el aeropuerto había que mantenerlo cerca de Caracas. Al alejarlo e intensificarse el tránsito se plantearía el problema de las vías de comunicación. Había que mantenerlo en esa zona, pero claro, ganándole terreno al mar.

OT. Hay algo en relación a Malaussena que me interesa, de tipo anecdótico. El le hizo a usted el proyecto de una casa que se comenzó a construir…

PJ. Sí, efectivamente…

OT. …que se adelantó mucho, allí en Colinas de Bello Monte. ¿Tiene usted algún recuerdo sobre el proceso de Proyecto?

PJ. Yo no recuerdo mucho esa casa. Eso lo expropiaron…o lo cogieron. Usted sabe que a mí me saquearon… las propiedades las confiscaron, las expropiaron después de haberlas saqueado. Después me extraditaron por peculado…una cuestión que no se puede justificar… porque yo no administraba, administraban los Ministros. No me pudieron procesar por peculado porque eso hubiera sido como procesar a alguien por violación a distancia. Una cuestión imposible. Entonces lo hicieron por enriquecimiento ilícito. No me pudieron probar nada. Me tuvieron cinco años y ocho meses en la cárcel y me condenaron a cuatro años un mes… es decir, me tuvieron preso más tiempo del que legalmente correspondía. Después cuando volví a Venezuela y hubo algunas manifestaciones populares, entonces el Dr. Caldera resolvió modificar la Constitución Nacional, darle carácter retroactivo e inhabilitarme a perpetuidad. Por principios de carácter jurídico la pena accesoria nunca puede ser superior a la pena principal; sin embargo, además de haber sido condenado a cuatro años… fui inhabilitado, violando ese principio. Yo salí de la cárcel en el 68, ya hace veintiséis años, desde entonces estoy en España.

OT. Sus hijas se casaron aquí…

PJ. Afortunadamente, al pasar de los años, he logrado acomodarme, es decir, hacer una vida sosegada, tranquila, grata, estar perfectamente instalado. Esta casa, de acuerdo con mi manía hacia lo funcional la he hecho para mis costumbres, de manera que yo a veces no siento la necesidad de salir de la casa porque en ninguna parte encuentro las comodidades que tengo aquí de manera que me siento perfectamente confortable. Esto se lo digo porque se dice allá de la «caída de Pérez Jimenez» y al cabo de treinta y siete años de mi salida de Venezuela…yo salí voluntariamente, nadie me puso a mí una pistola en el pecho para salir y creo que es la mejor decisión que he tomado en mi vida. Repito, al cabo de treinta y siete años de haber salido, me encuentro tranquilo y feliz y lo único que pido a Dios en mis oraciones, porque yo sigo siendo religioso, es que me conserve lo que tengo, no que me dé más. En cambio mi país se ha venido abajo.

OT. Hay dificultades graves…

PJ. No graves sino gravísimas. De manera que yo hago una pregunta ¿quién cayó?

OT. Para las personas de mi generación (yo tenía escasamente diecisiete años el 23 de enero del 58) las cosas que ocurrieron entonces fueron como un gran escenario, muy dramático. Yo tenía un sentir entonces que seguramente no coincide con el que tengo hoy, pero usted sabe cómo son los procesos de los países. A todas las personas de mi edad nos ha afectado mucho darnos cuenta que nos ha tocado vivir una época de deterioro…

PJ. De intenso deterioro…

OT.…nosotros a los dieciocho años éramos muy optimistas con Venezuela. Yo lo sigo siendo por distintas razones.

PJ. Mire, Venezuela tiene credenciales históricas, recursos naturales y situación geográfica, para ser un país de mucho mayor jerarquía, pero con las administraciones que ha venido teniendo… es el país que se ha empobrecido más en Latinoamérica. Claro que hay países más pobres, pero Venezuela cayó de una posición cimera a una posición simera, con cambio de la «c» a la «s», de la cumbre al Y esa es una realidad, no es que yo lo diga por resentimiento ni nada…y el que no quiera verlo está ciego.

