ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro / 12 Julio 2007

Hay gente digna de respeto que piensa que deben darse discusiones, al nivel que sea necesario, con representantes o portavoces del régimen, en relación a las políticas que se diseñan desde el Poder Central. Yo no opino lo mismo y voy a dar algunas razones para ello.

Cuando hablo del “régimen” ya estoy dando una razón importante. En Venezuela no tenemos un gobierno democrático, sino un régimen político afianzado en un dominio total de los poderes públicos. Y cualquier prudente especulación sobre su desarrollo futuro indica que vamos hacia la consolidación de una autocracia, y probablemente, si se logra domar la voluntad popular, la de una estructura política totalitaria.

La segunda razón es que este régimen no ha dado, recientemente, señal alguna de tener interés en discutir. La discusión se da entre sectores del mismo gobierno, no con quienes están fuera de él.

La tercera es que las políticas que se trazan desde el Poder Central dependen, no de su capacidad de suscitar consenso, sino de que encajen en los límites ideológicos dictados por los niveles más altos de ese Poder.

La cuarta es que esos límites ideológicos carecen de estabilidad, dependen del humor y el olfato del Gran Conductor. Y de ese invento que es el socialismo del Siglo 21, en el que la ciudad la hace o deshace el gobierno y los ciudadanos observamos.

Pero hay una razón superior, que deduzco de la enseñanza de las manifestaciones estudiantiles recientes: lo primero es lo primero. Nuestra tarea frente a los representantes del régimen, sean técnicos o políticos, es en primerísimo lugar, pedirles explicaciones por el secuestro de los derechos democráticos, con toda la amplitud que esta demanda tiene. Sólo después de ellas puede haber discusión.

La idea de preservar los “espacios” me parece de una ingenuidad imperdonable frente a todo lo anterior. Me parece además oportunista, me suena a defender un fuero, un modo de vida, una figuración. Tiene un sentido casi ridículo si se contrasta con los asaltos montados desde la hegemonía política. Es la mejor muestra de la confusión que reina en los sectores que deberían aspirar a la dirigencia social. Y no es el momento para dar ejemplos de esos asaltos aunque sí corresponda nombrar el último: el insolente ataque del Gran Conductor contra la Conferencia Episcopal Venezolana.

En este marco general es entonces legítimo preguntarse qué se busca promoviendo una reunión con funcionarios oficiales “que no han confirmado su asistencia” para discutir sobre la Ave. Bolívar. Una reunión que, además, se realiza en una institución recién creada por el régimen, el Museo de Arquitectura, que necesariamente tendrá que ser, como es el mandato dado por el Gran Jefe, rojo-rojito. Respeto a muchos de los que convocan para ese evento, pero no encuentro razones para que lo promuevan ellos y lo que ellos representan.

¿Y tiene que ser el punto culminante de la celebración del Día del Arquitecto una gran fiesta? Porque es obvio que tiene un papel simbólico organizar con ocasión de esa fecha un concurrido sarao en el Hotel Humboldt en el que entre libaciones y alegría general se omitió cualquier referencia clara y directa a la verdadera situación en que se desarrolla hoy el ejercicio de nuestra profesión y las amenazas graves que para su futuro van tomando forma. Sólo importó disfrutar de un momento grato en un lugar mas grato todavía. Nada más.

Estos botones de muestra bastan para que nos preguntemos varias cosas como venezolanos y, más aún, como miembros de un sector privilegiado en la sociedad venezolana como es el sector profesional.

¿Qué es lo que tiene que pasar en Venezuela para que la gente tome conciencia de la gravedad de una amenaza y de la necesidad de plantar cara ante ella? ¿Puede el deseo de sumarse a la bonanza petrolera o el miedo de quedar fuera del juego sostener la indiferencia? Uno puede entender que en un régimen dictatorial tradicional, abiertamente represivo de la libertad de expresión, la gente, por ignorar lo que ocurre, cultive la indiferencia, pero cuando vemos en los medios de comunicación, diariamente, la más variada muestra de excesos de parte del régimen, que las instituciones o sus representantes afecten indiferencia nos asalta la perplejidad. Y tal vez descubrimos la razón por la que podemos hablar de una dictadura del siglo 21: tantas denuncias terminan anulándose entre ellas, tal como ocurría en tiempos de la Cuarta República. La insistencia machacona de los medios en denunciar, termina por convertir la verdad en rumor. Esa sería, esa ha sido sin que nos demos cuenta, la clave de la estrategia comunicacional del régimen: dejar que proliferen todas las posibles denuncias, al final pocos les harán caso. La abundancia atosiga. Lo prueba lo que aconteció con Radio Caracas TV, su cierre hizo más por despertar conciencia que todas las informaciones sobre atropellos antidemocráticos. Un acto concluyente sobre las intenciones políticas fue más impactante que miles de actos en aspectos menos sensibles. Sin hablar de la corrupción, la cual parece no importarle al venezolano común.

