ENTRE LO CIERTO Y LO VERDADERO

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Oscar Tenreiro /7 de Agosto 2008

La primera impresión que tuve del edificio Swiss Re de Norman Foster, mejor conocido por la gente de Londres como el Pepinillo (“the gherkin” en inglés) fue confusa. Su forma tan particular me pareció salida del deseo de marcar diferencias, de sorprender. Y la encontraba intrusa, desagradable. Poco a poco, conociéndolo mejor, fui entendiendo sus orígenes y ya pude apreciarlo de un modo más desprejuiciado.

Lo primero que cabe decir es que se trata de un singular aporte tecnológico al tema de edificios en altura. Tiene 45 pisos, lo cual sorprende porque la vista externa no permite percibir los bordes de cada losa con lo cual, por decirlo así, el edificio adquiere la condición de objeto, de volumen puro y su escala se hace en cierto modo autónoma respecto a lo que lo rodea. El concepto fue planteado originalmente, tal como lo dice la página web de Foster and Partners, en las búsquedas del americano Buckminster Fuller (1895-1983) cuyo proyecto teórico “Climatroffice” sirvió de punto de partida. Es en realidad una cúpula formada por triángulos que se entrecruzan formando la estructura externa del edificio. La piel externa que resuelve las ventanas y el techo a la vez, es de vidrio, soportada también por un tejido triangulado que se superpone a la estructura y que finalmente remata en un domo que cubre un espacio donde funciona un club desde el cual hay una espectacular vista de 360 grados sobre la ciudad. Las losas circulares de cada piso, por otra parte, no llegan hasta el borde en todo su perímetro, el cual se interrumpe con huecos triangulares que no coinciden verticalmente produciéndose entonces un efecto de rotación a medida que se asciende. Esos huecos permiten además la circulación del aire en toda la altura; y unos paneles que se abren hacia el exterior permiten captar aire fresco. Como en casi todos los edificios de Foster, hay un sistema de aire acondicionado de muy alta eficiencia y un bajo consumo energético.

Este edificio llama a una comparación con la Torre Agbar de Barcelona, de Jean Nouvel, que es de forma similar pero con una estructura exterior de concreto perforada de modo irregular, que obligó al calculista, el arquitecto catalán Robert Brufau, a establecer una serie de artificios para permitir la correcta trasmisión de esfuerzos, dejando claro que tanto la forma como el material fueron imposiciones formales carentes de contenido técnico racional y optimizado. Un argumento más a favor de nuestra apreciación sobre la debilidad de la aproximación de Nouvel al diseño.

Otro aspecto de interés del edificio de Foster es la manera como se encuentra con el suelo. Se posa en él de modo muy simple, en cada punta de los triángulos inferiores, dejando aberturas detrás de las cuales discurre un corredor cubierto que da acceso, tanto al interior del edificio mismo, como a una serie de comercios que hacen un cinturón que ve hacia la plaza en cuyo centro nace la estructura. Uno de esos comercios, por cierto, el Cake Shop, un café diseñado por el arquitecto Jamie Fobert, está gerenciado por una joven venezolana, quien además de ser de una amabilidad que se acrecentó cuando supo que éramos sus compatriotas, no dejó de hacer la indispensable referencia a la locura política actual venezolana y al modo como destruye expectativas e impulsa a los jóvenes deseosos de nuevos rumbos hacia la emigración.

He dicho en otra oportunidad que pude visitar otras obras de Foster en este viaje: la Mediateca de Nîmes en Francia, proyecto de 1993, el patio del British Museum del 2000, y el edificio de la Corporación Hearst en Nueva York, terminado el año pasado. No dudo en decir que el mejor logrado, junto con el fabuloso patio del Museo, es este pepinillo que ya se ha insertado de modo positivo tanto en el perfil de la ciudad como en el corazón de los londinenses, tal como lo atestiguaba la conductora del taxi que nos llevó hasta el sitio. A poca distancia de allí se encuentra el edificio de la aseguradora Lloyd’s, de Richard Rogers, terminado en 1984, que sigue la misma línea del Pompidou, hecho en asociación con Renzo Piano en 1978; es decir, la de mostrar y exhibir las entrañas del edificio, dejar en evidencia todos los posibles artificios estructurales y hacer del exterior una especie de exo-esqueleto que en definitiva se convierte en espectáculo. Ya ese edificio, tal como el Pompidou, parece una maquinaria del pasado, con mecanismos que ya no son tan novedosos y cuyo funcionamiento dejó de interesarnos, como si se tratase de una locomotora que sólo nos impresionó cuando éramos niños.

Si bien Foster no continuó por ese camino, desarrollado al máximo con extrema solvencia y una contención que se le escapa a Rogers, en el banco de Shanghai y Hong Kong de 1986, de todos modos su arquitectura termina dando la impresión de una extrema dependencia con un despliegue tecnológico que pudiera llamarse “de una sola nota”. Sus edificios son el producto de un perfeccionismo técnico donde la “inspiración”, como decía Luis Kahn, está demasiado vinculada a las habilidades de la consultora de ingeniería más solvente del planeta: Ove Arup and Partners, heredera del insigne ingeniero británico de origen danés Sir Ove Arup (1895-1988), que contó como asociado al brillante ingeniero irlandés Peter Rice (1935-1992), y se ha convertido en una permanente compañera de ruta para cualquiera de los arquitectos del Star System. Los edificios de Foster parecen salidos de una línea de montaje de vehículos de alto desempeño sólo financiable por los países opulentos y alimentada por insumos para la construcción de un nivel ajeno al resto del mundo. Es una arquitectura sin grano fino, donde pareciera haberse borrado la huella de la participación humana. Edificios que son expresión acabada de las posibilidades de la industria de la construcción del primerísimo mundo y para la cual los materiales naturales son parte de una nostalgia por un pasado menos perfecto pero más cerca de lo que en realidad somos.

El Gherkin en Mayo de 2008

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