OT. Uno, sin embargo, mantiene expectativas respecto a su país, pero las generaciones más jóvenes, por ejemplo, mis hijos, son mucho más realistas y cuesta convencerlos de que hay la posibilidad de una visión positiva …

PJ. Pero la visión positiva…el país necesita parar el mal, porque el mal no solamente está allí sino que está in crescendo, cada día el bolívar se desvaloriza más, cada día el poder adquisitivo del venezolano va disminuyendo, cada día el mal se va acrecentando, eso se puede demostrar con cifras. El mal no solamente hay que atacarlo, sino que hay que evitar que continúe, hay que pararlo. Ahora, al parar el mal hay que hacer labor de extirpación de males, no quiere decir esto que hay que matar gente ni mucho menos, sino que hay una serie de males en Venezuela que hay que sacarlos. Por ejemplo, uno de tantos: una tremenda burocracia que se lleva el setenta por ciento de los ingresos presupuestarios cuando no se necesitan más de cuatrocientos mil burócratas (como máximo, porque seguramente se podría con trescientos y tantos mil); eso sí, gente preparada para servir al país. Ese es uno de los grandes males, habría que destinar ese dinero que se gasta en burocracia para obras de infraestructura, de cabal funcionamiento de los servicios, es decir gastos beneficiosos para la comunidad. De manera que, si se lograra que las generaciones actuales lograran estructurar un gobierno capaz, ese gobierno necesitaría extirpar males y abocarse por un período de quince años, por lo menos, a recuperar el país de los males que padece. Cómo no, estoy de acuerdo con usted en que Venezuela tiene las bases para aspirar a tener una situación como la que tenía en el 57, pero se necesitan cambios. Venezuela en ese año era la primera potencia económica de América Latina, era una nación prestigiosa, una nación con seguridad extraordinaria, ¡con cero delincuencia femenina! ¡era un país sin delincuencia femenina! Y con muy baja delincuencia masculina. De manera que era un país ideal, sobre todo si se le compara con lo que ha ocurrido después. Era un país sin deuda. Allí están los hechos para demostrarlo: los europeos preferían ir a Venezuela que a cualquier otro país. Una de las aspiraciones que teníamos, porque no carecíamos de una orientación filosófica, era constituir una patria próspera, digna y fuerte. Para eso, organizar una producción racional (cuya explicación es un poquito extensa pero que estaba perfectamente concebida), mejorar el medio físico, fortalecer a la nación con una serie de realizaciones. Una de las cosas que teníamos como objetivo era la recuperación del patrimonio territorial perdido: los casi cien mil kilómetros cuadrados que se perdieron por el Occidente frente a Colombia, y estábamos dando pasos también para la recuperación del Esequibo que se le había quitado a Venezuela siendo Capitanía General. Déjeme decirle algo, yo no puedo regresar a Venezuela porque tengo un auto de detención y estoy inhabilitado, pero si pudiera volver no tendría aspiraciones políticas, me considero ya, desde hace unos quince  años,  retirado  de la política, porque tengo ya ochenta años y he hecho mi vida fuera de Venezuela. Ahora, lo que sí me queda son inquietudes de ciudadano venezolano y quisiera ver a mi patria, sinceramente, redimida de los males que padece actualmente. Ojalá que las generaciones actuales…yo quisiera ver surgir en Venezuela un conglomerado de ciudadanos con ideas precisas sobre cuál podría ser esa redención, en qué consiste…

OT. Uno tiene esperanzas de que eso ocurra…

PJ. ¡Pero no hay solamente que tener esperanzas…!

OT. No solamente… yo creo que algo comienza a surgir, pero también es verdad que en nuestro país es difícil apostar a que las cosas se Ya veremos… fíjese usted que estas preocupaciones sobre las que hemos estado conversando en relación a la ciudad, a todos los que hemos hecho un esfuerzo por pensar los problemas urbanos de Venezuela y particularmente los de Caracas, nos preocupa mucho…

PJ. A propósito de los problemas urbanos de Venezuela, usted sabe que nosotros nos encontramos con el problema de que en la capital de la república había sesenta y cinco mil ranchos. Y en un propósito de mejorar como si dijéramos el componente étnico de la nación, nos surgió como necesidad primera la de extirpar el rancho porque el rancho es foco de una serie de vicios. De los ranchos salen clientes para las cárceles, para los prostíbulos etc., el rancho es una lacra. Comenzamos la labor de extirpación del rancho sustituyéndolo por una vivienda normal. Para fines del año cincuenta y siete se habían extirpado cincuenta y ocho mil ranchos, de manera que quedaban sólo siete mil ranchos por extirpar, siendo reemplazados por edificios.

OT. ¿Recuerda usted quién estaba en el Banco Obrero para ese entonces? ¿Era Julio Bacalao Lara?

PJ. No lo recuerdo. Bacalao Lara era Ministro de Obras Públicas, pero había estado en el Banco Obrero.

