Oscar Tenreiro / 19 Enero 2009
El sábado pasado a las 10 de la noche murió José Miguel Galia. Para quien esto escribe es imposible separar su figura de arquitecto de la experiencia de Vegas y Galia, la firma que fundó con Martín Vegas Pacheco para ser parte esencial de la escena de referencia de los que habíamos comenzado a estudiar arquitectura en 1955.
Producía placer ver erigir las estructuras de sus edificios, construidas impecablemente por Técnica Constructora. Como en el caso del Edificio Polar, que se hizo realidad en menos de seis meses, incluidas fundaciones, con sus columnas de sección variable y sus elegantes voladizos. Personalmente sentía fascinación por el muro-cortina de acero, cuyos problemas térmicos (que habrían de ser motivo de críticas), ignoraba para concentrarme en observarlo, apreciar la policromía de la cara inferior de los perfiles metálicos, hoy desaparecida, hecha para percibirla desde abajo, en escorzo. El Teatro del Este me parecía entonces y lo sigo creyendo hoy pese a que su interior ha desaparecido, un espacio extraordinario. El plafón metálico con policromía de Alejandro Otero presidía el espacio; y la piel externa de ladrillo de la audiencia, que podía entreverse entre láminas verticales de madera que ocultaban la iluminación artificial, era un desafío valioso a la usual convención sobre lo que debía ser el interior de un teatro. En los edificios “Los Morochos” en Colinas de Bello Monte, otra de sus obras de entonces, la distribución interna de los apartamentos despertó la atención general. Acudí a visitarlos alguna vez, con mi hermano Jesús, y curioseamos un buen rato en sus apartamentos aún sin propietarios. Siempre que podía acercarme al Banco Mercantil de Sabana Grande (hoy transformado), recorría con atención admirativa el espacio principal donde destacaba una hermosa escultura de Carlos González Bogen. Y el edificio de González y Bolívar, en el centro de la ciudad, fue motivo de alguna observación entusiasta cuando departíamos durante los intermedios en las terrazas del Teatro Municipal. Podría extenderme sobre muchos otros ejemplos, tan abundante fue la producción de esta oficina reseñada de modo destacado en un número especial (¿1957?) de la revista francesa L’Architecture d’Aujourd’hui dedicado a Venezuela. Y entre ellos destacaba el edificio de exhibición y venta de automóviles para la ya extinguida empresa Anglo-Ven en Bello Monte, con su hermosa estructura y su impecable uso del ladrillo, edificio que aún cumple su función inicial y no ha visto el deterioro que azota a nuestra ciudad.
Vegas y Galia junto a otros arquitectos de su generación que no nombro para no olvidar a nadie, constituían un firmamento de personas y testimonios coherente, empeñado en dar forma a una arquitectura enraizada en la herencia moderna. Lo que aquí se hacía, pensábamos los más jóvenes, iba por buen camino. Y lo que las revistas extranjeras ofrecían no era, como ocurre hoy, noticia de un mundo refinado de opulencia inalcanzable, sino información sobre logros comparables a los nuestros.
Ese panorama habría de cambiar coincidiendo con el inicio de la nueva democracia. El país cambió y cambiamos los que aquí vivimos, para bien o para mal, transformándose el modo de ver las cosas de cada quien. Hoy podemos decir que se perdieron perspectivas positivas y se bifurcaron demasiado los caminos y por eso sentimos a ratos nostalgia de una esperanza y un optimismo que hoy se ha desvanecido, marcado por la confianza en el futuro y en las personas cercanas.
Poco tiempo después Martín y José Miguel decidieron separar su tránsito profesional. Los tuvimos como profesores en la Facultad y poco a poco aprendimos a tutearlos gracias a su generosa actitud.
José Miguel conoció momentos de mucha actividad cuando comenzó a fines de los sesenta el auge de la Propiedad Horizontal, sus edificios de apartamentos se cuentan por decenas. De esa etapa de su vida es el proyecto que más valoro, el parque de Los Caobos, en el cual el bosque compacto y regular de caobos contrasta con una poderosa geometría de diagonales en senderos y caminerías que sería recogida por el Teatro Teresa Carreño. Es un ejercicio de urbanidad en un medio natural conectado con la tradición del jardín francés que hoy se practica por todo el mundo y en ese momento tenía mucho de original. También llamó la atención el Banco Metropolitano, inscrito en la continuidad de Sabana Grande, ejercicio constructivo complejo y hábil posible gracias a su talento de diseñador y maestro constructor.
Podría decirse que con la muerte de Galia se pierde un retazo más de lo que ha sido la historia de nuestra arquitectura. Y esa observación estaría apoyada por la pobreza de la mayor parte de los escritos que se han publicado sobre la arquitectura venezolana del tercer cuarto del pasado siglo, descriptivos y “documentados” pero ajenos a la fibra moral que caracterizó esos tiempos. Y como hoy en día han tomado las riendas personajes que creen que el país ha comenzado con la irresistible ascensión de su propia mediocridad, pareciera que no hay esperanza.
No es eso lo que quiero trasmitir a los más jóvenes, sino decirles que esta sociedad tiene reservas. La memoria de Galia nos lo recuerda.