Pero de todos modos se justifica la perplejidad ante la indiferencia.

Se ha dicho que en la sociedad venezolana predomina la intuición sobre la reflexión. Según esa tendencia intuir que la situación política actual no tiene solución fácil o al menos no se ve a corto plazo, puede imponerse sobre cualquier necesidad de adoptar una actitud recia y sostenida, producto de la reflexión, frente a ella. En consecuencia, si hablamos de la Ave. Bolívar, más vale discutir para calmar alguna mala conciencia funcionarial o un deseo de hacerse oír por el Poder, que atacar la actitud de ¨caja negra¨ de quienes tienen ingerencia en el tema. Y si hablamos de celebrar, es mejor pasarla bien y tomar whisky gratis que convocar a una discusión a fondo sobre el futuro de la profesión de arquitecto o el de nuestros centros urbanos. Tan simple como eso. Además de que sabemos que, en el primer caso, si no se discute con el gobierno, habrá menos oportunidad de rozarse con el Poder y por lo tanto participará menos gente. Y en el segundo, si el evento es serio y no hay fiesta, sólo concurrirán unos pocos.

UN EJEMPLO DE LUCIDEZ

Como me vengo interesando en el nazismo desde que me doy cuenta de que ha surgido aquí un fanatismo análogo, estoy leyendo un libro de Joachim Fest,Yo no, donde se describe cómo la vida de un joven, el mismo Fest, discurría entre lecturas, conversaciones, veladas musicales y entrenamiento militar, mientras sus compatriotas se congelaban en el invierno ruso, los judíos amigos de la familia iban desapareciendo uno por uno, nadie hablaba con franqueza ante extraños y su propio padre, socialdemócrata de Weimar, vivía un drama interior que impactaba a toda la familia.

Fest, quien fue desde 1973 editor del prestigioso periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung, narra de modo tranquilo, excluyendo todo sentimentalismo según lo que le inculcó muy alemanamente su madre, su vida de adolescente en Berlín, Friburgo y luego, reclutado, en el frente occidental. Habla de sus amigos, de sus juegos de niño en tiempos del asalto a Polonia, de la destitución de su padre, maestro, de sus conversaciones con el párroco católico de Karlhorst, barrio de Berlín, sobre poetas, escritores y músicos de esa Alemania inmortal oculta por el fanatismo nacional-socialista.

Produce admiración la profundidad de su formación, su interés por los problemas fundamentales del hombre, alguna anécdota que destaca las raíces humanistas de la educación en su tiempo, como cuando el párroco Wittenbrick le dice que Mozart es la prueba de la existencia de Dios, todo ello sin embargo teniendo como fondo el drama del poder dictatorial que pareciera no tocarle el corazón ni la mente.

Cuando uno se asoma a una experiencia así, piensa que la única salida sólida para enfrentar la mentira actual venezolana será el cambio de actitud de su gente, el esfuerzo por responder las preguntas esenciales. Y luce enorme en todo el escenario que Fest describe el ejemplo de su padre, que no cede ante los nazis. Ni siquiera a las de su esposa que le dice todos lo hacen. Puede fingirse, le ruega. Pero él parece responderle con una frase del evangelio de San Marcos que destacó una vez ante sus hijos mayores: Eties omnes, ego non! Aunque todos lo hagan, yo no.

Un croquis de Tomás Sanabria, de la primera versión del Hotel Humboldt, tal vez la mejor obra de Sanabria y un monumento de la modernidad venezolana. En ella se celebró el sarao que motiva parte de esta nota.