OT. En esos planes participó Villanueva …

PJ.…Creo que sí…yo no recuerdo exactamente, allí concurrieron muchos profesionales…

OT. Sí…se lo digo para darle mi memoria de lo que eso significó…se fundó en el Banco Obrero, para hacer frente a esos planes, un Taller que se llamó Taller de Arquitectura del  Banco  Obrero TABO, y el director de eso era Villanueva. En ese taller había un grupo de arquitectos jóvenes que colaboraban con él, que hicieron todas las proposiciones para lo que se hizo en El Valle, la Unidad Residencial de El Paraíso, la Unidad Residencial del Valle, que fueron construidas entre los años 53 y 56…Los Jardines, Coche…y muchas cosas que se hicieron en esa época. Se comenzó el plan de Cerro Piloto primero y luego el del 23 de Enero o 2 de Diciembre, como se llamaba en su gobierno…

PJ. Sí, se le cambió el nombre. Ahora las cosas se denominan en función de las fechas en las que fueron dañadas, no de la fecha en que fueron hechas.

OT. Esa experiencia fue muy importante en América Latina…

PJ. Allá voy … estos planes de vivienda eran muy importantes para nosotros. Contribuían a eliminar las diferencias sociales, extirpar el rancho era elevar el nivel social de los habitantes. Eran los más ambiciosos de América Latina. No había en otro país un plan de edificación de viviendas racionales para los niveles económicos más bajos, tan intensivo como el que hubo en Venezuela. En esos días recuerdo que me dijo el Gobernador del Distrito Federal, el comandante Pacanins, por ahí está Mora (que era Secretario General de la Organización de Estados Americanos) que quiere visitar las construcciones que estamos haciendo. Fuimos a lo que es hoy el 23 de Enero. Lo estuvimos viendo juntos y se quedó asombrado de la magnitud. Y me dijo, yo quiero ahora visitar uno de los apartamentos, ese de allá. Sí como no. Le dije a Pacanins, vamos a ver como resulta la cosa. Tocaron la puerta…¿quién es?…es el Gobernador… pase adelante, dijo la señora… mi esposo es obrero…¿y usted cómo hizo para arreglar el apartamento?…aquí vino una trabajadora social y me dijo cómo debían ponerse las cortinas…El hombre salió asustado…de ver lo bien que se manejaban las cosas, cuando a él lo habían convencido de que la dictadura lo que  hacía era obras inútiles y nada de beneficio público.

OT. Me decía que eso fue en el actual 23 de Enero…

PJ. Sí, lo que recuerdo es que eran los edificios que estaban cerca de la vieja Escuela Militar…

OT. Una de las peores cosas que se han hecho en los últimos treinta años en Venezuela, han sido los planes de vivienda, que han sido muy deficientes…

PJ. Pero lo grave no es que se haya hecho algo deficiente, sino que ha crecido enormemente la ranchificación de la ciudad. Cuando nosotros salimos de Venezuela quedarían en toda la República unas doscientas mil viviendas inadecuadas, en todo el país, después de nosotros haber encontrado más de quinientas mil. En Caracas tengo las cifras más concretas: sesenta y cinco mil ranchos censados (algunos de los cuales visité personalmente y vi la inmundicia de aquellas viviendas). Quedaban como le dije ya, a mi salida, sólo ocho mil, de manera que nosotros estábamos remediando eso, que lo considerábamos uno de los requerimientos más urgentes. Hoy día en el Área Metropolitana de Caracas hay más de doscientos mil ranchos y en toda la república hay más de un millón. No solamente no se han construido buenas viviendas, sino que se ha acrecentado el problema. Eso comenzó con el gobierno provisional del Almirante Larrazábal, que estableció un Plan de Emergencia que consistía en darle un subsidio en Caracas a los que estaban desocupados; entonces gente que tenía trabajo en el interior del país lo dejó y vinieron a Caracas a constituirse en desempleados; muchos de ellos se inscribían en dos o tres oficinas y muchos de los que manejaban las oficinas se cogían el dinero. Eso fue desastroso, allí se botó gran parte de los dos mil trescientos ochenta y cuatro millones de bolívares que a mi salida estaban en el fisco. Los despalillaron como se dice vulgarmente en Venezuela. Y se aceleró un proceso de invasión de ranchos que se hizo gigantesco en pocos años. Le digo esto, como para terminar: un pensador europeo, no recuerdo su nombre, dijo hace alrededor de veinte años que el ciudadano común y corriente necesitaría a fines de siglo un sesenta por ciento más de conocimientos de los que tenía en ese entonces, para poder desenvolverse en la misma forma. De esos conocimientos, un noventa por ciento (de ese sesenta por ciento) debía ser de conocimientos nuevos. La mente del ciudadano común y corriente tiene que adaptarse a esos requerimientos porque la ciencia y la tecnología han hecho y han seguido haciendo avances extraordinarios en lo que va del siglo. Se podría decir que debe mentalizarse para adaptarse a los cambios. Pero si bien necesita mentalizarse el ciudadano común, mucho más lo necesita el dirigente, el gobernante. ¿Qué está pasando? No solamente en Venezuela, pero en Venezuela está ocurriendo en grado sumo: nuestro país está dirigido por una analfaciencia, practicada por gentes que podrían tener alguna cultura en letras, cómo no, buenos discurseadores, buenos expositores, buenos novelistas, buenos literatos, pero la humanidad actual requiere otro tipo de gobernante más adecuado para dirigir a los especialistas que cada día van surgiendo necesariamente en mayor número. Porque ante la imposibilidad de adquirir conocimientos in extenso, habrá necesidad de irse especializando en las distintas ramas, en las distintas actividades que se van creando en la sociedad moderna. El dirigente no tiene que ser especialista en todo, pero sí debe tener los conocimientos suficientes en ciencia como para poder saber estar informados sobre qué cosas convienen o cuáles no y sobre todo para poder dirigir a los científicos y a los técnicos que tenga que dirigir.

