Oscar Tenreiro / 23 de Marzo 2009
Entre los que habían dejado huella duradera en el Taller de Dibujo de Charles Ventrillon en la Facultad de Arquitectura estaba en primer plano Enrique Hernández. Recuerdo su extraordinario dibujo del discóbolo helénico que en algún momento de nuestro paso por el Taller debíamos dibujar, que figuraba en una exposición organizada por el maestro francés como homenaje a los mejores estudiantes.
Era fama en la Escuela su brillantez intelectual. Una vez, curioso, entré a una sesión de crítica que Villanueva le daba al curso de último año. Recuerdo haber admirado su proyecto, tal vez un Teatro; y también el de Gustavo Legórburu.
Fue mi “preparador” de Geometría Descriptiva una materia que se consideraba esencial entonces en la formación del arquitecto. Enrique la dominaba a la perfección y explicaba los problemas con una claridad que dejaba en evidencia mi incapacidad para integrarme al mundo de la abstracción geométrica, También fue preparador de nuestra cátedra de Composición y lo buscábamos siempre para orientarnos mejor, o para que nos razonara lo que nos era difícil entender.
Recién pasado Enero del 58 pasé por una oficina que, si no recuerdo mal quedaba en el edificio Polar, en la que él colaboraba con Juan Andrés Vegas en el diseño de la Urbanización Montalbán. Buscábamos donaciones para el viaje a Chile que comenté la semana pasada. Juan Andrés, a quien le agradeceré siempre haber construido la urbanización Alto Hatillo donde está mi refugio, fue tan generoso que además del donativo me prestó una Rolleiflex para que tomara fotos. Enrique nos dedicó además unos minutos explicándonos con una meticulosidad que le era característica, el plan general de ese pedazo del Oeste de Caracas que poco después se construiría.
A mi paso por Londres en 1959, en un viaje adolescente para visitar a mi hermano, estuvimos juntos con Enrique en el aeropuerto porque Jesús se había quedado en encontrar con él. Fue la última vez que lo vi y oí como estudiante.
Admiré en los tempranos sesenta la casa que proyectó y construyó junto con Carlos Becerra en Santa Mónica, hoy de obligado valor patrimonial, que aún se conserva en perfecto estado. La fotografié para incluirla en el libro World Architecture publicado en Londres en 1965 por John Donat, quién había invitado a Magalie Ruz a incluir obras venezolanas. Redacté también un corto texto “crítico”.
En Inglaterra Enrique conoció muy bien la experiencia inglesa CLASP sobre escuelas prefabricadas y, como portador de lo que habría de ser su más significativo mensaje como joven arquitecto, la industrialización de la construcción y la normalización dimensional, se convirtió en líder de todo un movimiento que ocupó enorme espacio intelectual entre los arquitectos en la década que se inició a mediados de los sesenta. Logró así fundar en el Banco Obrero con el apoyo de Leopoldo Martínez Olavarría, el Taller de Diseño en Avance, que tuvo a su cargo muy importantes realizaciones de resultados que si bien desiguales, como siempre en la acción del Estado venezolano, representaron un muy importante esfuerzo por darle contenido a la inmensa tarea de hacer vivienda social en nuestro país.
Durante esos años observé de lejos pero atentamente los esfuerzos de Enrique. En un cierto momento me tocó otorgar aprobación previa desde mi pequeño cargo de arquitecto en un despacho municipal a una propuesta preliminar que le habían encargado para un conjunto de viviendas en las márgenes de la autopista de Prados del Este, que si bien nunca se construyó, elaboró con un singular grado de rigor que borraba cualquier duda burocrática.
Mi experiencia inicial de profesor de la Facultad de Arquitectura estuvo muy influida por acción o reacción con los principios que él había ido estableciendo en el ámbito de la vivienda social. Estudié, como mucha gente, los folletos que publicó Diseño en Avance y ocasionalmente mis estudiantes tomaron como referencia sus exploraciones dimensionales, las cuales pude comprobar, gracias a un ciclo de charlas dictado por Manuel López para nuestro Taller de Diseño, que se emparentaban con las búsquedas sobre vivienda mínima hechas en Alemania en tiempos de la República de Weimar.
No puedo hablar con precisión de su trayectoria desde mediados de los setenta. Tuvo el mérito personal de haber fundado y dirigido por un tiempo en la UCV el Instituto Experimental de la Construcción que hoy ha alcanzado plena madurez. Que construyó en Altamira Sur la sede del Banco del Libro, y en 1990-92 ganó el Concurso y construyó el Pabellón de Venezuela de la Feria de Sevilla. Supe en tiempos recientes de la indigna carta de un grupo de colegas que protestaba su nombramiento para el CONAVI y logró el perverso objetivo de cerrarle el paso.
Yo podría haber sido considerado un adversario de Enrique. Pero lo fui en cuanto a nuestro modo de ver la arquitectura, y extendiendo un poco el argumento, en nuestro modo de ver el mundo. Sin embargo, a pesar de esa diferencia que alguien pudiera considerar “ideológica”, tuve siempre respeto por su rigor y su pasión por el oficio.
En una ocasión le oí decir que estaba proyectando una casa siguiendo los principios de una casa de Le Corbusier. Ese aparente detalle dice todo para mí porque habla de un arquitecto plenamente consciente del patrimonio disciplinar heredado de la cultura universal. Porque Enrique Hernández fue un hombre de cultura, de reflexión, de convicciones.