Oscar Tenreiro / 5 de Junio 2008
Ronchamp es un nombre sonoro para cualquier arquitecto. Pero no muchas personas saben que es un sitio del Sureste de Francia, cerca de la ciudad de Belfort, donde se levanta una modesta iglesia dedicada a Nuestra Señora de los Altos de Ronchamp, proyectada en 1951-52 por Le Corbusier y terminada en Junio de 1955. Una iglesia que representó en su tiempo un hito en la obra de este arquitecto y hoy se reconoce como su obra maestra.
Hay controversia hoy en torno a Ronchamp. Pero diferente a la que trajo hace años la incapacidad de muchos para entender el dinamismo intelectual de su autor, quien ya desde los años treinta se iba revelando contra el racionalismo de las primeras décadas del siglo. Con este proyecto dio una muestra de los múltiples caminos que podía recorrer la arquitectura de nuestro tiempo, abriéndose a la exploración formal apoyado en su genio de artista clave del siglo veinte.
La controversia de hoy nace de la necesidad. Porque Ronchamp ha sufrido las consecuencias de la decadencia formal de la Iglesia Católica y ya no hay clérigos para atender las necesidades rituales de los que concurren al sitio con lo cual la “casa clerical”, que reposa sencilla y pasiva en el borde de la colina donde se eleva el edificio, ya no tiene residente. Ha surgido entonces la idea de que una comunidad religiosa, la de las monjas Clarisas, se establezca en Ronchamp, cuide la Iglesia, mantenga vivo el ritual y el culto y cuide del destino de este ejemplo del patrimonio edificado de Francia y del mundo.
Y para alojar a las monjas se ha pensado utilizar otros puntos de la ladera de la colina. Y se ha buscado a uno de los arquitectos del Star System: Renzo Piano, italiano, que construye por todo el mundo, talentoso, exitoso; que ha construido diez o veinte veces más edificios de los que nunca imaginó Corbusier. Piano es un hombre educado, simpático, nada pretencioso, y al asumir el delicado encargo, ha conquistado a los participantes y ha propuesto un proyecto que en la opinión de este servidor, oscuro arquitecto de un oscuro país, es bastante mediano, dominado por un desenfreno diagonal que parece innecesario, pero eso sí, semienterrado como corresponde para no competir visualmente con la mítica iglesia.
En una sesión de la “Sociedad de Amigos de Le Corbusier” a la que asistí en el Pabellón del Brasil de la Ciudad Universitaria de París, me explicó el proyecto con no oculto entusiasmo Dominique Claudius-Petit, hijo de ese importante personaje de quien he hablado con admiración en esta página, Eugène Claudius-Petit, hombre estrechamente ligado a Le Corbusier. Allí pude entender mejor que el mismo Dominique lidera el grupo “a favor” y se enfrenta (muy civilizadamente porque de parte y otra son viejos conocidos), al grupo “en contra” que tiene como abanderados a importantes personajes de la Fundación Le Corbusier y a un número grande de arquitectos de Francia y de todo el mundo. Ambos grupos han publicado documentos y reportes apoyando sus puntos de vista. El que está en contra se llama “Pour la sauvegarde du site de Ronchamp” y aparece en Google al buscar Ronchamp, y allí puede firmarse la petición para impedir la construcción, para lo cual es recomendable leer un muy completo reporte en francés que puede solicitarse a la Fundación Le Corbusier. El grupo que está a favor no pide adhesiones, pero también en Google puede verse el Proyecto y por supuesto en la página web de Renzo Piano.
El día de la explicación de Dominique había una charla de José Oubrerie sobre la terminación reciente de la Iglesia de Firminy. No podíamos quedarnos para el día siguiente cuando se dicutiría lo de Piano porque había planeado con mi mujer, precisamente, visitar a Ronchamp. Salimos hacia allá muy temprano y a cuatro horas de ruta y después de las preguntas de rigor para orientarnos, la dueña de un pequeño café muy francés y muy concurrido, amablemente nos dijo como llegar.
El perfil de la iglesia sobre la colina se percibe desde lejos y se llega finalmente a un estacionamiento junto a una casita improvisada que sirve de control. Al subir la pequeña cuesta desde ella, se deja a un lado la casa clerical y se percibe imponente la fachada oeste del monumento. Si reviví en ese momento el asombro y admiración de mi primera visita casi cincuenta años atrás, me tocó de tal manera la emoción primeriza de mi esposa que se dispararon en mí múltiples imágenes de mi vida y la de los míos, de mis viejos vínculos con el misterio que el lugar evoca y, cuando ya estábamos junto al altar y a la figura de María, resultó una consecuencia pronunciar la oración tantas veces repetida. El Dios te salve sale fluido, como natural, con lo cual uno rinde además un homenaje (es un asunto de arquitecto, lo reconozco) a esa forma de arte, capaz de comunicar, como su autor decía, “el sentido de lo sagrado”, que hoy parece tan ausente.
En ese recrear la presencia de lo sagrado está la clave de esta arquitectura. Siendo Corbu agnóstico, según sus declaraciones ocasionales, era sin embargo un hombre de vida interior intensa que no puede calificarse sino de religiosa. Sus testimonios de primera juventud, que hoy se conocen mejor, sus reflexiones sobre su modo de ver la tarea que le aguardaba, su pensamiento desarrollado profusamente a lo largo de su vida, siempre enraizado en una profunda cultura, lo hermanaba con la historia, con las tradiciones, con las vivencias de los pueblos, con la herencia de la humanidad, de un modo que suscitaba en él una actitud sacerdotal, exigente, que revelaba un interés por el mundo y por sus gentes. De ello dejó muchas pruebas, pero aquí tal vez una de las más terminantes: fue capaz de abrir una ventana hacia el misterio cristiano. Ese carácter intemporal de Ronchamp, su aislamiento, la impresión de que surgió allí como crece un árbol, para formar parte de un ámbito en el que natura y obra humana se funden, no requiere adiciones ni debe ser tocado por la necesidad. Y menos para que el éxito se confunda con la trascendencia.
De regreso a casa, firmé la petición “contra”.