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Apagamos el grabador, la conversación siguió por unos minutos más, por otros caminos, más bien políticos. Un dato que recuerdo por el impacto que me causó: durante el gobierno de Pérez jimenez se invertía en obras el 38 por ciento del presupuesto nacional… ¡hoy el porcentaje es menor del 6 por ciento! Fuimos despedidos con amabilidad. Regresamos al hotel haciendo los más predecibles comentarios. Me llamó la atención en ese momento que sus palabras me hubiesen producido nostalgia. Mientras preparaba esta transcripción regresó el mismo sentimiento. ¿Nostalgia de qué? ¿Si no es de la dictadura porque somos demócratas, de qué entonces?

De varias cosas.

En primer lugar recordemos que en el año 58, no había en Venezuela 100 arquitectos, funcionaba una sola Facultad de Arquitectura y en ella estudiábamos escasamente cuatrocientos alumnos.  Hoy hay 10.000 arquitectos, 100 veces más; y si sumamos todas las Escuelas privadas y públicas hay casi cinco mil estudiantes. Pero en aquel entonces, con todo y ser casi desconocido por la comunidad, nuestro oficio de arquitectos se respetaba desde el Estado venezolano infinitamente más que hoy. Si uno no puede menos que esbozar un gesto de desaprobación frente a los relatos de Pérez Jiménez respecto al Colegio Chávez y al caprichoso aumento de pisos de las Torres de la Ave. Bolívar –que alteró negativamente sus proporciones– siente por otra parte impulsos de elogio frente a la total libertad de la que disfrutó Villanueva en la Ciudad Universitaria, o los arquitectos del Banco Obrero en todos los planes que se hicieron por esos años, cuyo valor referencial supera todo lo hecho del 58 para acá, con muy escasas excepciones. Incluso, el tema de las modificaciones en El Silencio no podría ser descalificado a priori como un capricho presidencial, porque se justifica plenamente su discusión como una alternativa para esa zona de la ciudad, abierta a la controversia, pero de ninguna manera absurda.

Da la impresión, por otra parte, de que la prerrogativa de intervenir para hacer modificaciones en aspectos concretos o para proponer determinadas soluciones, la ejercía Pérez Jiménez en aquellas cosas que le quedaban, por así decirlo, más cercanas, o que por algún motivo se le convertían en experiencias personales. Pero en muchas otras cosas, muchísimas si nos atenemos a las cifras de inversión en edificaciones institucionales de esos años, dejaba total libertad a los pocos arquitectos actuantes. Y no está de más decir que esa «prerrogativa» la han ejercido de manera igualmente autoritaria y con resultados bastante más mediocres todos nuestros presidentes democráticos, directamente o a través de sus Ministros, o Presidentes de Institutos Autónomos. Podríamos citarlos uno por uno, si esta fuese la ocasión.

