Oscar Tenreiro / 6 de Julio 2009
Hugo Segawa, conocido crítico brasileño, dio en el Museo de Arte Contemporáneo, en el contexto de la Exposición Niemeyer, una muy buena charla sobre el centenario arquitecto.
Hiló reflexiones derivadas de aspectos específicos de la obra de este personaje excepcional; y lo hizo, más que como crítico que ve la arquitectura sin tocarla (como decía Nietzsche de los críticos de Arte), como arquitecto, haciendo observaciones desde “dentro” de la disciplina sobre aspectos específicos de diseño como el de la concentración de los apoyos recogiendo los pórticos estructurales en un solo punto, la combinación de la bóveda y el plano inclinado en los techos, la innovación estructural como en el caso del principio de la suspensión utilizado en el Museo de Arte Moderno de Caracas (de cuyo proyecto hay unos muy hermosos planos en la exposición procedentes del archivo de Inocente Palacios), o la búsqueda de ciertos objetivos formales que hizo notar al comparar el Museo de Niteroi en Río de Janeiro con el de aquí.
El discurso de Segawa toma distancia respecto a un modo de hacer crítica, de moda hace dos décadas, que se empeñaba en filosofar a propósito de la arquitectura inventando conceptos, buscando explicaciones al lenguaje, a las decisiones, a las preferencias estéticas o constructivas. Segawa por el contrario prescinde de la “explicación” y fundamenta su discurso en la descripción, en el comentario que resalta valores, en las circunstancias que dieron origen a la obra, en observaciones que permiten situar mejor el modo de proceder del arquitecto. Por eso mismo desestimó discretamente la importancia de los comentarios del propio Niemeyer, que la exposición por cierto destaca, acerca de las curvas y formas femeninas como génesis de su arquitectura.
La tentación de la ideología
Tampoco cayó Segawa en la tentación, bien servida por el talante de instrumento político que caracteriza al Museo de Arquitectura, de hablar desde la ideología, que en el caso de Niemeyer puede ser difícil de vencer.
Esa tendencia a usar el filtro ideológico para situar el comentario sobre el legado de un arquitecto, es una herencia que dejó la crítica marxista de los sesenta y que probó ser perversa, inadecuada, y sobre todo inútil.
Y Segawa como hombre de cultura y sobre todo como brasileño de estos tiempos difícilmente podía entregarse a esa regresión. Brasil es un país donde se hacen las cosas, donde la arquitectura tiene múltiples referencias. No está, como nosotros, ensimismado en la discusión en lugar de la acción ni agobiado por la exclusión política. Brasil avanza y va adquiriendo peso cultural porque en el acontecer diríamos intelectual de ese país ocupa un lugar muy importante la confianza en puntos de vista singulares asociados a una realidad propia, al cultivo de un “sesgo” que proviene de un desarrollo que tiene mucho de autónomo sin dejar de aspirar a lo universal, característico de su cultura. Lo demostró el mismo Segawa al día siguiente en una excelente charla sobre Joao Filgueiras de Lima (Lelé) otro arquitecto esencial del Brasil, casi treinta años menor que Niemeyer (y para los que aman la moda, de menos edad que Frank Gehry), cuya obra siempre asociada a la producción industrial podría verse como bandera de la vieja manía de clasificar desde una visión política.
Amar lo comentado.
Es verdad que todo comentario asociado a juicios de valor está filtrado por alguna ideología o algún tipo de metafísica, pero lo importante es no perder la capacidad de amar lo comentado, de “tocarlo” como antes decía. Cuando la crítica se debate sobre sí misma tiende a clasificar, a etiquetar, cuestión que rehuyó con agudeza Segawa cuando en la charla de la Facultad, frente a una pregunta que buscaba separar a los arquitectos usando criterios no políticos pero igualmente discriminatorios, dijo con sencillez que toda la arquitectura que él mostró era indudablemente moderna. Como lo somos todos, agrego yo.
En esa perspectiva discriminatoria estuvo el deseo de ¨situarse” frente a Niemeyer del Director del Museo de Arquitectura luego de la charla del Museo, mostrando en sus palabras una pizca de mala conciencia al querer diferenciarse de “esa” arquitectura (la de Niemeyer) aunque fuese un poco. Y comparó a Niemeyer (también lo hizo en un escrito que se repartía a la entrada al estilo de los documentos “disidentes”) con “los arquitectos del Star System”. Comparación bastante desafortunada, porque además de meter al Star System en un mismo saco, olvida que en Niemeyer hay una conciencia estructural muy madura y profunda (intuición estructural la llamó Segawa) que nada tiene que ver con los florilegios de un Gehry, un Koolhaas o una Zaha Hadid. Basta el ejemplo de Itamaratí en Brasilia para demostrarlo. Su enorme pórtico no es una superposición historicista, o un juego puramente formal, es protección solar, es espacio intermedio y, por sobre todo, es un sistema estructural que soporta una mesa en el nivel superior de la cual cuelgan todos los pisos. Niemeyer trabaja la estructura con una habilidad y un conocimiento superlativos, como bien lo demuestra el Museo de Caracas. Y eso no es el caso de, por ejemplo, el Museo de Bilbao, para nombrar la gran obra de Gehry.
Pero también entiendo al Sr. Director. Si Niemeyer no hubiera presumido toda su vida de comunista, los críticos marxistas desde hace tiempo lo hubieran execrado. Ese “comunismo” actúa en NIemeyer como una coartada. Como ocurre por ejemplo con José Saramago que llega a decir la bobería de que lleva el comunismo en las hormonas. Curioso asunto para un intelectual. Pero hay una diferencia: Niemeyer es bastante mejor arquitecto que Saramago escritor. Pero eso sería asunto de otra discusión.