Oscar Tenreiro / 20 de Julio 2009
Si alguien tuviera dudas sobre la fama de nuestro joven director de orquesta Gustavo Dudamel, podría bastarle la anécdota que me relató un familiar cercano, quien estando en la Staats Oper de Berlín, lo sorprendió la actitud de su vecino de silla al saberlo venezolano. ¡Dudamel, Dudamel! exclamó ese amante de la música, ciudadano de un país de singular tradición musical. Una fama irrefutable acompañada además de una perspicacia que comparte con su ilustre mentor José Antonio Abreu, si atendemos a lo que sigue.
Y es que en una de las numerosas “parties” con motivo de su nombramiento como Director de la orquesta de Los Angeles, nuestro joven genio conoció a Frank Gehry (1929) y se convirtió al instante en su amigo. Pudo haber influido en el máximo arquitecto la enorme diferencia de edad que siempre despierta simpatías mutuas cuando se trata de exitosos, pero lo cierto es que nuestro representante nacional, siguiendo la petrolera tradición que llevamos en la sangre, lo “enganchó” para venir a trabajar aquí. Y gracias a la venia y el apoyo de José Antonio Abreu, por Barquisimeto se paseó el celebérrimo arquitecto con sus amigos y el encargo de ser el autor de la Sede en esa ciudad del Sistema de Orquestas. Planteando desde ya, como gran arquitecto que es y contando con la aprobación obsecuente de autoridades que asentían a las atinadas observaciones del personaje, la intervención de todo el sector urbano. Habló como autor principal del “fenómeno Bilbao” sobre las posibilidades de hacer ciudad, de integrar esto y aquello, hizo ademanes y desplegó cordialidad, y sólo fue en la intimidad que dejó escapar sus dudas en cuanto a quien le pagaría su trabajo. Pregunta innecesaria, diría yo, porque para eso está la compañía estatal de petróleo cuyo presidente odia sólo a la oligarquía nacida aquí no rojita; y jamás a la que pudiera pertenecer un personaje destacado y políticamente neutral.
Los honorarios no son problema.
Esa pregunta por otra parte no debe extrañar a nadie. Un arquitecto de tanta talla pide muy altos honorarios, pero bien puede un país tan revolucionario como necesitado de hacer saber al mundo el alto nivel de su proceso político, gastar unos dólares sobrantes para lograr lo que ya algunos locales han calificado de “sueño extraordinario”.
Es verdad que algunos arquitectos venezolanos se pondrán celosos, pero su producción ¿es acaso comparable con las decenas y decenas de edificios que este judío simpático y de alta clase ha regado por el mundo? Y por otra parte, si hablamos de los arquitectos verdaderamente revolucionarios que tienen entre nosotros oficinas llenas de trabajo ¿es que acaso han producido algo que haya llegado a los niveles de aceptación mediática de un Frank Gehry? Por supuesto que no. Y en cuanto a los no revolucionarios, entre los que, de paso, estoy incluido, la historia nos pide celebrar la nueva arquitectura del Tercer Mundo.
Es probable que el Sr. Director del Museo de Arquitectura se preocupe porque puedan exigirle desde el alto gobierno exhibir en la Bienal de Venecia el fabuloso proyecto que sin duda Gehry nos entregará y sea demasiado fuerte el contraste con los módulos de Barrio Adentro que con alta conciencia ideológica el Sr. Director presentó en la última edición de ese prestigioso encuentro internacional. Pero no hay problema, la obra de Gehry se presentaría más bien en el Pabellón de los Estados Unidos, o en el de Canadá. Y si debiese nuestro alto funcionario matizar su rechazo al Star System, no le será difícil si recuerda sus viejos elogios al Museo de Bilbao.
Fondos para un renacer cultural.
También pueden surgir dudas sobre si habrá “disponibilidades presupuestarias”, ya no para el proyecto del que ya hemos dicho que se encargaría Ramírez el de aquí (no el que está en reclusión en Francia) para un edificio de alta tecnología retorcido y recubierto de titanio como es de esperar que sea el de Barquisimeto. Para empezar, el Banco Interamericano de Desarrrollo no le negaría un centavo ni a José Antonio Abreu con sus decenas de premios internacionales ni a Dudamel tan celebrado y además radicado en USA. Y en todo caso, el Gran Jefe, convencido de que un gesto de propaganda lo vale todo, buscará de donde sacar. En cuanto a la duda de si sabremos, tecnológicamente hablando, retorcer un edificio, eso resulta fácil comparado con la dificultad que habrá para retorcer la ideología y obtener el aplauso de los revolucionarios al californiano y su obra larense.
Queda por elogiar desde luego la agudeza cultural de Abreu y Dudamel. Se dieron plena cuenta de la pobreza de nuestro movimiento arquitectónico, en nada comparable a la brillantez del “Sistema” que les ha dado tantas satisfacciones. Actuaron como esas personas que se crían en Coche o en Propatria y cuando en su adultez se mudan a Altamira o al Sureste piensan que sus hijos deben estudiar en un colegio exclusivo, para sepultar sus días de modestia y educación pública. Nuestros dos líderes musicales entendieron de manera análoga que es necesario codearse con los mejores, con los que traen fama desde su fama. Y aunque debe serles doloroso dejar de lado tantos arquitectos de por aquí, talentosos pero demasiado afanados con el día a día y por eso carentes de frescura y brillantez, fueron conscientes que de decisiones así renacen las culturas. ¿Y cómo refutarlos con tantos triunfos en su haber? Se revitalizará la cultura arquitectónica del país deben estar pensando muchos de los que se apasionan por el respetado camino de la moda o admiran el titanio y las diagonales. A echar las campanas al vuelo llaman.
¿Que resulta raro ver a Henri Falcón, gobernador, en esos andares? No hay que sorprenderse, es un revolucionario del siglo 21.