En cuanto a los planes de vivienda, es una verdad histórica que en los de la democracia se ha hecho tanta ideología, ideología populista con sus típicas raíces marxistas, como la que se hizo en los diez años del «Nuevo Ideal Nacional», el slogan de la época dictatorial; sobre todo cuando se convirtió la cuestión de la prefabricación en los años sesenta y primeros setenta en una consigna que puso siempre en segundo plano la cuestión de la calidad y la capacidad de optimización de las técnicas de construcción tradicionales. Y también es verdad que la participación de los arquitectos del país en su diseño y ejecución, durante los últimos treinta años, ha sido proporcionalmente mucho menor. Baste recordar los nombres de quiénes componían por ejemplo el TABO, al cual hacemos referencia en la entrevista, que eran una representativa selección de los arquitectos en ejercicio, dirigidos por un hombre respetado y de mentalidad abierta, Carlos Raúl Villanueva, el arquitecto venezolano más prestigioso de entonces. Porque si uno cuestiona hoy, a partir de la magnitud del fenómeno de la ciudad informal y sobre todo de los mecanismos sociales que la han ido estructurando, la política de sustitución del rancho sobre tierra arrasada como la que se practicó en tiempos de Pérez Jiménez, basada en lo que el General llamó la «extirpación» del rancho, no puede por otra parte dejar de reconocer, y no sólo eso, sino admirar, el aliento que se le imprimió a los planes de vivienda de entonces, convirtiéndolos en tema preferencial de la discusión sobre arquitectura en ese particular momento histórico.

Pero podríamos hablar de otras razones para nuestra involuntaria nostalgia.

No podemos ocultar, por ejemplo, nuestra complacencia al ver que la forma de la ciudad, la arquitectura que la constituye, se utiliza como tema de un discurso político. Por supuesto, al estilo de los dictadores, es decir, como prolongación de un ego que quiere verse confirmado en realizaciones, preferiblemente urbanas. Y nos afecta entonces la nostalgia de soñar sobre la ciudad, no ya sobre Caracas sino sobre todas nuestras grandes ciudades, queriendo para ellas nuevos ejes urbanos, plazas, arquitectura institucional, parques, avenidas, planes de vivienda y rescate de la ciudad informal, que le entreguen al ciudadano la calidad de vida que tan erosionada se ha visto en los últimos años. Uno quisiera ver a nuestros líderes democráticos comprometerse con esa transformación, tener la precisión que uno admira en el ex-dictador como para identificarse con proyectos concretos, que ya hoy no podrán ser decisiones de cenáculo, es cierto, pero sí marcos de referencia para integrar voluntades, para sumar esfuerzos desde todos los niveles de autoridad para llevarlos al rango de objetivos que justifiquen por sí mismos una política. Porque si actuar era importante hace treinta y cinco años, ahora lo es con mucha mayor urgencia aunque no lo indique la general indiferencia y la asombrosa ignorancia, que es lo peor, que ante estos temas muestra nuestro liderazgo político.

Destaca, como ejemplo de lo que significa ver la ciudad como un patrimonio colectivo y no como un campo de juego de intereses mezquinos, la referencia a La Carlota que hace en tono asertivo y convincente Pérez Jiménez, quien es capaz de rescatar en una perspectiva no restringida por una visión de conveniencias a corto plazo, con claridad, la vocación de servicio metropolitano de una zona que hoy es uno de los corazones geográficos de nuestra capital, algo que ninguno de nuestros Presidentes democráticos se ha planteado ni siquiera con un mínimo de coraje, como defensor de los intereses colectivos. ¿No es eso inmensamente irónico?

Quisiéramos ver a los líderes de nuestro Estado, con énfasis análogo al que todavía exhibe nuestro exdictador, expresar su opinión sobre los caminos que deben seguirse y estar dispuestos a identificarse con ellos. Esa necesidad de compromiso ha de regresar a las alturas del poder, que hoy se evade de ella usando la jerga macroeconómica o con el recurrente ejercicio de una retórica tecnocrática (operativos, órdenes, comisiones, planes) que salva al jefe del Estado de cualquier compromiso concreto.  

No hay proyecto político del Estado venezolano, con sentido de futuro, que no deba incluir, como tema central, una política para la ciudad de Caracas como capital orientada hacia la realización de modelos a ser seguidos en otras ciudades del país. Lo que quiere decir en fin de cuentas que tenemos muchos años ya, décadas, o incluso, y nos duele decirlo, todo o casi todo el trayecto democrático que arrancó precisamente con la salida del poder de Marcos Pérez Jiménez, sin un verdadero proyecto político para el Estado venezolano.

Si se habla de modernizar una sociedad, ese es uno de los requisitos.

Y eso se parece a lo que recordaba esa tarde Pérez Jiménez.

 

Caracas, agosto de 1995.